/ jueves 21 de marzo de 2024

Interregno sobre el ser, la lectura y el sueño en cuatro actos

Literatura y filosofía


1

Me descubro en la interrogación que nunca formulé; en la pregunta de los demás, esos que me antecedieron y ahora son [están siendo en mí] papel y tinta [conciencia-deconstrucción]. Me descubro porque me vieron antes de que yo me pudiera observar en mi pequeña fragilidad humana. Sin embargo, ay, la realidad es que nunca me vieron. No existo en sus palabras. Sólo soy un pensamiento abstracto, igual al que tengo respecto de los que vivirán en este mundo dentro de cien años. No hay remedio: la humanidad es la que es, la que fue y la que será, no importa que no sepamos nada de ella, o incluso si sólo es una idea más, para dar sentido a la materia en que reposa.

Existo. Existo y leo. Leo porque puedo interpretar las letras, no sólo aprehenderlas. En cada encuentro las hago mías, las domo, las encierro (encierro y cierro) entre mis miedos, mis recuerdos, mis olvidos. Y al final, ay al final, cuando la faena ha terminado, todo se complementa: círculo no siempre vicioso. Así nacen los sueños.

El texto no es, en este sentido, sino un sueño que se manifiesta a mi intención. Mi ojo (en singular) sólo ha sido un medio físico que se ha esforzado (en mayor o menor medida) por no mirar a otro lado cuando lee. De hecho, la realidad se resignifica en cada página, en cada palabra, en cada lectura, en mi ser…no ser… para soñar que es, que es el texto: que soy.

2

Se me ha aparecido la letra (una letra infinita) en el sueño. Así me he descubierto cuando leo que leo (sueño que sigo en el sueño). Pero la palabra es mucho más que soñar. Implica fragmentar realidades y hacer realidades a más de una totalidad en forma de fragmento.

Esto me lleva a afirmar que la intención es posible como materia de luz, en el mundo de las palabras. No hay, siguiendo este hilo conductor, una idea que no sea el origen de otra idea. El sueño provoca con seguir soñando, lo mismo que la lectura con respecto a la escritura: no hay límites en la frontera. No existe una sin la otra. | Círculo | Giro | Movimiento | Leer implica escribirse a uno mismo, desde las palabras de los demás; o, como sucede en mi caso, fragmentarse desde la pregunta ajena.

La realidad que se teje en el papel —en todo caso— es infinitamente igual a la que se emprende en el sueño. No hay diferencias, ni semejanzas de más. Sólo lo necesario, lo indispensable, lo vital para la tinta y el papel.

3

Sigo leyendo porque escribir es leer. Me extiendo en el papel, hasta los bordes que crea mi imaginación. Encuentro una palabra que no conozco, el diccionario me ayuda a reconocerla para tratar con ella, para establecer un diálogo. Pero no es suficiente, no sé nada más de ella (de la palabra). Por eso busco su origen etimológico. Rastreo su pasado. Pero tampoco es suficiente, han pasado tantos años que ha cambiado de rostro y de voz, aunque, lo sé, en el fondo sigue siendo la misma. Su deconstrucción [hermenéutica en ristre] es sui generis. Por eso voy a otro diccionario, uno de especialidades. Uno que me diga quién y qué es esa palabra. Cuál es su intención, por qué se ha metido en mi sueño de leer, o en mi lectura que es un sueño.

La palabra se ha aquietado. Ha detenido su avance en mi pensamiento. El momento se ha vuelto inmenso. No hay otra posibilidad más que regresar al texto.

4

Estoy en el texto; sin embargo, estoy inquieto. Ha llegado a mi | fragmento del fragmento | un silencio que no conozco. Lo inesperado se vuelve cotidianidad in situ. Breve margen que hace insepulto al texto que se aprehende. Necesidad es atención gramatical.

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Hay palabras que ni la palabra puede conocer. Son insinuaciones, gestos, ditirambos que amanecen al margen de la inquietud del autor. Los lectores las conocen porque las han sentido. Saben de su piel, de sus excesos, de sus requiebros. Saben, en fin, de que las pueden saber. De que las pueden hacer suyas sin más remordimiento que con el tiempo queden en el olvido. Después de todo, cualquier intento por la inmortalidad no hace mella eterna en las palabras. Lo imperdurable siempre acecha. La palabra es ser en la lectura, espacio en la imaginación, quietud en la tempestad.

