/ jueves 22 de febrero de 2024

El director de escena, creador de mundos

Tinta para un Atabal


Es común ver a muchos actores dar el salto de la actuación a la dirección escénica y uno pensaría que esto es un paso lógico, sin embargo, no es así. Ser un buen actor no es garantía de ser un buen director, así como tampoco es garantía de ser un buen maestro de actuación; cada disciplina tiene sus especificidades y retos y aunque ha habido en el teatro en México, y aquí mismo en Querétaro, algunos buenos ejemplos de una transición exitosa, esta no siempre se da y desafortunadamente hace que muchas y muchos artistas escénicos den este paso sin tener los elementos para hacerlo con solvencia.

Es cierto que en nuestro país no ha existido una carrera de Dirección Escénica que se haya mantenido por mucho tiempo a pesar de que ha habido muchos intentos de hacerla, pues tanto a nivel de las instituciones públicas como privadas los cursos y talleres que se ofrecen son pocos comparados con los que se dan para otras disciplinas. Entonces aquellos que quieren dirigir o se ven obligados por las circunstancias a hacerlo, no les queda más que lanzarse al vacío e ir aprendiendo del ensayo y error, lo cual tiene una parte loable pero quien a veces sufre las consecuencias de esta aventura es el público.

Este artículo no tiene como propósito desalentar a los jóvenes que pretenden hacer una trayectoria como directores o directoras de escena sino inquietarlos un poco a través de algunas reflexiones que un director debe hacerse al emprender este apasionante camino de creación; así que desde mi experiencia como director de escena trataré de compartírselas.

La primera es que, como cualquier creador, el director debe preguntarse ¿qué quiere decir, expresar, manifestar a través de un discurso escénico? sea que este esté basado en el texto de un dramaturgo, en la adaptación de una novela o en una idea. Así mismo preguntarse: ¿a quién se lo quiere decir? y muy importante: ¿para qué se lo quiere decir? y esto ¿por qué es fundamental? Todo esto será la base de la estructuración de la puesta en escena que bajo su concepción co-creará con todos los que participen en ella.

Un director, como todo ser humano, tiene su propia percepción de la realidad, esta permea la lectura que hace de la misma acotada dentro de la ficcionalidad de un texto. Esta lectura es única y personal y es la que hace que un mismo texto o una idea o premisa, al ser concebida y llevada a un plano de creación escénica, tenga un sinnúmero de propuestas dependiendo de quien la dirija.

Entonces hay que puntualizar el hecho de que dirigir no solamente es traspasar las acciones y contenido de un texto a la escena sino, mediante una lectura y una concepción, darle sentido propio, hacer que este diga algo más allá de lo evidente. Si no existe ese trabajo de reflexión para crear la o las premisas a partir de las cuales ordenará el mundo que está por crear, entonces solemnemente se limitará a hacer un ilustrador del texto o de la escena y nos encontraremos con que a veces hay buenos ilustradores con algunas buenas ideas o, en el peor de los casos, ocurrencias, pero sin un sustento estético-ideológico que sostenga, dé estructura y coherencia a su discurso.

Una segunda reflexión muy importante es: si ya tengo claro el qué, a quién y para qué, cómo voy a hacer para que mediante los elementos intrínsecos del texto y los lenguajes que conlleva todo hecho escénico, aparezca ante el espectador el mundo al que voy a invitarlo para comunicarle y compartirle algo

Al ser este un artículo de opinión, no podemos profundizar sobre el asunto ya que el solo hablar de la concepción, que es la primera de tres partes que forman el cuerpo de la dirección, nos llevaría bastante tiempo.

Por lo anterior, paso ahora a hablar sobre el ordenamiento. Soledad Ruiz, una de mis maestras de dirección (q.p.d), decía que “el director escénico es un ordenador creativo de diferentes lenguajes para crear un mundo, una convención a la cual invitara al espectador”. De lo anterior se desprenden dos palabras clave: orden y convención.

Si hablamos de orden hablamos de estructura, de límites, de relaciones funcionales, etc. El orden está en todo lo que nos rodea en la naturaleza, en el cosmos. Los planetas, las galaxias, los soles tienen un orden funcional que los estructura como cosmos; a los ríos, océanos, montañas, continentes, el orden les permite ser planeta y si nos vamos a nuestro organismo, el conjunto de sistemas que lo componen forman el orden de cuerpo humano, así que el orden es parte de la creación.

