/ miércoles 22 de marzo de 2017

Encierro se convierte en un calvario

Un adicto necesita un abrazo, ánimos, no humillación,coinciden Vanessa y su madre, tras la experiencia de pasar por tresanexos en el estado. Una como paciente y otra como acompañante,conocieron aquellos sitios en los que cobran ocho mil pesos portres meses y preguntaron entre los que cuestan 30 mil pesos y hastamás de 150 mil pesos. Aunque les prometieron atenciónpsicológica, no la encontraron, al menos en su caso.

Admiten que a algunos enfermos les funciona el tratamiento,similar al de los 12 pasos de alcohólicos anónimos, pero lamentanque la mayoría de los padrinos tratan de recordarles siempre queson adictos y les siembran culpa, porque “merecen que loshumillen” y denuncian que “ni siquiera necesitas ser parientede la persona a la que llevas a anexar, o vivir con ella, basta conque pagues”.

A sus 24 años de edad, Vanessa señala que ingresó al primerode estos centros de rehabilitación a los 17 años por consumo demarihuana, alcohol y clonazepam, esta última recetada paratratarla por bipolaridad, luego de que intentó suicidarse a los 15años.

Lloró durante toda una semana. “Te meten culpa, te hablan congroserías, te gritan, te tratan como lo peor. Sí hay golpes, haycastigos, aplicaciones les dicen, pero a mí no me tocó. Manejanel programa de alcohólicos anónimos, con sus 12 pasos, elprograma es bueno, pero la gente lo distorsiona, porque la genteencargada de los anexos ya pasó por problemas de adicción, salen,se pegan y se quedan porque el programa dice que no puedes vivirsin él”.

En las dos primeras ocasiones entró contra su voluntad. En elprimero estuvo tres meses, en el segundo sólo una noche y huyó acasa de un tío, asustada, porque la gente del lugar le contó queera de los peores anexos, donde más lastiman, “donde losencierran con ratas y los persiguen con varas”.

La tercera ocasión recurrió a otro anexo, de manera voluntariay su experiencia fue diferente, se sintió mejor, aunque tambiénhabía cierto maltrato y situaciones extremas que vivió con ellasu propia madre para acompañarla y después de pasar por elprograma, tomó la decisión de no volver a recurrir a estossitios.

Vanessa aclara que en los centros de rehabilitación no sólohay jóvenes. Hay profesionistas, médicos, amas de casa, hombres ymujeres de todas las edades, incluso menores de edad y personas queestán ahí porque sus familias “se quieren deshacer deellas”.

“Un chavo de 13 años que sus papás lo anexaron por escondera la novia en su cuarto y él no tenía adicciones, pero locastigaban. Lesbianas que no pueden dormirse con las demás y setienen que bañar aparte, mujeres mayores, gente abandonada, es unarma de doble filo porque hay tribunas, donde tú hablas frente atodos durante cierto tiempo todos los días y ahí escuchas detodos, los más jóvenes están escuchando y se llenan deinformación y salen y tienen la espinita de hacer lo queoyeron”, relata.

Ese fue su caso: a su salida del primer centro derehabilitación quiso probar otras drogas sobre las que escuchabacomo la cocaína y otras que narraban los demás adictos.

También aprendió sobre los castigos o “aplicaciones”.Recuerda “la domadora”, donde amarraban a la gente en una camasin colchón porque no quiso comer lo que le daban o los hincabancon corcholatas en la rodilla y les hacían beber café con chile.Entre las cosas más lamentables, señala a chicas que cambiaban“besitos” por dulces, llamadas, refrescos, un cigarro oconectarse en la computadora un rato.

“Parece tonto, pero son cosas que tienes afuera y no adentro ypor eso no dicen nada, porque se benefician. Una amiga y yo lodenunciamos, aunque ya estábamos por salir, y el encargado se fue,no lo corrieron, se fue”, resalta.

Los adictos tienen miedo a las recaídas o a huir y que losregresen a un anexo porque “a veces entre los padrinos secomunican, se dicen unos a otros: ahí te va a caer este, es unrecaído, le metes una friega y lo hacen porque la gente que estáa cargo también es gente enferma, al principio está bien, porqueno es como ir con un psicólogo que no sabe de qué lehablas”.

En su última experiencia en un anexo, vivió la experiencia delas haciendas y su madre la acompañó. Es un lugar durante tresdías están sin comer y sin dormir, “sólo escribiendo y ay deti si te duermes, se supone que tiene una razón, pero la llevan alextremo. Es para el quinto paso, que es admitir ante Dios, antenosotros mismos y otro ser humano la naturaleza de nuestrosdefectos”.

La mamá de Vanessa agrega que después de vivir esa experienciano volverá a ingresar a su hija a un anexo, porque las condicionesno son las mejores y porque no todas las personas tienen lacapacitación para ayudar a los demás, incluso se aprovechan deellos porque los mandan a vender cosas para obtener dinero, a pedirdonaciones para el anexo, aunque los padres pagan todo eltratamiento y cada semana deben llevar 500 pesos o despensa para ellugar.

Los anexos, dice, funcionan como hablan de Las Vegas, lo quesucede en Las Vegas se queda en Las Vegas, los anexados no puedenhablar de lo que pasa en el lugar, en las visitas familiares si tepiden ayuda, terminan la visita porque dicen que los adictosmanipulan.

Del recorrido de su hija por estos lugares, se queda con laúltima recomendación del padrino, recuerda que le dijo que unadicto necesita abrazos, ánimos saber que puede ser buena persona.“Le pregunté por qué si yo abrazaba a mi hija no salía de estoy me dijo: necesitas abrazarla más”.

