/ miércoles 4 de agosto de 2021

Nacido, criado y apodado en El Rocío

Este pequeño territorio pasó de ser una vieja hacienda a una colonia obrera de casas iguales en los años 80. Actualmente miles de personas habitan sus arterias, por las que igual transcurre la violencia, los asaltos, las pandillas y el narcomenudeo, como el futbol a media calle, las fiestas vecinales y la fe que se reaviva con cada repique de campanas

La historia también se compone de esos pequeños espacios, recónditos quizá, pero que tienen algo que decir. Durante años viví en esta antigua hacienda convertida en colonia durante 1985. No tiene mucho realmente y sin embargo parece que ha pasado tanto. Las casas ahora tienen variedades arquitectónicas en color y forma que demuestran los años que han transcurrido. El empedrado ahora es asfalto y los baldíos alrededor cambiaron tanto que no se sabe en qué terminará. Seguramente habrá decenas o cientos de fotos de los inicios de lo que ahora conocemos como la colonia El Rocío.

Este pequeño territorio, localizado al noroeste de la ciudad, pertenece a la delegación Félix Osores Sotomayor. Desconozco la razón del nombre. Pero el "Chío" le queda bien. Tenemos una virgen y nada le gana a una virgen. Colinda con la colonia Los Sauces y Puertas del Sol. Avenida Geiser y camino a San Pedro Mártir la trazan, definen su frontera. También los índices de violencia; asaltos, robos a casa-habitación, narcomenudeo o pandillas. De esta última existen varias: los “18” a la entrada, en avenida Laguna y la "DVS" del otro lado, en la avenida contigua. Luego están los "Cucos" hacia el fondo, los "Chayos" y los "Picasso", allá por Mares. Los de Vapor, Marea, Presa, Bordo, las canchas por los condominios, en lo que localmente se conoce como El Rocío II. Porque sí, claro, no basta con uno. Nunca es una cerveza y un taco de los "Juanchos" va con doble tortilla. Y la banda está por todas partes. En tal o cual calle; en tal o cual andador; en tal o cual casa.

Durante mi infancia tuve más cercanía con el lugar. El Centro Cultural Mtro. Enrique Burgos Mondragón y su pequeña biblioteca fueron mi refugio por un tiempo. Mis primeros libros y siempre quise aprender dibujo en algún taller, pero nunca fui. Hasta atrás la iglesia, el Templo de Nuestra Señora del Rocío. Me atrevo a afirmar que todos hicimos la primera comunión ahí. Y cómo no reconocer al “Chon”, quien ya es parte del inventario de la colonia. O acudir al Mercado Los Sauces e ir por el mandado. De niños solíamos tirar la basura por cincuenta centavos o un peso. Esperábamos más, pero alcanzaba para comprar lechuguillas y churros frente al gimnasio y fichas para jugar maquinitas. El mercado se fundó unos años después, en 1993, y hay lo que hay en todo mercado. Incluso reuniones parroquiales al centro de este. Los mariscos “Lupita”, la “Güera”, carnicerías, mercerías, hierbas, juguetes, piratería, carbón, cortes de cabello, reparación de electrodomésticos y básicamente lo que quieras.

Pero el tiempo pasa y los baldíos son centros comerciales, y los cerros parques recreativos y fraccionamientos. Plaza Sendero, hoy Patio, se creó en 2006 y Alfalfares en 2007. Quizá sea la zona con mayor transformación debido a la inversión pública y privada. Ya hay más Oxxo´s, aunque no tengan sistema para hacer un pago. Más construcciones para negocios como farmacias, talleres mecánicos, comedores y sepa qué otras madres. Cada vez se amontona todo o al menos eso me parece a mí. Tal vez es solo que subí de peso y ocupo más espacio, pero prefiero pensar que es lo primero. Insisto.

