/ jueves 25 de mayo de 2023

¿Cuál es el valor del arte en el mundo capitalista?

Tinta para un Atabal


Estoy plenamente seguro de que la pregunta: ¿Cuál es el valor del arte en el mundo capitalista?, ya se ha realizado con anterioridad a lo largo de la historia y ha generado un sinfín de discusiones y debates, muchos partiendo de una posición ideológica/económica, ya sea de derecha o de izquierda (y todo el "espectro" que se encuentra dentro de estos dos polos).

Sin embargo, alejándonos de los cuestionamientos económicos y filosóficos, hay una realidad que no se puede olvidar y es que sea como sea el arte, y en este caso el teatro, para muchas y muchos no solamente significa la posibilidad de sostener un discurso frente a la sociedad, realizar una crítica a un mundo con las condiciones actuales o incluso presentar una experiencia estética en diálogo con las y los espectadores, sino que también es una fuente de ingresos, un trabajo como tal, una actividad económica remunerada que en muchas ocasiones se acompaña de otras actividades porque vivir solamente del teatro es una odisea.

Pese a esto, ¿es posible no ver al arte como una actividad mercantil? Tal como menciona el sociólogo y ensayista argentino Eduardo Grüner en una entrevista realizada para el medio La izquierda Diario en el 2018, es muy difícil que los artistas puedan sustraerse y decir “bueno no, yo vivo de empleado bancario, de cualquier otra cosa y en mis horas libres me dedico a hacer lo que a mí se me da la gana, es mi deseo o pienso que tengo que hacer. (El artista) Siempre de reojo tiene que estar mirando al mercado si quiere vender su obra y mínimamente vivir de ella”.

Y justo ahí es a donde quiero llegar. Nosotros, simples mortales, sí o sí nos encontramos atados a las leyes del mercado aun cuando nuestra obra de teatro sea lo más "artesanal" y se presente en la sala de una casa.

Esta realidad abre la puerta a muchísimos cuestionamientos que intrínsecamente traspasan la obra artística. Empezando porque si tomamos las leyes del mercado como un factor directo dentro de nuestro montaje esto innegablemente puede modificar el discurso de la obra. Por ejemplo, un montaje sumamente “revolucionario” y subversivo puede no ser del agrado de la mayoría del público, lo que se vería reflejado en una menor afluencia y, por ende, menos ganancias si estas vienen directamente de la taquilla.

Tal como menciona el filósofo alemán Walter Benjamín, el valor cultural de las obras se ve desplazado por el valor de exhibición. En otras palabras, el valor de la obra se da más en función de la cantidad de publico que asiste a una función y no tanto por su destreza técnica o su mensaje.

Parafraseando a Grüner, la obra de arte dentro de la lógica capitalista no solo se transforma en una mercancía sino que también su concepción parte de una producción mercantil que tiene como fin una ganancia económica y que debe ser rentable.

Esto nos lleva a buscar estrategias para lograr esta rentabilidad, aunque de nuevo vaya en detrimento de la calidad artística, o discursiva, ya sea bajando costos de vestuarios, escenografía o utilizando elementos que puedan llamar la atención de la y el espectador pero que no aportan nada a la obra.

¿Y qué sucede cuando esta rentabilidad no se consigue? La mayoría de las veces son las y los artistas quienes asumen las pérdidas y quienes ven reducido su accionar artístico a la venta de un boleto, con un precio que debe ser accesible para la y el espectador, y que muchas veces incluso decae a promociones como un 2x1 o bajar el precio de la entrada.

Pero entonces, ¿existen otras formas de hacer arte fuera de un sistema económico tan brutal como el capitalismo? ¿Qué tan posible es posicionarnos en las ideas del artista contemporáneo español Santiago Sierra de que el arte político debe situar la obra de arte sí como lo que es, una mercancía, pero también debe indagar sobre el rol del poder, la ideología y el capital que traspasa las diferentes realidades sociales?

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Como artistas ¿somos conscientes de que la práctica del arte tiene un papel preponderante en la construcción y el mantenimiento del status quo presente en un régimen determinado? ¿que también el arte puede tener una actitud desafiante contra el orden establecido? ¿que si decidimos jugar bajo las reglas del mercado, consciente o inconscientemente validamos el sistema capitalista, y aceptamos que nuestro quehacer artístico sea reducido a un producto mercantil más? ¿Existe alguna forma en la que podamos separar al arte de ser una actividad mercantil y posicionarnos más desde un lugar artístico no meramente económico? Tal como menciona el filósofo alemán Theodor W. Adorno, la libertad creativa para el artista nos obliga a vender las obras complaciendo al sistema. Pero entonces, ¿somos verdaderamente libres para poder crear?


