El séptimo sello: ¿Tiene sentido vivir?

Vitral

Alfonso Franco Tiscareño | Colaborador Diario de Querétaro

  · miércoles 26 de octubre de 2022

Foto: Cortesía | @PrimeVideo

Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.

Apocalipsis 20:15

El caballero cruzado, Antonius Block, vuelve a su país, Suecia. Venía de hacer el bien, según sus convicciones, peleando en favor del cristianismo en las Cruzadas, en la Edad Media. A su pueblo de origen lo azotaba una brutal epidemia, la peste negra. A causa de esta enfermedad en toda Europa murieron 30 millones de personas. Pero a su regreso, Antonius, después de tanta guerra, hasta la fe perdió después de atestiguar la barbarie cometida por uno y otro bando al buscar el Santo Grial, defender la causa cristiana y los lugares santos. Y en lugar de volver para descansar y reponerse, a su retorno lo esperaba la mismísima muerte enfundada en una sotana negra. ¿Acaso el bien no es premiado aquí y ahora? Dice el libro del Apocalipsis 2:23, en la Biblia: “Y a sus hijos heriré de muerte, y todas las iglesias sabrán que yo soy el que escudriña la mente y el corazón; y os daré a cada uno según vuestras obras.” ¿Qué pago merecía este hombre que regresaba de luchar en nombre de Dios? ¿Qué provoca que un hombre creyente en una gran causa pierda la fe? Perderla es una cuestión terrible porque el ser humano queda desamparado, solo, sin tener a quién recurrir o sin saber si sus peticiones a Dios pueden cumplirse, no saber siquiera si es escuchado, o peor aún, no saber si de verdad existe alguien que le escuche. Es un gran dilema, desesperanzador, por el que han pasado miles, quizá millones, de seres humanos.

La película El sétimo sello del director Ingmar Bergman plantea diversas problemáticas humanas muy fuertes todas ellas. Una es la cuestión clave de si la vida tiene sentido, ¿para qué se vive? Cuando la muerte viene por el caballero Antonius, este la reta a un partido de ajedrez. -¿Para qué quieres jugar conmigo?- pregunta la muerte. -Es asunto mío- responde el caballero. Si gana la muerte, se lo lleva. Si gana el cruzado lo dejará vivir. El caballero sabe que la ha retado para ganar tiempo, para en ese lapso encontrar algo que le haga ver que la vida, que su vida, tiene sentido, que no se vive por nada y sin razón, que algo tan extraordinario como la vida, o el cosmos, y las maravillas que podemos atestiguar, no pueden ser nada más porque sí.

El caballero y su escudero encuentran en su andar una pequeña iglesia a la cual entran. Ahí, Antonius encuentra un hombre de espaldas con sotana, y creyendo que es un cura comienza a confesarse, no se da cuenta de que es la muerte misma. La confesión es desoladora, triste, depresiva, conmovedora, pero tremendamente humana. “Mi corazón está vacío. El vacío es como un espejo delante de mi rostro… Siento un profundo desprecio de mi ser. Por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas me he alejado de la sociedad en que viví. Ahora habito un mundo de fantasmas… –Y a pesar de todo no quieres morir– le pregunta la muerte. –Sí que quiero -contesta el caballero-, –¿Entonces, qué esperas– pregunta la muerte-. –A saber qué hay después. ¿Por qué la cruel imposibilidad de alcanzar a Dios con los sentidos? … ¿Por qué no logro matar a Dios en mí? … ¿Por qué me acompaña humilde a pesar de mis maldiciones, que pretenden eliminarlo de mi corazón? … Yo quiero entender, no creer, dice el caballero. – He gastado mi vida en diversiones -prosigue la confesión-, viajes, charlas sin sentido… Fui un necio. –¿Acabarás de hacer preguntas?– dice la muerte. – No, no acabaré-, contesta Antonius, el cruzado.

Foto: Cortesía | @munal

El caballero encuentra una oportunidad por medio de la cual entiende que lo único que da sentido a la vida, incluso por encima de la muerte, es hacer algo bueno por los demás. Él encuentra este gran acierto cuando logra distraer a la muerte para que José, María -su esposa-, y su pequeño hijo, una familia de artistas ambulantes, puedan huir de la muerte que está cazando a todo los personajes cercanos a Antonius.

La película contiene un mensaje pesimista, desarrollado con una gran poesía temática y visual. Está filmada en blanco y negro lo cual nos ambienta en ese pasado remoto de la Edad Media, y logra ese ambiente de lejanía y extrañeza, además del simbolismo, la subjetividad y la fuerza expresiva.

El juego de ajedrez es el eje que permite articular todo el discurso de la película, en su tablero se juega la duración de la vida del caballero. Un tablero, táctica y estrategia, lo lúdico como espacio entre la vida y la muerte. Quizá el significado simbólico de ese ajedrez, que aparece en la película desde la primera toma, sea el que atinadamente señaló Jorge Luis Borges en su poema Ajedrez : “No saben que la mano señalada/ del jugador gobierna su destino, / no saben que un rigor adamantino/ sujeta su albedrío y su jornada / Dios mueve al jugador, y éste, la pieza./ ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonía?”

Quizá sea por el viejo terror de sentirse solo en el mundo, solo ante la inmensidad del universo, que por ello se necesite un Dios protector, bueno, que te garantice que después de la vida sigue algo, que no desaparecerás del todo. Aunque desde otras perspectivas, también puede entenderse a Dios como esa inteligencia palpable que mueve todo, a la cual uno mismo está conectado en carne propia, y al estar conectado uno es parte de ella, no está afuera ni depende, sino la comparte, es propia. Seréis como dioses.

Otros temas relevantes en la cinta son el fanatismo religioso que imperó en la Edad Media siempre tan cegador, limitante y pernicioso. Y el pecado, el castigo como redención, el miedo, la infidelidad, el diablo, la posesión satánica. El tema del mal, la borregada, la actitud de la masa en quienes podemos observar que la verdadera peste negra son ellos mismos y su conducta, por ejemplo en la taberna del pueblo. Tiempos oscuros, sin duda. Y no podemos concluir sin mencionar la gran actuación del Max von Sydow (el caballero), de Nils Poppe (el escudero), y de Bengt Ekerot (La Muerte), todos ellos en una solemne danza hacia la oscuridad.

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