/ domingo 3 de diciembre de 2023

El cronista sanjuanense | Brujas

A raíz de la conquista de México, llegó, junto al imaginario religioso europeo, la creencia en la existencia de brujas. La figura de la bruja no existía como tal en Mesoamérica, los frailes castellanos llegados al “nuevo mundo” en el siglo XVI, la relacionaron con las curanderas y parteras. Se decía que las mujeres brujas, según el modelo propuesto en Europa, eran capaces de volar y de transformarse en animales mediante un pacto con el diablo y que, gracias a los ungüentos mágicos que se untaban, podrían volverse irresistibles y seductoras para los hombres.

La investigadora queretana Lourdes Somohano Martínez, dio cuenta de un caso sobre una bruja en San Juan del Río, dado en el siglo XVII, registrado en documentos del Fondo de la Inquisición que resguarda el Archivo General de la Nación. Ocurrió en el año 1657, cuando una mujer española llamada Catalina de Ávila, de veintiséis años de edad, soltera, acudió ante el comisario del Santo Oficio Juan de Buenrostro, para denunciar a una bruja llamada Beatriz, apodada La Tlalpa. Dicha mujer era una mulata libre, que tenía fama de ser bruja y de quién se dice se convertía en luciérnaga para salir a volar. Su hija, Isabel, también fue acusada del mismo delito, por lo que a ambas se les dio el nombre genérico de Las Tlalpas.

La denuncia obedecía a que Catalina había escuchado el Edicto general de fe que había sido leído en un templo, donde se enumeraban diversos delitos penados por la Iglesia, entre los que se encontraba el de no denunciar a las mujeres que fueran brujas. El Edicto estipulaba que en caso de que una persona guardara silencio deliberadamente frente a un caso así y no denunciará a la implicada, sabiendo que estaba realizando un acto contra Dios, se volvía automáticamente cómplice de la hereje. Al escuchar la lectura del texto, Catalina consideró hablar para no cargar sobre su conciencia con ese peso.

Catalina declaró ante el tribunal que cinco años antes estuvo de visita en San Juan del Río, en casa de una mestiza llamada María de Chávez; ella y su hija Josepha le refirieron que La Tlalpa era bruja y que tanto a ella como a su madre se les conocía en la región por su forma de practicar la hechicería. Tanto María como Josepha estaban seguras, pues por boca de varios testigos llegaron a saber de episodios en los que La Tlalpa había practicado rituales para convertirse en bruja. Uno de estos testigos fue Marcos de Villagrán, español, soltero, también de San Juan del Río, que contó a mucha gente cómo llegaron una noche a casa de La Talpa y, al encontrarla cerrada, pudo ver por las junturas de la puerta que Beatriz estaba junto a unos botecitos y con unas candelas encendidas. El hombre se sorprendió, y deseoso de saber que era, llamó a la puerta; Beatriz reconoció la voz, apagó las candelas y abrió la puerta dejando todo a oscuras para que no se distinguiera hacia adentro de la casa. Otro testigo que declaró contra ellas fue Tomás Rangel, quien relató que mientras una noche caminaba por el río a la salida de San Juan, se topó con una luciérnaga, la quiso atrapar porque supuestamente sabía que este insecto era una bruja; al hacerlo, la luciérnaga se transformó inmediatamente en una mujer que estaba “en cueros” y que resultó ser Beatriz. Ella le rogó que no la prendiera ni contara a nadie lo sucedido y que la dejara ir. En agradecimiento por liberarla y guardar el secreto, le daría a una hija suya. Tomás dejó ir a la bruja, quien lo recompensó dándole a su hija, con la que se “amancebo” y quién para esas fechas, decían, todavía permanecía con él.

En el caso de La Tlalpa, se presentaron testimonios de varias personas que aseguraron haberla visto transformarse en luciérnaga y de cometer actos de brujería, pero no fue enjuiciada, porque su proceso nunca se llegó a concretar; no se reunieron las pruebas suficientes y los datos proporcionados resultaron llenos de incongruencias.

Para que una mujer fuera culpada de ser bruja, se debían recibir los testimonios de personas que relataran que la acusada tenía algunas de las características de una bruja, es decir, que volara, se transformará en animal o que actuara en pequeños grupos junto a otras de su tipo, acusaciones que nos muestran que en el fondo lo que se pretendía realmente era regular la conducta social y religiosa de las mujeres del territorio novohispano bajo los valores católicos y patriarcales de esa época.

Durante los trescientos años del virreinato de la Nueva España (1521-1821), las brujas fueron consideradas agentes del diablo con la misión de desbancar los principios morales del cristianismo. El encargado de perseguirlas fue el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición. Los criterios usados por esta institución en su persecución se basaron en el modelo brujesco europeo, que fue trasladado a los nuevos territorios conquistados en América, donde sufrió adaptaciones de acuerdo a la cultura mesoamericana.