Un adicto necesita un abrazo, ánimos, no humillación,coinciden Vanessa y su madre, tras la experiencia de pasar por tresanexos en el estado. Una como paciente y otra como acompañante,conocieron aquellos sitios en los que cobran ocho mil pesos portres meses y preguntaron entre los que cuestan 30 mil pesos y hastamás de 150 mil pesos. Aunque les prometieron atenciónpsicológica, no la encontraron, al menos en su caso.

Admiten que a algunos enfermos les funciona el tratamiento,similar al de los 12 pasos de alcohólicos anónimos, pero lamentanque la mayoría de los padrinos tratan de recordarles siempre queson adictos y les siembran culpa, porque “merecen que loshumillen” y denuncian que “ni siquiera necesitas ser parientede la persona a la que llevas a anexar, o vivir con ella, basta conque pagues”.

A sus 24 años de edad, Vanessa señala que ingresó al primerode estos centros de rehabilitación a los 17 años por consumo demarihuana, alcohol y clonazepam, esta última recetada paratratarla por bipolaridad, luego de que intentó suicidarse a los 15años.

Lloró durante toda una semana. “Te meten culpa, te hablan congroserías, te gritan, te tratan como lo peor. Sí hay golpes, haycastigos, aplicaciones les dicen, pero a mí no me tocó. Manejanel programa de alcohólicos anónimos, con sus 12 pasos, elprograma es bueno, pero la gente lo distorsiona, porque la genteencargada de los anexos ya pasó por problemas de adicción, salen,se pegan y se quedan porque el programa dice que no puedes vivirsin él”.

En las dos primeras ocasiones entró contra su voluntad. En elprimero estuvo tres meses, en el segundo sólo una noche y huyó acasa de un tío, asustada, porque la gente del lugar le contó queera de los peores anexos, donde más lastiman, “donde losencierran con ratas y los persiguen con varas”.

La tercera ocasión recurrió a otro anexo, de manera voluntariay su experiencia fue diferente, se sintió mejor, aunque tambiénhabía cierto maltrato y situaciones extremas que vivió con ellasu propia madre para acompañarla y después de pasar por elprograma, tomó la decisión de no volver a recurrir a estossitios.

Vanessa aclara que en los centros de rehabilitación no sólohay jóvenes. Hay profesionistas, médicos, amas de casa, hombres ymujeres de todas las edades, incluso menores de edad y personas queestán ahí porque sus familias “se quieren deshacer deellas”.

“Un chavo de 13 años que sus papás lo anexaron por escondera la novia en su cuarto y él no tenía adicciones, pero locastigaban. Lesbianas que no pueden dormirse con las demás y setienen que bañar aparte, mujeres mayores, gente abandonada, es unarma de doble filo porque hay tribunas, donde tú hablas frente atodos durante cierto tiempo todos los días y ahí escuchas detodos, los más jóvenes están escuchando y se llenan deinformación y salen y tienen la espinita de hacer lo queoyeron”, relata.

Ese fue su caso: a su salida del primer centro derehabilitación quiso probar otras drogas sobre las que escuchabacomo la cocaína y otras que narraban los demás adictos.

También aprendió sobre los castigos o “aplicaciones”.Recuerda “la domadora”, donde amarraban a la gente en una camasin colchón porque no quiso comer lo que le daban o los hincabancon corcholatas en la rodilla y les hacían beber café con chile.Entre las cosas más lamentables, señala a chicas que cambiaban“besitos” por dulces, llamadas, refrescos, un cigarro oconectarse en la computadora un rato.

“Parece tonto, pero son cosas que tienes afuera y no adentro ypor eso no dicen nada, porque se benefician. Una amiga y yo lodenunciamos, aunque ya estábamos por salir, y el encargado se fue,no lo corrieron, se fue”, resalta.

Los adictos tienen miedo a las recaídas o a huir y que losregresen a un anexo porque “a veces entre los padrinos secomunican, se dicen unos a otros: ahí te va a caer este, es unrecaído, le metes una friega y lo hacen porque la gente que estáa cargo también es gente enferma, al principio está bien, porqueno es como ir con un psicólogo que no sabe de qué lehablas”.

En su última experiencia en un anexo, vivió la experiencia delas haciendas y su madre la acompañó. Es un lugar durante tresdías están sin comer y sin dormir, “sólo escribiendo y ay deti si te duermes, se supone que tiene una razón, pero la llevan alextremo. Es para el quinto paso, que es admitir ante Dios, antenosotros mismos y otro ser humano la naturaleza de nuestrosdefectos”.

La mamá de Vanessa agrega que después de vivir esa experienciano volverá a ingresar a su hija a un anexo, porque las condicionesno son las mejores y porque no todas las personas tienen lacapacitación para ayudar a los demás, incluso se aprovechan deellos porque los mandan a vender cosas para obtener dinero, a pedirdonaciones para el anexo, aunque los padres pagan todo eltratamiento y cada semana deben llevar 500 pesos o despensa para ellugar.

Los anexos, dice, funcionan como hablan de Las Vegas, lo quesucede en Las Vegas se queda en Las Vegas, los anexados no puedenhablar de lo que pasa en el lugar, en las visitas familiares si tepiden ayuda, terminan la visita porque dicen que los adictosmanipulan.

Del recorrido de su hija por estos lugares, se queda con laúltima recomendación del padrino, recuerda que le dijo que unadicto necesita abrazos, ánimos saber que puede ser buena persona.“Le pregunté por qué si yo abrazaba a mi hija no salía de estoy me dijo: necesitas abrazarla más”.

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