/ viernes 21 de enero de 2022

Zulema en el abismo

El libro de cabecera

Hay personajes que son tratados por sus autores con demasiada condescendencia. Otros, en cambio, son usados como carne de cañón o, en el peor de los casos, como requisitos previos para recurrir a los libelos corrientes de moda. No obstante, hay personajes cuyo autor infunde vida, animado por el deseo que mana del mito del arte: desear eso sin poseer porque, en caso de que finalmente eso se poseyera, ¿qué terminaría uno por desear?

En Las pasiones de Zulema, entre el cielo y la tierra, Juan Antonio Isla Estrada nos presenta a Zulema, uno de sus personajes más icónicos y memorables acaso por la integración de dimensiones que en ella convergen. En Zulema, el lector encontrará la formación, la tragedia, la pasión y el destino.

De la mano de Zulema, Isla nos conduce al pasaje de la vida desde una perspectiva femenina, lo que propicia una transformación indómita del estado de las cosas, una vida de experiencias, como se advierte en el párrafo inaugural, cuando se nos presenta a Zulema en el andén de su vida sensual. Sensual porque evoca y sucumbe a los sentidos mediante su mirada incisiva, el oído que escucha la voz que llama desde el abismo, el tacto que recorre la piel de quienes ella posee, el gusto profuso y por momentos furtivo. Sentidos de los cuales el propio lector dará testimonio de ello.

A través de la mirada incisiva de Zulema acudimos a los espacios narrados desde la iconización. En voz de su personaje, con su sabida vocación flaneur, Isla nos lleva de Poiters a Puerta del Cielo, con asomos casuales por Granada o Marsella. El texto brinda al lector la oportunidad de construir los íconos mediante la figuración cómplice, vívida, llegando a rebasar cualquier ilusión referencial.

Pero es también a través de la mirada fotográfica que Zulema construye su propia colección de íconos, haciendo al lector partícipe de ello. La construcción de la colección es posible gracias a la lectura abierta y a la prosa precisa mediante la cual Isla anima a las imágenes para cultivar la imaginación. Estas imágenes sudan, sobreviven y por momentos agonizan entre el extravío cognitivo, para después jadear en sudor bajo el manto estelar.

Aunque al principio el lector se encuentra con una historia de amor fugaz, ésta es sólo el medio sobre el cual se transforma el personaje de Zulema, quien permanece en y a pesar de las transformaciones que sufre, constituyendo la estructura narrativa de la novela. Para Zulema el amor es sólo un pretexto (pre-texto = antes del texto), pues lo que realmente se nos presenta es una vida en pleno acto de ejecución. En cada capítulo, la vida de Zulema se despliega en una iconización de las pasiones, la cual se proyecta en su conflicto interno entre el erotismo y la inocencia, entre la frugalidad y la aquiescencia, entre el llamado de la naturaleza y el arraigo de la ciudad.

Uno de los puntos críticos de la iconización de las pasiones se enfoca en la disyuntiva entre la mujer que se resigna a cuidar a su hombre en la enfermedad y la pobreza, y aquella que reniega de su destino para mandar al diablo a las circunstancias, porque quizás la tragedia es algo evitable, algo que puede uno buscarse en una riña estúpida en un bar, por ejemplo. Es decir, para Zulema la tragedia es algo digno de mandarse al diablo. Así, Zulema es, sin los aspavientos oportunistas de lo políticamente correcto, una mujer iconoclasta que acepta gozosa del placer fogoso, y que renuncia al sacrificio de la abnegación, ése que refunde a la mujer, por tradición o convicción, al remanso amargo del olvido.

Quizás este es el guiño más interesante de Zulema, su vocación para la destrucción creativa, su fascinación por lanzarse al abismo, rasgos recurrentes en los personajes de Isla. Es interesante acudir a una narrativa que, si bien se nos presenta afable, no deja de ser inquietante y por momentos tormentosa por evocadora, por la facilidad con la que el lector se sentirá identificado en cada desplante.

