/ miércoles 4 de noviembre de 2020

Hermano árbol IV

Vitral

Olmo, quiero anotar en mi cartera/ La gracia de tu rama verdecida/ Mi corazón espera/ También hacia la luz y hacia la vida/ Otro milagro de la primavera.

Antonio Machado, “A un olmo seco”


Si está comprobado científicamente que las flores, las raíces, la corteza, y las hojas de plantas y árboles tienen propiedades salutíferas para el cuerpo humano, porqué no habrían de tener propiedades energéticas a las que los humanos tuvieran acceso por medio de abrazar un árbol. Entre las culturas originarias de México este es un hecho aceptado con naturalidad. Por ejemplo, los wirrarikas (huicholes) danzan, abrazan, les cantan y hablan con árboles y plantas, siempre tratándolos con respeto, agradeciéndoles y pidiéndoles permiso para interactuar con ellos. Demostrado está que plantas y árboles tienen inteligencia y sensibilidad, comen, escuchan, sienten, bailan, tienen memoria, duermen, no son cosas, son seres vivos, parte central para la vida en el planeta Tierra. Así lo ha demostrado con gran rigor científico el biólogo francés Jacques Mitsch en su documental El espíritu de las plantas. Así que no se trata de ninguna locura la sana costumbre de abrazar a los árboles, presentarse con ellos, pedirles permiso y solicitar un poco de su gran poder energético. También se ha recomendado pedirles consejo, y célebres son los cuasi milagros que se han realizado bajo su sombra, por ejemplo el despertar de Siddhartha Gautama, el Buda, después de un largo proceso, al pie del árbol de Bodhi. Árboles, plantas y humanos comparten muchas facetas de su conformación y conducta.

Los árboles tienen poder energético, y no, no son sólo suposiciones de gente New age. El investigador Matthew Silverstone en su libro Blinded by science (Cegados por la ciencia) ha citado diversas investigaciones científicas que demuestran cuán benéfico resulta abrazar árboles. Estos siempre comparten su energía, nunca la quitan. Silverstone ha informado que los árboles ayudan en la curación de “enfermedades mentales, los trastornos de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los tiempos de reacción, la depresión o los dolores de cabeza”. Abrazar árboles y caminar entre zonas arboladas ofrece grandes beneficios para la salud como señala un artículo del periódico La Vanguardia, ya que ese aire contiene “grandes cantidades de iones negativos de oxígeno, que ayudan a estimular y armonizar los procesos vitales, la esfera psíquica y emocional. Las moléculas de oxígeno con exceso de carga negativa son llamadas también “vitaminas del aire” y en presencia de estos iones, el sistema inmune se refuerza, la circulación se activa y los procesos de recuperación son estimulados”.

Por si fuera poco, este tipo de prácticas tienen el efecto de crear conciencia en quienes participan, ya que aprenden a respetar el valor y la presencia de los árboles. Genera respeto, agradecimiento, reciprocidad, y así la conducta de alguien que ha trabajado este tipo de comunicación jamás vuelve a ser la misma. Es un acto pedagógico, en donde a partir de ese día árboles y plantas serán tratados y percibidos de otra manera.

Para quien quiera profundizar en este tema desde diferentes perspectivas culturales, un texto importante es el titulado Arbóreo: una colección de nueva escritura del arbolado, que aborda el tema de los árboles desde la mitología, la literatura, el folclore, la arquitectura, el arte, la academia y la historia. Otro texto importante es La memoria secreta de las hojas. Una historia de árboles, ciencia y amor, de Hope Jahren (Ed. Paidós). En él, la autora, por medio de una sólida investigación y diáfanamente escrito, nos lleva por el camino del conocimiento científico, la reflexión y la valoración hasta llegar al amor consciente por plantas y árboles con los cuales estamos intrínsecamente unidos y hermanados física y emocionalmente. Respiramos, comemos y nos sanamos gracias a los árboles.