Sólo falta una cosa: un paréntesis que sea lo suficientemente breve para contener al infinito, por más de un parpadeo cuando se lee.


1

Me descubro en la interrogación que nunca formulé; en la pregunta de los demás, esos que me antecedieron y ahora son [están siendo en mí] papel y tinta [conciencia-deconstrucción]. Me descubro porque me vieron antes de que yo me pudiera observar en mi pequeña fragilidad humana. Sin embargo, ay, la realidad es que nunca me vieron. No existo en sus palabras. Sólo soy un pensamiento abstracto, igual al que tengo respecto de los que vivirán en este mundo dentro de cien años. No hay remedio: la humanidad es la que es, la que fue y la que será, no importa que no sepamos nada de ella, o incluso si sólo es una idea más, para dar sentido a la materia en que reposa.

Existo. Existo y leo. Leo porque puedo interpretar las letras, no sólo aprehenderlas. En cada encuentro las hago mías, las domo, las encierro (encierro y cierro) entre mis miedos, mis recuerdos, mis olvidos. Y al final, ay al final, cuando la faena ha terminado, todo se complementa: círculo no siempre vicioso. Así nacen los sueños.

El texto no es, en este sentido, sino un sueño que se manifiesta a mi intención. Mi ojo (en singular) sólo ha sido un medio físico que se ha esforzado (en mayor o menor medida) por no mirar a otro lado cuando lee. De hecho, la realidad se resignifica en cada página, en cada palabra, en cada lectura, en mi ser…no ser… para soñar que es, que es el texto: que soy.

2

Se me ha aparecido la letra (una letra infinita) en el sueño. Así me he descubierto cuando leo que leo (sueño que sigo en el sueño). Pero la palabra es mucho más que soñar. Implica fragmentar realidades y hacer realidades a más de una totalidad en forma de fragmento.

Esto me lleva a afirmar que la intención es posible como materia de luz, en el mundo de las palabras. No hay, siguiendo este hilo conductor, una idea que no sea el origen de otra idea. El sueño provoca con seguir soñando, lo mismo que la lectura con respecto a la escritura: no hay límites en la frontera. No existe una sin la otra. | Círculo | Giro | Movimiento | Leer implica escribirse a uno mismo, desde las palabras de los demás; o, como sucede en mi caso, fragmentarse desde la pregunta ajena.

La realidad que se teje en el papel —en todo caso— es infinitamente igual a la que se emprende en el sueño. No hay diferencias, ni semejanzas de más. Sólo lo necesario, lo indispensable, lo vital para la tinta y el papel.

3

Sigo leyendo porque escribir es leer. Me extiendo en el papel, hasta los bordes que crea mi imaginación. Encuentro una palabra que no conozco, el diccionario me ayuda a reconocerla para tratar con ella, para establecer un diálogo. Pero no es suficiente, no sé nada más de ella (de la palabra). Por eso busco su origen etimológico. Rastreo su pasado. Pero tampoco es suficiente, han pasado tantos años que ha cambiado de rostro y de voz, aunque, lo sé, en el fondo sigue siendo la misma. Su deconstrucción [hermenéutica en ristre] es sui generis. Por eso voy a otro diccionario, uno de especialidades. Uno que me diga quién y qué es esa palabra. Cuál es su intención, por qué se ha metido en mi sueño de leer, o en mi lectura que es un sueño.

La palabra se ha aquietado. Ha detenido su avance en mi pensamiento. El momento se ha vuelto inmenso. No hay otra posibilidad más que regresar al texto.

4

Estoy en el texto; sin embargo, estoy inquieto. Ha llegado a mi | fragmento del fragmento | un silencio que no conozco. Lo inesperado se vuelve cotidianidad in situ. Breve margen que hace insepulto al texto que se aprehende. Necesidad es atención gramatical.

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Hay palabras que ni la palabra puede conocer. Son insinuaciones, gestos, ditirambos que amanecen al margen de la inquietud del autor. Los lectores las conocen porque las han sentido. Saben de su piel, de sus excesos, de sus requiebros. Saben, en fin, de que las pueden saber. De que las pueden hacer suyas sin más remordimiento que con el tiempo queden en el olvido. Después de todo, cualquier intento por la inmortalidad no hace mella eterna en las palabras. Lo imperdurable siempre acecha. La palabra es ser en la lectura, espacio en la imaginación, quietud en la tempestad.

Sólo falta una cosa: un paréntesis que sea lo suficientemente breve para contener al infinito, por más de un parpadeo cuando se lee.

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