/ martes 5 de mayo de 2020

La moda de la máquina de coser resurge de la mano del coronavirus

Vendedor de pequeñas máquinas de coser pudo abrir desde el primer día del desconfinamiento, al operar en un sector considerado prioritario

Olivier Bruynincx trabaja "los siete días de la semana". ¿Su empleo? Vendedor de pequeñas máquinas de coser que, con la confección de mascarillas para luchar contra la pandemia, vive un "histórico" regreso en Bélgica.

Al frente desde 2014 de una pequeña empresa familiar en la comuna bruselense de Ixelles, este comerciante especializado se ha visto abrumado por la demanda de particulares, pese a las restricciones del confinamiento.

Hasta el punto de trabajar "los siete días de la semana, casi día y noche para reparar las máquinas de coser", asegura Bruynincx, cuya experiencia convirtió su empresa en una de las más reputadas de la capital belga.

A mediados de marzo, cuando los comercios bajaron la persiana por el confinamiento decretado en Bélgica, "en un primer momento teníamos pánico, porque no sabíamos lo que iba a pasar", reconoce el hombre de 41 años.

Pero "seguimos contestando al teléfono y muy rápido tuvimos mucha demanda para las reparaciones (...), porque mucha gente desempolvó su vieja máquina para empezar a coser mascarillas", agrega a la AFP.

En este contexto, "era muy difícil negarse". "Acorté mis plazos [de entrega] de 15 a unos 3-4 días para ayudar lo más rápido posible", explica Bruynincx, para quien la demanda de tiras elásticas es otra de las consecuencias.

"No exagero. He tenido unas 40 o 50 llamadas al día para pedirme elásticos. Era un artículo que no vendíamos nunca en general, quizás 10 metros al año. Ahora, habré vendido kilómetros y kilómetros...".

El lunes, Olivier Bruynincx respiró "aliviado". Como todas las tiendas de tela y mercerías en Bélgica, su comercio pudo abrir desde el primer día del desconfinamiento, al operar en un sector considerado prioritario.

Coser "siempre me gustó"

Foto: Aris Oikonomou | AFP

El uso de una protección que cubra nariz y boca es obligatorio en el transporte público para los mayores de 12 años, además de ser recomendable para cualquier desplazamiento en la calle en Bélgica.

Sin embargo, las medidas de distanciamiento social son complicadas de poner en marcha en un estrecho comercio, donde se corre el riesgo de golpearse con las bobinas de hilo al alejarse de un cliente.

"Intentamos adaptarnos", asegura. Su tienda solo acepta cuatro clientes a la vez en el interior, donde ya se encuentran además una vendedora y su padre, que, pese a estar jubilado, ayuda a su hijo en la reapertura.

Frente a la tienda, un puñado de clientes están obligados a esperar en fila, a una buena distancia los unos de los otros. Entre ellos, Nathalie Cable necesita comprar tiras elásticas e hilo.

Esta interiorista, que confecciona ahora mascarillas para una de las 19 comunas de Bruselas, dejó su empleo habitual para dedicarse a coser estas protecciones "entre 15 y 20 horas a la semana".

Coser es "algo que siempre me gustó", confiesa, sonriente, Nathalie. Y cuando su comuna hizo un llamado a voluntarios, ella se propuso rápidamente para fabricar hasta 30 mascarillas por semana.

"Imagino que hay gente que va más rápido que yo. No soy una profesional", reconoce la mujer. "Pero todo el mundo tiene que ser capaz de aportar su granito de arena para ayudar a salir de esta crisis".

Olivier Bruynincx trabaja "los siete días de la semana". ¿Su empleo? Vendedor de pequeñas máquinas de coser que, con la confección de mascarillas para luchar contra la pandemia, vive un "histórico" regreso en Bélgica.

Al frente desde 2014 de una pequeña empresa familiar en la comuna bruselense de Ixelles, este comerciante especializado se ha visto abrumado por la demanda de particulares, pese a las restricciones del confinamiento.

Hasta el punto de trabajar "los siete días de la semana, casi día y noche para reparar las máquinas de coser", asegura Bruynincx, cuya experiencia convirtió su empresa en una de las más reputadas de la capital belga.

A mediados de marzo, cuando los comercios bajaron la persiana por el confinamiento decretado en Bélgica, "en un primer momento teníamos pánico, porque no sabíamos lo que iba a pasar", reconoce el hombre de 41 años.

Pero "seguimos contestando al teléfono y muy rápido tuvimos mucha demanda para las reparaciones (...), porque mucha gente desempolvó su vieja máquina para empezar a coser mascarillas", agrega a la AFP.

En este contexto, "era muy difícil negarse". "Acorté mis plazos [de entrega] de 15 a unos 3-4 días para ayudar lo más rápido posible", explica Bruynincx, para quien la demanda de tiras elásticas es otra de las consecuencias.

"No exagero. He tenido unas 40 o 50 llamadas al día para pedirme elásticos. Era un artículo que no vendíamos nunca en general, quizás 10 metros al año. Ahora, habré vendido kilómetros y kilómetros...".

El lunes, Olivier Bruynincx respiró "aliviado". Como todas las tiendas de tela y mercerías en Bélgica, su comercio pudo abrir desde el primer día del desconfinamiento, al operar en un sector considerado prioritario.

Coser "siempre me gustó"

Foto: Aris Oikonomou | AFP

El uso de una protección que cubra nariz y boca es obligatorio en el transporte público para los mayores de 12 años, además de ser recomendable para cualquier desplazamiento en la calle en Bélgica.

Sin embargo, las medidas de distanciamiento social son complicadas de poner en marcha en un estrecho comercio, donde se corre el riesgo de golpearse con las bobinas de hilo al alejarse de un cliente.

"Intentamos adaptarnos", asegura. Su tienda solo acepta cuatro clientes a la vez en el interior, donde ya se encuentran además una vendedora y su padre, que, pese a estar jubilado, ayuda a su hijo en la reapertura.

Frente a la tienda, un puñado de clientes están obligados a esperar en fila, a una buena distancia los unos de los otros. Entre ellos, Nathalie Cable necesita comprar tiras elásticas e hilo.

Esta interiorista, que confecciona ahora mascarillas para una de las 19 comunas de Bruselas, dejó su empleo habitual para dedicarse a coser estas protecciones "entre 15 y 20 horas a la semana".

Coser es "algo que siempre me gustó", confiesa, sonriente, Nathalie. Y cuando su comuna hizo un llamado a voluntarios, ella se propuso rápidamente para fabricar hasta 30 mascarillas por semana.

"Imagino que hay gente que va más rápido que yo. No soy una profesional", reconoce la mujer. "Pero todo el mundo tiene que ser capaz de aportar su granito de arena para ayudar a salir de esta crisis".

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