Otro regalo enorme de ellos son los libros. Desde que los chinos inventaron el papel, hasta la utilización de pulpa de celulosa, a partir del siglo XIX, la producción de libros ha aumentado cada día más, y así una gran cantidad de seres humanos han tenido acceso al conocimiento, a la sabiduría, a la ciencia, a la técnica, al arte, a la literatura. Todo ello nos ha hecho humanos, muchos árboles han aportado su propia vida para la producción masiva de este maravilloso invento: el libro. ¿De qué manera podemos retribuirles tal beneficio? El tema en favor de los bosques y protección de los árboles ha encontrado un camino muy poderoso en la publicación de libros que abordan el punto. Entre los más relevantes podemos citar: El clamor de los bosques, de Richards Powers, Alianza Editorial (Premio Pulitzer y Man Booker); Eduardo Barba. El jardín del Prado. Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros. Espasa Calpe; Joaquín Araújo. Los árboles que te enseñarán a ver el bosque. Prólogo de Manuel Rivas. Ilustraciones de Xavier Macpherson. Ed. Crítica; Jean Hegland. En el corazón del bosque. Traducción de R. M. Bassols. Ed. Errata naturae; Reidar Müller. Aullando en los bosques. En busca del lobo gris. Traducción de Lotte Katrine Tollefsen. Ed. Lumen; Francis Hallé. Alegato por el árbol. Traducción de Lander Renteria. Ed. Libros del Jata; Italo Calvino. El barón rampante. Ed. Siruela; Francis Hallé. La vida de los árboles. Traducción de Cristina Zelich. Gustavo Gili; Robert Graves. La diosa blanca. Ed. Alianza. Es imposible citar toda la literatura existente, pero sin duda, los aquí propuestos son en verdad importantes.

También los bosques, los árboles, tienen su lado oscuro. Baste recordar cuentos y relatos como Caperucita Roja, El bosque encantado, Robin Hood, Hamlet (de Shakespeare), Gilgamesh, el Génesis (en la Biblia) y El árbol del vampiro.

Podemos concluir que debemos proteger a los árboles, agradecerles, quererlos, admirarlos, defenderlos de incendios, de la tala ilegal, en una palabra: amarlos, porque les debemos mucho en la vida, desde la cuna en que nos recuestan cuando bebés, hasta las tablas para el ataúd en el que partiremos de este mundo.

https://escritosdealfonsofrancotiscareno.blogspot.com


Olmo, quiero anotar en mi cartera/ La gracia de tu rama verdecida/ Mi corazón espera/ También hacia la luz y hacia la vida/ Otro milagro de la primavera.

Antonio Machado, “A un olmo seco”


Si está comprobado científicamente que las flores, las raíces, la corteza, y las hojas de plantas y árboles tienen propiedades salutíferas para el cuerpo humano, porqué no habrían de tener propiedades energéticas a las que los humanos tuvieran acceso por medio de abrazar un árbol. Entre las culturas originarias de México este es un hecho aceptado con naturalidad. Por ejemplo, los wirrarikas (huicholes) danzan, abrazan, les cantan y hablan con árboles y plantas, siempre tratándolos con respeto, agradeciéndoles y pidiéndoles permiso para interactuar con ellos. Demostrado está que plantas y árboles tienen inteligencia y sensibilidad, comen, escuchan, sienten, bailan, tienen memoria, duermen, no son cosas, son seres vivos, parte central para la vida en el planeta Tierra. Así lo ha demostrado con gran rigor científico el biólogo francés Jacques Mitsch en su documental El espíritu de las plantas. Así que no se trata de ninguna locura la sana costumbre de abrazar a los árboles, presentarse con ellos, pedirles permiso y solicitar un poco de su gran poder energético. También se ha recomendado pedirles consejo, y célebres son los cuasi milagros que se han realizado bajo su sombra, por ejemplo el despertar de Siddhartha Gautama, el Buda, después de un largo proceso, al pie del árbol de Bodhi. Árboles, plantas y humanos comparten muchas facetas de su conformación y conducta.

