/ miércoles 13 de junio de 2018

Añoranza, memoria. En el balcón vacío II

Las historias conocidas y las desconocidas son otro tipo de flores amargas… las vidas destrozadas, por las que nadie pagó el precio que debían, las historias para las que nunca hubo justicia y el tiempo las ha borrado casi del todo, sino es que del todo. En ese balcón vacío está lo irrecuperable, lo que ya no es ni será, la nada, lo que ya no tiene remedio, lo que, en el mejor de los casos, tomando conciencia, podrá intentar regenerar, renacer, volver a fundar una familia, un sueño, sembrar una semilla nuevamente, en otra parte. Como fue el caso de lo españoles que llegaron a México.

Este país, que ahora pasa por una crisis brutal, recibió al exilio español y pudo ver la dimensión de su tragedia. Comprendió lo que significaba ese desarraigo del origen, ese arrancar de tajo, cercenar la raíz que busca agua, tierra.

La actitud de México no fue casual. La cultura de la hospitalidad tiene entre nosotros una amplia historia y tradición. Está arraigada en nuestros orígenes desde tiempos inmemoriales, los pueblos originarios la practicaron desde hace siglos. Por ejemplo, en la cultura náhuatl se recibía al visitante con un collar de flores Xochicoscatl, símbolo de la fraternidad y de la hospitalidad, palabra compleja que involucra los conceptos de vida, muerte, angustia, orfandad y un nuevo amanecer. Xochicoscatl es una palabra que, aparte de ser bella y poética, involucra conceptos en donde el que viene a tu casa siempre es bienvenido. Quizá venga angustiado, quizá padezca de orfandad, es una bendición para ambos que puedas ofrecerle comida, bebida y techo para que tenga un nuevo amanecer. (ver In tlahtoli in ohtli, la palabra, el camino, de Natalio Hernández. Ed. Plaza y Valdés. 1ª ed. 1998). Eso es lo que hizo nuestra gente con el pueblo español que venía huyendo de la barbarie fascista. Hay una frase que cita Jomí García Ascot en su libro Del exilio: “Hemos venido aquí, desde muy niños, a esperar, y a vivir.” Y a eso llegaron a México.

A través de la historia de los seres humanos hemos atestiguado las consecuencias producto del ejercicio de la opresión y del poder omnímodo. La brutalidad de dictadores, los intereses creados a los que no les interesa el ser humano sino el poder, los negocios encima de quien sea, los que están acostumbrados a pisotear el dolor humano. Los que no buscan el diálogo ni la conciliación, los que carecen de empatía, para los que no valen nada la sonrisa ni la paz de los niños, de las familias. Sólo ven enemigos a vencer, matar, encarcelar o exiliar. Correrlos de su lugar de origen, para no volver a verlos nunca más. Pero he aquí que la gente del exilio retoñó en muchos otros lugares, no lograron matar sus ideales de amor, vida, creatividad. He aquí que el amor retoñó en muchos otros lugares, uno de ellos: México. El pueblo mexicano y Lázaro Cárdenas abrieron las puertas del terruño de par en par para recibir a los transterrados, para que volvieran a vivir, para que siguieran adelante a pesar del dolor inmenso de haber tenido que dejar su lugar de origen, su patria. De todo eso trata la película En el balcón vacío. La historia de una niña que encarna todas estas situaciones. De lo que tienes en el presente y no te das cuenta de cuánto vale. Tan cotidiano es que no reflexionas en su enorme valor. Sólo si paras tu mundo puedes darte cuenta del valor de cada evento, sólo entonces puedes ver, tomar conciencia.

En una de las primeras escenas de la película, cuando esta niña, llamada Gabriela, está desmontado, a escondidas, un reloj, observamos cómo se puede saltar de lo cotidiano a lo monstruoso cuando ella ve a un hombre descolgándose por las paredes huyendo de las hordas franquistas. Desde muy niña ella toma conciencia de lo que es el miedo, la necesidad de ocultarse, la sospecha, la traición y el crimen a mansalva. Luego, viene la escena donde un hombre que busca a su padre -un republicano-, la acosa y presiona en un parque para sacarle información de en dónde se encuentra éste. Un abuso, que con trampas quiere que la niña se convierta en soplona.

Luego viene la huida. El padre ha sido capturado y asesinado, y vienen sobre de ellos. Tiene que huir apenas con lo puesto. -“Gabriela, no te puedes llevar nada… bueno, algo que quepa en una mano.”-, le dice su mamá. Huir, huir, por miedo a que los maten, los ataquen, les hagan algo, los encarcelen. Qué terrible, tener que partir de tu lugar, de tu sitio con todo lo que eso implica. ¿Cómo pueden llegar las situaciones hasta esos límites?

