/ domingo 28 de enero de 2024

Aquí Querétaro | La pesadilla de la 57

A veces me pregunto si no soy demasiado alarmista al referirme a la carretera 57; si no baso mi opinión en hechos aislados que aparecen en las noticias, un día sí y otro también, sobre hechos violentos, o accidentes terribles, o atascos eternos. El hecho es que la carretera 57, en su tramo México-Querétaro, que es el más transitado del país, se ha vuelto para mí, y creo que para muchos, en una auténtica trampa cotidiana, plagada de sorpresas desagradables.

Ha pasado demasiado tiempo de esos años en los que uno podía prever la hora de llegada a la Ciudad de México de acuerdo a la de la partida desde la capital queretana; una evidente distancia entre aquella travesía otrora “normal” a las constantes aventuras y pesadillas que hoy se viven por esa vía rápida. Nadie puede asegurar actualmente la duración de un viaje entre ambas ciudades.

La México-Querétaro es una carretera en constante y eterno arreglo; si no es en el Estado de México lo será en Hidalgo, y si no, en Querétaro; se trata de una vía rápida que siempre deja de serlo ante los permanentes arreglos que se le hacen aquí y allá, de noche y de día, con prisa o sin ella.

La abrumadora utilización de la carretera por camiones de grandes dimensiones, pipas con contenidos peligrosos y trailers de doble cabina a toda velocidad, la han convertido en la más peligrosa de todo el país. No parece haber mesura ni control para estos transportes que van ganándole tiempo al tiempo en una carrera que, algunas veces, termina en tragedia.

Y ahora, claro está, la nueva modalidad de los asaltos a mano armada. Lo mismo al interior de autobuses de pasajeros, que en vehículos y con armas largas, el robo violento se está haciendo ya una costumbre donde la vida parece no valer nada.

El crimen organizado, los traileros y las obras sin fin han hecho de la 57 una pesadilla que tienen que asumir miles de personas a diario. Declaraciones van y vienen, pero las acciones concretas para evitarla, o aminorarla, no aparecen puntuales, firmes, contundentes, como si la simulación, ésa que envuelve sin remedio a la política mexicana, también se hubiese adueñado de algo tan serio y costoso como la vida humana.

Acaso, como decía, soy demasiado alarmista. Quizá así sea. Tal vez la pesadilla no sea tanta y acabemos por acostumbrarnos a las obras, a las velocidades sin freno y sin castigo, y al crimen impune.

Mirando las cosas con optimismo, a lo mejor nuestra carretera no sea un reflejo del país en el que hoy vivimos.


A veces me pregunto si no soy demasiado alarmista al referirme a la carretera 57; si no baso mi opinión en hechos aislados que aparecen en las noticias, un día sí y otro también, sobre hechos violentos, o accidentes terribles, o atascos eternos. El hecho es que la carretera 57, en su tramo México-Querétaro, que es el más transitado del país, se ha vuelto para mí, y creo que para muchos, en una auténtica trampa cotidiana, plagada de sorpresas desagradables.

Ha pasado demasiado tiempo de esos años en los que uno podía prever la hora de llegada a la Ciudad de México de acuerdo a la de la partida desde la capital queretana; una evidente distancia entre aquella travesía otrora “normal” a las constantes aventuras y pesadillas que hoy se viven por esa vía rápida. Nadie puede asegurar actualmente la duración de un viaje entre ambas ciudades.

La México-Querétaro es una carretera en constante y eterno arreglo; si no es en el Estado de México lo será en Hidalgo, y si no, en Querétaro; se trata de una vía rápida que siempre deja de serlo ante los permanentes arreglos que se le hacen aquí y allá, de noche y de día, con prisa o sin ella.

La abrumadora utilización de la carretera por camiones de grandes dimensiones, pipas con contenidos peligrosos y trailers de doble cabina a toda velocidad, la han convertido en la más peligrosa de todo el país. No parece haber mesura ni control para estos transportes que van ganándole tiempo al tiempo en una carrera que, algunas veces, termina en tragedia.

Y ahora, claro está, la nueva modalidad de los asaltos a mano armada. Lo mismo al interior de autobuses de pasajeros, que en vehículos y con armas largas, el robo violento se está haciendo ya una costumbre donde la vida parece no valer nada.

El crimen organizado, los traileros y las obras sin fin han hecho de la 57 una pesadilla que tienen que asumir miles de personas a diario. Declaraciones van y vienen, pero las acciones concretas para evitarla, o aminorarla, no aparecen puntuales, firmes, contundentes, como si la simulación, ésa que envuelve sin remedio a la política mexicana, también se hubiese adueñado de algo tan serio y costoso como la vida humana.

Acaso, como decía, soy demasiado alarmista. Quizá así sea. Tal vez la pesadilla no sea tanta y acabemos por acostumbrarnos a las obras, a las velocidades sin freno y sin castigo, y al crimen impune.

Mirando las cosas con optimismo, a lo mejor nuestra carretera no sea un reflejo del país en el que hoy vivimos.