/ miércoles 9 de febrero de 2022

Norady y Santé XVIII

Vitral

Dime por qué me dejas, dímelo, no importa lo que sea. ¿Me apesta la boca? ¿No te gusta cómo te beso? ¿Qué defecto me viste? Dímelo, cualquier cosa será buena para mí, para corregirme. Estoy más flaco, más chaparro, él es más guapo, ¿en qué me supera? O es tan sólo que así es la vida, todo cambia, todo se transforma, todo se mueve. Somos animales, ¿es simplemente que animalescamente te gustó más él? Somos animales, es natural que nos guste otro y otra y otro y otra, sólo que nos aguantamos porque socialmente no es posible tener un harén. ¿Es sólo eso? ¿Simplemente eso? ¿O es destino, karma? ¿No eras para mí? ¿Me espera algo mejor? ¿Es real eso que llaman amor? ¿Es posible amar a una sola persona de una vez y para siempre sin tener ojos para nadie? ¿La fidelidad es un mito?

Santé fue a comprar unos cuadernos. Cada lugar por el que pasaba estaba impregnado de un recuerdo de Norady. La banqueta donde intentó besarla por vez primera; el trolebús que abordaron juntos a escondidas para ir al Parque de los venados a caminar un ratito; la calle del rincón, donde sintió tan cerca su aliento fresco; y toda la gente que los conocía, los compañeros de la prepa, que ahora se preguntarían ¿qué pasó?, y él tendría que esconder la cara lleno de vergüenza. Pero no, tenía que decir a verdad y enfrentar con la cara en alto la situación: Norady y él no seguían más juntos. Así, nada más, sin comentar, sin platicar, sin añadir historias.

Rumbo a la papelería le pareció divisar a Norady acompañada de una de su hermanas entre el hervidero de gente del metro. Apresuro el paso. Sí, eran ellas. ¿A dónde iban? Pensaba en esto cuando vio que un tipo se acercó a ellas y dio un beso cariñoso a Norady. Ella correspondió cálidamente. Santé sintió que se derrumbaba. Ella, la que hasta hace dos semanas, según esto, lo amaba ardorosamente, estaba ahí besándose y abrazándose con otro tipo, incluso, como nunca lo había hecho con él, y por las mismas calles por las que ellos anduvieron. Todo se le nubló y parecía que con binoculares observara a Norady y a ese quién sabe quién. Los siguió dos cuadras y la pareja dio vuelta a la derecha. Santé se siguió de frente, pero dominando con la vista la situación. Pudo ver que se recargaron en un auto. ¡Norady entre las piernas de otro cabrón! ¡Y hasta la hermanita cómplice recargada en él como si nada! ¿Desde cuándo estarían armando el complot? Le habían visto la cara de güey. No pudo más, en su sangre se mezclaba el odio, la envidia, el dolor. Sintió excitación. Se acercó furioso.

-¿Qué haces aquí?- le preguntó. Norady, tomada por sorpresa se puso roja. Titubeando contestó: -Mi mamá me dio permiso. Ella sabe que estoy aquí, así que déjame y no causes problemas.

Santé quiso írseles a madrazos. De modo que hasta la señora estaba involucrada en esto, vieja hipócrita, y él manteniendo esperanzas. Desgraciados.

-Pues, vámonos. Y tú –dirigiéndose al desconocido– no te metas. Él era el chavo del mercado, aquel con el que sorprendió a Norady alguna vez a risa y risa, y ella lo había negado. El tipo le había dado baje con su novia.

-Vámonos o te llevo, aunque aquí mismo armemos un desmadre.

-Vete- dijo el desconocido novedoso a Norady-, luego nos vemos.

Santé quería romperle la cara, decirle cállate cabrón, pero tuvo miedo. Norady, obediente, se enderezó y caminó de prisa sin voltear a ver a Santé, dejándolo atrás. Él se sintió humillado hasta lo más hondo, su respiración estaba agitada. Según él había realizado lo más difícil, llevársela, pero no se la llevaba, ella obedeció al otro. Santé la alcanzó, encabronado, y le dijo: -Está bien, regrésate con él, ya no te molestaré más-. Y del tono humilde pasó a la amenaza del animal herido: -Pero después no te vayas a arrepentir. Yo voy a ser un profesionista, en cambio ese chicharronero nunca pasará de ahí. Si así lo quieres , allá tú.

Norady se dio media vuelta y regresó a donde había dejado a su nuevo amor. Santé la vio alejarse sintiendo que todo se le oscurecía. Observaba las piernas de Norady, sus caderas envueltas en ese vestido de lino, y lo desquiciaba ver que se iban de la mano. Qué fácil fue a parar entre las manos de otro. Facilona desgraciada, pensó.

