/ domingo 5 de noviembre de 2023

Aquí Querétaro | El placer del baño

Le llamaban “placeres” a ese espacio donde el agua, y también las plantas medicinales y acaso el vapor, ayudaban a resolver las dolencias de las monjas de clausura. No hace mucho tiempo fueron rehabilitados en el bello ex convento de Churubusco, en la Ciudad de México, y en el hoy Museo de la Ciudad de Querétaro, ex convento de Capuchinas, pueden visitarse como un rincón más de ese centro cultural siempre vivo e intenso, plagado de recovecos y sorpresas arquitectónicas.

Estrechísimas habitaciones dominadas por una especie de tina, o fosa, servían para curar a las religiosas de sus males físicos, y de paso, apartar de sus cuerpos la mugre acumulada con el tiempo. Y debe, efectivamente, haber sido un placer aquella práctica de antaño.

El sugerente nombre traspasó los umbrales del Convento de San José de Gracia de Religiosas Pobres Capuchinas y se instaló en sus afueras con el nombre de la calle contigua: Calle del Placer de Capuchinas, que con el paso del tiempo y las correctas costumbres políticas acabó por llamarse Miguel Hidalgo. Pese a lo que la gente pudiera llegar a pensar, el nombre de esta arteria, entre Guerrero y Ocampo, mereció ese nombre, a decir de don Valentín Frías, porque ahí se instalaron baños y lavaderos públicos para los más necesitados, una vez que el agua, vía acueducto y acequia madre, pudo cubrir la ciudad de entonces.

Acaso aquel fue el primer ejemplo de baños públicos con los que contó Querétaro. Luego, con el paso del tiempo y las costumbres citadinas, llegarían otros, como el negocio emprendido por el doctor Ciro María Santecilies, quien, cuando el siglo veinte apenas comenzaba, abrió el establecimiento “El Mosaico”, frente al ex convento de Santa Clara, con modernas regaderas y duchas, instaladas, según reconoce don José Rodríguez Familiar en sus “Efemérides Queretanas”, con “confort y buen gusto”. Fue el 12 de noviembre de 1900 cuando se hizo la inauguración oficial de ese comercio en lo que hoy es Madero, entre Allende y Guerrero.

Algunos años más tarde, don Manuel S. de Sicilia Martínez haría lo propio, poniendo en marcha, el 5 de febrero de 1908, unos baños públicos que nombró como “Santo Domingo”, porque se ubicaban, precisamente, en la primera calle de Santo Domingo, en lo que hoy conocemos como Guerrero. El señor Sicilia echó la casa por la ventana y convidó a los invitados a la inauguración con un muy aplaudido “lunch”.

Pero más sorprendente que la presencia de estos antiguos baños públicos, cuyo concepto prevalece hasta nuestros días con varios establecimientos, de los que el más famoso es el conocido como Baños Alameda, fue la idea del Ayuntamiento citadino de construir unos para caballos. Efectivamente, allá por mediados de 1905 se concluyeron los trabajos que permitieron contar, a la orilla del río y en las cercanías del rastro, con un cómodo baño público para jamelgos.

Hoy que las aguas de nuestro río no podrían servir para la limpieza corporal, y que nuestro sistema de agua potable está tan amenazado con su extinción, difícil sería pensar en lugares públicos donde pudiésemos atender el baño de nuestras mascotas, o donde nosotros mismos, agobiados por el calor, nos hiciéramos un tiempo para tomar una deliciosa ducha, con el sólido argumento de que el baño siempre será un placer. De ello, de ese placer que el agua trae consigo, dieron buena cuenta las monjas de antaño.


Le llamaban “placeres” a ese espacio donde el agua, y también las plantas medicinales y acaso el vapor, ayudaban a resolver las dolencias de las monjas de clausura. No hace mucho tiempo fueron rehabilitados en el bello ex convento de Churubusco, en la Ciudad de México, y en el hoy Museo de la Ciudad de Querétaro, ex convento de Capuchinas, pueden visitarse como un rincón más de ese centro cultural siempre vivo e intenso, plagado de recovecos y sorpresas arquitectónicas.

Estrechísimas habitaciones dominadas por una especie de tina, o fosa, servían para curar a las religiosas de sus males físicos, y de paso, apartar de sus cuerpos la mugre acumulada con el tiempo. Y debe, efectivamente, haber sido un placer aquella práctica de antaño.

El sugerente nombre traspasó los umbrales del Convento de San José de Gracia de Religiosas Pobres Capuchinas y se instaló en sus afueras con el nombre de la calle contigua: Calle del Placer de Capuchinas, que con el paso del tiempo y las correctas costumbres políticas acabó por llamarse Miguel Hidalgo. Pese a lo que la gente pudiera llegar a pensar, el nombre de esta arteria, entre Guerrero y Ocampo, mereció ese nombre, a decir de don Valentín Frías, porque ahí se instalaron baños y lavaderos públicos para los más necesitados, una vez que el agua, vía acueducto y acequia madre, pudo cubrir la ciudad de entonces.

Acaso aquel fue el primer ejemplo de baños públicos con los que contó Querétaro. Luego, con el paso del tiempo y las costumbres citadinas, llegarían otros, como el negocio emprendido por el doctor Ciro María Santecilies, quien, cuando el siglo veinte apenas comenzaba, abrió el establecimiento “El Mosaico”, frente al ex convento de Santa Clara, con modernas regaderas y duchas, instaladas, según reconoce don José Rodríguez Familiar en sus “Efemérides Queretanas”, con “confort y buen gusto”. Fue el 12 de noviembre de 1900 cuando se hizo la inauguración oficial de ese comercio en lo que hoy es Madero, entre Allende y Guerrero.

Algunos años más tarde, don Manuel S. de Sicilia Martínez haría lo propio, poniendo en marcha, el 5 de febrero de 1908, unos baños públicos que nombró como “Santo Domingo”, porque se ubicaban, precisamente, en la primera calle de Santo Domingo, en lo que hoy conocemos como Guerrero. El señor Sicilia echó la casa por la ventana y convidó a los invitados a la inauguración con un muy aplaudido “lunch”.

Pero más sorprendente que la presencia de estos antiguos baños públicos, cuyo concepto prevalece hasta nuestros días con varios establecimientos, de los que el más famoso es el conocido como Baños Alameda, fue la idea del Ayuntamiento citadino de construir unos para caballos. Efectivamente, allá por mediados de 1905 se concluyeron los trabajos que permitieron contar, a la orilla del río y en las cercanías del rastro, con un cómodo baño público para jamelgos.

Hoy que las aguas de nuestro río no podrían servir para la limpieza corporal, y que nuestro sistema de agua potable está tan amenazado con su extinción, difícil sería pensar en lugares públicos donde pudiésemos atender el baño de nuestras mascotas, o donde nosotros mismos, agobiados por el calor, nos hiciéramos un tiempo para tomar una deliciosa ducha, con el sólido argumento de que el baño siempre será un placer. De ello, de ese placer que el agua trae consigo, dieron buena cuenta las monjas de antaño.