/ miércoles 29 de diciembre de 2021

Un invierno brutal azota los campos de desplazados en Siria

Cada año, las fuertes lluvias transforman los campos de desplazados de la región en fangosas ciénagas que inundan numerosas tiendas

Cada mañana, los hijos de Umm Raghad desafían al frío glacial del campo de desplazados de Kafr Arouk en Siria en busca de desechos que puedan quemar para calentarse.

"Cuando me despierto, no están", cuenta a AFP esta siria, madre de tres hijos, en el campo situado en la provincia de Idlib, en el noroeste de este país arrasado por 10 años de guerra.

"Se van muy temprano para buscar pedazos de bolsas de plástico o suelas", añade, con el rostro medio escondido por una bufanda negra.

El invierno es rudo en el noroeste de Siria, sobre todo en la provincia de Idlib, el último gran bastión rebelde y yihadista que alberga a 1,5 millones de desplazados que huyeron del conflicto que causó más de medio millón de muertos desde 2011.

Cada año, las fuertes lluvias transforman los campos de desplazados de la región en fangosas ciénagas que inundan numerosas tiendas.

"Mis niños pasan frío, no tienen ropa caliente", lamenta Raghad, para quien es el tercer invierno en el campo tras la muerte de su marido en el conflicto.

Su carpa no tiene estufa, a diferencia de la de su vecina Umm Raed, donde los niños llevan su "recolecta" diaria para pasar el resto de la jornada en calor.

"Meten todo lo que encuentran en casa de Umm Raed y se quedan allí hasta que se pone el sol", explica.

- "Todos en mi carpa" -

La mayoría de los habitantes hacen fogatas de leña para calentarse o usan las estufas de sus carpas, lo que regularmente provoca incendios.

Algunos desplazados murieron en incendios, otros sucumbieron a la hipotermia.

Para algunos es el décimo invierno lejos de su casa, en condiciones que continúan deteriorándose a pesar de una tregua en los combates.

"No tenemos los medios de pagarnos un hornillo ni nada para comer", dice Raghad. "El invierno es duro, muy duro", suspira.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), solo está garantizada la mitad de los 182 millones de dólares necesarios para cubrir las necesidades invernales en los campos sirios.

El espeso humo negro que se eleva por encima de la tienda de Umm Raed, de 45 años, atrae a los vecinos en busca de calor.

Sin medios para comprar carbón o leña, utiliza un horno rudimentario, obtenido gracias a una donación, para quemar los desechos encontrados por los niños.

"Los vecinos se reúnen todos en mi carpa para mantenerse calientes", dice esta madre de ocho niños, tres con necesidades particulares. "A veces esto se llena con más de quince personas", añade.

- "Los daños del fuego y el humo" -

Médicos sin Fronteras, que apoya a decenas de campos en el noroeste de Siria, advirtió en noviembre contra las fogatas improvisadas y los riesgos de intoxicación vinculados a la inhalación de humos tóxicos.

"Las enfermedades respiratorias son una de las tres principales enfermedades señaladas en nuestras instalaciones en el noroeste", indicó la ONG.

Desplazado hace nueve años de Alepo, Umm Mohammed quema ramitas y trozos de papel en su tienda.

"El olor es fuerte y hay mucho humo", reconoce la madre de tres niños. "Quería ir a ver a un médico pero no tengo los medios". agrega.

Cerca, Abu Hussein, un desplazado de 40 años, observa a un grupo de niños reunidos en el exterior alrededor de un fuego.

"Cuando encendemos un fuego en el interior, los pequeños se asfixian", dice este hombre con diez hijos que huyó de la provincia central de Hama hace cuatro años.

Pero "sin trabajo ni acceso a ayudas", no tiene medios para comprar medicamentos, asegura.

Para rematar su miseria, el agua de la lluvia pasa por los agujeros de su tienda y cae sobre sus niños mientras duermen.

