/ lunes 11 de junio de 2018

Agujeros en el texto: túnel de armadillo

Los textos suelen tener agujeros-túneles. Van y vienen en infinitas ramificaciones de voces de luz. Están ahí, aquí, por todos lados. Se funden, se cruzan. Están en el texto, aunque nos sean imperceptibles.

No los vemos a simple vista porque están hechos de ʻnadaʼ o de la ʻidea de nadaʼ. No es lo mismo la cosa en sí | objetual per se | que la idea de esa cosa que sólo están en mí | racional per accidens|. El caso es que están —los veamos o no— en textos de arena que cae (piénsese en el tiempo que se mide como fatalidad): arena con la que se construyen imágenes, raíces de voz-escrita para el papel.

Los agujeros-túneles permiten pasar de una idea a otra. Y no hay límites en los caminos. Los textos son infinitos. Cruce de ideas que anidan en cualquier sustancia no apodíctica ni referencialmente kantiana. De ahí que los circunloquios, circunscripciones y circunstancias no circuncidadas conjuguen su ser-siendo en un cúmulo de posibilidades siempre abiertas. Tómese la idea de infinito de Euler y súmese hasta advertir qué es ʻinfinitoʼ. Después aplíquese la conclusión a los agujeros-túneles en el texto.

Comprender que siempre están en construcción, permite reconocernos como lectores-infinitos. Su «ser» es nuestro posible ser-siendo. De ahí que en cada agujero-túnel haya una impronta lectora soterrada.

En fin, no hay uno solo que esté terminado. Cuando alguien lee de nuevo el texto, éste (el texto) suele cambiar (se mueve y en su mover mueve al lector). Entonces se abren posibilidades que conectan a ambos: lector y texto. Podría decirse —siguiendo este hilo conductor— que el agujero se extiende por otras dimensiones no escriturarias de facto. Entonces la realidad se convierte en la cosa (res) hecha re|a|lidad (porque es posible).

El lector, en este sentido, es un espacio en donde anidan las letras con las que se construyen los agujeros-túneles más delicados. Al leer y hacer pausas, o al hacer pausas y reflexionar sobre tal o cual asunto, o simplemente al cerrar los ojos porque el texto nos ha deslumbrado y necesitamos de la oscuridad para desnudar libremente a la nueva idea.

Ser lector implica —a reserva de no caer en una definición cerrada— de continuas necesidades para existir como lector de textos y de sí mismo | palabra – realidad – ser |. Ontología de un sujeto en movimiento-lector.

Pero son los armadillos quienes viven a sus anchas en estos espacios infinitos (la ontología incluye a los que son lectores). Ellos recorren sin mayor problema cualquier túnel y, cuando se les atraviesa algún obstáculo, abren un nuevo agujero y continúan su lectura. ¿Dónde está el problema? En todo caso habría que preguntarse si el problema puede ser visto sólo como problema; o, con todas sus reservas, si es el inicio de un reencuentro entre la gramática material y la semántica ontológica. Página abierta para leer y ser desde la lectura: diáspora biunívoca.

El armadillo husmea aquí y allá. Entierra su nariz en la tierra húmeda. Hunde sus patas en la hojarasca. Se mueve. Hace fuerza. Más fuerza. Sabe que el hoyo aún es pequeño. Hay que abrirlo, hacerlo más grande. Sólo así el túnel cobra sentido. El grado de profundización en el texto es proporcional a la necesidad reflexiva del lector. Habrá quienes se conformen con la apariencia. Sin embargo, otros —como yo— husmearán con nariz de armadillo, moverán sus manos, pasando de una idea a otra; de una hoja a otra; de una experiencia específica a una sensualidad quizás imaginada. Seguirán su instinto de lector.

Movimiento profundo al leer en tierra húmeda.

