/ viernes 1 de marzo de 2024

Contraluz | Campañas 


Por fin inician hoy las campañas electorales de lo que será la jornada electoral más grande de nuestra historia pues el próximo 2 de junio se celebrarán elecciones federales y la concurrencia de las 32 entidades federativas en las que 98 millones de mexicanos seremos llamados a las urnas.

Como se sabe, el INE dio el banderazo de arranque formal al proceso electoral 2023-2024 el 7 de septiembre de 2023. En estas elecciones se renovará, entre otros cargos, la Presidencia de México, así como ocho gubernaturas del país, la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX), y el Poder Legislativo federal.

Como parte del proceso electoral, las precampañas se llevaron a cabo del 20 de noviembre de 2023 al 18 de enero de 2024.

Realizados los registros respectivos entre el pasado 15 de febrero y ayer; hoy inician formalmente las campañas.

La paulatinas y graduales reformas en materia electoral vienen por fortuna ya de lejos cuando, hace más de 50 años el sistema de partido único entreabrió algunas rejillas y permitió alguna representación real en el legislativo, a las minorías opositoras.

Ciertamente, a lo largo de casi cien años de historia electoral se pudo impulsar la participación de candidaturas independientes —Juan Almazán en 1940, Ezequiel Padilla en 1946 y Miguel Henríquez en 1952— y la generación de auténticos partidos políticos, sin embargo 85 años de partido hegemónico cuestionan la auténtica promoción de vida democrática y parecen dar la razón a quienes hablaron de “dictadura perfecta”.

Aunque en nuestro país puede identificarse a los partidos políticos desde la segunda mitad del siglo XIX, lejos estaban de considerarse organizaciones políticas bien constituidas. Eran facciones que obedecían a distintas líneas ideológicas que propugnaban por el poder: liberales, monarquistas, conservadores, moderados, etcétera, algunas de ellas sustentados en cofradías secretas que venían desde fines del siglo XVIII y que tenían indudable influencia.

En el porfiriato no hubo formación real de organizaciones políticas o de facciones novedosas, simplemente la mayoría de oligarcas, aristócratas y burócratas apoyaba al régimen, e incluso se buscó desde entonces generar un partido fuerte para institucionalizarlo y mantener el estatus de las clases más solventes.

Pero el cansancio y la arrogancia fueron malos compañeros y ya en 1908 se formaron grupos representativos de la ciudadanía, pero sin adecuada estructura y carentes de capacidad de trasmisión, con alguna excepción como la formación del Partido Comunista fundado en 1919.

En la Ley Electoral de 1911 se reconoció la existencia jurídica a los partidos que, para constituirse, debían celebrar una asamblea de 100 ciudadanos, en la que aprobaran un programa político y de gobierno; así mismo, elegir una junta que ostentara la representación del partido. En 1918 y hasta1946 se actualizó la Ley Electoral que se caracterizó por la ausencia de restricciones tanto para la formación de partidos políticos como para su participación en los comicios. Los partidos no requerían ningún tipo de registro oficial ni autorización para nominar candidatos en las elecciones nacionales o locales. Se admitía la existencia de partidos regionales o locales y se permitía la participación de candidatos independientes. Si bien estaba regulada la participación de los partidos en la organización o supervisión de los comicios, se trataba de reglas mínimas que no implicaron barrera alguna. Pero esa laxitud de la norma no era en absoluto garantía de elecciones libres y democráticas.

Para finales de los años 1920 la mayoría de los partidos habían desparecido. Y los que subsistieron se unieron para conformar, en 1929, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), establecido por la vencedora coalición revolucionaria encabezada por Plutarco Elías Calles. Lo que más tarde sería el partido oficial y el núcleo del sistema de partido hegemónico, nacía de un acuerdo entre élites.

Fue así como durante décadas el partido único dominó la vida política de México, transformándose en 1938 en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y más tarde, en 1946 en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), consolidando el acuerdo entre las diferentes facciones revolucionarias y creando una institución formal, con el potencial suficiente para dirimir conflictos y administrar la competencia por el poder. Aun cuando en los años 30 se formaron otros partidos políticos, a excepción del Partido Acción Nacional (PAN), la mayor parte demostraron ser organizaciones efímeras con el único propósito de nominar algún candidato presidencial, contrario al candidato oficial. Gracias al diseño de una estructura desigual de acceso y distribución del poder, controlada por el Ejecutivo, fue posible la construcción y reproducción del partido hegemónico. Aunque de manera gradual se fueron abriendo las puertas a la representación de otros partidos, el sistema de partido hegemónico encontró su fundamento en una legislación que permitió al Ejecutivo y su partido, la autoridad suficiente para tomar las decisiones que definían las oportunidades de acceso al poder.

