/ sábado 5 de diciembre de 2020

Paco Rabell, forjador de imposibles

El hombre sin límites de imaginación, llevó a la realidad lo que otros consideraban impensable

Cuando aquella noche, durante una reunión más del grupo, Paco Rabell les externó su idea de organizar una gira por España, sus compañeros, universitarios todos, soltaron una carcajada casi generalizada. Sólo en la cabeza de un cándido soñador podía caber la intención de una hazaña como esa, imposible para una compañía teatral provinciana, integrada por aficionados y de tan escasa vida. Pero Paco tenía una visión mucho más allá del paisaje cercano y una tenacidad envidiable, y terminó organizando, con un éxito tan inusitado como para presentar en el Teatro Español de Madrid, entre otros muchos espacios, a aquellos Cómicos de la Legua de la Universidad Autónoma de Querétaro.

Era el mismo Paco que, con un grupo de entusiastas e incipientes nadadores que practicaban en una poza de un rancho cercano, se dio a la tarea de algo que, pesándolo un poco, también resultaba un imposible: Volverlos competitivos a nivel internacional. E igualmente lo logró, cuando su hermano menor Enrique alcanzó el mayor logro posible para un deportista de élite y colocó su nombre entre los competidores mexicanos de varios juegos centroamericanos y del máximo escaparate mundial en la Olimpiada de Roma.

Imposible parecía que hasta Querétaro pudieran venir personajes de las dimensiones de Juan Miguel de Mora, Alejandro Jodorowsky o Julio Castillo a dirigir a los Cómicos, y Paco lo logró con aquellas puestas en escena de “Guillermo Tell tiene los ojos tristes” y “Salvajes”.

Rabell, sin límites de imaginación, se logró colar a los entretelares de la mismísima Presidencia de la República, y sedujo de tal forma con sus ideas a Luis Echeverría que, por órdenes de éste, se organizó con los Cómicos de la Legua una gira a Centroamérica que, también gracias al fino tejer de Paco, se fue ampliando de manera insospechada.

Acaso el mayor de los imposibles podría pensarse de la intención, cuando apenas comenzaba la década de los ochenta del pasado siglo, de convertir su propia casa en un teatro, y sobre todo, la de cobrar por las representaciones que ahí se hicieran, en una ciudad acostumbrada a la gratuidad que los Cómicos habían establecido hasta entonces. No sólo lo logró, fundando el Corral de Comedias, sino que a lo largo de casi 40 años, conformó una empresa que le dio para vivir a él y a sus descendientes.

Esa misma década, Paco Rabell logró otros dos imposibles. Uno, el de ser invitado con su grupo al Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, hasta donde asistían compañías de reconocido prestigio internacional, con protagonistas de la talle de Adolfo Marsillach o Enrique Buenaventura, y otro más pronunciado, el de que los organizadores decidieran romper la tradicional programación y repetir la presentación del grupo queretano, “con ese delicioso castellano que habláis los mexicanos”, en el espacio donde estrenaban los mismísimos Cervantes o Lope de Vega.

Sí, Paco Rabell, por esos y otros muchísimos ejemplos, fue un forjador de imposibles. Y nadie se atrevería hoy a reírse de ellos.

Cuando aquella noche, durante una reunión más del grupo, Paco Rabell les externó su idea de organizar una gira por España, sus compañeros, universitarios todos, soltaron una carcajada casi generalizada. Sólo en la cabeza de un cándido soñador podía caber la intención de una hazaña como esa, imposible para una compañía teatral provinciana, integrada por aficionados y de tan escasa vida. Pero Paco tenía una visión mucho más allá del paisaje cercano y una tenacidad envidiable, y terminó organizando, con un éxito tan inusitado como para presentar en el Teatro Español de Madrid, entre otros muchos espacios, a aquellos Cómicos de la Legua de la Universidad Autónoma de Querétaro.

Era el mismo Paco que, con un grupo de entusiastas e incipientes nadadores que practicaban en una poza de un rancho cercano, se dio a la tarea de algo que, pesándolo un poco, también resultaba un imposible: Volverlos competitivos a nivel internacional. E igualmente lo logró, cuando su hermano menor Enrique alcanzó el mayor logro posible para un deportista de élite y colocó su nombre entre los competidores mexicanos de varios juegos centroamericanos y del máximo escaparate mundial en la Olimpiada de Roma.

Imposible parecía que hasta Querétaro pudieran venir personajes de las dimensiones de Juan Miguel de Mora, Alejandro Jodorowsky o Julio Castillo a dirigir a los Cómicos, y Paco lo logró con aquellas puestas en escena de “Guillermo Tell tiene los ojos tristes” y “Salvajes”.

Rabell, sin límites de imaginación, se logró colar a los entretelares de la mismísima Presidencia de la República, y sedujo de tal forma con sus ideas a Luis Echeverría que, por órdenes de éste, se organizó con los Cómicos de la Legua una gira a Centroamérica que, también gracias al fino tejer de Paco, se fue ampliando de manera insospechada.

Acaso el mayor de los imposibles podría pensarse de la intención, cuando apenas comenzaba la década de los ochenta del pasado siglo, de convertir su propia casa en un teatro, y sobre todo, la de cobrar por las representaciones que ahí se hicieran, en una ciudad acostumbrada a la gratuidad que los Cómicos habían establecido hasta entonces. No sólo lo logró, fundando el Corral de Comedias, sino que a lo largo de casi 40 años, conformó una empresa que le dio para vivir a él y a sus descendientes.

Esa misma década, Paco Rabell logró otros dos imposibles. Uno, el de ser invitado con su grupo al Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, hasta donde asistían compañías de reconocido prestigio internacional, con protagonistas de la talle de Adolfo Marsillach o Enrique Buenaventura, y otro más pronunciado, el de que los organizadores decidieran romper la tradicional programación y repetir la presentación del grupo queretano, “con ese delicioso castellano que habláis los mexicanos”, en el espacio donde estrenaban los mismísimos Cervantes o Lope de Vega.

Sí, Paco Rabell, por esos y otros muchísimos ejemplos, fue un forjador de imposibles. Y nadie se atrevería hoy a reírse de ellos.

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