Hablar de El Rocío es entablar un diálogo con la memoria. Fui de los niños que estuvieron en la guardería, pasaron al kínder y continuaron la primaria en la colonia. Recibí clases de la profesora Irma. La recuerdo con cariño en el turno matutino de la "Prof. Alberto Carrera Torres". Tuve la fortuna de tenerla tres años. Ojalá lea esto. En la primaria la pasé en las canchas jugando futbol y cuando salíamos temprano íbamos todos a mi casa a liarla en la PlayStation. Luego salir y pasarla con mis compas en Marea en el alguno de los "parques", o sea, los andadores que hay en esa calle. Nunca supe el por qué le decían así, pero lo era. El parque uno, dos y tres. El mejor era el primero, cerca del mercado y en el que ahora hay decenas de puestos de tiliches y cosas usadas. Ahí fue mi primer tiro con mi amigo Javier, “El Bolas”, que sé que leerá esto y el cabrón recordará que perdí y sí, sí, perdí. Con él crecí hasta la secundaria; tuve mi primera borrachera y mis primeras pintas de la Técnica 29, en Los Sauces, para escaparnos por la ciudad a vagar junto con otra banda. Fue de él quien escuché decir "nacido, criado y apodado en El Rocío" por no me acuerdo qué razones. Pero me gustó.

Foto: Fernando Reyes | Diario de Querétaro

El Rocío es muchas cosas: un museo de historias o algo que está ahí para decir mucho o poco. Son los cristalazos o la cabeza pateada con bota de casquillo a un camionero. Fileros o botellas de PVC, focos, todo eso. Levantarte en las mañanas al trabajo o escuela y caminar hacia el paradero de avenida Revolución junto a otros más haciendo lo mismo. Reconocer caras al comprar un jugo en la tienda y hacerte de amistades breves, pasajeras, que te acompañan en ese lapso. Se vuelven parte del trayecto diario. Como aquel señor al que siempre saludaba. Era un tipo amable y sonriente al que dejé de ver sin alguna explicación, y luego supe el motivo. Fue noticia a nivel local en periódicos. Uno de los puentes del río en Revolución y una decisión. Lo rememoro de vez en cuando al pasar por ahí.

Las fiestas patronales son otro agregado a ese museo turístico del “Rosco”. Es en mayo. Siempre llueve. Y es que los "siempre" sí persisten: siempre toca el grupo Cobalto, siempre los mismos juegos y siempre los mismos golpes. Los protagonistas de alguna campal es lo que cambia, pero fuera de eso todo marcha igual. Además, hay desfiles; uno estrafalario en el que las personas se visten de indios norteamericanos y soldados franceses al ritmo de una o dos tamboras. La virgen al frente. Porque es la matrona. Les digo que nada le gana a una virgen. La calle se vuelve jolgorio y todo termina con resaca, cansancio, basura, charcos de agua y envases tirados por todo el orbe.

En fin. Así es el barrio. Al menos un poco. Un asesinato en la calle Acequia o ir a la papelería “Esmeralda” los domingos en la noche. Ir al tianguis los viernes y agarrarse a golpes el sábado. El señor del calzoncillo rojo que vende cervezas clandestinas y adentrarse al canal cuando éramos niños e imaginar aventuras. Un establo y puntos de venta. Un territorio ambivalente. De señores y señoras chismosas que saben el momento en que metes a alguien a tu casa, pero no cuando te roban el automóvil. Aquí hay lo que en cualquier otro lado, aunque a nuestra manera.

Poco sé yo de esa exhacienda a la que llegaron mis padres en los noventa. Cuando las casas eran completamente iguales y el camión tenía que tomarse hasta Insurgentes. Luego creció y el paradero con el “4” y la ruta “16” nos colocó en la orilla de la ciudad. Y esta se sigue extendiendo. Ahora se inunda más; hay gente nueva, morros que crecieron y que tendrán sus grupitos y nuevas historias por contar. Sé que me falta mucho por decir y ese es el problema de nombrar, que uno siempre termina por no decirlo todo y no mostrar lo que acontece dentro de un territorio que nos significa a muchos. Aunque algo aquí se plasma y es que, aun con todo, uno aprecia los lugares donde creció, y El Rocío es otro espacio más que resguardó a tantos como yo, que de vez en cuando regresamos y descubrimos que hay un poco de nosotros en él y que el “Chío” tampoco ha salido de nosotros.

