Una característica que tenemos los seres humanos es que racionalizamos nuestros sentimientos. Es por ello que el amor ha sido visto desde diferentes concepciones y manifestaciones culturales, históricas y artísticas de cada época. Hay que subrayar que, en este último sentido (lo artístico), sobresalen la creación y la imaginación; sin embargo, es notoria la racionalización de dicho sentimiento. Y es que, a final de cuentas, la obra artística se ve imbuida por la idea previa que se tiene de este afecto, y más aún: se expresa en determinados contextos que, a la postre, se convierten en formas racionales de observación estética.
Elevación de la satisfacción sexual
Así, aunque hay muchas formas de representar al amor, una de las más antiguas es la relación de pareja. Al respecto, sobresalen dos formas simbólicas de este sentimiento: una, en forma erótica; otra, en forma no erótica. Respecto de la primera, existen diversas pinturas y esculturas que muestran posiciones del acto sexual; sin embargo, además de ello, lo que salta a la vista (casi como un golpe estético) es la acción misma, es decir, el instinto sexual en su máxima expresión; lo cual —hay que subrayar— puede representar tanto el ‘pretexto’ como el ‘texto’, o incluso el ‘postexto’ del amor. En ese sentido se comprende que el amor no se subsume en el acto sexual en sí, ya que la relación que se tiene con la pareja, más allá del placer sexual, es un sentimiento racionalizado, comprendido como parte del yo, al menos desde un sentido profundo y secreto. Esto hace que el instinto quede rebasado. Veamos un ejemplo. En la imagen del antiguo Egipto, se pueden observar varias cosas: por una parte, la escena es clara: se trata de varias personas que practican el acto sexual; sin embargo, sobresale la de un hombre que sujeta de los cabellos a una mujer mientras la penetra. Esto muestra, por otra parte, la relación que existe entre ambos instintos: el erotismo y la violencia (esto existe entre muchas personas). Cabe recordar que en los mitos egipcios, la actividad sexual era muy importante, tal que de ahí concebían la creación del cosmos como el nacimientos de la relación entre la diosa del cielo Nut y el dios de la tierra, Geb. Papiros provenientes del antiguo Egipto muestran una carga sexual que resulta insólita para la cultura occidental actual, lo que resalta es el instinto, es decir, la satisfacción sexual.
Este tipo de pinturas —podría decirse— viene a descubrir la parte dionisiaca de los seres humanos, a diferencia de la apolínea que nos muestra más racionales. En todo caso, habría que considerar qué nos descubre en nuestra condición humana más profunda, la que no queremos reconocer, la que ocultamos en nuestros sueños y que nos agitan como desasosiego en momentos de confusión existencial. En fin, descarnan el sentido racional que nos define como entes —digamos— civilizados. Al final vence el día que rinde culto a la razón: todo se subsume en el silencio del no-decir, no-reconocer, no-hablar; sólo soñar… o imaginar.
Por otra parte, cabe mencionar que el arte en general permite que nos veamos no sólo como somos, sino también como nos imaginamos. Al respecto, hay que aclarar que esta imaginación no refiere necesariamente lo que somos, sino también lo que evitamos ser, o incluso cómo quisiéramos ser. Lo que impera es, en mayor o menor medida, la razón sin ataduras.
Lo que sobresale, en cualquier caso, es la relación que tenemos con el ‘otro’. Esto hace que nos comprendamos en un sentido más profundo, ya que delata nuestra necesidad de ser desde la unión, efímera o no; es decir como pareja. Al final, quedamos expuestos a la soledad. Nos descubrimos, en mayor o menor asombro, como seres que necesitan dar y recibir, ya sea amor en su sentido más puro, o erotismo, en un sentido más bien instintivo.
Vínculo existencial
Veamos ahora la escultura egipcia. Nótese que resaltan dos aspectos que definen a la pareja. Por una parte, se observa una calma casi hierática, sin que llegue a ser afectada (no se ve forzada). Esto nos lo dicen sus rostros, los cuales muestran satisfacción, deseo sosegado, incluso paz. Por otra parte, podemos observar sus manos que también dicen mucho: la de ella, aferrada al cuerpo del joven, rodeándolo, quizá por seguridad o tal vez por necesidad; la de él, tocando el seno de su amada, quizás como resistencia a dejar de sentir entre sus manos esa parte tibia y voluptuosa que descubre lo femenino. En fin, ambos parecen sentirse satisfechos como pareja. Tal vez se sientan así después de haber estado juntos, después de haber saciado su instinto sexual. En otras palabras: después de la tempestad, viene la calma. Los instintos naturales ceden al amor como remanso, tranquilidad y seguridad; debido, tal vez, a la confianza que inspira el ser amado, lo cual no puede ofrecer la pareja con quien sólo se tienen relaciones sexuales, por lo que no se llega a construir un vínculo existencial.
Amor que se da a sí mismo
Comparemos esta escultura egipcia con la pintura “Hércules y Alcestis”, de Eugene Delacroix, en la que se puede observar una tragedia. El personaje es Hércules rescatando a la joven Alcestis de la muerte, sacándola del reino de Tánatos. Esta imagen es, en realidad, la conclusión de la leyenda de dicha joven, quien dio su vida a cambio de la de Admeto, su amado esposo, el cual estaba condenado a morir. Cabe mencionar que esta entrega total muestra al amor como ‘donación’, es decir, como una forma de darse al otro. Esto es contrario al amor posesivo que sólo se limita a exigir, y pocas veces a dar.
Más allá de las barreras
En el amor como donación, la vida se entiende como forma de ser amorosa. Por eso el arte no se ha limitado a expresar al amor en un sentido erótico. Y es que el amor es un instinto básico en la vida de los seres humanos. De ahí su multiplicidad de expresiones. No podemos soslayar que, como sujetos históricos, nos reconocemos desde múltiples formas.
A partir de lo anterior, veamos esta última obra de arte. Se trata de los amantes, de René Magritte. En ella se puede observar una pareja besándose; sin embargo, no se ven sus rostros, y el beso —al parecer— no llega a consumarse, al menos si se toma en cuenta que una tela se interpone entre los labios de los amantes. ¿Qué amor están representando? Sé que puede haber varias interpretaciones. En particular me parece que el trasfondo es mostrar que lo que importa es la necesidad del amor, inclusive si existen barreras (físicas, sociales, económicas…). Así, lo que subyace es que el amor es un sentimiento necesario. Se necesita de ese instinto básico que nos descubre en la orfandad de una existencia solitaria. Después de todo, no sabemos a quién vamos a amar. Hay que considerar que la atracción física no siempre es determinante. En todo caso, lo que subyace como elemento existencial es el ser humano en sus distintas formas de vivir, y una de ellas es, precisamente, amando.
Así, el amor es una forma de ser-siendo. Una en la que el otro es decisivo para comprenderse a sí mismo. Esto muestra que sin el amor podemos existir, en un sentido material, pero no podríamos afirmar que vivimos del todo. Al respecto aclaro que no me refiero a amar y ser amado. No, aunque la persona amada no corresponda, aún así, el amor se ha sentido. Y con ello, ha logrado descubrir una parte demasiado íntima del ser humano, esa parte en la que el instinto y la razón juegan a tomarse de la mano y a besarse sin importar que un lienzo cubra sus rostros.