Dos instrumentos de control se introducen con la Ley Electoral de 1946, a través de los cuales se regula el número y tipo de partidos admitidos en el proceso electoral. El primero fue el endurecimiento de los requisitos para obtener el registro como partido político, pues se pasó de un sistema con bajísimas barreras a uno que exigía la afiliación de 10 mil ciudadanos. El segundo consistió en otorgar a la Secretaría de Gobernación la facultad de conceder certificados de registro a los partidos y decretar su cancelación temporal o definitiva, cuando, a su juicio, no se cumplieran los requisitos legales. Años más tarde, con la reforma de 1963 se modificaron los artículos 54 y 63 constitucionales precisando las bases del régimen de diputados de partido, y por primera vez, se hace referencia a los partidos políticos sin determinar su naturaleza, funciones y fines. Durante los foros de consulta desarrollados con el objeto de delinear los contornos de la reforma política, se planteó la necesidad de ofrecer una regulación constitucional más completa. En 1977 se adicionó el artículo 41 constitucional y se incorporó a los partidos políticos. Los partidos políticos constituyeron una realidad regulada en la legislación electoral durante muchos años, pero sin referencia expresa a ellos en la Constitución, como ocurrió en muchos países en los que fue usual omitir estas organizaciones políticas, las cuales se estimaban, en muchos casos, como un mal necesario para el proceso democrático.

El ciclo iniciado, en 1977, a través del marco de la reforma política que incorporó en la constitución la noción de partido político como entidad de interés público y, en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) que de manera paulatina permitió la inclusión de muy diversas expresiones políticas en la boleta electoral, intentando representar a una sociedad compleja, diversificada, masiva y hasta contradictoria. Parte de la consolidación de los partidos políticos fue el incremento del número de asambleas y de militantes requeridos para el registro de partidos, así como el porcentaje de votos para la conservación del registro.

Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, aguas más o menos cristalinas a veces, aguas revueltas también.

Quedaron atrás los tiempos de parques, caminos y alamedas vandalizados con las iniciales de los candidatos. En los cerros y montes ya no se hacen grandes pintas con cal con ocurría por ejemplo con el Cimatario que en cada época electoral mostraba antiecológico letrero de –por ejemplo- “Querétaro con López Mateos”.

Los parques, portales y jardines también dejaron de ser escenarios de donde se exhibían carteles pegados con engrudo de los grandes próceres que nos gobernarían…

Los procesos se fueron afinando. Tomaron medios más sutiles. Encontraron nuevas vías de propaganda en las nuevas tecnologías. Las discusiones de café se alejaron de ideologías, plataformas, doctrinas y alegatos fundamentales y se acercaron más a las imágenes reiteradas, a las frases repetidas como en letanías, a las recomendaciones de expertos mercantilistas y a la difusión de encuestas, se sabe, muchas hechas a la medida del pagador.

En fin, inician hoy las campañas. Habrá qué ser pacientes, pero no complacientes.

Y prepararse para participar en la gran jornada del próximo 2 de junio que será crucial.


Por fin inician hoy las campañas electorales de lo que será la jornada electoral más grande de nuestra historia pues el próximo 2 de junio se celebrarán elecciones federales y la concurrencia de las 32 entidades federativas en las que 98 millones de mexicanos seremos llamados a las urnas.

Como se sabe, el INE dio el banderazo de arranque formal al proceso electoral 2023-2024 el 7 de septiembre de 2023. En estas elecciones se renovará, entre otros cargos, la Presidencia de México, así como ocho gubernaturas del país, la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México (CDMX), y el Poder Legislativo federal.

Como parte del proceso electoral, las precampañas se llevaron a cabo del 20 de noviembre de 2023 al 18 de enero de 2024.

Realizados los registros respectivos entre el pasado 15 de febrero y ayer; hoy inician formalmente las campañas.

La paulatinas y graduales reformas en materia electoral vienen por fortuna ya de lejos cuando, hace más de 50 años el sistema de partido único entreabrió algunas rejillas y permitió alguna representación real en el legislativo, a las minorías opositoras.

Ciertamente, a lo largo de casi cien años de historia electoral se pudo impulsar la participación de candidaturas independientes —Juan Almazán en 1940, Ezequiel Padilla en 1946 y Miguel Henríquez en 1952— y la generación de auténticos partidos políticos, sin embargo 85 años de partido hegemónico cuestionan la auténtica promoción de vida democrática y parecen dar la razón a quienes hablaron de “dictadura perfecta”.

Aunque en nuestro país puede identificarse a los partidos políticos desde la segunda mitad del siglo XIX, lejos estaban de considerarse organizaciones políticas bien constituidas. Eran facciones que obedecían a distintas líneas ideológicas que propugnaban por el poder: liberales, monarquistas, conservadores, moderados, etcétera, algunas de ellas sustentados en cofradías secretas que venían desde fines del siglo XVIII y que tenían indudable influencia.

En el porfiriato no hubo formación real de organizaciones políticas o de facciones novedosas, simplemente la mayoría de oligarcas, aristócratas y burócratas apoyaba al régimen, e incluso se buscó desde entonces generar un partido fuerte para institucionalizarlo y mantener el estatus de las clases más solventes.

Pero el cansancio y la arrogancia fueron malos compañeros y ya en 1908 se formaron grupos representativos de la ciudadanía, pero sin adecuada estructura y carentes de capacidad de trasmisión, con alguna excepción como la formación del Partido Comunista fundado en 1919.