Foto: Fernando Reyes | Diario de Querétaro

La historia también se compone de esos pequeños espacios, recónditos quizá, pero que tienen algo que decir. Durante años viví en esta antigua hacienda convertida en colonia durante 1985. No tiene mucho realmente y sin embargo parece que ha pasado tanto. Las casas ahora tienen variedades arquitectónicas en color y forma que demuestran los años que han transcurrido. El empedrado ahora es asfalto y los baldíos alrededor cambiaron tanto que no se sabe en qué terminará. Seguramente habrá decenas o cientos de fotos de los inicios de lo que ahora conocemos como la colonia El Rocío.

Este pequeño territorio, localizado al noroeste de la ciudad, pertenece a la delegación Félix Osores Sotomayor. Desconozco la razón del nombre. Pero el "Chío" le queda bien. Tenemos una virgen y nada le gana a una virgen. Colinda con la colonia Los Sauces y Puertas del Sol. Avenida Geiser y camino a San Pedro Mártir la trazan, definen su frontera. También los índices de violencia; asaltos, robos a casa-habitación, narcomenudeo o pandillas. De esta última existen varias: los “18” a la entrada, en avenida Laguna y la "DVS" del otro lado, en la avenida contigua. Luego están los "Cucos" hacia el fondo, los "Chayos" y los "Picasso", allá por Mares. Los de Vapor, Marea, Presa, Bordo, las canchas por los condominios, en lo que localmente se conoce como El Rocío II. Porque sí, claro, no basta con uno. Nunca es una cerveza y un taco de los "Juanchos" va con doble tortilla. Y la banda está por todas partes. En tal o cual calle; en tal o cual andador; en tal o cual casa.

Durante mi infancia tuve más cercanía con el lugar. El Centro Cultural Mtro. Enrique Burgos Mondragón y su pequeña biblioteca fueron mi refugio por un tiempo. Mis primeros libros y siempre quise aprender dibujo en algún taller, pero nunca fui. Hasta atrás la iglesia, el Templo de Nuestra Señora del Rocío. Me atrevo a afirmar que todos hicimos la primera comunión ahí. Y cómo no reconocer al “Chon”, quien ya es parte del inventario de la colonia. O acudir al Mercado Los Sauces e ir por el mandado. De niños solíamos tirar la basura por cincuenta centavos o un peso. Esperábamos más, pero alcanzaba para comprar lechuguillas y churros frente al gimnasio y fichas para jugar maquinitas. El mercado se fundó unos años después, en 1993, y hay lo que hay en todo mercado. Incluso reuniones parroquiales al centro de este. Los mariscos “Lupita”, la “Güera”, carnicerías, mercerías, hierbas, juguetes, piratería, carbón, cortes de cabello, reparación de electrodomésticos y básicamente lo que quieras.

Pero el tiempo pasa y los baldíos son centros comerciales, y los cerros parques recreativos y fraccionamientos. Plaza Sendero, hoy Patio, se creó en 2006 y Alfalfares en 2007. Quizá sea la zona con mayor transformación debido a la inversión pública y privada. Ya hay más Oxxo´s, aunque no tengan sistema para hacer un pago. Más construcciones para negocios como farmacias, talleres mecánicos, comedores y sepa qué otras madres. Cada vez se amontona todo o al menos eso me parece a mí. Tal vez es solo que subí de peso y ocupo más espacio, pero prefiero pensar que es lo primero. Insisto.