En este sentido, resulta irónico el juego intertextual que nos presenta el autor quien, a partir de la unión de cuatro textos, que van del Diario de Zulema al I Ching, pasando por textos hemerográficos, colocará al lector en una encrucijada entre la necesidad de acudir a la certeza icónica y el azar iconoclasta como principio del placer. ¿A dónde nos lleva, Zulema? Es una pregunta que tal vez en sueños, como le ocurrió a quien escribe esto, resonará en los rincones de cada ícono narrado.

Queda pendiente inferir si estamos ante una treta biográfica, aunque sería muy probable. Juan Antonio Isla, flaneur contemporáneo y cosmopolita de los espacios, percute con su mirada el ritmo acompasado del tiempo, capturando con su narrativa imágenes pervivientes de quienes pueblan su memoria. ¿Cuántas Zulemas forman parte de esta Zulema? Es una pregunta que animará a cada lector a aportar una respuesta. Por lo pronto, permítase el lector pasear de la mano de su propia Zulema, caminar entre mercados con olor a patchouli y artesanos que doblan metal con sus manos; explorar de mochilazo Europa y regresar a donde los padres tras el verano; reconstruir a cal y canto habitaciones con los cimientos de la tragedia, para después destruir con la fuerza del placer al inexorable olvido; fotografiar al cielo con la mirada del deseo, para bajar a los infiernos con el calor que abrasa la eternidad. Como Eurídice, Zulema tiene la misión de regresar del abismo para después ser devuelta en nombre del arte. Acaso en este nivel la palabra «misión» cobre más de un sentido. Es precisamente ahí donde radica el elemento fundante de la novela de Isla, y que da vida a cada uno de los personajes: la novela como artificio órfico a través de la cual los personajes cobran vida, bañados por la luz de la narración, para después caer en el abismo, en un giro de mirada que los mantendrá eternamente en el tiempo cosmogónico del deseo.

Hay personajes que son tratados por sus autores con demasiada condescendencia. Otros, en cambio, son usados como carne de cañón o, en el peor de los casos, como requisitos previos para recurrir a los libelos corrientes de moda. No obstante, hay personajes cuyo autor infunde vida, animado por el deseo que mana del mito del arte: desear eso sin poseer porque, en caso de que finalmente eso se poseyera, ¿qué terminaría uno por desear?

En Las pasiones de Zulema, entre el cielo y la tierra, Juan Antonio Isla Estrada nos presenta a Zulema, uno de sus personajes más icónicos y memorables acaso por la integración de dimensiones que en ella convergen. En Zulema, el lector encontrará la formación, la tragedia, la pasión y el destino.

De la mano de Zulema, Isla nos conduce al pasaje de la vida desde una perspectiva femenina, lo que propicia una transformación indómita del estado de las cosas, una vida de experiencias, como se advierte en el párrafo inaugural, cuando se nos presenta a Zulema en el andén de su vida sensual. Sensual porque evoca y sucumbe a los sentidos mediante su mirada incisiva, el oído que escucha la voz que llama desde el abismo, el tacto que recorre la piel de quienes ella posee, el gusto profuso y por momentos furtivo. Sentidos de los cuales el propio lector dará testimonio de ello.

A través de la mirada incisiva de Zulema acudimos a los espacios narrados desde la iconización. En voz de su personaje, con su sabida vocación flaneur, Isla nos lleva de Poiters a Puerta del Cielo, con asomos casuales por Granada o Marsella. El texto brinda al lector la oportunidad de construir los íconos mediante la figuración cómplice, vívida, llegando a rebasar cualquier ilusión referencial.

