/ viernes 18 de octubre de 2019

El Baúl

Los riesgos de la seducción


Andaría en sus veinticuatro, bajita, facciones agradables, con unos ojos hermosos; y, aunque era delgada, tenía un cuerpo bien hecho. Su cabellera castaña, lacia, le caía sobre sus hombres hasta la media espalda, y su voz era seductora. Al fin y al cabo serrana.

Estaba en la tienda de abarrotes del centro de Jalpan, frente al tendero. Se la miraba algo nerviosa. Porque con sus manos de pianista contaba los pesos que traía en su siniestra y siempre caía en la cuenta de que no le alcanzaba para pagar la cajetilla de cigarros, que la tenía enfrente, sobre la superficie del mostrador.

-¿No se los puedo traer al rato? –dijo, esperando que el tendero le hiciera la caridad de fiarle la mercancía. El propietario del negocio hizo una mueca, y, al cabo de unos instantes, algo desesperado, la dejó contando otra vez las monedas y se dedicó a atender a los demás clientes.

Por motivos de su profesión, los reporteros estaban ahí cubriendo la cobertura de algunos eventos oficiales. Desde que llegaron, hicieron amistades, una de las cuales les informó que, siendo los tiempos de la feria regional, había mucha gente de la propia demarcación y de sus vecindades, incluyendo algunos varones que habían emigrado hacia los Estados Unidos. Y entre ellos andaban los novios de varias jalpenses, entre ellas, la reina de la feria.

-¿Y la reina es guapa? –preguntaron los reporteros sonriendo.

-Como todas nosotras –les contestaron con aires de grandeza.

Poco después, el reportero salió del hotel donde estaba hospedada la prensa, fue a la tienda de abarrotes a comprar algunos objetos de limpieza personal, y estaba hurgando entre la mercancía exhibida en los estantes cuando la vio, atribulada, contando su dinero.

-¿Algo más? –preguntó el tendero a uno de los clientes que empezó a atender mientras la jovencita seguía contando sus monedas. El consumidor pidió algo que no estaba entre la mercancía a la mano, preguntó el costo global, pagó y se fue.

-Ándele, después le traigo lo demás… –imploró la chica.

El tendero hizo que no la oía y luego atendió al reportero, que estaba detrás de la serrana.

-Yo pago lo que a ella le falta –dijo el periodista sin mirarla. Ella se volvió hacia él, esbozó coqueta una sonrisa, agradeció el gesto y se llevó la cajetilla de cigarros.

Cuando el reportero salió se dio cuenta de que la chica y su novio fumaban a placer. Ella lo vio salir de la tienda pero hizo que no lo conocía.

De regreso al hotel, el reportero les contó a sus colegas lo que había sucedió en la tienda de abarrotes, la aportación suya para liquidar lo que faltaba y lo qué había visto al salir del negocio.

-¿Te imaginas, si hubieran sido preservativos…? –le dijeron los demás, mofándose de su candidez.

Los riesgos de la seducción


Andaría en sus veinticuatro, bajita, facciones agradables, con unos ojos hermosos; y, aunque era delgada, tenía un cuerpo bien hecho. Su cabellera castaña, lacia, le caía sobre sus hombres hasta la media espalda, y su voz era seductora. Al fin y al cabo serrana.

Estaba en la tienda de abarrotes del centro de Jalpan, frente al tendero. Se la miraba algo nerviosa. Porque con sus manos de pianista contaba los pesos que traía en su siniestra y siempre caía en la cuenta de que no le alcanzaba para pagar la cajetilla de cigarros, que la tenía enfrente, sobre la superficie del mostrador.

-¿No se los puedo traer al rato? –dijo, esperando que el tendero le hiciera la caridad de fiarle la mercancía. El propietario del negocio hizo una mueca, y, al cabo de unos instantes, algo desesperado, la dejó contando otra vez las monedas y se dedicó a atender a los demás clientes.

Por motivos de su profesión, los reporteros estaban ahí cubriendo la cobertura de algunos eventos oficiales. Desde que llegaron, hicieron amistades, una de las cuales les informó que, siendo los tiempos de la feria regional, había mucha gente de la propia demarcación y de sus vecindades, incluyendo algunos varones que habían emigrado hacia los Estados Unidos. Y entre ellos andaban los novios de varias jalpenses, entre ellas, la reina de la feria.

-¿Y la reina es guapa? –preguntaron los reporteros sonriendo.

-Como todas nosotras –les contestaron con aires de grandeza.

Poco después, el reportero salió del hotel donde estaba hospedada la prensa, fue a la tienda de abarrotes a comprar algunos objetos de limpieza personal, y estaba hurgando entre la mercancía exhibida en los estantes cuando la vio, atribulada, contando su dinero.

-¿Algo más? –preguntó el tendero a uno de los clientes que empezó a atender mientras la jovencita seguía contando sus monedas. El consumidor pidió algo que no estaba entre la mercancía a la mano, preguntó el costo global, pagó y se fue.

-Ándele, después le traigo lo demás… –imploró la chica.

El tendero hizo que no la oía y luego atendió al reportero, que estaba detrás de la serrana.

-Yo pago lo que a ella le falta –dijo el periodista sin mirarla. Ella se volvió hacia él, esbozó coqueta una sonrisa, agradeció el gesto y se llevó la cajetilla de cigarros.

Cuando el reportero salió se dio cuenta de que la chica y su novio fumaban a placer. Ella lo vio salir de la tienda pero hizo que no lo conocía.

De regreso al hotel, el reportero les contó a sus colegas lo que había sucedió en la tienda de abarrotes, la aportación suya para liquidar lo que faltaba y lo qué había visto al salir del negocio.

-¿Te imaginas, si hubieran sido preservativos…? –le dijeron los demás, mofándose de su candidez.

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