/ sábado 28 de julio de 2018

Conversar

En memoria de Julio César Cervantes y José Luis de la Vega


Allá por la década de los ochenta del siglo pasado, nos reuníamos a conversar en el café del Gran Hotel, único lugar que ofrecía sus mesas para la tertulia a un costado de lo que entonces era el jardín Obregón. Nos reuníamos Chava Alcocer, el Chamula, el Diablo, de vez en cuando José Luis Sierra. Los cuatro ya no están, Salvador Alcocer y Sierra murieron hace algunos años, Julio César Cervantes y José Luis de la Vega acaban de morir. Quedan Barrraza, Florentino, Blas, tal vez el Chompipas, si un día regresa por acá.

Ellos, y otros que dejo de nombrar, nos reuníamos a “arreglar el mundo”, como se decía con un dejo despectivo. También hablábamos de literatura y comentábamos los chismes que se guisaban con el humor de Barraza. Ahora ya no nos reunimos para nada. Algunos lo hacen todavía en el Café del Centro, el mismo que por esos años abrió sus puertas en el Centro de Escritores. Ahora, para acabar pronto, poca gente se reúne a conversar, a platicar, como se dice en México.

Prefiero la palabra conversar porque tiene mucho de comunión, de comunidad. Plática tiene un tinte doctrinario; como que la plática corresponde al catequista, al párroco, al maestro. Entonces, los amigos nos reuníamos, pero no solamente en el café del Gran Hotel, sino también en las casas que se abrían para tomar un ron (el tequila aún no se ponía de moda) y conversar.

Eso fue lo que hicieron los actores Boris Schoemann y Manuel Ulloa de Los Endebles y Le Miroir qui Fume, cuando pusieron en el Teatro de la Ciudad la obra “Mi Cena con André”, de los dramaturgos Wallace Shawn y André Gregory, que se presentó gracias al ciclo Teatro de una Noche de Verano.

A final de cuentas, conversar y platicar viene siendo lo mismo, nada más que con la palabra conversar se evoca más directamente el intercambio de opiniones; que no otra cosa es el teatro, por eso en el clásico español se dice “Ilustre Asamblea” cuando los actores se dirigen al público, y por eso los diálogos de una obra se reconocen como parlamentos, porque los parlamentarios intercambian opiniones.

(“Dos personajes dialogando son esencialmente teatro, pero el drama occidental está construido alrededor de la acción”, reza el texto de Juan Carlos Franco que aparece en el programa de mano).

Eso fue lo que sucedió en la cena con André: dos personajes se dieron cita en un restaurante para conversar sobre su situación en el teatro y en la realidad. ¿Hasta dónde el teatro convencional tiende hilos imaginarios para aprehender la realidad y, en una de esas, transformarla? ¿Hasta dónde el teatro contemporáneo, indagando en el interior de los actores, tiende los hilos para conectarnos con la realidad?

Los personajes conversaban en el restaurante instalado en el escenario del teatro, sobre el cual los espectadores fuimos comensales que, parando la oreja, escuchábamos a ese par de colegas. Nada más que cerrado el telón la acústica empeoró, de tal manera que estuvo difícil seguir el hilo de la conversación que mantuvo ese par de excelentes actores que vinieron de la Ciudad de México.

O tal vez fue que su servidor estuvo cerca de una de las bocinas que, instalada para emitir la música de fondo que siempre hay en un restaurante “finolis”, soltaba el murmullo típico de los aparatos que claman mantenimiento, cuando no reposición, pues su vida útil como que ya caducó.

No sucederá lo mismo con la “vida útil” de Chava Alcocer, José Luis Sierra, “El Chamula” y “El Diablo”, porque los tres primeros fueron escritores y perviven y pervivirán en sus libros, y porque “El Diablo”, que también fue escritor, seguirá vivo en sus vitrales y en sus serigrafías.


En memoria de Julio César Cervantes y José Luis de la Vega


Allá por la década de los ochenta del siglo pasado, nos reuníamos a conversar en el café del Gran Hotel, único lugar que ofrecía sus mesas para la tertulia a un costado de lo que entonces era el jardín Obregón. Nos reuníamos Chava Alcocer, el Chamula, el Diablo, de vez en cuando José Luis Sierra. Los cuatro ya no están, Salvador Alcocer y Sierra murieron hace algunos años, Julio César Cervantes y José Luis de la Vega acaban de morir. Quedan Barrraza, Florentino, Blas, tal vez el Chompipas, si un día regresa por acá.

Ellos, y otros que dejo de nombrar, nos reuníamos a “arreglar el mundo”, como se decía con un dejo despectivo. También hablábamos de literatura y comentábamos los chismes que se guisaban con el humor de Barraza. Ahora ya no nos reunimos para nada. Algunos lo hacen todavía en el Café del Centro, el mismo que por esos años abrió sus puertas en el Centro de Escritores. Ahora, para acabar pronto, poca gente se reúne a conversar, a platicar, como se dice en México.

Prefiero la palabra conversar porque tiene mucho de comunión, de comunidad. Plática tiene un tinte doctrinario; como que la plática corresponde al catequista, al párroco, al maestro. Entonces, los amigos nos reuníamos, pero no solamente en el café del Gran Hotel, sino también en las casas que se abrían para tomar un ron (el tequila aún no se ponía de moda) y conversar.

Eso fue lo que hicieron los actores Boris Schoemann y Manuel Ulloa de Los Endebles y Le Miroir qui Fume, cuando pusieron en el Teatro de la Ciudad la obra “Mi Cena con André”, de los dramaturgos Wallace Shawn y André Gregory, que se presentó gracias al ciclo Teatro de una Noche de Verano.

A final de cuentas, conversar y platicar viene siendo lo mismo, nada más que con la palabra conversar se evoca más directamente el intercambio de opiniones; que no otra cosa es el teatro, por eso en el clásico español se dice “Ilustre Asamblea” cuando los actores se dirigen al público, y por eso los diálogos de una obra se reconocen como parlamentos, porque los parlamentarios intercambian opiniones.

(“Dos personajes dialogando son esencialmente teatro, pero el drama occidental está construido alrededor de la acción”, reza el texto de Juan Carlos Franco que aparece en el programa de mano).

Eso fue lo que sucedió en la cena con André: dos personajes se dieron cita en un restaurante para conversar sobre su situación en el teatro y en la realidad. ¿Hasta dónde el teatro convencional tiende hilos imaginarios para aprehender la realidad y, en una de esas, transformarla? ¿Hasta dónde el teatro contemporáneo, indagando en el interior de los actores, tiende los hilos para conectarnos con la realidad?

Los personajes conversaban en el restaurante instalado en el escenario del teatro, sobre el cual los espectadores fuimos comensales que, parando la oreja, escuchábamos a ese par de colegas. Nada más que cerrado el telón la acústica empeoró, de tal manera que estuvo difícil seguir el hilo de la conversación que mantuvo ese par de excelentes actores que vinieron de la Ciudad de México.

O tal vez fue que su servidor estuvo cerca de una de las bocinas que, instalada para emitir la música de fondo que siempre hay en un restaurante “finolis”, soltaba el murmullo típico de los aparatos que claman mantenimiento, cuando no reposición, pues su vida útil como que ya caducó.

No sucederá lo mismo con la “vida útil” de Chava Alcocer, José Luis Sierra, “El Chamula” y “El Diablo”, porque los tres primeros fueron escritores y perviven y pervivirán en sus libros, y porque “El Diablo”, que también fue escritor, seguirá vivo en sus vitrales y en sus serigrafías.


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