/ martes 6 de noviembre de 2018

A star is born

El libro de cabecera

En 1937 la protagonizaron Janet Gaynor y Fredric March, bajo la dirección de William A. Wellman y Jack Conway. En 1954 fue el turno de la enorme Judy Garland al lado de James Mason para llevar a la pantalla una adaptación musical. Para 1976, la versión de Barbra Streisand (hay que escucharla cantar “Evergreen”) y Kris Kristofferson, bajo la dirección de Frank Pierson, serían aclamados por la nueva adaptación. Pero en la era de la nostalgía, de la falta de creatividad y en la que todo mundo puede ser director, tenemos una cuarta adaptación de A star is born protagonizada por Lady Gaga y Bradley Cooper quien, con más ahínco que eficiencia, se atrevió a dirigir también siendo éste su primer largometraje en el papel de director.

Ha nacido una estrella (A star is born, 2018) es una película que fue intensamente promocionada tanto en redes sociales como en los tradicionales cortos (hoy llamados tráilers). Va de un famoso rockero en decadencia por culpa de su adicción al alcohol y las drogas, ve cómo su carrera se apaga, mientras que la de su mujer, una chica que conoce en un bar después de un concierto, alza el vuelo. El final es predecible.

La magia de la versión de 1976 se debió a dos factores: el guión de Robert Carson y la estupenda Joan Didion, y por la soberbia actuación de Barbra Streisand secundada por el carisma de un Kris Kristofferson sublime. Esa magia ha desaparecido, fue sustituida por una propuesta pretensiosa, una torpe colección iconográfica que rinden tributo a la persona del director y a la carrera de la estrella pop del momento, a costa de una buena idea pero a favor de millones de dólares. No se podía esperar menos de un director novato. Veamos:

¿Qué pasó ayer?

Uno de los síntomas que delatan a los malos o novatos directores es que no utilizan a su favor las referencias o simbolos para manifestar el espacio y tiempo en donde se desarrolla su historia. La película inicia con un concierto de rock, con un estilo grunge similar al Audioslave del fallecido Chris Cornell, en un escenario que puede ser prácticamente cualquier territorio de los EEUU. Aunque se hace referencia a Arizona, luego a Memphis –en un guiño pretensioso y torpe hacia la referencia de Elvis Presley– toca al lector deducir que se trata de la ciudad de Los Angeles, quedando de manifiesto esto por la celebración de la entrega de premios Grammy en la que, obviamente, saldrá ganadora el personaje de Lady Gaga. Supongo que a Cooper le costó mucho trabajo hacer un plano abierto de las letras de Hollywood al inicio de la película, por lo menos.

¿En dónde pasó?

Un sonido grunge, que después se decanta por el sonido country, pero que repentinamente se tuerce hacia el rock clásico de Memphis, pretendiendo establecer referencia simplistas y chocantes con Bruce Springsteen (observe, caro lector, la escena del tributo a Roy Orbison y el rol del personaje de Cooper) nos ubican en un revoltijo de referencias y estilos que no acaban de concretarse. Si volteamos al personaje de Lady Gaga la cosa se complica: viste playeras de Yes, escucha a Joni Mitchell, a Carole King (la portada del Tapestry está pegada en una pared de la habitación del personaje, lo que nos hace imaginar que la historia se desarrolla en los setenta), viste como Janis Joplin… ¡Pero acabará cantando como Lady Gaga!

¡Es el guión, estúpido!

El mismo Cooper, junto con otros tres colaboradores, son los culpables de haber hecho del guión una colección inútil e inacabada de lugares comunes. El personaje de Cooper es adicto al alcohol y a la cocaína. Sabemos que en las adicciones, las patologías, el terror y lo erótico las explicaciones sobran para favorecer a la trama. No obstante, aquí se presenta una justificación: la muerte del padre del personaje quien, tras una escena tan larga como cursi, descubre que su padre no es quien él creía, por lo que más que justificación se antoja como el pretexto idóneo para la farra. Asimismo, el personaje de Gaga tiene una referencia hacia la imagen de la madre, la cual, por omisión, descuido o torpeza, no vuelve a mencionarse nunca. Lo más grave de esto es una historia que se sugiere pero que no se cuenta: el personaje de Gaga, como ya dijimos, con influencias de Mitchell, King, Yes, entra al mundo del espectáculo cantando música pop que a ella no le gusta, pero que, por indicaciones directas del productor que la ‘descubre’, tiene que ejecutar. Se espera entonces un conflicto entre el personaje de Gaga y el de Cooper, y con el mismo productor. Pero no. Gaga terminará bailando el nitro pop tipo Max Martin que tantos millones de dólares le ha dado, así como lo hiciera Britney Spears hace ya veinte años.

Aunque estará en varias nominaciones para los Oscar 2019 (mejor dirección –a Hollywood le encanta los actores que dirigen–, mejor actriz, mejor canción original), A star is born es un pastiche pretensioso, engaña novatos, dirigido a consolidar la carrera de Cooper (quien, por cierto, a pesar de su adicción se ve estupendamente maquillado en toda la película) y atraer más gente a la ceremonia con la nominación de Gaga quien, si bien no le falta talento, sigue siendo el truco más sobrevalorado, solo después del producto llamado Lana del Rey, uno de mis gustos culposos.