Hablar de El Rocío es entablar un diálogo con la memoria. Fui de los niños que estuvieron en la guardería, pasaron al kínder y continuaron la primaria en la colonia. Recibí clases de la profesora Irma. La recuerdo con cariño en el turno matutino de la "Prof. Alberto Carrera Torres". Tuve la fortuna de tenerla tres años. Ojalá lea esto. En la primaria la pasé en las canchas jugando futbol y cuando salíamos temprano íbamos todos a mi casa a liarla en la PlayStation. Luego salir y pasarla con mis compas en Marea en el alguno de los "parques", o sea, los andadores que hay en esa calle. Nunca supe el por qué le decían así, pero lo era. El parque uno, dos y tres. El mejor era el primero, cerca del mercado y en el que ahora hay decenas de puestos de tiliches y cosas usadas. Ahí fue mi primer tiro con mi amigo Javier, “El Bolas”, que sé que leerá esto y el cabrón recordará que perdí y sí, sí, perdí. Con él crecí hasta la secundaria; tuve mi primera borrachera y mis primeras pintas de la Técnica 29, en Los Sauces, para escaparnos por la ciudad a vagar junto con otra banda. Fue de él quien escuché decir "nacido, criado y apodado en El Rocío" por no me acuerdo qué razones. Pero me gustó.

Foto: Fernando Reyes | Diario de Querétaro

El Rocío es muchas cosas: un museo de historias o algo que está ahí para decir mucho o poco. Son los cristalazos o la cabeza pateada con bota de casquillo a un camionero. Fileros o botellas de PVC, focos, todo eso. Levantarte en las mañanas al trabajo o escuela y caminar hacia el paradero de avenida Revolución junto a otros más haciendo lo mismo. Reconocer caras al comprar un jugo en la tienda y hacerte de amistades breves, pasajeras, que te acompañan en ese lapso. Se vuelven parte del trayecto diario. Como aquel señor al que siempre saludaba. Era un tipo amable y sonriente al que dejé de ver sin alguna explicación, y luego supe el motivo. Fue noticia a nivel local en periódicos. Uno de los puentes del río en Revolución y una decisión. Lo rememoro de vez en cuando al pasar por ahí.

Las fiestas patronales son otro agregado a ese museo turístico del “Rosco”. Es en mayo. Siempre llueve. Y es que los "siempre" sí persisten: siempre toca el grupo Cobalto, siempre los mismos juegos y siempre los mismos golpes. Los protagonistas de alguna campal es lo que cambia, pero fuera de eso todo marcha igual. Además, hay desfiles; uno estrafalario en el que las personas se visten de indios norteamericanos y soldados franceses al ritmo de una o dos tamboras. La virgen al frente. Porque es la matrona. Les digo que nada le gana a una virgen. La calle se vuelve jolgorio y todo termina con resaca, cansancio, basura, charcos de agua y envases tirados por todo el orbe.

En fin. Así es el barrio. Al menos un poco. Un asesinato en la calle Acequia o ir a la papelería “Esmeralda” los domingos en la noche. Ir al tianguis los viernes y agarrarse a golpes el sábado. El señor del calzoncillo rojo que vende cervezas clandestinas y adentrarse al canal cuando éramos niños e imaginar aventuras. Un establo y puntos de venta. Un territorio ambivalente. De señores y señoras chismosas que saben el momento en que metes a alguien a tu casa, pero no cuando te roban el automóvil. Aquí hay lo que en cualquier otro lado, aunque a nuestra manera.

Poco sé yo de esa exhacienda a la que llegaron mis padres en los noventa. Cuando las casas eran completamente iguales y el camión tenía que tomarse hasta Insurgentes. Luego creció y el paradero con el “4” y la ruta “16” nos colocó en la orilla de la ciudad. Y esta se sigue extendiendo. Ahora se inunda más; hay gente nueva, morros que crecieron y que tendrán sus grupitos y nuevas historias por contar. Sé que me falta mucho por decir y ese es el problema de nombrar, que uno siempre termina por no decirlo todo y no mostrar lo que acontece dentro de un territorio que nos significa a muchos. Aunque algo aquí se plasma y es que, aun con todo, uno aprecia los lugares donde creció, y El Rocío es otro espacio más que resguardó a tantos como yo, que de vez en cuando regresamos y descubrimos que hay un poco de nosotros en él y que el “Chío” tampoco ha salido de nosotros.

Foto: Fernando Reyes | Diario de Querétaro

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