/ lunes 16 de abril de 2018

Milicianos y civiles siguen peleando en Ituri

Djugu, República Democrática del Congo, (Notimex).- Desde hace varios meses, los grupos étnicos Hema y Lendu vuelven a masacrarse en la provincia congoleña de Ituri. Se trata de un conflicto de raíces antiguas y que cíclicamente se reaviva a golpes de machete contra civiles indefensos.

Es una crisis humanitaria muy grave, empeorada por la presencia de numerosos grupos armados irregulares que se alinean con una u otra etnia y por la dudosa voluntad del gobierno central de restaurar la paz en este lugar, a pesar de las presiones de la comunidad internacional.

La provincia de Ituri, un vasto territorio de unos 65 mil kilómetros en el noreste de la República Democratica del Congo, es desde hace mucho tiempo escenario de violentos enfrentamientos entre dos de los principales grupos étnicos del lugar, los Hema y los Lendu.

Los primeros históricamente eran pastores, mientras que los segundos eran granjeros. Las rivalidades entre los dos grupos se remontan al período colonial, cuando los belgas favorecieron a los Hema, cosa que creó no pocas disparidades que los sucesivos gobiernos hasta la fecha no quisieron ni pudieron solucionar.

Las disputas serias, que acabaron en sangre, comenzaron en los años 70 junto con la promulgación de leyes sobre la distribución de las tierras que beneficiaron a los Hema. Se registraron picos de violencia en 1972, 1985, 1996, 2001 y 2003, mientras que los enfrentamientos de baja intensidad continuaron hasta 2007.

En la década de los 90 los desplazados alcanzaron la cifra récord de 400 mil. Hubo mucha violencia fomentada por la intervención de grupos armados ilegales locales y extranjeros que estaban interesados en los enormes recursos naturales del área de Ituri y que, para sus fines, secuestraron e incluyeron en sus filas a miles de menores.

A lo largo de los años las misiones de estabilización de la ONU en el Congo no lograron detener las masacres: de hecho, cuentan con un alto número de muertos entre sus propios hombres.

Ahora Ituri vuelve a estar encendido. El 17 de diciembre dos chicas Hema fueron atacadas por dos jóvenes Lendu en la aldea de Tete, cerca de Djugu, una de las principales ciudades de Ituri.

Al día siguiente tuvieron lugar las primeras represalias a golpe de un machete que no se puede parar. "Los Lendu -explica Lilipa Nyapala, de 30 años, un pastor sin cabras- llegaron por la noche a mi pueblo y quemaron todas las casas. Yo y unas 15 personas más huimos al bosque y nos escondimos".

Hoy Lilipa vive con parientes en la localidad de Fataki, a unos 20 kilómetros de Djugu. Tiene los ojos endemoniados: recordar esos momentos de terror, meses después, todavía lo turba. Continúa pasándose la mano derecha sobre una llamativa cicatriz que tiene en el pecho.

"Pero entonces -reanuda la conversación- oímos a niños llorando y decidimos regresar. Los Lendu nos descubrieron y comenzaron a cortarnos con machetes. Me hirieron el pecho. No fueron indulgentes ni con los niños: muchos de ellos murieron. En un momento de distracción de los milicianos, logré escapar de nuevo. Perdía mucha sangre".

Según las estimaciones de OCHA, la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, los desplazados de la provincia de Ituri son unos 340 mil. Es difícil llevar la cuenta debido a los campos no oficiales que surgen sin parar y que son de difícil acceso para los trabajadores humanitarios.

Cerca de 43 mil personas encontraron refugio en la vecina Uganda. Hay incertidumbre también sobre el número de muertos, que desde diciembre son al menos 250.

"Los tribunales -asegura Alfred Bongwalanga, administrador del territorio de Djugu, desde la plaza de Fataki- determinarán las verdaderas razones de la violencia que condujo al surgimiento de un nuevo conflicto. Mientras tanto, la policía arrestó a jóvenes sospechosos de haber participado en los disturbios".

El funcionario minimiza el alcance de la crisis humanitaria en Ituri: "Ahora el ejército ya tiene el control de la zona. Un buen número de personas desplazadas están regresando a sus hogares y esto es gracias al gobierno congoleño, que lucha por el establecimiento de una paz duradera. En esto, sin embargo, requiere el valioso apoyo de la comunidad internacional".

