/ sábado 3 de febrero de 2018

Cuesta de enero

En los primeros años del siglo XXI realizamos una programación de Teatro Escolar en la Ciudad de México, experiencia que terminó impresa en un libro de título kilométrico: Bitácora de una aventura por la mancha urbana de la Ciudad de México, en una campaña de Teatro Escolar, título tan largo como el periplo que hay que trajinar durante ocho meses si se trabaja en la megalópolis que entonces aún se la reconocía como Distrito Federal. El libro fue editado por el INBA.

Ahora, que nos encontramos en una tarea semejante con la obra Tejedoras de un lugar sin nombre de Jamil Uc Tun, montada por el grupo Galatsia, el testimonio quedará impreso en las páginas del Barroco, salvo que la editora disponga otra cosa. Vamos al grano.

Tal como la estación y las alteraciones del medio ambiente lo determinan, el 15 de enero, fecha del inicio del circuito, amaneció con el termómetro marcando  la friolera de 3 grados. Además, la escuela secundaria Ignacio Manuel Altamirano se encuentra en la colonia Menchaca Dos, es decir, en un cerro que se levanta a tiro de ballesta del Penal, situación que nos deparó la obligación de ascender por la cuesta que para nosotros no fue de Menchaca sino de enero.

Por la altura de la zona el viento sopla más fuerte, y ya se sabe que el viento aumenta la sensación térmica, de tal manera que las actrices (Alejandra Segovia, Julieta Márquez y Lupita Pizano), vestidas con el hipil típico de las mestizas maya/yucatecas, soportaban un frío de 1 o 2 grados bajo cero. Afortunadamente, los funcionarios de la USEBEQ y de la Secretaría de Cultura habían acordado realizar las presentaciones en el salón más amplio del plantel porque, en ediciones anteriores, la idea de ofrecer las obras a toda la escuela echaba a perder la recepción de las puestas en escena.

Nuestras escuelas no cuentan con teatros, vamos, ni siquiera con auditorios dignos de llamarse así. O sea que cuando se trabaja para todos los escolares se utiliza el patio techado que no posee ninguna instalación escénica puesto que sirve para las actividades deportivas, pero como en los informes pesa mucho la cantidad de espectadores se prefería presentar la obra aunque se perdieran las intenciones con las que fue trabajada.

Por otra parte, los estudiantes de escuelas secundarias atraviesan una edad incierta, a caballo entre la infancia que están dejando atrás y la pre - adolescencia que no termina de cuajar; en consecuencia, los chavos son muy inquietos (mucho más que las chavas), característica que se acentúa en las convocatorias masivas pues el comportamiento de los grupos pequeños es muy diferente al de las multitudes.

El primer día dimos cuatro funciones y nos sorprendió que a las 09:00 horas el termómetro aún marcara 4 grados, temperatura que se sostuvo porque la neblina no permitía el brillo del sol. Para el tercer día, la maestra Reyna Soto llegó con un calentador eléctrico y las actrices se enfundaron unos mallones color carne, que en algo disimulaban la obligación de portar los huipiles como lo hacen las mestizas yucatecas en la península que es famosa por su calor empedernido.

Con frío y todo, el elenco cumplió con las quince funciones programadas en el aula 14, aula que resultó adecuada para los fines que nos propusimos.

Seguiremos informando.

En los primeros años del siglo XXI realizamos una programación de Teatro Escolar en la Ciudad de México, experiencia que terminó impresa en un libro de título kilométrico: Bitácora de una aventura por la mancha urbana de la Ciudad de México, en una campaña de Teatro Escolar, título tan largo como el periplo que hay que trajinar durante ocho meses si se trabaja en la megalópolis que entonces aún se la reconocía como Distrito Federal. El libro fue editado por el INBA.

Ahora, que nos encontramos en una tarea semejante con la obra Tejedoras de un lugar sin nombre de Jamil Uc Tun, montada por el grupo Galatsia, el testimonio quedará impreso en las páginas del Barroco, salvo que la editora disponga otra cosa. Vamos al grano.

Tal como la estación y las alteraciones del medio ambiente lo determinan, el 15 de enero, fecha del inicio del circuito, amaneció con el termómetro marcando  la friolera de 3 grados. Además, la escuela secundaria Ignacio Manuel Altamirano se encuentra en la colonia Menchaca Dos, es decir, en un cerro que se levanta a tiro de ballesta del Penal, situación que nos deparó la obligación de ascender por la cuesta que para nosotros no fue de Menchaca sino de enero.

Por la altura de la zona el viento sopla más fuerte, y ya se sabe que el viento aumenta la sensación térmica, de tal manera que las actrices (Alejandra Segovia, Julieta Márquez y Lupita Pizano), vestidas con el hipil típico de las mestizas maya/yucatecas, soportaban un frío de 1 o 2 grados bajo cero. Afortunadamente, los funcionarios de la USEBEQ y de la Secretaría de Cultura habían acordado realizar las presentaciones en el salón más amplio del plantel porque, en ediciones anteriores, la idea de ofrecer las obras a toda la escuela echaba a perder la recepción de las puestas en escena.

Nuestras escuelas no cuentan con teatros, vamos, ni siquiera con auditorios dignos de llamarse así. O sea que cuando se trabaja para todos los escolares se utiliza el patio techado que no posee ninguna instalación escénica puesto que sirve para las actividades deportivas, pero como en los informes pesa mucho la cantidad de espectadores se prefería presentar la obra aunque se perdieran las intenciones con las que fue trabajada.

Por otra parte, los estudiantes de escuelas secundarias atraviesan una edad incierta, a caballo entre la infancia que están dejando atrás y la pre - adolescencia que no termina de cuajar; en consecuencia, los chavos son muy inquietos (mucho más que las chavas), característica que se acentúa en las convocatorias masivas pues el comportamiento de los grupos pequeños es muy diferente al de las multitudes.

El primer día dimos cuatro funciones y nos sorprendió que a las 09:00 horas el termómetro aún marcara 4 grados, temperatura que se sostuvo porque la neblina no permitía el brillo del sol. Para el tercer día, la maestra Reyna Soto llegó con un calentador eléctrico y las actrices se enfundaron unos mallones color carne, que en algo disimulaban la obligación de portar los huipiles como lo hacen las mestizas yucatecas en la península que es famosa por su calor empedernido.

Con frío y todo, el elenco cumplió con las quince funciones programadas en el aula 14, aula que resultó adecuada para los fines que nos propusimos.

Seguiremos informando.

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