En la Ley Electoral de 1911 se reconoció la existencia jurídica a los partidos que, para constituirse, debían celebrar una asamblea de 100 ciudadanos, en la que aprobaran un programa político y de gobierno; así mismo, elegir una junta que ostentara la representación del partido. En 1918 y hasta1946 se actualizó la Ley Electoral que se caracterizó por la ausencia de restricciones tanto para la formación de partidos políticos como para su participación en los comicios. Los partidos no requerían ningún tipo de registro oficial ni autorización para nominar candidatos en las elecciones nacionales o locales. Se admitía la existencia de partidos regionales o locales y se permitía la participación de candidatos independientes. Si bien estaba regulada la participación de los partidos en la organización o supervisión de los comicios, se trataba de reglas mínimas que no implicaron barrera alguna. Pero esa laxitud de la norma no era en absoluto garantía de elecciones libres y democráticas.

Para finales de los años 1920 la mayoría de los partidos habían desparecido. Y los que subsistieron se unieron para conformar, en 1929, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), establecido por la vencedora coalición revolucionaria encabezada por Plutarco Elías Calles. Lo que más tarde sería el partido oficial y el núcleo del sistema de partido hegemónico, nacía de un acuerdo entre élites.

Fue así como durante décadas el partido único dominó la vida política de México, transformándose en 1938 en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y más tarde, en 1946 en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), consolidando el acuerdo entre las diferentes facciones revolucionarias y creando una institución formal, con el potencial suficiente para dirimir conflictos y administrar la competencia por el poder. Aun cuando en los años 30 se formaron otros partidos políticos, a excepción del Partido Acción Nacional (PAN), la mayor parte demostraron ser organizaciones efímeras con el único propósito de nominar algún candidato presidencial, contrario al candidato oficial. Gracias al diseño de una estructura desigual de acceso y distribución del poder, controlada por el Ejecutivo, fue posible la construcción y reproducción del partido hegemónico. Aunque de manera gradual se fueron abriendo las puertas a la representación de otros partidos, el sistema de partido hegemónico encontró su fundamento en una legislación que permitió al Ejecutivo y su partido, la autoridad suficiente para tomar las decisiones que definían las oportunidades de acceso al poder.

Dos instrumentos de control se introducen con la Ley Electoral de 1946, a través de los cuales se regula el número y tipo de partidos admitidos en el proceso electoral. El primero fue el endurecimiento de los requisitos para obtener el registro como partido político, pues se pasó de un sistema con bajísimas barreras a uno que exigía la afiliación de 10 mil ciudadanos. El segundo consistió en otorgar a la Secretaría de Gobernación la facultad de conceder certificados de registro a los partidos y decretar su cancelación temporal o definitiva, cuando, a su juicio, no se cumplieran los requisitos legales. Años más tarde, con la reforma de 1963 se modificaron los artículos 54 y 63 constitucionales precisando las bases del régimen de diputados de partido, y por primera vez, se hace referencia a los partidos políticos sin determinar su naturaleza, funciones y fines. Durante los foros de consulta desarrollados con el objeto de delinear los contornos de la reforma política, se planteó la necesidad de ofrecer una regulación constitucional más completa. En 1977 se adicionó el artículo 41 constitucional y se incorporó a los partidos políticos. Los partidos políticos constituyeron una realidad regulada en la legislación electoral durante muchos años, pero sin referencia expresa a ellos en la Constitución, como ocurrió en muchos países en los que fue usual omitir estas organizaciones políticas, las cuales se estimaban, en muchos casos, como un mal necesario para el proceso democrático.

El ciclo iniciado, en 1977, a través del marco de la reforma política que incorporó en la constitución la noción de partido político como entidad de interés público y, en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE) que de manera paulatina permitió la inclusión de muy diversas expresiones políticas en la boleta electoral, intentando representar a una sociedad compleja, diversificada, masiva y hasta contradictoria. Parte de la consolidación de los partidos políticos fue el incremento del número de asambleas y de militantes requeridos para el registro de partidos, así como el porcentaje de votos para la conservación del registro.

Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces, aguas más o menos cristalinas a veces, aguas revueltas también.

Quedaron atrás los tiempos de parques, caminos y alamedas vandalizados con las iniciales de los candidatos. En los cerros y montes ya no se hacen grandes pintas con cal con ocurría por ejemplo con el Cimatario que en cada época electoral mostraba antiecológico letrero de –por ejemplo- “Querétaro con López Mateos”.

Los parques, portales y jardines también dejaron de ser escenarios de donde se exhibían carteles pegados con engrudo de los grandes próceres que nos gobernarían…

Los procesos se fueron afinando. Tomaron medios más sutiles. Encontraron nuevas vías de propaganda en las nuevas tecnologías. Las discusiones de café se alejaron de ideologías, plataformas, doctrinas y alegatos fundamentales y se acercaron más a las imágenes reiteradas, a las frases repetidas como en letanías, a las recomendaciones de expertos mercantilistas y a la difusión de encuestas, se sabe, muchas hechas a la medida del pagador.

En fin, inician hoy las campañas. Habrá qué ser pacientes, pero no complacientes.

Y prepararse para participar en la gran jornada del próximo 2 de junio que será crucial.