/ domingo 17 de diciembre de 2023

Aquí Querétaro | Luis Alberto Arellano


Hace siete años que dejó de producir literatura una de las plumas más importantes que ha dado Querétaro, y también, dejó de existir un personaje que iluminó el mundo cultural queretano con inteligencia, sentido del humor, y una ironía ácida y demoledora.

Luis Alberto Arellano, “El Gordo” como lo conocían sus amigos, murió a los muy tempranos cuarenta años, el 15 de diciembre del 2006, en esta misma ciudad que lo vio nacer; para entonces era ya un poeta consolidado y respetado, con traducción de su obra a varios idiomas y con publicaciones en diversas partes del mundo; era ya, incluso, un maestro y un guía para una nueva generación de escritores.

Además de poeta, “El Gordo” fue editor, ensayista, traductor y maestro, becario en dos modalidades del programa de estímulos a la creación artística y miembro también del programa de jóvenes creadores del Fondo Nacional de Creadores Artísticos, el FONCA.

Lo conocí cuando todavía no fenecía el siglo XX y él era aún muy joven; acaso entonces contaba con cierta inocencia para hacer política, pero iba de la mano de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, del que era amigo entrañable, quien ya tenía por entonces un larguísimo colmillo para esos menesteres. Juntos, el sarcasmo adquiría dimensiones mayúsculas, porque iba acompañado de inteligencia, claridad de ideas y formación sólida.

Quizá podría enumerar muchos de los proyectos en los que Luis Alberto fue pieza fundamental, y que viví de cerca, pero quiero tan solo centrarme en dos. El primero fue la publicación, en el 2003, de una antología de poetas queretanos que vio la luz, editada por el Fondo Editorial de Querétaro, con el nombre de “Esos que no hablan, pero están”. Los que conocen los entretelares del mundillo cultural queretano, y muy particularmente el del mundillo literario, sabrán que siempre será una osadía atreverse a escudriñar en la labor poética de los pares, y de los no tan pares, para seleccionar lo mejor, sobre todo cuando quien lo hace es un par de jovenzuelos intrépidos como entonces lo eran Román Luján y Luis Alberto.

El segundo fue la creación, en el desaparecido Centro de Formación Artística y Cultural, el CEFAC (cuantas cosas que funcionaban han ido desapareciendo en el ámbito cultural oficial queretano), del llamado Seminario de Creación Literaria, del que “El Gordo” fue corazón y sostén, con la compañía, en sus inicios, de Luis Enrique Gutiérrez, el maestro Arturo Santana, José Manuel Velázquez, y hasta el mismísimo Ignacio Padilla.

La última vez que lo ví fue una tarde en la que tropezamos en la calle de Balvanera; caminamos juntos unos metros, hasta la esquina con Guerrero, tiempo suficiente para notarlo mucho más sereno que en aquella transición de siglos, pero con la misma ironía a flor de piel para describir el acontecer queretano.

El pasado viernes, justo en un aniversario más de su muerte, le rindieron un sentido homenaje en la Galería Libertad; lo organizaron sus alumnos, sus amigos, aquellos que lo recuerdan vivamente. Hay personajes que siempre harán falta.



Hace siete años que dejó de producir literatura una de las plumas más importantes que ha dado Querétaro, y también, dejó de existir un personaje que iluminó el mundo cultural queretano con inteligencia, sentido del humor, y una ironía ácida y demoledora.

Luis Alberto Arellano, “El Gordo” como lo conocían sus amigos, murió a los muy tempranos cuarenta años, el 15 de diciembre del 2006, en esta misma ciudad que lo vio nacer; para entonces era ya un poeta consolidado y respetado, con traducción de su obra a varios idiomas y con publicaciones en diversas partes del mundo; era ya, incluso, un maestro y un guía para una nueva generación de escritores.

Además de poeta, “El Gordo” fue editor, ensayista, traductor y maestro, becario en dos modalidades del programa de estímulos a la creación artística y miembro también del programa de jóvenes creadores del Fondo Nacional de Creadores Artísticos, el FONCA.

Lo conocí cuando todavía no fenecía el siglo XX y él era aún muy joven; acaso entonces contaba con cierta inocencia para hacer política, pero iba de la mano de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, del que era amigo entrañable, quien ya tenía por entonces un larguísimo colmillo para esos menesteres. Juntos, el sarcasmo adquiría dimensiones mayúsculas, porque iba acompañado de inteligencia, claridad de ideas y formación sólida.

Quizá podría enumerar muchos de los proyectos en los que Luis Alberto fue pieza fundamental, y que viví de cerca, pero quiero tan solo centrarme en dos. El primero fue la publicación, en el 2003, de una antología de poetas queretanos que vio la luz, editada por el Fondo Editorial de Querétaro, con el nombre de “Esos que no hablan, pero están”. Los que conocen los entretelares del mundillo cultural queretano, y muy particularmente el del mundillo literario, sabrán que siempre será una osadía atreverse a escudriñar en la labor poética de los pares, y de los no tan pares, para seleccionar lo mejor, sobre todo cuando quien lo hace es un par de jovenzuelos intrépidos como entonces lo eran Román Luján y Luis Alberto.

El segundo fue la creación, en el desaparecido Centro de Formación Artística y Cultural, el CEFAC (cuantas cosas que funcionaban han ido desapareciendo en el ámbito cultural oficial queretano), del llamado Seminario de Creación Literaria, del que “El Gordo” fue corazón y sostén, con la compañía, en sus inicios, de Luis Enrique Gutiérrez, el maestro Arturo Santana, José Manuel Velázquez, y hasta el mismísimo Ignacio Padilla.

La última vez que lo ví fue una tarde en la que tropezamos en la calle de Balvanera; caminamos juntos unos metros, hasta la esquina con Guerrero, tiempo suficiente para notarlo mucho más sereno que en aquella transición de siglos, pero con la misma ironía a flor de piel para describir el acontecer queretano.

El pasado viernes, justo en un aniversario más de su muerte, le rindieron un sentido homenaje en la Galería Libertad; lo organizaron sus alumnos, sus amigos, aquellos que lo recuerdan vivamente. Hay personajes que siempre harán falta.