La niña tenía miedo, y el miedo paraliza, es parte de una ideología de dominación, el terror para nulificar al contrario, al enemigo. No respeta a nadie, ni a las niñas ni a los niños. Niños bajo las bombas, niñas entre las balaceras, niños que no importan, son secundarios, la guerra es cosa de mayores, de gente seria. Niños que quedan huérfanos porque sus padres han sido fusilados, están desaparecidos, fueron ejecutados, ¿tenías hijos, esposa? Vamos, ¿a quién le importa?

El mensaje de En el balcón vacío es: detengan la guerra ya, ¿no ven que hay niñas y niños de por medio? ¿No se da cuenta de que su guerra nos deja sin nada más que dolor, vacío, miedo, sufrimiento, ausencia, tristeza, frío, enfermedad, soledad, lejanía, devastación, exilio, muerte? Entre otros temas, esta película es un gran alegato en defensa del derecho de los niños a ser felices, a disfrutar de un techo seguro, a tener a sus padres, a sonreír. Pero no, la guerra civil les quitó todo, todo. Ni siquiera los recuerdos son intocables, también ellos se borran, fenecen.

Y México, la tierra de los nopales, los cactos, el calor, abrió sus brazos para recibir a los que huían. Tenochtitlán, la un día derrotada Tenochtitlán recibió sin rencores irresolubles a los exiliados, porque el sol mexica nunca murió, su sol no se apagó. Sólo se ocultó, se escondió como pidió Cuauhtemoc, el último Tlatoani, en su llamado postrero. El gran consejo, por medio de él, pidió que las tradiciones de nuestra gran cultura ahora se transmitieran boca a boca, en secreto.

Y, entre otros aspectos, la hospitalidad fue característica de estas culturas. Y volvió a brillar en todo su esplendor para que los exiliados volvieran a sonreír. Se les colocó el collar de flores, Xochicoscatl, para que renacieran bajo la luz del sol de México. Sin reproches, sin egoísmos, sin mezquindades. Eso es México y su gran historia.

En el balcón vacío es una producción mexicana, que se inscribe en la corriente cinematográfica del llamado Nuevo cine. (Continúa).

https://escritosdeaft.blogspot.mx

Las historias conocidas y las desconocidas son otro tipo de flores amargas… las vidas destrozadas, por las que nadie pagó el precio que debían, las historias para las que nunca hubo justicia y el tiempo las ha borrado casi del todo, sino es que del todo. En ese balcón vacío está lo irrecuperable, lo que ya no es ni será, la nada, lo que ya no tiene remedio, lo que, en el mejor de los casos, tomando conciencia, podrá intentar regenerar, renacer, volver a fundar una familia, un sueño, sembrar una semilla nuevamente, en otra parte. Como fue el caso de lo españoles que llegaron a México.

Este país, que ahora pasa por una crisis brutal, recibió al exilio español y pudo ver la dimensión de su tragedia. Comprendió lo que significaba ese desarraigo del origen, ese arrancar de tajo, cercenar la raíz que busca agua, tierra.

La actitud de México no fue casual. La cultura de la hospitalidad tiene entre nosotros una amplia historia y tradición. Está arraigada en nuestros orígenes desde tiempos inmemoriales, los pueblos originarios la practicaron desde hace siglos. Por ejemplo, en la cultura náhuatl se recibía al visitante con un collar de flores Xochicoscatl, símbolo de la fraternidad y de la hospitalidad, palabra compleja que involucra los conceptos de vida, muerte, angustia, orfandad y un nuevo amanecer. Xochicoscatl es una palabra que, aparte de ser bella y poética, involucra conceptos en donde el que viene a tu casa siempre es bienvenido. Quizá venga angustiado, quizá padezca de orfandad, es una bendición para ambos que puedas ofrecerle comida, bebida y techo para que tenga un nuevo amanecer. (ver In tlahtoli in ohtli, la palabra, el camino, de Natalio Hernández. Ed. Plaza y Valdés. 1ª ed. 1998). Eso es lo que hizo nuestra gente con el pueblo español que venía huyendo de la barbarie fascista. Hay una frase que cita Jomí García Ascot en su libro Del exilio: “Hemos venido aquí, desde muy niños, a esperar, y a vivir.” Y a eso llegaron a México.