La realidad está por darse al lector. La página está quieta. Reconoce en los lectores-armadillos la posibilidad de emigrar. Ser nómada requiere, en este sentido, de la ayuda de la palabra (escrita o no). Los espacios se abren cuando la realidad es de tierra fértil; pero hay que buscar esta tierra, incluso más allá de nuestra mirada.

La π, como relación entre una circunferencia (el texto en sí) y su diámetro (túneles que recorren su interior) es la suma Σ de cualquier voz primigenia : א. En el principio era el Aleph que enraizó en el silencio de la creación escriturística. La realidad surgió primero como pensamiento. Por eso todo acto tiene en su ser la potencia de ese acto. Cómo entender sin ello que el infinito (i) es en el texto la spira mirabilis (espiral maravillosa), espiral logarítmica, es la suma de túneles por los que transita el lector no sumiso.

Así, del agujero al túnel no hay más que un paso-lector; imprecisión contingente, casi innecesaria, para su reconstrucción ontológica.

El armadillo continúa su labor. Pero el trabajo no es leer como camino ya hecho, donde el lector sólo repite un pensamiento ajeno. El problema es abrir los dichosos agujeros, esas puertas a túneles difusos (los hay en forma de banda de möbius).

Por eso la lectura no termina, sólo se reorienta. La idea de fin es —de hecho— una forma de empezar un nuevo agujero. ¿Hasta dónde nos puede llevar? ¿Cuántos túneles pueden surgir de él). No hay una sola respuesta, depende de qué tan armadillo seamos para avanzar; implica qué tan inconformes seamos ante las respuesta unívocas. En todo caso la página seguirá allí. Incluso si nos alejamos. Aunque la racionalidad ajena acabe por cegar nuestra mirada.

Ser armadillo —se colige de lo anterior— es cosa de voluntad (voluntad-lectora). Aunque antes de cualquier voluntad está siempre el ser que se ve como un ser-siendo, es decir, como un ser-lector. Animal de letras para nuevas tierras: imaginación siempre abierta a la realidad de esta tierra húmeda.

El armadillo levantó la cabeza. Ahora mira al lector.

Los textos suelen tener agujeros-túneles. Van y vienen en infinitas ramificaciones de voces de luz. Están ahí, aquí, por todos lados. Se funden, se cruzan. Están en el texto, aunque nos sean imperceptibles.

No los vemos a simple vista porque están hechos de ʻnadaʼ o de la ʻidea de nadaʼ. No es lo mismo la cosa en sí | objetual per se | que la idea de esa cosa que sólo están en mí | racional per accidens|. El caso es que están —los veamos o no— en textos de arena que cae (piénsese en el tiempo que se mide como fatalidad): arena con la que se construyen imágenes, raíces de voz-escrita para el papel.

Los agujeros-túneles permiten pasar de una idea a otra. Y no hay límites en los caminos. Los textos son infinitos. Cruce de ideas que anidan en cualquier sustancia no apodíctica ni referencialmente kantiana. De ahí que los circunloquios, circunscripciones y circunstancias no circuncidadas conjuguen su ser-siendo en un cúmulo de posibilidades siempre abiertas. Tómese la idea de infinito de Euler y súmese hasta advertir qué es ʻinfinitoʼ. Después aplíquese la conclusión a los agujeros-túneles en el texto.

Comprender que siempre están en construcción, permite reconocernos como lectores-infinitos. Su «ser» es nuestro posible ser-siendo. De ahí que en cada agujero-túnel haya una impronta lectora soterrada.

En fin, no hay uno solo que esté terminado. Cuando alguien lee de nuevo el texto, éste (el texto) suele cambiar (se mueve y en su mover mueve al lector). Entonces se abren posibilidades que conectan a ambos: lector y texto. Podría decirse —siguiendo este hilo conductor— que el agujero se extiende por otras dimensiones no escriturarias de facto. Entonces la realidad se convierte en la cosa (res) hecha re|a|lidad (porque es posible).

