/ domingo 18 de febrero de 2024

Aquí Querétaro | Esperanza Cabrera

Nació con el don en las manos; por eso, cuando su madre la colocó por primera vez frente a las teclas negras y blancas de un piano, descubrió una vocación, una pasión que no abandonaría nunca.

Esperanza Cabrera Muñoz tenía cuatro años cuando hizo aquel descubrimiento de la mano de su madre, doña Esther, en su casa de San Juan del Río, hasta donde se había trasladado la familia tras su nacimiento en la capital del estado. Más tarde, pero aún niña, continuaría su formación con la maestra Lolita Camacho, y después, con el paso de los años y la experiencia, tendría como tutores a algunos de los grandes músicos mexicanos.

No se puede dejar de catalogarla como “niña prodigio” si atendemos a que a los cinco años ya interpretaba de memoria composiciones de Mozart o Beethoven, que ofreció su primer recital a los siete y que se presentó en la sala “Manuel M. Ponce” de Bellas Artes apenas a los catorce. Siendo aún muy jovencita se presentó también en el Museo Regional de Querétaro junto a Manuel M. Ponce, Julián Carrillo y la mezzosoprano Fanny Anitúa.

Actuó para gobernadores y algún presidente de la República, y recorrió el país dando conciertos, entre los que destacó siempre uno en el Alcázar del Castillo de Chapultepec acompañada de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Esperanza Cabrera que, junto con su esposo Víctor Hinojosa, formaron una familia y se asentaron en la ciudad de Querétaro (su casa, la recuerdo bien, frente al río y muy cerca del Molino de San Antonio), dedicó también muchos años de su vida a la docencia, a la que ingresó gracias a una invitación del mítico Fernando Díaz Ramírez para dar clases en la universidad queretana. También lo haría, y hasta su muerte, en el Conservatorio de Música “José Guadalupe Velázquez”.

Tuve la oportunidad de conocerla, aunque fuese sólo a la distancia, gracias a que Gilberto, uno de sus hijos, fue mi compañero de primaria en las antiguas instalaciones del Instituto Querétaro, y recuerdo que ahí también, con los maristas, la maestra Esperanza tenía un lugar de reconocimiento a su talento y trayectoria.

En 1996 el Ayuntamiento de Querétaro autorizó el traslado de sus restos al entonces llamado Panteón de los Queretanos Ilustres, y también se impuso su nombre a un histórico recinto en el centro histórico, donde, por cierto, se llevaron a cabo los debates constituyentes de 1917, y que forma parte de la hoy Facultad de Artes de la U.A.Q., y a una escuela en San Juan del Río, donde transcurrió la infancia de la maestra.

El viernes pasado, 16 de febrero, se cumplió el centenario del nacimiento de Esperanza Cabrera, así que desde el jueves y hasta el sábado se realizaron conciertos en el auditorio “Cirilo Conejo” del Conservatorio, en el auditorio universitario que lleva su nombre, y en el Portal del Diezmo, en San Juan del Río. Reconocimientos, recuerdos sensibles, a una artista queretana que ha pasado a la historia por su enorme talento.


Nació con el don en las manos; por eso, cuando su madre la colocó por primera vez frente a las teclas negras y blancas de un piano, descubrió una vocación, una pasión que no abandonaría nunca.

Esperanza Cabrera Muñoz tenía cuatro años cuando hizo aquel descubrimiento de la mano de su madre, doña Esther, en su casa de San Juan del Río, hasta donde se había trasladado la familia tras su nacimiento en la capital del estado. Más tarde, pero aún niña, continuaría su formación con la maestra Lolita Camacho, y después, con el paso de los años y la experiencia, tendría como tutores a algunos de los grandes músicos mexicanos.

No se puede dejar de catalogarla como “niña prodigio” si atendemos a que a los cinco años ya interpretaba de memoria composiciones de Mozart o Beethoven, que ofreció su primer recital a los siete y que se presentó en la sala “Manuel M. Ponce” de Bellas Artes apenas a los catorce. Siendo aún muy jovencita se presentó también en el Museo Regional de Querétaro junto a Manuel M. Ponce, Julián Carrillo y la mezzosoprano Fanny Anitúa.

Actuó para gobernadores y algún presidente de la República, y recorrió el país dando conciertos, entre los que destacó siempre uno en el Alcázar del Castillo de Chapultepec acompañada de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Esperanza Cabrera que, junto con su esposo Víctor Hinojosa, formaron una familia y se asentaron en la ciudad de Querétaro (su casa, la recuerdo bien, frente al río y muy cerca del Molino de San Antonio), dedicó también muchos años de su vida a la docencia, a la que ingresó gracias a una invitación del mítico Fernando Díaz Ramírez para dar clases en la universidad queretana. También lo haría, y hasta su muerte, en el Conservatorio de Música “José Guadalupe Velázquez”.

Tuve la oportunidad de conocerla, aunque fuese sólo a la distancia, gracias a que Gilberto, uno de sus hijos, fue mi compañero de primaria en las antiguas instalaciones del Instituto Querétaro, y recuerdo que ahí también, con los maristas, la maestra Esperanza tenía un lugar de reconocimiento a su talento y trayectoria.

En 1996 el Ayuntamiento de Querétaro autorizó el traslado de sus restos al entonces llamado Panteón de los Queretanos Ilustres, y también se impuso su nombre a un histórico recinto en el centro histórico, donde, por cierto, se llevaron a cabo los debates constituyentes de 1917, y que forma parte de la hoy Facultad de Artes de la U.A.Q., y a una escuela en San Juan del Río, donde transcurrió la infancia de la maestra.

El viernes pasado, 16 de febrero, se cumplió el centenario del nacimiento de Esperanza Cabrera, así que desde el jueves y hasta el sábado se realizaron conciertos en el auditorio “Cirilo Conejo” del Conservatorio, en el auditorio universitario que lleva su nombre, y en el Portal del Diezmo, en San Juan del Río. Reconocimientos, recuerdos sensibles, a una artista queretana que ha pasado a la historia por su enorme talento.