Una de las técnicas de devastación preferidas por las milicias cercanas tanto a los Hema como a los Lendu implica el uso de "depósitos incendiarios": los depósitos de las motos que ya no funcionan se lanzan como una especie de cóctel molotov contra las casas de los enemigos, que, hechas de paja y madera, se incendian en un momento.

Escombros por todas partes, oficinas públicas cerradas desde hace meses, mercados con muy poca mercadería, casas cerradas con un simple candado con la esperanza de encontrarlas intactas. Este es el desolador escenario de Djugu y sus alrededores.

Un joven miliar del ejército congoleño, con un uniforme viejo y un Kalashnikov en el hombre, está en la cabecera de la cama de un compañero de armas. Está preocupado por la vistosa cicatriz que tiene su amigo sobre el vientre, resultado de una emboscada en la jungla por parte de milicianos no identificados.

"Curamos a muchos soldados -explica Joram Bavi, director del Hospital de Fataki-, así como a presuntos milicianos y civiles que acabaron heridos por machetes. Niños, mujeres y ancianos incluidos. Al no tener otra manera de defenderse de los golpes de machete, usan los brazos como escudo. Las heridas de machete son las más frecuentes por aquí".

Las presiones externas sobre el gobierno del presidente Joseph Kabila para que restaure la paz en Ituri son cada vez más insistentes. El 20 de diciembre del 2016 expiró la segunda y última legislatura de Kabila.

A pesar de un acuerdo entre el gobierno y la oposición firmado hace poco más de un año que incluía la convocatoria de elecciones presidenciales en diciembre de 2017 -que pasaron rápidamente a finales de 2018-, Kabila instauró un clima de fuerte tensión que, según opositores y representantes de la sociedad civil, tendría como objetivo principal reprimir cualquier voz de disidencia y permitirle permanecer en el poder más allá de 2018.

Tanto en el país como en el extranjero, cada vez son más las voces de los que ven la mano de Kabila detrás de los nuevos actos de violencia en Ituri. ¿Qué mejor ocasión que la enésima crisis humanitaria congoleña para retrasar aún más la cita electoral?

Djugu, República Democrática del Congo, (Notimex).- Desde hace varios meses, los grupos étnicos Hema y Lendu vuelven a masacrarse en la provincia congoleña de Ituri. Se trata de un conflicto de raíces antiguas y que cíclicamente se reaviva a golpes de machete contra civiles indefensos.

Es una crisis humanitaria muy grave, empeorada por la presencia de numerosos grupos armados irregulares que se alinean con una u otra etnia y por la dudosa voluntad del gobierno central de restaurar la paz en este lugar, a pesar de las presiones de la comunidad internacional.

La provincia de Ituri, un vasto territorio de unos 65 mil kilómetros en el noreste de la República Democratica del Congo, es desde hace mucho tiempo escenario de violentos enfrentamientos entre dos de los principales grupos étnicos del lugar, los Hema y los Lendu.

Los primeros históricamente eran pastores, mientras que los segundos eran granjeros. Las rivalidades entre los dos grupos se remontan al período colonial, cuando los belgas favorecieron a los Hema, cosa que creó no pocas disparidades que los sucesivos gobiernos hasta la fecha no quisieron ni pudieron solucionar.

Las disputas serias, que acabaron en sangre, comenzaron en los años 70 junto con la promulgación de leyes sobre la distribución de las tierras que beneficiaron a los Hema. Se registraron picos de violencia en 1972, 1985, 1996, 2001 y 2003, mientras que los enfrentamientos de baja intensidad continuaron hasta 2007.

En la década de los 90 los desplazados alcanzaron la cifra récord de 400 mil. Hubo mucha violencia fomentada por la intervención de grupos armados ilegales locales y extranjeros que estaban interesados en los enormes recursos naturales del área de Ituri y que, para sus fines, secuestraron e incluyeron en sus filas a miles de menores.

A lo largo de los años las misiones de estabilización de la ONU en el Congo no lograron detener las masacres: de hecho, cuentan con un alto número de muertos entre sus propios hombres.

Ahora Ituri vuelve a estar encendido. El 17 de diciembre dos chicas Hema fueron atacadas por dos jóvenes Lendu en la aldea de Tete, cerca de Djugu, una de las principales ciudades de Ituri.