Una tercera reflexión entonces es: ¿qué voy a ordenar? La respuesta es: los diferentes lenguajes que componen el hecho escénico y que básicamente se engloban en cuatro grandes grupos: espacio (con todo lo que este conlleva: luz, sonido, escenografía, mobiliario, vestuario, etc.), actor, texto y tempo-ritmo. El ordenamiento de estos lenguajes y de todo aquello que yo quiera sumar a ese mundo, se basa en una convención que deriva de la concepción, y lo importante es que el espectador pueda conectar con ella; si se conecta participará en él y será receptivo al discurso, si no se conecta porque no está clara, el espectador no participará. Entonces ordenar con claridad es realmente un proceso central de la dirección.

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La cuarta reflexión viene con relación a la tercera parte de este gran cuerpo, una tan apasionante como exigente: La realización, es decir la materialización de ese mundo en el hecho escénico. ¿Qué tengo que cuestionarme aquí? Si tengo las cualidades que caracterizan a un buen director y si no las tengo, hasta dónde estoy dispuesto o dispuesta a conseguirlas; por ejemplo, una cualidad básica es el liderazgo. ¿Tengo esta cualidad? ¿qué puedo hacer para desarrollarla? ¿cómo concibo a un líder? Se debe contar con la capacidad de tomar decisiones bajo presión y a medida que avanza el proceso de puesta en escena debo tomar más decisiones y cada vez con menos tiempo para valorar y decidir. Otra cualidad es la visión de conjunto; el actor normalmente ve la parte, el director tiene que aprender a ver el todo.

En fin, también sería largo hablar de todas estas cualidades y capacidades a desarrollar.

La invitación que hago como colega, con la mejor de las intenciones, a los jóvenes que han emprendido o quieren emprender este camino es: prepárense, busquen, experimenten. Practiquen pero involúcrense en la dirección escénica con la conciencia de lo que significa ser un creador de mundos.


Es común ver a muchos actores dar el salto de la actuación a la dirección escénica y uno pensaría que esto es un paso lógico, sin embargo, no es así. Ser un buen actor no es garantía de ser un buen director, así como tampoco es garantía de ser un buen maestro de actuación; cada disciplina tiene sus especificidades y retos y aunque ha habido en el teatro en México, y aquí mismo en Querétaro, algunos buenos ejemplos de una transición exitosa, esta no siempre se da y desafortunadamente hace que muchas y muchos artistas escénicos den este paso sin tener los elementos para hacerlo con solvencia.

Es cierto que en nuestro país no ha existido una carrera de Dirección Escénica que se haya mantenido por mucho tiempo a pesar de que ha habido muchos intentos de hacerla, pues tanto a nivel de las instituciones públicas como privadas los cursos y talleres que se ofrecen son pocos comparados con los que se dan para otras disciplinas. Entonces aquellos que quieren dirigir o se ven obligados por las circunstancias a hacerlo, no les queda más que lanzarse al vacío e ir aprendiendo del ensayo y error, lo cual tiene una parte loable pero quien a veces sufre las consecuencias de esta aventura es el público.

Este artículo no tiene como propósito desalentar a los jóvenes que pretenden hacer una trayectoria como directores o directoras de escena sino inquietarlos un poco a través de algunas reflexiones que un director debe hacerse al emprender este apasionante camino de creación; así que desde mi experiencia como director de escena trataré de compartírselas.

La primera es que, como cualquier creador, el director debe preguntarse ¿qué quiere decir, expresar, manifestar a través de un discurso escénico? sea que este esté basado en el texto de un dramaturgo, en la adaptación de una novela o en una idea. Así mismo preguntarse: ¿a quién se lo quiere decir? y muy importante: ¿para qué se lo quiere decir? y esto ¿por qué es fundamental? Todo esto será la base de la estructuración de la puesta en escena que bajo su concepción co-creará con todos los que participen en ella.

