/ miércoles 8 de marzo de 2023

Bardo, de González Iñárritu I

Vitral


No se trata de convencer a nadie, ni de decir si la película Bardo es buena o no, lo que hay que comprender es que se trata de otro tipo de narrativa. Quien espere ver la clásica historia comercial, fresona, o para un amplio público quedará decepcionado, porque esta cinta es sobre todo un trabajo de autor de corte personalísimo, con ganas de decir lo que le dé la gana y desde una óptica muy particular. Si ha visto otras películas de Alejandro González Iñárritu, y espera ver algo como sus grandes puestas en escena: Amores perros, 21 gramos, Babel, Biutiful, Birdman, The revenant (El renacido), no encontrará tal cosa, Bardo es una trabajo de otro tipo, es una plática íntima, una exposición de recuerdos personales, una exploración en la memoria, un regresar a las heridas más profundas que habitan en el inconsciente, una revisión biográfica de los arquetipos más importantes que han pesado en una vida.

Es también un ejercicio de corte surrealista, onírico, con una buena dosis de realismo mágico. A otros les perdonamos esas inventivas y los consideramos genios: Federico Fellini, David Lynch, Luis Buñuel, Alejandro Jodorowsky, ah, pero que no se atreva un mexicano porque es calificado de fantoche, ególatra y poco original. La película es un viaje al inconsciente, o más correctamente un viaje por el bardo, esa zona existente, según El libro tibetano de los muertos, el Bardo thodol, entre la muerte y la reencarnación. Es un viaje como entre sueños, donde la vida se ve como una película que pasa frente a nuestros ojos y repasa todo lo que se ha hecho por el mundo, así como lo que ha pasado por nuestra mente. Silverio Gama, el personaje principal, está muriendo, pero como señala el psicólogo Carl Jung en su Comentario psicológico al Bardo Thodol: Los difuntos no saben que están muertos … Las formas del pensamiento aparecen como realidades”.

Dice Iñárritu en una entrevista concedida a la periodista Susana Moscatel, para Milenio Digital: “Bardo es lo mismo que limbo para los cristianos o los católicos. El Bardo para la tradición budista es el lugar en medio en donde no es binario, no hay un bien o un mal, un sí o un no, en donde estás en esa parte donde algo ha muerto. Migrar es morir un poquito, que te exige reintegrarte, pero también te exige desintegrarte de alguna forma para poder reintegrarte, entonces esa transición. Y es una película acerca de las dualidades, es una película acerca de esas dualidades donde no hay certezas Y sí, siento que desde una perspectiva personal intento hablar de ese sentimiento que creo que comparto con, no solamente millones de mexicanos e inmigrantes en el mundo entero, sino también los que no han emigrado.”

El propio Daniel Giménez Cacho, primer actor que personifica a Silverio Gama, acepta que la película “es un ensayo de su propia muerte”, y lo es también del director. Cómo señala el Horologium Sapientiae (Reloj de sabiduría), redactado por el místico alemán Heinrich Suso hacia 1334.: “Has de saber que hay una ciencia provechosísima, que supera a todas las demás: la de aprender a morir, la de que el hombre sepa que morirá, lo cual es común a todos los hombres; pues nadie hay que viva eternamente, ni que lo espere ni confíe en ello; sin embargo, poquísimos encontrarás dueños de esta capacidad de aprender a morir… Te entregaré el misterio de esta doctrina, la cual te beneficiará grandemente como principio de salud espiritual y como fundamento estable de todas las virtudes”. También El viaje de todos los viajes apunta: “Quien no aprendió a morir, muere contra su voluntad. Aprende a morir y aprenderás a vivir, pues no aprenderá a vivir quien no aprendió a morir”. (Citas tomadas de El libro tibetano de los muertos. Trad. W. Y. Evans Wentz. Ed. Kier).