Al día siguiente tuvieron lugar las primeras represalias a golpe de un machete que no se puede parar. "Los Lendu -explica Lilipa Nyapala, de 30 años, un pastor sin cabras- llegaron por la noche a mi pueblo y quemaron todas las casas. Yo y unas 15 personas más huimos al bosque y nos escondimos".

Hoy Lilipa vive con parientes en la localidad de Fataki, a unos 20 kilómetros de Djugu. Tiene los ojos endemoniados: recordar esos momentos de terror, meses después, todavía lo turba. Continúa pasándose la mano derecha sobre una llamativa cicatriz que tiene en el pecho.

"Pero entonces -reanuda la conversación- oímos a niños llorando y decidimos regresar. Los Lendu nos descubrieron y comenzaron a cortarnos con machetes. Me hirieron el pecho. No fueron indulgentes ni con los niños: muchos de ellos murieron. En un momento de distracción de los milicianos, logré escapar de nuevo. Perdía mucha sangre".

Según las estimaciones de OCHA, la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, los desplazados de la provincia de Ituri son unos 340 mil. Es difícil llevar la cuenta debido a los campos no oficiales que surgen sin parar y que son de difícil acceso para los trabajadores humanitarios.

Cerca de 43 mil personas encontraron refugio en la vecina Uganda. Hay incertidumbre también sobre el número de muertos, que desde diciembre son al menos 250.

"Los tribunales -asegura Alfred Bongwalanga, administrador del territorio de Djugu, desde la plaza de Fataki- determinarán las verdaderas razones de la violencia que condujo al surgimiento de un nuevo conflicto. Mientras tanto, la policía arrestó a jóvenes sospechosos de haber participado en los disturbios".

El funcionario minimiza el alcance de la crisis humanitaria en Ituri: "Ahora el ejército ya tiene el control de la zona. Un buen número de personas desplazadas están regresando a sus hogares y esto es gracias al gobierno congoleño, que lucha por el establecimiento de una paz duradera. En esto, sin embargo, requiere el valioso apoyo de la comunidad internacional".

Una de las técnicas de devastación preferidas por las milicias cercanas tanto a los Hema como a los Lendu implica el uso de "depósitos incendiarios": los depósitos de las motos que ya no funcionan se lanzan como una especie de cóctel molotov contra las casas de los enemigos, que, hechas de paja y madera, se incendian en un momento.

Escombros por todas partes, oficinas públicas cerradas desde hace meses, mercados con muy poca mercadería, casas cerradas con un simple candado con la esperanza de encontrarlas intactas. Este es el desolador escenario de Djugu y sus alrededores.

Un joven miliar del ejército congoleño, con un uniforme viejo y un Kalashnikov en el hombre, está en la cabecera de la cama de un compañero de armas. Está preocupado por la vistosa cicatriz que tiene su amigo sobre el vientre, resultado de una emboscada en la jungla por parte de milicianos no identificados.

"Curamos a muchos soldados -explica Joram Bavi, director del Hospital de Fataki-, así como a presuntos milicianos y civiles que acabaron heridos por machetes. Niños, mujeres y ancianos incluidos. Al no tener otra manera de defenderse de los golpes de machete, usan los brazos como escudo. Las heridas de machete son las más frecuentes por aquí".

Las presiones externas sobre el gobierno del presidente Joseph Kabila para que restaure la paz en Ituri son cada vez más insistentes. El 20 de diciembre del 2016 expiró la segunda y última legislatura de Kabila.

A pesar de un acuerdo entre el gobierno y la oposición firmado hace poco más de un año que incluía la convocatoria de elecciones presidenciales en diciembre de 2017 -que pasaron rápidamente a finales de 2018-, Kabila instauró un clima de fuerte tensión que, según opositores y representantes de la sociedad civil, tendría como objetivo principal reprimir cualquier voz de disidencia y permitirle permanecer en el poder más allá de 2018.

Tanto en el país como en el extranjero, cada vez son más las voces de los que ven la mano de Kabila detrás de los nuevos actos de violencia en Ituri. ¿Qué mejor ocasión que la enésima crisis humanitaria congoleña para retrasar aún más la cita electoral?

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