A raíz de la conquista de México, llegó, junto al imaginario religioso europeo, la creencia en la existencia de brujas. La figura de la bruja no existía como tal en Mesoamérica, los frailes castellanos llegados al “nuevo mundo” en el siglo XVI, la relacionaron con las curanderas y parteras. Se decía que las mujeres brujas, según el modelo propuesto en Europa, eran capaces de volar y de transformarse en animales mediante un pacto con el diablo y que, gracias a los ungüentos mágicos que se untaban, podrían volverse irresistibles y seductoras para los hombres.

La investigadora queretana Lourdes Somohano Martínez, dio cuenta de un caso sobre una bruja en San Juan del Río, dado en el siglo XVII, registrado en documentos del Fondo de la Inquisición que resguarda el Archivo General de la Nación. Ocurrió en el año 1657, cuando una mujer española llamada Catalina de Ávila, de veintiséis años de edad, soltera, acudió ante el comisario del Santo Oficio Juan de Buenrostro, para denunciar a una bruja llamada Beatriz, apodada La Tlalpa. Dicha mujer era una mulata libre, que tenía fama de ser bruja y de quién se dice se convertía en luciérnaga para salir a volar. Su hija, Isabel, también fue acusada del mismo delito, por lo que a ambas se les dio el nombre genérico de Las Tlalpas.

La denuncia obedecía a que Catalina había escuchado el Edicto general de fe que había sido leído en un templo, donde se enumeraban diversos delitos penados por la Iglesia, entre los que se encontraba el de no denunciar a las mujeres que fueran brujas. El Edicto estipulaba que en caso de que una persona guardara silencio deliberadamente frente a un caso así y no denunciará a la implicada, sabiendo que estaba realizando un acto contra Dios, se volvía automáticamente cómplice de la hereje. Al escuchar la lectura del texto, Catalina consideró hablar para no cargar sobre su conciencia con ese peso.

Catalina declaró ante el tribunal que cinco años antes estuvo de visita en San Juan del Río, en casa de una mestiza llamada María de Chávez; ella y su hija Josepha le refirieron que La Tlalpa era bruja y que tanto a ella como a su madre se les conocía en la región por su forma de practicar la hechicería. Tanto María como Josepha estaban seguras, pues por boca de varios testigos llegaron a saber de episodios en los que La Tlalpa había practicado rituales para convertirse en bruja. Uno de estos testigos fue Marcos de Villagrán, español, soltero, también de San Juan del Río, que contó a mucha gente cómo llegaron una noche a casa de La Talpa y, al encontrarla cerrada, pudo ver por las junturas de la puerta que Beatriz estaba junto a unos botecitos y con unas candelas encendidas. El hombre se sorprendió, y deseoso de saber que era, llamó a la puerta; Beatriz reconoció la voz, apagó las candelas y abrió la puerta dejando todo a oscuras para que no se distinguiera hacia adentro de la casa. Otro testigo que declaró contra ellas fue Tomás Rangel, quien relató que mientras una noche caminaba por el río a la salida de San Juan, se topó con una luciérnaga, la quiso atrapar porque supuestamente sabía que este insecto era una bruja; al hacerlo, la luciérnaga se transformó inmediatamente en una mujer que estaba “en cueros” y que resultó ser Beatriz. Ella le rogó que no la prendiera ni contara a nadie lo sucedido y que la dejara ir. En agradecimiento por liberarla y guardar el secreto, le daría a una hija suya. Tomás dejó ir a la bruja, quien lo recompensó dándole a su hija, con la que se “amancebo” y quién para esas fechas, decían, todavía permanecía con él.

En el caso de La Tlalpa, se presentaron testimonios de varias personas que aseguraron haberla visto transformarse en luciérnaga y de cometer actos de brujería, pero no fue enjuiciada, porque su proceso nunca se llegó a concretar; no se reunieron las pruebas suficientes y los datos proporcionados resultaron llenos de incongruencias.

Para que una mujer fuera culpada de ser bruja, se debían recibir los testimonios de personas que relataran que la acusada tenía algunas de las características de una bruja, es decir, que volara, se transformará en animal o que actuara en pequeños grupos junto a otras de su tipo, acusaciones que nos muestran que en el fondo lo que se pretendía realmente era regular la conducta social y religiosa de las mujeres del territorio novohispano bajo los valores católicos y patriarcales de esa época.

Durante los trescientos años del virreinato de la Nueva España (1521-1821), las brujas fueron consideradas agentes del diablo con la misión de desbancar los principios morales del cristianismo. El encargado de perseguirlas fue el Tribunal del Santo Oficio o Inquisición. Los criterios usados por esta institución en su persecución se basaron en el modelo brujesco europeo, que fue trasladado a los nuevos territorios conquistados en América, donde sufrió adaptaciones de acuerdo a la cultura mesoamericana.