/ domingo 10 de diciembre de 2023

Aquí Querétaro | Guillermo Velázquez


“Soy un león rugiente, no un gatito del poder”, declaró alguna vez, cuando regresó, después de algunos años de ausencia, al Festival Internacional Cervantino, Guillermo Velázquez Benavides, decimista experto, maestro de nuevos huapangueros, elemento invaluable de la revalorización del huapango arribeño, trasgresor del estatus marcado por las administraciones públicas, desafiante defensor de la cultura de su tierra, Xichú.

Apenas hace tres días se dio a conocer que Velázquez recibirá el Premio Nacional de las Artes y Literatura, en el campo de las Artes y Tradiciones Populares, después de una larga trayectoria de más de cuatro décadas, donde fue factor fundamental para el repunte del huapango arribeño, el auge de nuevos músicos y poetas convencidos de la valía de su entorno, y el protagonismo de las topadas, que hoy constituyen un atractivo adicional en ese mundo cultural que envuelve, principalmente, a una parte de los estados de Guanajuato y Querétaro.

Hijo de campesinos, don Venancio y doña Esperanza, nació por azar en la capital del país, pero desde muy pequeño se asentó en Xichú, en la sierra colindante con nuestro estado, y fue aquí, en la ciudad de Querétaro, donde ingresó al Seminario Conciliar con la intención de convertirse en sacerdote, una vocación que, con el tiempo, descubrió inexistente. Luego descubriría, en su propia tierra, la importancia cultural de la región y empezó a componer canciones y escribir décimas, hasta llegar a más de un centenar de ambas.

A partir de 1983 retomó un festival de huapango perdido en Xichú y lo convirtió en una tradición anual invaluable, editó decenas de discos, algunos con la participación de Oscar Chávez, y recorrió el mundo, desde Moscú a Latinoamérica, desde Puerto Rico a África, pasando por Europa, trovando el microcosmos serrano, lo mismo en teatros que en escuelas, y sobre todo en plazas públicas donde los asistentes pueden bailar al son de la “música de vara”.

Hace unos meses, como era la costumbre anual, Guillermo y sus “Leones de la Sierra de Xichú”, tan famosos como él mismo, pretendieron organizar una noche huapanguera en el centro cultural Casa del Faldón, para recabar fondos para la organización del festival que lleva a cabo en su pueblo, pero en esta ocasión recibió una serie de solicitudes y exigencias gubernamentales que acabaron por hacerlo desistir de dicha organización. Nadie pareció darse cuenta, ni en el Municipio de la capital queretana, ni en la secretaría estatal de la que depende la Casa del Faldón, de la importancia del evento, ni de las dimensiones de sus organizadores.

Ahora recibirá más que merecidamente, acaso incluso tardíamente, el Premio Nacional de las Artes y Literatura, y lo recibirá “a nombre de la poesía oral y de los viejos músicos y poetas huapangueros”. Será el tercer huapanguero queretano, porque queretano lo consideramos también, en recibir este singular reconocimiento, después de don Lupe Reyes, tristemente olvidado en su comunidad de El Refugio, en Arroyo Seco, y don Fortunato Ramírez, ya desaparecido.

Sí, Guillermo Velázquez Benavides es un león rugiente y jamás, virtuosa y venturosamente, un gatito del poder.



“Soy un león rugiente, no un gatito del poder”, declaró alguna vez, cuando regresó, después de algunos años de ausencia, al Festival Internacional Cervantino, Guillermo Velázquez Benavides, decimista experto, maestro de nuevos huapangueros, elemento invaluable de la revalorización del huapango arribeño, trasgresor del estatus marcado por las administraciones públicas, desafiante defensor de la cultura de su tierra, Xichú.

Apenas hace tres días se dio a conocer que Velázquez recibirá el Premio Nacional de las Artes y Literatura, en el campo de las Artes y Tradiciones Populares, después de una larga trayectoria de más de cuatro décadas, donde fue factor fundamental para el repunte del huapango arribeño, el auge de nuevos músicos y poetas convencidos de la valía de su entorno, y el protagonismo de las topadas, que hoy constituyen un atractivo adicional en ese mundo cultural que envuelve, principalmente, a una parte de los estados de Guanajuato y Querétaro.

Hijo de campesinos, don Venancio y doña Esperanza, nació por azar en la capital del país, pero desde muy pequeño se asentó en Xichú, en la sierra colindante con nuestro estado, y fue aquí, en la ciudad de Querétaro, donde ingresó al Seminario Conciliar con la intención de convertirse en sacerdote, una vocación que, con el tiempo, descubrió inexistente. Luego descubriría, en su propia tierra, la importancia cultural de la región y empezó a componer canciones y escribir décimas, hasta llegar a más de un centenar de ambas.

A partir de 1983 retomó un festival de huapango perdido en Xichú y lo convirtió en una tradición anual invaluable, editó decenas de discos, algunos con la participación de Oscar Chávez, y recorrió el mundo, desde Moscú a Latinoamérica, desde Puerto Rico a África, pasando por Europa, trovando el microcosmos serrano, lo mismo en teatros que en escuelas, y sobre todo en plazas públicas donde los asistentes pueden bailar al son de la “música de vara”.

Hace unos meses, como era la costumbre anual, Guillermo y sus “Leones de la Sierra de Xichú”, tan famosos como él mismo, pretendieron organizar una noche huapanguera en el centro cultural Casa del Faldón, para recabar fondos para la organización del festival que lleva a cabo en su pueblo, pero en esta ocasión recibió una serie de solicitudes y exigencias gubernamentales que acabaron por hacerlo desistir de dicha organización. Nadie pareció darse cuenta, ni en el Municipio de la capital queretana, ni en la secretaría estatal de la que depende la Casa del Faldón, de la importancia del evento, ni de las dimensiones de sus organizadores.

Ahora recibirá más que merecidamente, acaso incluso tardíamente, el Premio Nacional de las Artes y Literatura, y lo recibirá “a nombre de la poesía oral y de los viejos músicos y poetas huapangueros”. Será el tercer huapanguero queretano, porque queretano lo consideramos también, en recibir este singular reconocimiento, después de don Lupe Reyes, tristemente olvidado en su comunidad de El Refugio, en Arroyo Seco, y don Fortunato Ramírez, ya desaparecido.

Sí, Guillermo Velázquez Benavides es un león rugiente y jamás, virtuosa y venturosamente, un gatito del poder.