/ domingo 14 de enero de 2024

Aquí Querétaro | La gentrificación del Centro Histórico

Gentrificación le llaman. Se trata de un término que se aplica ante la transformación de un espacio urbano que modifica los intereses del entorno, tanto económicos como de ocupación, y por tanto, cambia radicalmente los usos y costumbres de un lugar determinado. Gentrificación es, sin duda, lo que ha estado viviendo, o más bien padeciendo, el Centro Histórico de Querétaro en las últimas décadas.

Los intereses económicos, comerciales y turísticos, han provocado que los habitantes del Centro Histórico, que no hace tanto tiempo eran prácticamente todos los de la ciudad, busquen, por comodidad o supervivencia, otro lugar para pasar sus días, y principalmente sus noches. La proliferación de comercios, y sobre todo, de espacios destinados a bares y restaurantes, ha provocado con esos fines la ocupación de las viejas casonas históricas de la capital queretana, o dicho de una manera coloquial y seguramente más adecuada: se las han “agandallado”.

El ruido, los gritos, la muchedumbre y a ratos las peleas y la inseguridad, han ahuyentado a quienes en el centro vivían, y eso, de ninguna manera, es una buena noticia, porque la convivencia entre lo habitacional y lo comercial es tan necesaria para un sociedad como el aire mismo para respirar. Cuando una u otra vocación gana, el espacio urbano se va degenerando y se va convirtiendo en un centro comercial, o lo que seguramente es peor, en una enorme cantina con ofertas para todos los gustos.

Recorriendo casi cualquier calle del Centro Histórico, los queretanos de antaño podemos darnos cuenta que las casas que distinguíamos por sus propietarios, o por sus inquilinos, son ahora tiendas, pasajes comerciales, restaurantes, y por la noche, sobre todo, ruidosos bares.

Así, los queretanos que vivían en el corazón de la ciudad han tenido que emigrar, buscando mejores condiciones de vida, y los que quedan por los rumbos se han ido replegando hacia el río o más allá de la Alameda; hacia Santa Ana o La Cruz; y aún ahí, cada vez con mayor evidencia, corren el riesgo de convivir con establecimientos que, más temprano que tarde, les robarán la tranquilidad.

Me pregunto si esa es la ciudad que queremos, o el Centro Histórico que anhelamos; me pregunto si no estoy callendo en un romanticismo ramplón y en una nostalgia barata que me obliga a pensar que aquellas adoquinadas calles de antaño merecían más la pena que las congestionadas de hoy. Me respondo, quizá con sobrada ingenuidad, que sigo creyendo en las justas medidas, en aquel sabio dicho de que “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

Lo que sí me parece evidente es que las autoridades competentes no han procurado ningún tipo de medida que contenga, aunque sólo sea un poco, esta desaforada ocupación del Centro Histórico queretano; que han dejado solos a sus ex habitantes, y que ha expedido licencias de funcionamiento con total desparpajo, al grado de que hoy la situación parece haber rebasado cualquier medida de control.

Personalmente me gusta una ciudad viva, incluso de noche, pero no a costa de su habitabilidad. Personalmente me gustaría un Centro Histórico al que pudiera ir a comprar una artesanía, o a comer en un restaurante, pero también a visitar a algún habitante. Esto último, me temo, será ya imposible.


Gentrificación le llaman. Se trata de un término que se aplica ante la transformación de un espacio urbano que modifica los intereses del entorno, tanto económicos como de ocupación, y por tanto, cambia radicalmente los usos y costumbres de un lugar determinado. Gentrificación es, sin duda, lo que ha estado viviendo, o más bien padeciendo, el Centro Histórico de Querétaro en las últimas décadas.

Los intereses económicos, comerciales y turísticos, han provocado que los habitantes del Centro Histórico, que no hace tanto tiempo eran prácticamente todos los de la ciudad, busquen, por comodidad o supervivencia, otro lugar para pasar sus días, y principalmente sus noches. La proliferación de comercios, y sobre todo, de espacios destinados a bares y restaurantes, ha provocado con esos fines la ocupación de las viejas casonas históricas de la capital queretana, o dicho de una manera coloquial y seguramente más adecuada: se las han “agandallado”.

El ruido, los gritos, la muchedumbre y a ratos las peleas y la inseguridad, han ahuyentado a quienes en el centro vivían, y eso, de ninguna manera, es una buena noticia, porque la convivencia entre lo habitacional y lo comercial es tan necesaria para un sociedad como el aire mismo para respirar. Cuando una u otra vocación gana, el espacio urbano se va degenerando y se va convirtiendo en un centro comercial, o lo que seguramente es peor, en una enorme cantina con ofertas para todos los gustos.

Recorriendo casi cualquier calle del Centro Histórico, los queretanos de antaño podemos darnos cuenta que las casas que distinguíamos por sus propietarios, o por sus inquilinos, son ahora tiendas, pasajes comerciales, restaurantes, y por la noche, sobre todo, ruidosos bares.

Así, los queretanos que vivían en el corazón de la ciudad han tenido que emigrar, buscando mejores condiciones de vida, y los que quedan por los rumbos se han ido replegando hacia el río o más allá de la Alameda; hacia Santa Ana o La Cruz; y aún ahí, cada vez con mayor evidencia, corren el riesgo de convivir con establecimientos que, más temprano que tarde, les robarán la tranquilidad.

Me pregunto si esa es la ciudad que queremos, o el Centro Histórico que anhelamos; me pregunto si no estoy callendo en un romanticismo ramplón y en una nostalgia barata que me obliga a pensar que aquellas adoquinadas calles de antaño merecían más la pena que las congestionadas de hoy. Me respondo, quizá con sobrada ingenuidad, que sigo creyendo en las justas medidas, en aquel sabio dicho de que “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

Lo que sí me parece evidente es que las autoridades competentes no han procurado ningún tipo de medida que contenga, aunque sólo sea un poco, esta desaforada ocupación del Centro Histórico queretano; que han dejado solos a sus ex habitantes, y que ha expedido licencias de funcionamiento con total desparpajo, al grado de que hoy la situación parece haber rebasado cualquier medida de control.

Personalmente me gusta una ciudad viva, incluso de noche, pero no a costa de su habitabilidad. Personalmente me gustaría un Centro Histórico al que pudiera ir a comprar una artesanía, o a comer en un restaurante, pero también a visitar a algún habitante. Esto último, me temo, será ya imposible.