Era la herencia triste la que lo hacía palidecer al experimentar su pequeñez. Le daba coraje, pero a la vez era incapaz de cambiar. A veces, de palabra, estaba seguro de haberlo logrado, pero a las primeras pruebas de la vida volvía a su inmovilidad. ¡Qué diablos era! Si él estaba dispuesto, qué debería hacer para salir de ese marasmo. Había dependido demasiado de otras personas.

Norady lo abandonaba, y él se sentía engarrotado. Los músculos de su cuerpo estaban tensos, le pesaban mucho más esos días de esmog y tráfico. En su desesperación no sabía a dónde correr. Las calles tan llenas de gente y él tan solo. Y a la vez, quería estar así, no tenía ganas de ver a nadie. Todo era insoportable sin Norady. Había olvidado un tanto en qué ciudad estaba, ahora el futuro se le venía encima. Se cayó gordo él mismo al verse triste y abatido. Condición pesadamente notoria para todos, la familia, los cuates, los vecinos. Su pensamiento estaba obsesionado con Norady, carajo estaba en todas las partes y en todas las cosas.

Cuando antes oyó hablar a un amigo de algo parecido, no pudo evitar un bostezo. Ahora, quién escucharía sus estupideces. No, no le iba a decir a nadie, no quería ser víctima de la compasión. No sabía que otras, como su historia, se habían repetido miles de veces en el mundo. Pero a nadie contaría nada de Norady y su relación, y menos los detalles. Lo tuvo muy claro. No era el despecho el que lo convertiría en un argüendero ardido hablando mal de una mujer. El amor que le tenía le daba esa claridad.

Por otra parte Norady parecía muy feliz. Para ella no había castigador ni mártir. En cambio, para Santé él era el mártir de la película gacha. Norady, otra vez coucheada por su mamá, volteaba sus ojos a Alberto Salcedo, joven trabajador que no hablaba tanto. Santé seguía hablando, decía que odiaba esa palabra clasemediera de couching, porque implicaba la pérdida del juicio propio, individual, pero él mismo venía del “soy chiva y qué”, le voy al Guadalajara y tiro de a uñita, le pego de punterazo al balón, tengo eyaculación precoz y me falta la fuerza del último empuje.

Dime por qué me dejas, dímelo, no importa lo que sea. ¿Me apesta la boca? ¿No te gusta cómo te beso? ¿Qué defecto me viste? Dímelo, cualquier cosa será buena para mí, para corregirme. Estoy más flaco, más chaparro, él es más guapo, ¿en qué me supera? O es tan sólo que así es la vida, todo cambia, todo se transforma, todo se mueve. Somos animales, ¿es simplemente que animalescamente te gustó más él? Somos animales, es natural que nos guste otro y otra y otro y otra, sólo que nos aguantamos porque socialmente no es posible tener un harén. ¿Es sólo eso? ¿Simplemente eso? ¿O es destino, karma? ¿No eras para mí? ¿Me espera algo mejor? ¿Es real eso que llaman amor? ¿Es posible amar a una sola persona de una vez y para siempre sin tener ojos para nadie? ¿La fidelidad es un mito?

Santé fue a comprar unos cuadernos. Cada lugar por el que pasaba estaba impregnado de un recuerdo de Norady. La banqueta donde intentó besarla por vez primera; el trolebús que abordaron juntos a escondidas para ir al Parque de los venados a caminar un ratito; la calle del rincón, donde sintió tan cerca su aliento fresco; y toda la gente que los conocía, los compañeros de la prepa, que ahora se preguntarían ¿qué pasó?, y él tendría que esconder la cara lleno de vergüenza. Pero no, tenía que decir a verdad y enfrentar con la cara en alto la situación: Norady y él no seguían más juntos. Así, nada más, sin comentar, sin platicar, sin añadir historias.

Rumbo a la papelería le pareció divisar a Norady acompañada de una de su hermanas entre el hervidero de gente del metro. Apresuro el paso. Sí, eran ellas. ¿A dónde iban? Pensaba en esto cuando vio que un tipo se acercó a ellas y dio un beso cariñoso a Norady. Ella correspondió cálidamente. Santé sintió que se derrumbaba. Ella, la que hasta hace dos semanas, según esto, lo amaba ardorosamente, estaba ahí besándose y abrazándose con otro tipo, incluso, como nunca lo había hecho con él, y por las mismas calles por las que ellos anduvieron. Todo se le nubló y parecía que con binoculares observara a Norady y a ese quién sabe quién. Los siguió dos cuadras y la pareja dio vuelta a la derecha. Santé se siguió de frente, pero dominando con la vista la situación. Pudo ver que se recargaron en un auto. ¡Norady entre las piernas de otro cabrón! ¡Y hasta la hermanita cómplice recargada en él como si nada! ¿Desde cuándo estarían armando el complot? Le habían visto la cara de güey. No pudo más, en su sangre se mezclaba el odio, la envidia, el dolor. Sintió excitación. Se acercó furioso.