Pero es también a través de la mirada fotográfica que Zulema construye su propia colección de íconos, haciendo al lector partícipe de ello. La construcción de la colección es posible gracias a la lectura abierta y a la prosa precisa mediante la cual Isla anima a las imágenes para cultivar la imaginación. Estas imágenes sudan, sobreviven y por momentos agonizan entre el extravío cognitivo, para después jadear en sudor bajo el manto estelar.

Aunque al principio el lector se encuentra con una historia de amor fugaz, ésta es sólo el medio sobre el cual se transforma el personaje de Zulema, quien permanece en y a pesar de las transformaciones que sufre, constituyendo la estructura narrativa de la novela. Para Zulema el amor es sólo un pretexto (pre-texto = antes del texto), pues lo que realmente se nos presenta es una vida en pleno acto de ejecución. En cada capítulo, la vida de Zulema se despliega en una iconización de las pasiones, la cual se proyecta en su conflicto interno entre el erotismo y la inocencia, entre la frugalidad y la aquiescencia, entre el llamado de la naturaleza y el arraigo de la ciudad.

Uno de los puntos críticos de la iconización de las pasiones se enfoca en la disyuntiva entre la mujer que se resigna a cuidar a su hombre en la enfermedad y la pobreza, y aquella que reniega de su destino para mandar al diablo a las circunstancias, porque quizás la tragedia es algo evitable, algo que puede uno buscarse en una riña estúpida en un bar, por ejemplo. Es decir, para Zulema la tragedia es algo digno de mandarse al diablo. Así, Zulema es, sin los aspavientos oportunistas de lo políticamente correcto, una mujer iconoclasta que acepta gozosa del placer fogoso, y que renuncia al sacrificio de la abnegación, ése que refunde a la mujer, por tradición o convicción, al remanso amargo del olvido.

Quizás este es el guiño más interesante de Zulema, su vocación para la destrucción creativa, su fascinación por lanzarse al abismo, rasgos recurrentes en los personajes de Isla. Es interesante acudir a una narrativa que, si bien se nos presenta afable, no deja de ser inquietante y por momentos tormentosa por evocadora, por la facilidad con la que el lector se sentirá identificado en cada desplante.

En este sentido, resulta irónico el juego intertextual que nos presenta el autor quien, a partir de la unión de cuatro textos, que van del Diario de Zulema al I Ching, pasando por textos hemerográficos, colocará al lector en una encrucijada entre la necesidad de acudir a la certeza icónica y el azar iconoclasta como principio del placer. ¿A dónde nos lleva, Zulema? Es una pregunta que tal vez en sueños, como le ocurrió a quien escribe esto, resonará en los rincones de cada ícono narrado.

Queda pendiente inferir si estamos ante una treta biográfica, aunque sería muy probable. Juan Antonio Isla, flaneur contemporáneo y cosmopolita de los espacios, percute con su mirada el ritmo acompasado del tiempo, capturando con su narrativa imágenes pervivientes de quienes pueblan su memoria. ¿Cuántas Zulemas forman parte de esta Zulema? Es una pregunta que animará a cada lector a aportar una respuesta. Por lo pronto, permítase el lector pasear de la mano de su propia Zulema, caminar entre mercados con olor a patchouli y artesanos que doblan metal con sus manos; explorar de mochilazo Europa y regresar a donde los padres tras el verano; reconstruir a cal y canto habitaciones con los cimientos de la tragedia, para después destruir con la fuerza del placer al inexorable olvido; fotografiar al cielo con la mirada del deseo, para bajar a los infiernos con el calor que abrasa la eternidad. Como Eurídice, Zulema tiene la misión de regresar del abismo para después ser devuelta en nombre del arte. Acaso en este nivel la palabra «misión» cobre más de un sentido. Es precisamente ahí donde radica el elemento fundante de la novela de Isla, y que da vida a cada uno de los personajes: la novela como artificio órfico a través de la cual los personajes cobran vida, bañados por la luz de la narración, para después caer en el abismo, en un giro de mirada que los mantendrá eternamente en el tiempo cosmogónico del deseo.

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