/ domingo 7 de enero de 2024

Aquí Querétaro | La inseguridad en el Centro Histórico


Me parece que las autoridades de seguridad pública municipal, y también las del orden estatal, están ante un serio problema: el de garantizar la tranquilidad de los habitantes, que aún los hay, y visitantes, que son muchos, del centro histórico de la capital queretana. Cuatro homicidios con arma blanca, más otras agresiones de consecuencias menos graves, en tan solo un año, no pueden minimizarse.

Pero cómo garantizar la seguridad de los queretanos, y de los turistas, sin estigmatizar a un pequeño sector de la población, el más desprotegido, por cierto, que tiene la calle por espacio de trabajo y de vivienda, y que ahí, en los espacios públicos, más que vivir, tan sólo sobrevive; a todos esos que, sin que nadie reclame sus cuerpos, aparecen muertos cualquier día en cualquier baldío; esos que reconocemos como los que viven “en situación de calle”.

Querétaro es una ciudad que ha crecido desproporcionadamente en las últimas décadas y que de ser una apacible población donde soltaban al león a las nueve de la noche se ha convertido en una metrópoli viva y también nocturna, con un desbordado comercio informal, con vendedores de todo en la vía pública, con franeleros que dominan territorio, con personajes tan diversos como la vida misma.

¿Cómo va a actuar hoy la seguridad pública ante la evidente inseguridad creciente? ¿Cómo va a atender los justos reclamos de los comerciantes establecidos que merecen tranquilidad para realizar su trabajo diario? ¿Cómo van a distinguir a los buenos de los malos, sin cargarse algunos primeros creyéndolos segundos? ¿Cómo no van a dejarse llevar, como se llevan tantos, por las apariencias?

Hace unos días, un individuo en aparente “situación de calle” entró en la florería del señor Wuotto, en la antesala del teatro Sol y Luna, en plena calle de Madero, pidiendo dinero y luego tomando una estaca para golpear fuertemente al propietario en la cabeza. Otro día, un personaje de apariencia similar, quizá “peor”, detuvo su acostumbrada labor de limpiaparabrisas para ayudar a una señora del servicio de limpieza que pasaba fatigas para cruzar Ezequiel Montes con su bote con ruedas. Dos casos, dos, en donde las apariencias eran las mismas.

El centro histórico de nuestra ciudad ya no es tan tranquilo como lo conocimos quienes aquí nacimos hace décadas; hoy la tragedia o la grata sorpresa pueden esconderse tras cualquier esquina, en cualquier banca de jardín, en cualquier banqueta adoquinada. Descubrir con antelación lo uno o lo otro es una tarea compleja que tiene que abordarse con firmeza e inteligencia. Y quizá no sea esta tarea exclusiva de la policía. Habría que explorar nuevas formas para garantizar la tranquilidad y la paz, atendiendo un fenómeno que solemos ignorar a diario.


Me parece que las autoridades de seguridad pública municipal, y también las del orden estatal, están ante un serio problema: el de garantizar la tranquilidad de los habitantes, que aún los hay, y visitantes, que son muchos, del centro histórico de la capital queretana. Cuatro homicidios con arma blanca, más otras agresiones de consecuencias menos graves, en tan solo un año, no pueden minimizarse.

Pero cómo garantizar la seguridad de los queretanos, y de los turistas, sin estigmatizar a un pequeño sector de la población, el más desprotegido, por cierto, que tiene la calle por espacio de trabajo y de vivienda, y que ahí, en los espacios públicos, más que vivir, tan sólo sobrevive; a todos esos que, sin que nadie reclame sus cuerpos, aparecen muertos cualquier día en cualquier baldío; esos que reconocemos como los que viven “en situación de calle”.

Querétaro es una ciudad que ha crecido desproporcionadamente en las últimas décadas y que de ser una apacible población donde soltaban al león a las nueve de la noche se ha convertido en una metrópoli viva y también nocturna, con un desbordado comercio informal, con vendedores de todo en la vía pública, con franeleros que dominan territorio, con personajes tan diversos como la vida misma.

¿Cómo va a actuar hoy la seguridad pública ante la evidente inseguridad creciente? ¿Cómo va a atender los justos reclamos de los comerciantes establecidos que merecen tranquilidad para realizar su trabajo diario? ¿Cómo van a distinguir a los buenos de los malos, sin cargarse algunos primeros creyéndolos segundos? ¿Cómo no van a dejarse llevar, como se llevan tantos, por las apariencias?

Hace unos días, un individuo en aparente “situación de calle” entró en la florería del señor Wuotto, en la antesala del teatro Sol y Luna, en plena calle de Madero, pidiendo dinero y luego tomando una estaca para golpear fuertemente al propietario en la cabeza. Otro día, un personaje de apariencia similar, quizá “peor”, detuvo su acostumbrada labor de limpiaparabrisas para ayudar a una señora del servicio de limpieza que pasaba fatigas para cruzar Ezequiel Montes con su bote con ruedas. Dos casos, dos, en donde las apariencias eran las mismas.

El centro histórico de nuestra ciudad ya no es tan tranquilo como lo conocimos quienes aquí nacimos hace décadas; hoy la tragedia o la grata sorpresa pueden esconderse tras cualquier esquina, en cualquier banca de jardín, en cualquier banqueta adoquinada. Descubrir con antelación lo uno o lo otro es una tarea compleja que tiene que abordarse con firmeza e inteligencia. Y quizá no sea esta tarea exclusiva de la policía. Habría que explorar nuevas formas para garantizar la tranquilidad y la paz, atendiendo un fenómeno que solemos ignorar a diario.