Los árboles tienen poder energético, y no, no son sólo suposiciones de gente New age. El investigador Matthew Silverstone en su libro Blinded by science (Cegados por la ciencia) ha citado diversas investigaciones científicas que demuestran cuán benéfico resulta abrazar árboles. Estos siempre comparten su energía, nunca la quitan. Silverstone ha informado que los árboles ayudan en la curación de “enfermedades mentales, los trastornos de déficit de atención e hiperactividad (TDAH), los tiempos de reacción, la depresión o los dolores de cabeza”. Abrazar árboles y caminar entre zonas arboladas ofrece grandes beneficios para la salud como señala un artículo del periódico La Vanguardia, ya que ese aire contiene “grandes cantidades de iones negativos de oxígeno, que ayudan a estimular y armonizar los procesos vitales, la esfera psíquica y emocional. Las moléculas de oxígeno con exceso de carga negativa son llamadas también “vitaminas del aire” y en presencia de estos iones, el sistema inmune se refuerza, la circulación se activa y los procesos de recuperación son estimulados”.

Por si fuera poco, este tipo de prácticas tienen el efecto de crear conciencia en quienes participan, ya que aprenden a respetar el valor y la presencia de los árboles. Genera respeto, agradecimiento, reciprocidad, y así la conducta de alguien que ha trabajado este tipo de comunicación jamás vuelve a ser la misma. Es un acto pedagógico, en donde a partir de ese día árboles y plantas serán tratados y percibidos de otra manera.

Para quien quiera profundizar en este tema desde diferentes perspectivas culturales, un texto importante es el titulado Arbóreo: una colección de nueva escritura del arbolado, que aborda el tema de los árboles desde la mitología, la literatura, el folclore, la arquitectura, el arte, la academia y la historia. Otro texto importante es La memoria secreta de las hojas. Una historia de árboles, ciencia y amor, de Hope Jahren (Ed. Paidós). En él, la autora, por medio de una sólida investigación y diáfanamente escrito, nos lleva por el camino del conocimiento científico, la reflexión y la valoración hasta llegar al amor consciente por plantas y árboles con los cuales estamos intrínsecamente unidos y hermanados física y emocionalmente. Respiramos, comemos y nos sanamos gracias a los árboles.

Otro regalo enorme de ellos son los libros. Desde que los chinos inventaron el papel, hasta la utilización de pulpa de celulosa, a partir del siglo XIX, la producción de libros ha aumentado cada día más, y así una gran cantidad de seres humanos han tenido acceso al conocimiento, a la sabiduría, a la ciencia, a la técnica, al arte, a la literatura. Todo ello nos ha hecho humanos, muchos árboles han aportado su propia vida para la producción masiva de este maravilloso invento: el libro. ¿De qué manera podemos retribuirles tal beneficio? El tema en favor de los bosques y protección de los árboles ha encontrado un camino muy poderoso en la publicación de libros que abordan el punto. Entre los más relevantes podemos citar: El clamor de los bosques, de Richards Powers, Alianza Editorial (Premio Pulitzer y Man Booker); Eduardo Barba. El jardín del Prado. Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros. Espasa Calpe; Joaquín Araújo. Los árboles que te enseñarán a ver el bosque. Prólogo de Manuel Rivas. Ilustraciones de Xavier Macpherson. Ed. Crítica; Jean Hegland. En el corazón del bosque. Traducción de R. M. Bassols. Ed. Errata naturae; Reidar Müller. Aullando en los bosques. En busca del lobo gris. Traducción de Lotte Katrine Tollefsen. Ed. Lumen; Francis Hallé. Alegato por el árbol. Traducción de Lander Renteria. Ed. Libros del Jata; Italo Calvino. El barón rampante. Ed. Siruela; Francis Hallé. La vida de los árboles. Traducción de Cristina Zelich. Gustavo Gili; Robert Graves. La diosa blanca. Ed. Alianza. Es imposible citar toda la literatura existente, pero sin duda, los aquí propuestos son en verdad importantes.

También los bosques, los árboles, tienen su lado oscuro. Baste recordar cuentos y relatos como Caperucita Roja, El bosque encantado, Robin Hood, Hamlet (de Shakespeare), Gilgamesh, el Génesis (en la Biblia) y El árbol del vampiro.

Podemos concluir que debemos proteger a los árboles, agradecerles, quererlos, admirarlos, defenderlos de incendios, de la tala ilegal, en una palabra: amarlos, porque les debemos mucho en la vida, desde la cuna en que nos recuestan cuando bebés, hasta las tablas para el ataúd en el que partiremos de este mundo.

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