@doctorsimulacro


En 1937 la protagonizaron Janet Gaynor y Fredric March, bajo la dirección de William A. Wellman y Jack Conway. En 1954 fue el turno de la enorme Judy Garland al lado de James Mason para llevar a la pantalla una adaptación musical. Para 1976, la versión de Barbra Streisand (hay que escucharla cantar “Evergreen”) y Kris Kristofferson, bajo la dirección de Frank Pierson, serían aclamados por la nueva adaptación. Pero en la era de la nostalgía, de la falta de creatividad y en la que todo mundo puede ser director, tenemos una cuarta adaptación de A star is born protagonizada por Lady Gaga y Bradley Cooper quien, con más ahínco que eficiencia, se atrevió a dirigir también siendo éste su primer largometraje en el papel de director.

Ha nacido una estrella (A star is born, 2018) es una película que fue intensamente promocionada tanto en redes sociales como en los tradicionales cortos (hoy llamados tráilers). Va de un famoso rockero en decadencia por culpa de su adicción al alcohol y las drogas, ve cómo su carrera se apaga, mientras que la de su mujer, una chica que conoce en un bar después de un concierto, alza el vuelo. El final es predecible.

La magia de la versión de 1976 se debió a dos factores: el guión de Robert Carson y la estupenda Joan Didion, y por la soberbia actuación de Barbra Streisand secundada por el carisma de un Kris Kristofferson sublime. Esa magia ha desaparecido, fue sustituida por una propuesta pretensiosa, una torpe colección iconográfica que rinden tributo a la persona del director y a la carrera de la estrella pop del momento, a costa de una buena idea pero a favor de millones de dólares. No se podía esperar menos de un director novato. Veamos:

¿Qué pasó ayer?

Uno de los síntomas que delatan a los malos o novatos directores es que no utilizan a su favor las referencias o simbolos para manifestar el espacio y tiempo en donde se desarrolla su historia. La película inicia con un concierto de rock, con un estilo grunge similar al Audioslave del fallecido Chris Cornell, en un escenario que puede ser prácticamente cualquier territorio de los EEUU. Aunque se hace referencia a Arizona, luego a Memphis –en un guiño pretensioso y torpe hacia la referencia de Elvis Presley– toca al lector deducir que se trata de la ciudad de Los Angeles, quedando de manifiesto esto por la celebración de la entrega de premios Grammy en la que, obviamente, saldrá ganadora el personaje de Lady Gaga. Supongo que a Cooper le costó mucho trabajo hacer un plano abierto de las letras de Hollywood al inicio de la película, por lo menos.

¿En dónde pasó?

Un sonido grunge, que después se decanta por el sonido country, pero que repentinamente se tuerce hacia el rock clásico de Memphis, pretendiendo establecer referencia simplistas y chocantes con Bruce Springsteen (observe, caro lector, la escena del tributo a Roy Orbison y el rol del personaje de Cooper) nos ubican en un revoltijo de referencias y estilos que no acaban de concretarse. Si volteamos al personaje de Lady Gaga la cosa se complica: viste playeras de Yes, escucha a Joni Mitchell, a Carole King (la portada del Tapestry está pegada en una pared de la habitación del personaje, lo que nos hace imaginar que la historia se desarrolla en los setenta), viste como Janis Joplin… ¡Pero acabará cantando como Lady Gaga!

¡Es el guión, estúpido!

El mismo Cooper, junto con otros tres colaboradores, son los culpables de haber hecho del guión una colección inútil e inacabada de lugares comunes. El personaje de Cooper es adicto al alcohol y a la cocaína. Sabemos que en las adicciones, las patologías, el terror y lo erótico las explicaciones sobran para favorecer a la trama. No obstante, aquí se presenta una justificación: la muerte del padre del personaje quien, tras una escena tan larga como cursi, descubre que su padre no es quien él creía, por lo que más que justificación se antoja como el pretexto idóneo para la farra. Asimismo, el personaje de Gaga tiene una referencia hacia la imagen de la madre, la cual, por omisión, descuido o torpeza, no vuelve a mencionarse nunca. Lo más grave de esto es una historia que se sugiere pero que no se cuenta: el personaje de Gaga, como ya dijimos, con influencias de Mitchell, King, Yes, entra al mundo del espectáculo cantando música pop que a ella no le gusta, pero que, por indicaciones directas del productor que la ‘descubre’, tiene que ejecutar. Se espera entonces un conflicto entre el personaje de Gaga y el de Cooper, y con el mismo productor. Pero no. Gaga terminará bailando el nitro pop tipo Max Martin que tantos millones de dólares le ha dado, así como lo hiciera Britney Spears hace ya veinte años.

Aunque estará en varias nominaciones para los Oscar 2019 (mejor dirección –a Hollywood le encanta los actores que dirigen–, mejor actriz, mejor canción original), A star is born es un pastiche pretensioso, engaña novatos, dirigido a consolidar la carrera de Cooper (quien, por cierto, a pesar de su adicción se ve estupendamente maquillado en toda la película) y atraer más gente a la ceremonia con la nominación de Gaga quien, si bien no le falta talento, sigue siendo el truco más sobrevalorado, solo después del producto llamado Lana del Rey, uno de mis gustos culposos.

@doctorsimulacro


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