Y así comienza la revisión crítica de un moribundo cuya vida es proyectada por el Bardo como una “falsa crónica de unas cuantas verdades”. Crónica a veces entre la farsa, el surrealismo, el realismo, el absurdo y lo onírico. La puesta en escena comienza con Silverio entrando al páramo de la muerte después de que le ha dado un accidente cerebro-vascular. Ahí comienza el Bardo, la proyección de diversos episodios de su vida. Por ejemplo, la revisión de algunos momentos claves en la historia nacional, todo desde la visión de Silverio que es un migrante radicado en los Estados Unidos, pero que no se siente ni de aquí ni de allá, y además amigos y familia así se lo recalcan.

Ya desde las primeras escenas se plantean las contradicciones absurdas, en donde podemos contemplar una crítica mordaz a la historia de México, historia heroica, triste, dolorosa, contradictoria, llena de actos corruptos, míticos y en ocasiones criminales. Por ejemplo, la escena del Castillo de Chapultepec, una especie de desquite vengativo. Es el chiste del perdedor cuyo recurso final es burlarse ante la impotencia al sufrir una derrota humillante que arrancó por la fuerza a México más de la mitad de su territorio. Escenas como estas abordan un tema doloroso que está clavado hasta lo más profundo en el alma del ser mexicano.

Alejandro G. Iñárritu siempre ha buscado formas originales de narrar y sus películas son cintas que -digámoslo así- se entienden. Bardo no es de ese estilo, y no es que no se entienda sino que utiliza elementos a los que el gran público no está acostumbrado.

Toda la película está atravesada por una intención crítica, este es el hilo conductor que subyace a veces de forma enmascarada, otras como broma, farsa, surrealismo, realismo mágico. Es la crítica a una historia personal y nacional tergiversada, hipócrita, con facetas muy oscuras. Es también la denuncia de una televisión superflua, ególatra, estúpida y abusiva. Es un autoanálisis de corte psicológico donde se abordan las inseguridades, traumas, complejos, soberbia y ego del autor.

Un niño que nace pero que no quiere venir a este mundo porque “está de la chingada”. Depresión pura. Una visión donde se mira mucho de lo negativo que hay en la existencia, y que considera un poco de lo bueno que la vida tiene. Hay de todo, con diferentes gamas de grises, o gamas de colores, según se quiera ver.


https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com



No se trata de convencer a nadie, ni de decir si la película Bardo es buena o no, lo que hay que comprender es que se trata de otro tipo de narrativa. Quien espere ver la clásica historia comercial, fresona, o para un amplio público quedará decepcionado, porque esta cinta es sobre todo un trabajo de autor de corte personalísimo, con ganas de decir lo que le dé la gana y desde una óptica muy particular. Si ha visto otras películas de Alejandro González Iñárritu, y espera ver algo como sus grandes puestas en escena: Amores perros, 21 gramos, Babel, Biutiful, Birdman, The revenant (El renacido), no encontrará tal cosa, Bardo es una trabajo de otro tipo, es una plática íntima, una exposición de recuerdos personales, una exploración en la memoria, un regresar a las heridas más profundas que habitan en el inconsciente, una revisión biográfica de los arquetipos más importantes que han pesado en una vida.

Es también un ejercicio de corte surrealista, onírico, con una buena dosis de realismo mágico. A otros les perdonamos esas inventivas y los consideramos genios: Federico Fellini, David Lynch, Luis Buñuel, Alejandro Jodorowsky, ah, pero que no se atreva un mexicano porque es calificado de fantoche, ególatra y poco original. La película es un viaje al inconsciente, o más correctamente un viaje por el bardo, esa zona existente, según El libro tibetano de los muertos, el Bardo thodol, entre la muerte y la reencarnación. Es un viaje como entre sueños, donde la vida se ve como una película que pasa frente a nuestros ojos y repasa todo lo que se ha hecho por el mundo, así como lo que ha pasado por nuestra mente. Silverio Gama, el personaje principal, está muriendo, pero como señala el psicólogo Carl Jung en su Comentario psicológico al Bardo Thodol: Los difuntos no saben que están muertos … Las formas del pensamiento aparecen como realidades”.

