/ domingo 11 de febrero de 2024

Aquí Querétaro | Jaime Blanc

Tenía poco más de veinte años cuando Jaime Cuauhtémoc Blanc Zamora ingresó, procedente de su natal Oaxaca, al Seminario de Danza Contemporánea y Experimentación Coreográfica del Ballet Nacional de México. No mucho tiempo después formaría parte de esa compañía dirigida por Guillermina Bravo al lado de bailarines de la talla de Antonia Quiroz, Rossana Filomarino, Federico Castro o Miguel Añorve.

Al paso del tiempo, Jaime se convertiría en uno de los más brillantes docentes de la técnica Graham en México, tras su paso por Nueva York y Bali, abrevando de maestros como David Wood, Takako Asakawa o Yuriko Kikushi, y convirtiéndose en uno de los pilares del Ballet Nacional de México, del que se convirtió en miembro de la Dirección Artística.

Pese a esa sólida mancuerna que sostuvo con Guillermina Bravo, tanto como bailarín como coreógrafo, Blanc también tuvo una carrera artística profesional aparte: Fue asesor de la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, del Ballet Folklórico de México y de la Compañía Estatal de Danza Contemporánea de Oaxaca; todo antes de que la organización artística de la que siempre fue un protagonista indiscutible se trasladara a Querétaro para fundar, en 1991, el Centro Nacional de Danza Contemporánea.

Todo mundo reconocía en este coreógrafo y maestro la mano derecha de la popular y mítica “Bruja”, pero a la desaparición del Ballet Nacional de México, quedó un tanto a la deriva, así que se abrió camino por su cuenta, fundando el Taller Coreográfico Alternativo y mudándose a la capital de Nuevo León, donde fue docente y asesor de la licenciatura en danza contemporánea de la universidad regiomontana, además de ser invitado a montar su obra “La Consagración de la Primavera” en la Facultad de Artes de la Universidad de Harvard.

Escribió un libro (“Una reflexión sobre la danza contemporánea: la técnica Graham en el contexto mexicano”), recibió el premio con el nombre de su mentora por su trayectoria y regresó a Querétaro, donde daba clases y donde montó, gracias al apoyo de la Secretaría de Cultura del Municipio de la capital queretana, algunas de sus coreografías. Fue también el municipio queretano quien le otorgó, apenas en julio pasado, la presea “Germán Patiño”.

Jaime Blanc fue un bailarín excepcional, un coreógrafo sólido e importante en el medio dancístico nacional, pero sobre todo, por la trascendencia que esto representa, fue un relevante maestro para las nuevas generaciones de bailarines y coreógrafos mexicanos. En las aulas, Blanc fue siempre un docente serio, disciplinado, exigente, meticuloso, intenso, riguroso y nada complaciente. Por ello, ninguno de sus muchos alumnos y alumnas podrán jamás olvidarlo; se quedarán por siempre con un aprendizaje, o muchos, de los que les transmitió un hombre que se entregó a la danza sin tapujos ni concesiones.

Personalmente, lo recuerdo como vecino, hace ya muchos años, cuando paseaba a diario a su gran perro negro, y también muy recientemente, cuando ya apoyado de un bastón, tras las lesiones propias de su profesión, esperaba paciente la hora de inicio de su clase vespertina en el Centro Estatal de las Artes.

Luego de su muerte, hace un par de días, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura le estará organizando un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, lo que habla de la importancia de su trayectoria y de su legado. También lo homenajeará, según ha trascendido, la Secretaría de Cultura municipal. Sin embargo, no sé porqué, me quedo con la sensación agria de que, a nivel estatal, no se le aquilató nunca como merecía.

Se fue un grande de los escenarios. También se fue un ejemplo de tenacidad, disciplina y entrega a una profesión. Se fue un artista auténtico.


Tenía poco más de veinte años cuando Jaime Cuauhtémoc Blanc Zamora ingresó, procedente de su natal Oaxaca, al Seminario de Danza Contemporánea y Experimentación Coreográfica del Ballet Nacional de México. No mucho tiempo después formaría parte de esa compañía dirigida por Guillermina Bravo al lado de bailarines de la talla de Antonia Quiroz, Rossana Filomarino, Federico Castro o Miguel Añorve.

Al paso del tiempo, Jaime se convertiría en uno de los más brillantes docentes de la técnica Graham en México, tras su paso por Nueva York y Bali, abrevando de maestros como David Wood, Takako Asakawa o Yuriko Kikushi, y convirtiéndose en uno de los pilares del Ballet Nacional de México, del que se convirtió en miembro de la Dirección Artística.

Pese a esa sólida mancuerna que sostuvo con Guillermina Bravo, tanto como bailarín como coreógrafo, Blanc también tuvo una carrera artística profesional aparte: Fue asesor de la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana, del Ballet Folklórico de México y de la Compañía Estatal de Danza Contemporánea de Oaxaca; todo antes de que la organización artística de la que siempre fue un protagonista indiscutible se trasladara a Querétaro para fundar, en 1991, el Centro Nacional de Danza Contemporánea.

Todo mundo reconocía en este coreógrafo y maestro la mano derecha de la popular y mítica “Bruja”, pero a la desaparición del Ballet Nacional de México, quedó un tanto a la deriva, así que se abrió camino por su cuenta, fundando el Taller Coreográfico Alternativo y mudándose a la capital de Nuevo León, donde fue docente y asesor de la licenciatura en danza contemporánea de la universidad regiomontana, además de ser invitado a montar su obra “La Consagración de la Primavera” en la Facultad de Artes de la Universidad de Harvard.

Escribió un libro (“Una reflexión sobre la danza contemporánea: la técnica Graham en el contexto mexicano”), recibió el premio con el nombre de su mentora por su trayectoria y regresó a Querétaro, donde daba clases y donde montó, gracias al apoyo de la Secretaría de Cultura del Municipio de la capital queretana, algunas de sus coreografías. Fue también el municipio queretano quien le otorgó, apenas en julio pasado, la presea “Germán Patiño”.

Jaime Blanc fue un bailarín excepcional, un coreógrafo sólido e importante en el medio dancístico nacional, pero sobre todo, por la trascendencia que esto representa, fue un relevante maestro para las nuevas generaciones de bailarines y coreógrafos mexicanos. En las aulas, Blanc fue siempre un docente serio, disciplinado, exigente, meticuloso, intenso, riguroso y nada complaciente. Por ello, ninguno de sus muchos alumnos y alumnas podrán jamás olvidarlo; se quedarán por siempre con un aprendizaje, o muchos, de los que les transmitió un hombre que se entregó a la danza sin tapujos ni concesiones.

Personalmente, lo recuerdo como vecino, hace ya muchos años, cuando paseaba a diario a su gran perro negro, y también muy recientemente, cuando ya apoyado de un bastón, tras las lesiones propias de su profesión, esperaba paciente la hora de inicio de su clase vespertina en el Centro Estatal de las Artes.

Luego de su muerte, hace un par de días, el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura le estará organizando un homenaje en el Palacio de Bellas Artes, lo que habla de la importancia de su trayectoria y de su legado. También lo homenajeará, según ha trascendido, la Secretaría de Cultura municipal. Sin embargo, no sé porqué, me quedo con la sensación agria de que, a nivel estatal, no se le aquilató nunca como merecía.

Se fue un grande de los escenarios. También se fue un ejemplo de tenacidad, disciplina y entrega a una profesión. Se fue un artista auténtico.