Estoy plenamente seguro de que la pregunta: ¿Cuál es el valor del arte en el mundo capitalista?, ya se ha realizado con anterioridad a lo largo de la historia y ha generado un sinfín de discusiones y debates, muchos partiendo de una posición ideológica/económica, ya sea de derecha o de izquierda (y todo el "espectro" que se encuentra dentro de estos dos polos).

Sin embargo, alejándonos de los cuestionamientos económicos y filosóficos, hay una realidad que no se puede olvidar y es que sea como sea el arte, y en este caso el teatro, para muchas y muchos no solamente significa la posibilidad de sostener un discurso frente a la sociedad, realizar una crítica a un mundo con las condiciones actuales o incluso presentar una experiencia estética en diálogo con las y los espectadores, sino que también es una fuente de ingresos, un trabajo como tal, una actividad económica remunerada que en muchas ocasiones se acompaña de otras actividades porque vivir solamente del teatro es una odisea.

Pese a esto, ¿es posible no ver al arte como una actividad mercantil? Tal como menciona el sociólogo y ensayista argentino Eduardo Grüner en una entrevista realizada para el medio La izquierda Diario en el 2018, es muy difícil que los artistas puedan sustraerse y decir “bueno no, yo vivo de empleado bancario, de cualquier otra cosa y en mis horas libres me dedico a hacer lo que a mí se me da la gana, es mi deseo o pienso que tengo que hacer. (El artista) Siempre de reojo tiene que estar mirando al mercado si quiere vender su obra y mínimamente vivir de ella”.

Y justo ahí es a donde quiero llegar. Nosotros, simples mortales, sí o sí nos encontramos atados a las leyes del mercado aun cuando nuestra obra de teatro sea lo más "artesanal" y se presente en la sala de una casa.

Esta realidad abre la puerta a muchísimos cuestionamientos que intrínsecamente traspasan la obra artística. Empezando porque si tomamos las leyes del mercado como un factor directo dentro de nuestro montaje esto innegablemente puede modificar el discurso de la obra. Por ejemplo, un montaje sumamente “revolucionario” y subversivo puede no ser del agrado de la mayoría del público, lo que se vería reflejado en una menor afluencia y, por ende, menos ganancias si estas vienen directamente de la taquilla.

Tal como menciona el filósofo alemán Walter Benjamín, el valor cultural de las obras se ve desplazado por el valor de exhibición. En otras palabras, el valor de la obra se da más en función de la cantidad de publico que asiste a una función y no tanto por su destreza técnica o su mensaje.

Parafraseando a Grüner, la obra de arte dentro de la lógica capitalista no solo se transforma en una mercancía sino que también su concepción parte de una producción mercantil que tiene como fin una ganancia económica y que debe ser rentable.

Esto nos lleva a buscar estrategias para lograr esta rentabilidad, aunque de nuevo vaya en detrimento de la calidad artística, o discursiva, ya sea bajando costos de vestuarios, escenografía o utilizando elementos que puedan llamar la atención de la y el espectador pero que no aportan nada a la obra.

¿Y qué sucede cuando esta rentabilidad no se consigue? La mayoría de las veces son las y los artistas quienes asumen las pérdidas y quienes ven reducido su accionar artístico a la venta de un boleto, con un precio que debe ser accesible para la y el espectador, y que muchas veces incluso decae a promociones como un 2x1 o bajar el precio de la entrada.

Pero entonces, ¿existen otras formas de hacer arte fuera de un sistema económico tan brutal como el capitalismo? ¿Qué tan posible es posicionarnos en las ideas del artista contemporáneo español Santiago Sierra de que el arte político debe situar la obra de arte sí como lo que es, una mercancía, pero también debe indagar sobre el rol del poder, la ideología y el capital que traspasa las diferentes realidades sociales?

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Como artistas ¿somos conscientes de que la práctica del arte tiene un papel preponderante en la construcción y el mantenimiento del status quo presente en un régimen determinado? ¿que también el arte puede tener una actitud desafiante contra el orden establecido? ¿que si decidimos jugar bajo las reglas del mercado, consciente o inconscientemente validamos el sistema capitalista, y aceptamos que nuestro quehacer artístico sea reducido a un producto mercantil más? ¿Existe alguna forma en la que podamos separar al arte de ser una actividad mercantil y posicionarnos más desde un lugar artístico no meramente económico? Tal como menciona el filósofo alemán Theodor W. Adorno, la libertad creativa para el artista nos obliga a vender las obras complaciendo al sistema. Pero entonces, ¿somos verdaderamente libres para poder crear?

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