La peregrinación anual de Querétaro a la Basílica de Guadalupe ha dejado una huella imborrable en las vidas de numerosos devotos, pero dos testimonios en particular destacan por su inspiradora historia.
José y Apolinar, padre e hijo, comparten una conexión más allá de lazos familiares: un riñón que les permite continuar su peregrinaje año tras año. Además, Isabel y Brenda, madre e hija, cuentan una emotiva historia pues Brenda ha estado presente en esta travesía desde su primer mes de vida en el vientre de su madre.
"Me vine embarazada de un mes, y hasta ahora mi hija me acompaña, hasta la fecha aquí la traigo caminando, venimos desde Neblinas y vamos hacia el Tepeyac", relata Isabel, con una mezcla de orgullo y devoción en su voz.
Brenda, de 22, ha sido partícipe de esta peregrinación desde su infancia, comenzando en una carriola. "Es algo que me inculcó mi mamá desde pequeña y es una forma de agradecer a Dios y la Virgen todo lo que nos da", comparte. Además, Brenda asume una responsabilidad especial al portar el banderín durante la caminata, protegiendo y guiando a sus hermanas peregrinas. Recuerda con seriedad el incidente del año pasado, cuando un automóvil se acercó a su grupo. "Es mucha responsabilidad ser bandera", añade con determinación.
José, quien este año celebra su sexta década como peregrino, comenta cómo esta devoción le fue transmitida por su madre, marcando el inicio de su amor por esta tradición.
Sin embargo, su vínculo con la peregrinación va más allá de la fe, ya que donó uno de sus riñones a uno de sus hijos que sufría de insuficiencia renal. La tristeza de ver a su hijo deteriorarse físicamente lo movió a tomar acción, ofreciéndose como donante a pesar de tener 55 años en aquel momento. "Pasaron 6 años para poder hacer el trasplante", revela José, subrayando el tiempo y la dedicación que implicó esta muestra de amor filial.
Apolinar, hijo de José, cuenta su propia historia como peregrino. "Llevo 26 años caminando. Al principio era una tradición, pero luego se convirtió en un acto de fe y perseverancia", comparte con gratitud. Apolinar recibió el riñón de su padre y valora enormemente la oportunidad de seguir con vida y tener una relación especial con su progenitor. "No solo compartimos la sangre, sino que también llevo una refacción clásica", dice, haciendo referencia al órgano donado.
"En los primeros años, mi papá me cargaba durante la peregrinación. Él me enseñó a caminar y a peregrinar. Gracias a lo que él hizo por mí, estoy viviendo esta experiencia un año más", expresa Apolinar con profundo agradecimiento hacia su padre y su conexión única.
La peregrinación anual de Querétaro a la Basílica de Guadalupe no solo representa un acto de fe, sino también una muestra de superación y amor familiar. Estas dos familias nos enseñan que la devoción puede trascender los lazos sanguíneos y convertirse en una fuerza que inspira y une a las personas. Con cada paso, con cada rezo y con cada encuentro, estos peregrinos nos muestran que la fe y la determinación pueden superar cualquier obstáculo en el camino hacia la Basílica de Guadalupe, dejando una huella imborrable en sus corazones y en la comunidad que los rodea.
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