A través de la historia de los seres humanos hemos atestiguado las consecuencias producto del ejercicio de la opresión y del poder omnímodo. La brutalidad de dictadores, los intereses creados a los que no les interesa el ser humano sino el poder, los negocios encima de quien sea, los que están acostumbrados a pisotear el dolor humano. Los que no buscan el diálogo ni la conciliación, los que carecen de empatía, para los que no valen nada la sonrisa ni la paz de los niños, de las familias. Sólo ven enemigos a vencer, matar, encarcelar o exiliar. Correrlos de su lugar de origen, para no volver a verlos nunca más. Pero he aquí que la gente del exilio retoñó en muchos otros lugares, no lograron matar sus ideales de amor, vida, creatividad. He aquí que el amor retoñó en muchos otros lugares, uno de ellos: México. El pueblo mexicano y Lázaro Cárdenas abrieron las puertas del terruño de par en par para recibir a los transterrados, para que volvieran a vivir, para que siguieran adelante a pesar del dolor inmenso de haber tenido que dejar su lugar de origen, su patria. De todo eso trata la película En el balcón vacío. La historia de una niña que encarna todas estas situaciones. De lo que tienes en el presente y no te das cuenta de cuánto vale. Tan cotidiano es que no reflexionas en su enorme valor. Sólo si paras tu mundo puedes darte cuenta del valor de cada evento, sólo entonces puedes ver, tomar conciencia.

En una de las primeras escenas de la película, cuando esta niña, llamada Gabriela, está desmontado, a escondidas, un reloj, observamos cómo se puede saltar de lo cotidiano a lo monstruoso cuando ella ve a un hombre descolgándose por las paredes huyendo de las hordas franquistas. Desde muy niña ella toma conciencia de lo que es el miedo, la necesidad de ocultarse, la sospecha, la traición y el crimen a mansalva. Luego, viene la escena donde un hombre que busca a su padre -un republicano-, la acosa y presiona en un parque para sacarle información de en dónde se encuentra éste. Un abuso, que con trampas quiere que la niña se convierta en soplona.

Luego viene la huida. El padre ha sido capturado y asesinado, y vienen sobre de ellos. Tiene que huir apenas con lo puesto. -“Gabriela, no te puedes llevar nada… bueno, algo que quepa en una mano.”-, le dice su mamá. Huir, huir, por miedo a que los maten, los ataquen, les hagan algo, los encarcelen. Qué terrible, tener que partir de tu lugar, de tu sitio con todo lo que eso implica. ¿Cómo pueden llegar las situaciones hasta esos límites?

La niña tenía miedo, y el miedo paraliza, es parte de una ideología de dominación, el terror para nulificar al contrario, al enemigo. No respeta a nadie, ni a las niñas ni a los niños. Niños bajo las bombas, niñas entre las balaceras, niños que no importan, son secundarios, la guerra es cosa de mayores, de gente seria. Niños que quedan huérfanos porque sus padres han sido fusilados, están desaparecidos, fueron ejecutados, ¿tenías hijos, esposa? Vamos, ¿a quién le importa?

El mensaje de En el balcón vacío es: detengan la guerra ya, ¿no ven que hay niñas y niños de por medio? ¿No se da cuenta de que su guerra nos deja sin nada más que dolor, vacío, miedo, sufrimiento, ausencia, tristeza, frío, enfermedad, soledad, lejanía, devastación, exilio, muerte? Entre otros temas, esta película es un gran alegato en defensa del derecho de los niños a ser felices, a disfrutar de un techo seguro, a tener a sus padres, a sonreír. Pero no, la guerra civil les quitó todo, todo. Ni siquiera los recuerdos son intocables, también ellos se borran, fenecen.

Y México, la tierra de los nopales, los cactos, el calor, abrió sus brazos para recibir a los que huían. Tenochtitlán, la un día derrotada Tenochtitlán recibió sin rencores irresolubles a los exiliados, porque el sol mexica nunca murió, su sol no se apagó. Sólo se ocultó, se escondió como pidió Cuauhtemoc, el último Tlatoani, en su llamado postrero. El gran consejo, por medio de él, pidió que las tradiciones de nuestra gran cultura ahora se transmitieran boca a boca, en secreto.

Y, entre otros aspectos, la hospitalidad fue característica de estas culturas. Y volvió a brillar en todo su esplendor para que los exiliados volvieran a sonreír. Se les colocó el collar de flores, Xochicoscatl, para que renacieran bajo la luz del sol de México. Sin reproches, sin egoísmos, sin mezquindades. Eso es México y su gran historia.

En el balcón vacío es una producción mexicana, que se inscribe en la corriente cinematográfica del llamado Nuevo cine. (Continúa).

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