El lector, en este sentido, es un espacio en donde anidan las letras con las que se construyen los agujeros-túneles más delicados. Al leer y hacer pausas, o al hacer pausas y reflexionar sobre tal o cual asunto, o simplemente al cerrar los ojos porque el texto nos ha deslumbrado y necesitamos de la oscuridad para desnudar libremente a la nueva idea.

Ser lector implica —a reserva de no caer en una definición cerrada— de continuas necesidades para existir como lector de textos y de sí mismo | palabra – realidad – ser |. Ontología de un sujeto en movimiento-lector.

Pero son los armadillos quienes viven a sus anchas en estos espacios infinitos (la ontología incluye a los que son lectores). Ellos recorren sin mayor problema cualquier túnel y, cuando se les atraviesa algún obstáculo, abren un nuevo agujero y continúan su lectura. ¿Dónde está el problema? En todo caso habría que preguntarse si el problema puede ser visto sólo como problema; o, con todas sus reservas, si es el inicio de un reencuentro entre la gramática material y la semántica ontológica. Página abierta para leer y ser desde la lectura: diáspora biunívoca.

El armadillo husmea aquí y allá. Entierra su nariz en la tierra húmeda. Hunde sus patas en la hojarasca. Se mueve. Hace fuerza. Más fuerza. Sabe que el hoyo aún es pequeño. Hay que abrirlo, hacerlo más grande. Sólo así el túnel cobra sentido. El grado de profundización en el texto es proporcional a la necesidad reflexiva del lector. Habrá quienes se conformen con la apariencia. Sin embargo, otros —como yo— husmearán con nariz de armadillo, moverán sus manos, pasando de una idea a otra; de una hoja a otra; de una experiencia específica a una sensualidad quizás imaginada. Seguirán su instinto de lector.

Movimiento profundo al leer en tierra húmeda.

La realidad está por darse al lector. La página está quieta. Reconoce en los lectores-armadillos la posibilidad de emigrar. Ser nómada requiere, en este sentido, de la ayuda de la palabra (escrita o no). Los espacios se abren cuando la realidad es de tierra fértil; pero hay que buscar esta tierra, incluso más allá de nuestra mirada.

La π, como relación entre una circunferencia (el texto en sí) y su diámetro (túneles que recorren su interior) es la suma Σ de cualquier voz primigenia : א. En el principio era el Aleph que enraizó en el silencio de la creación escriturística. La realidad surgió primero como pensamiento. Por eso todo acto tiene en su ser la potencia de ese acto. Cómo entender sin ello que el infinito (i) es en el texto la spira mirabilis (espiral maravillosa), espiral logarítmica, es la suma de túneles por los que transita el lector no sumiso.

Así, del agujero al túnel no hay más que un paso-lector; imprecisión contingente, casi innecesaria, para su reconstrucción ontológica.

El armadillo continúa su labor. Pero el trabajo no es leer como camino ya hecho, donde el lector sólo repite un pensamiento ajeno. El problema es abrir los dichosos agujeros, esas puertas a túneles difusos (los hay en forma de banda de möbius).

Por eso la lectura no termina, sólo se reorienta. La idea de fin es —de hecho— una forma de empezar un nuevo agujero. ¿Hasta dónde nos puede llevar? ¿Cuántos túneles pueden surgir de él). No hay una sola respuesta, depende de qué tan armadillo seamos para avanzar; implica qué tan inconformes seamos ante las respuesta unívocas. En todo caso la página seguirá allí. Incluso si nos alejamos. Aunque la racionalidad ajena acabe por cegar nuestra mirada.

Ser armadillo —se colige de lo anterior— es cosa de voluntad (voluntad-lectora). Aunque antes de cualquier voluntad está siempre el ser que se ve como un ser-siendo, es decir, como un ser-lector. Animal de letras para nuevas tierras: imaginación siempre abierta a la realidad de esta tierra húmeda.

El armadillo levantó la cabeza. Ahora mira al lector.

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