Un director, como todo ser humano, tiene su propia percepción de la realidad, esta permea la lectura que hace de la misma acotada dentro de la ficcionalidad de un texto. Esta lectura es única y personal y es la que hace que un mismo texto o una idea o premisa, al ser concebida y llevada a un plano de creación escénica, tenga un sinnúmero de propuestas dependiendo de quien la dirija.

Entonces hay que puntualizar el hecho de que dirigir no solamente es traspasar las acciones y contenido de un texto a la escena sino, mediante una lectura y una concepción, darle sentido propio, hacer que este diga algo más allá de lo evidente. Si no existe ese trabajo de reflexión para crear la o las premisas a partir de las cuales ordenará el mundo que está por crear, entonces solemnemente se limitará a hacer un ilustrador del texto o de la escena y nos encontraremos con que a veces hay buenos ilustradores con algunas buenas ideas o, en el peor de los casos, ocurrencias, pero sin un sustento estético-ideológico que sostenga, dé estructura y coherencia a su discurso.

Una segunda reflexión muy importante es: si ya tengo claro el qué, a quién y para qué, cómo voy a hacer para que mediante los elementos intrínsecos del texto y los lenguajes que conlleva todo hecho escénico, aparezca ante el espectador el mundo al que voy a invitarlo para comunicarle y compartirle algo

Al ser este un artículo de opinión, no podemos profundizar sobre el asunto ya que el solo hablar de la concepción, que es la primera de tres partes que forman el cuerpo de la dirección, nos llevaría bastante tiempo.

Por lo anterior, paso ahora a hablar sobre el ordenamiento. Soledad Ruiz, una de mis maestras de dirección (q.p.d), decía que “el director escénico es un ordenador creativo de diferentes lenguajes para crear un mundo, una convención a la cual invitara al espectador”. De lo anterior se desprenden dos palabras clave: orden y convención.

Si hablamos de orden hablamos de estructura, de límites, de relaciones funcionales, etc. El orden está en todo lo que nos rodea en la naturaleza, en el cosmos. Los planetas, las galaxias, los soles tienen un orden funcional que los estructura como cosmos; a los ríos, océanos, montañas, continentes, el orden les permite ser planeta y si nos vamos a nuestro organismo, el conjunto de sistemas que lo componen forman el orden de cuerpo humano, así que el orden es parte de la creación.

Una tercera reflexión entonces es: ¿qué voy a ordenar? La respuesta es: los diferentes lenguajes que componen el hecho escénico y que básicamente se engloban en cuatro grandes grupos: espacio (con todo lo que este conlleva: luz, sonido, escenografía, mobiliario, vestuario, etc.), actor, texto y tempo-ritmo. El ordenamiento de estos lenguajes y de todo aquello que yo quiera sumar a ese mundo, se basa en una convención que deriva de la concepción, y lo importante es que el espectador pueda conectar con ella; si se conecta participará en él y será receptivo al discurso, si no se conecta porque no está clara, el espectador no participará. Entonces ordenar con claridad es realmente un proceso central de la dirección.

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La cuarta reflexión viene con relación a la tercera parte de este gran cuerpo, una tan apasionante como exigente: La realización, es decir la materialización de ese mundo en el hecho escénico. ¿Qué tengo que cuestionarme aquí? Si tengo las cualidades que caracterizan a un buen director y si no las tengo, hasta dónde estoy dispuesto o dispuesta a conseguirlas; por ejemplo, una cualidad básica es el liderazgo. ¿Tengo esta cualidad? ¿qué puedo hacer para desarrollarla? ¿cómo concibo a un líder? Se debe contar con la capacidad de tomar decisiones bajo presión y a medida que avanza el proceso de puesta en escena debo tomar más decisiones y cada vez con menos tiempo para valorar y decidir. Otra cualidad es la visión de conjunto; el actor normalmente ve la parte, el director tiene que aprender a ver el todo.

En fin, también sería largo hablar de todas estas cualidades y capacidades a desarrollar.

La invitación que hago como colega, con la mejor de las intenciones, a los jóvenes que han emprendido o quieren emprender este camino es: prepárense, busquen, experimenten. Practiquen pero involúcrense en la dirección escénica con la conciencia de lo que significa ser un creador de mundos.

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