-¿Qué haces aquí?- le preguntó. Norady, tomada por sorpresa se puso roja. Titubeando contestó: -Mi mamá me dio permiso. Ella sabe que estoy aquí, así que déjame y no causes problemas.

Santé quiso írseles a madrazos. De modo que hasta la señora estaba involucrada en esto, vieja hipócrita, y él manteniendo esperanzas. Desgraciados.

-Pues, vámonos. Y tú –dirigiéndose al desconocido– no te metas. Él era el chavo del mercado, aquel con el que sorprendió a Norady alguna vez a risa y risa, y ella lo había negado. El tipo le había dado baje con su novia.

-Vámonos o te llevo, aunque aquí mismo armemos un desmadre.

-Vete- dijo el desconocido novedoso a Norady-, luego nos vemos.

Santé quería romperle la cara, decirle cállate cabrón, pero tuvo miedo. Norady, obediente, se enderezó y caminó de prisa sin voltear a ver a Santé, dejándolo atrás. Él se sintió humillado hasta lo más hondo, su respiración estaba agitada. Según él había realizado lo más difícil, llevársela, pero no se la llevaba, ella obedeció al otro. Santé la alcanzó, encabronado, y le dijo: -Está bien, regrésate con él, ya no te molestaré más-. Y del tono humilde pasó a la amenaza del animal herido: -Pero después no te vayas a arrepentir. Yo voy a ser un profesionista, en cambio ese chicharronero nunca pasará de ahí. Si así lo quieres , allá tú.

Norady se dio media vuelta y regresó a donde había dejado a su nuevo amor. Santé la vio alejarse sintiendo que todo se le oscurecía. Observaba las piernas de Norady, sus caderas envueltas en ese vestido de lino, y lo desquiciaba ver que se iban de la mano. Qué fácil fue a parar entre las manos de otro. Facilona desgraciada, pensó.

Era la herencia triste la que lo hacía palidecer al experimentar su pequeñez. Le daba coraje, pero a la vez era incapaz de cambiar. A veces, de palabra, estaba seguro de haberlo logrado, pero a las primeras pruebas de la vida volvía a su inmovilidad. ¡Qué diablos era! Si él estaba dispuesto, qué debería hacer para salir de ese marasmo. Había dependido demasiado de otras personas.

Norady lo abandonaba, y él se sentía engarrotado. Los músculos de su cuerpo estaban tensos, le pesaban mucho más esos días de esmog y tráfico. En su desesperación no sabía a dónde correr. Las calles tan llenas de gente y él tan solo. Y a la vez, quería estar así, no tenía ganas de ver a nadie. Todo era insoportable sin Norady. Había olvidado un tanto en qué ciudad estaba, ahora el futuro se le venía encima. Se cayó gordo él mismo al verse triste y abatido. Condición pesadamente notoria para todos, la familia, los cuates, los vecinos. Su pensamiento estaba obsesionado con Norady, carajo estaba en todas las partes y en todas las cosas.

Cuando antes oyó hablar a un amigo de algo parecido, no pudo evitar un bostezo. Ahora, quién escucharía sus estupideces. No, no le iba a decir a nadie, no quería ser víctima de la compasión. No sabía que otras, como su historia, se habían repetido miles de veces en el mundo. Pero a nadie contaría nada de Norady y su relación, y menos los detalles. Lo tuvo muy claro. No era el despecho el que lo convertiría en un argüendero ardido hablando mal de una mujer. El amor que le tenía le daba esa claridad.

Por otra parte Norady parecía muy feliz. Para ella no había castigador ni mártir. En cambio, para Santé él era el mártir de la película gacha. Norady, otra vez coucheada por su mamá, volteaba sus ojos a Alberto Salcedo, joven trabajador que no hablaba tanto. Santé seguía hablando, decía que odiaba esa palabra clasemediera de couching, porque implicaba la pérdida del juicio propio, individual, pero él mismo venía del “soy chiva y qué”, le voy al Guadalajara y tiro de a uñita, le pego de punterazo al balón, tengo eyaculación precoz y me falta la fuerza del último empuje.

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