Dice Iñárritu en una entrevista concedida a la periodista Susana Moscatel, para Milenio Digital: “Bardo es lo mismo que limbo para los cristianos o los católicos. El Bardo para la tradición budista es el lugar en medio en donde no es binario, no hay un bien o un mal, un sí o un no, en donde estás en esa parte donde algo ha muerto. Migrar es morir un poquito, que te exige reintegrarte, pero también te exige desintegrarte de alguna forma para poder reintegrarte, entonces esa transición. Y es una película acerca de las dualidades, es una película acerca de esas dualidades donde no hay certezas Y sí, siento que desde una perspectiva personal intento hablar de ese sentimiento que creo que comparto con, no solamente millones de mexicanos e inmigrantes en el mundo entero, sino también los que no han emigrado.”

El propio Daniel Giménez Cacho, primer actor que personifica a Silverio Gama, acepta que la película “es un ensayo de su propia muerte”, y lo es también del director. Cómo señala el Horologium Sapientiae (Reloj de sabiduría), redactado por el místico alemán Heinrich Suso hacia 1334.: “Has de saber que hay una ciencia provechosísima, que supera a todas las demás: la de aprender a morir, la de que el hombre sepa que morirá, lo cual es común a todos los hombres; pues nadie hay que viva eternamente, ni que lo espere ni confíe en ello; sin embargo, poquísimos encontrarás dueños de esta capacidad de aprender a morir… Te entregaré el misterio de esta doctrina, la cual te beneficiará grandemente como principio de salud espiritual y como fundamento estable de todas las virtudes”. También El viaje de todos los viajes apunta: “Quien no aprendió a morir, muere contra su voluntad. Aprende a morir y aprenderás a vivir, pues no aprenderá a vivir quien no aprendió a morir”. (Citas tomadas de El libro tibetano de los muertos. Trad. W. Y. Evans Wentz. Ed. Kier).

Y así comienza la revisión crítica de un moribundo cuya vida es proyectada por el Bardo como una “falsa crónica de unas cuantas verdades”. Crónica a veces entre la farsa, el surrealismo, el realismo, el absurdo y lo onírico. La puesta en escena comienza con Silverio entrando al páramo de la muerte después de que le ha dado un accidente cerebro-vascular. Ahí comienza el Bardo, la proyección de diversos episodios de su vida. Por ejemplo, la revisión de algunos momentos claves en la historia nacional, todo desde la visión de Silverio que es un migrante radicado en los Estados Unidos, pero que no se siente ni de aquí ni de allá, y además amigos y familia así se lo recalcan.

Ya desde las primeras escenas se plantean las contradicciones absurdas, en donde podemos contemplar una crítica mordaz a la historia de México, historia heroica, triste, dolorosa, contradictoria, llena de actos corruptos, míticos y en ocasiones criminales. Por ejemplo, la escena del Castillo de Chapultepec, una especie de desquite vengativo. Es el chiste del perdedor cuyo recurso final es burlarse ante la impotencia al sufrir una derrota humillante que arrancó por la fuerza a México más de la mitad de su territorio. Escenas como estas abordan un tema doloroso que está clavado hasta lo más profundo en el alma del ser mexicano.

Alejandro G. Iñárritu siempre ha buscado formas originales de narrar y sus películas son cintas que -digámoslo así- se entienden. Bardo no es de ese estilo, y no es que no se entienda sino que utiliza elementos a los que el gran público no está acostumbrado.

Toda la película está atravesada por una intención crítica, este es el hilo conductor que subyace a veces de forma enmascarada, otras como broma, farsa, surrealismo, realismo mágico. Es la crítica a una historia personal y nacional tergiversada, hipócrita, con facetas muy oscuras. Es también la denuncia de una televisión superflua, ególatra, estúpida y abusiva. Es un autoanálisis de corte psicológico donde se abordan las inseguridades, traumas, complejos, soberbia y ego del autor.

Un niño que nace pero que no quiere venir a este mundo porque “está de la chingada”. Depresión pura. Una visión donde se mira mucho de lo negativo que hay en la existencia, y que considera un poco de lo bueno que la vida tiene. Hay de todo, con diferentes gamas de grises, o gamas de colores, según se quiera ver.


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