"A veces, pasamos la noche cubriendo los agujeros con bolsas de plástico para que los niños no se mojen", afirma.

Cada mañana, los hijos de Umm Raghad desafían al frío glacial del campo de desplazados de Kafr Arouk en Siria en busca de desechos que puedan quemar para calentarse.

"Cuando me despierto, no están", cuenta a AFP esta siria, madre de tres hijos, en el campo situado en la provincia de Idlib, en el noroeste de este país arrasado por 10 años de guerra.

"Se van muy temprano para buscar pedazos de bolsas de plástico o suelas", añade, con el rostro medio escondido por una bufanda negra.

El invierno es rudo en el noroeste de Siria, sobre todo en la provincia de Idlib, el último gran bastión rebelde y yihadista que alberga a 1,5 millones de desplazados que huyeron del conflicto que causó más de medio millón de muertos desde 2011.

Cada año, las fuertes lluvias transforman los campos de desplazados de la región en fangosas ciénagas que inundan numerosas tiendas.

"Mis niños pasan frío, no tienen ropa caliente", lamenta Raghad, para quien es el tercer invierno en el campo tras la muerte de su marido en el conflicto.

Su carpa no tiene estufa, a diferencia de la de su vecina Umm Raed, donde los niños llevan su "recolecta" diaria para pasar el resto de la jornada en calor.

"Meten todo lo que encuentran en casa de Umm Raed y se quedan allí hasta que se pone el sol", explica.

- "Todos en mi carpa" -

La mayoría de los habitantes hacen fogatas de leña para calentarse o usan las estufas de sus carpas, lo que regularmente provoca incendios.

Algunos desplazados murieron en incendios, otros sucumbieron a la hipotermia.

Para algunos es el décimo invierno lejos de su casa, en condiciones que continúan deteriorándose a pesar de una tregua en los combates.

"No tenemos los medios de pagarnos un hornillo ni nada para comer", dice Raghad. "El invierno es duro, muy duro", suspira.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), solo está garantizada la mitad de los 182 millones de dólares necesarios para cubrir las necesidades invernales en los campos sirios.

El espeso humo negro que se eleva por encima de la tienda de Umm Raed, de 45 años, atrae a los vecinos en busca de calor.

Sin medios para comprar carbón o leña, utiliza un horno rudimentario, obtenido gracias a una donación, para quemar los desechos encontrados por los niños.

"Los vecinos se reúnen todos en mi carpa para mantenerse calientes", dice esta madre de ocho niños, tres con necesidades particulares. "A veces esto se llena con más de quince personas", añade.

- "Los daños del fuego y el humo" -

Médicos sin Fronteras, que apoya a decenas de campos en el noroeste de Siria, advirtió en noviembre contra las fogatas improvisadas y los riesgos de intoxicación vinculados a la inhalación de humos tóxicos.

"Las enfermedades respiratorias son una de las tres principales enfermedades señaladas en nuestras instalaciones en el noroeste", indicó la ONG.

Desplazado hace nueve años de Alepo, Umm Mohammed quema ramitas y trozos de papel en su tienda.

"El olor es fuerte y hay mucho humo", reconoce la madre de tres niños. "Quería ir a ver a un médico pero no tengo los medios". agrega.

Cerca, Abu Hussein, un desplazado de 40 años, observa a un grupo de niños reunidos en el exterior alrededor de un fuego.

"Cuando encendemos un fuego en el interior, los pequeños se asfixian", dice este hombre con diez hijos que huyó de la provincia central de Hama hace cuatro años.

Pero "sin trabajo ni acceso a ayudas", no tiene medios para comprar medicamentos, asegura.

Para rematar su miseria, el agua de la lluvia pasa por los agujeros de su tienda y cae sobre sus niños mientras duermen.

"A veces, pasamos la noche cubriendo los agujeros con bolsas de plástico para que los niños no se mojen", afirma.

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