/ jueves 2 de febrero de 2023

Otras miradas

Tinta para un Atabal


Ya lo sabemos porque mucho se ha hablado de ello, nuestras miradas están construidas por una sola, la de las hegemonías. Todo aquello que observamos de nuestros entornos, lo que pensamos y sentimos o interpretamos en gran medida está invadida por creencias que nos han heredado los grupos de poder, una herencia que genera clasismo, racismo, homofobia, transfobia, misoginia y todo aquello que fomenta el odio o repudio hacia lo diferente, lo que no es “normal”, lo que no está establecido, lo incómodo porque no pertenece a lo que la hegemonía pueda controlar: las diversidades.

Repito, ya lo sabemos porque ahora se ha visibilizado esta opresión que nos empuja a odiarnos en los espacios colectivos, pero también en los individuales y me atrevo a afirmar que gran parte de esta conciencia ha sido gracias a la ficción. Por ejemplo, la literatura de ciencia ficción nos habló de la existencia de un grupo de poder que nos vigila y nos controla, Orwell lo hizo muy bien en 1984, Bradbury nos puso a la luz de nuestros ojos lo peligroso que resulta para el poder conocer otras realidades a través de las letras, de los libros. Otra vez se expuso el control de las masas por un reducido pero poderoso grupo de poder.

En 1999 el cine de este mismo género ficcional revolucionó con una propuesta poderosa por su denuncia social y política, la primera cinta de la saga Matrix, que nos expone una realidad virtual construida por bits y computadoras donde la sociedad vive una mentira generada por un grupo que los mantiene dormidos y controlados para enriquecer su poder. ¿No es esto una total realidad? ¿no ha sido la ficción más valiente por delatora de los mecanismos de poder? Dato curioso de este filme son sus creadoras, las hermanas Lana y Lilly Wachowski, poderosas directoras y guionistas que pertenecen a la comunidad transgénero, una expresión identitaria que hoy en día ha puesto en jaque a las sociedades modernas invadidas por las miradas capitalistas, conservadoras y homofóbicas, las mismas miradas opresoras y violentas que exponen de manera hábil estas creadoras en su primera cinta de esta gran saga.

La literatura y el cine lo han hecho maravillosamente y el teatro no se ha quedado atrás. Si para las dos primeras disciplinas artísticas la ciencia ficción ha sido el artífice de sus discursos que visibilizan el control de las hegemonías, el teatro también ha generado sus propios recursos estéticos para dialogar sobre ello. Hablar de teatro de ciencia ficción a profundidad implicaría una investigación que se aleja de las intenciones de este ensayo, ya que lo que pretendo tejer en este texto es la importancia de conocer el mundo que nos rodea a través de otras miradas lejanas a las que nos han impuestos las hegemonías, porque esas miradas opresoras nos han demostrado que son violentas y peligrosas pues fomentan el odio y la segregación.

Escena de la película 'Rojo amanecer' dirigida por Jorge Fons en 1989. Foto: Cortesía | Atabal Teatro

Si al principio del texto tomé de referencia las intenciones políticas y sociales de la ciencia ficción en la literatura y el cine fue con el objetivo de hablar sobre las intenciones de la ficción que nos ofrece miradas diversas y alejadas de las aprendidas por los grupos de poder que nos controlan social, económica, política y culturalmente. Ver el mundo a través de otras experiencias de vida, de otros discursos que se alimentan de diversas realidades y que su interés es muy opuesto al de los discursos hegemónicos ya que apuestan por una colectividad atravesada por la empatía, la solidaridad, el respeto y la dignidad, ¿acaso la ficción no ha logrado entrar en las grietas que dejan los discursos más violentos? ¿acaso no lo ha hecho con toda la intención de evidenciar lo peligroso de esas miradas y de proponer otras posibilidades? El teatro, como el cine y la literatura, se ha comprometido con este proyecto a través de los siglos de existencia .

Recuerdo una obra dirigida al público infantil llamada Cosas pequeñas y extraordinarias de la compañía Proyecto Perla, escrita y dirigida por Daniela Arroio y Micaela Gramajo, una puesta en escena que habla sobre la violencia y la inseguridad en México a través de la mirada de Emma, una niña de ocho años que se ve obligada a huir del país con su mamá y su papá para vivir en uno muy lejano a su cultura y sus costumbres. A través de un lenguaje dirigido a niñas y niños la trama expone una situación que infiere para el público en general un riesgo, ya que expone de manera abierta la violencia que nos respira día a día en nuestros espacios privados y colectivos, ¿no es esta una manera muy valiente de hablar sobre algo que resultaría peligroso en otros espacios?

No solo el arte se ha dispuesto a visibilizar lo más peligroso de las hegemonías, las ciencias sociales y las humanidades han indagado sobre ello, lo han expuesto y han generado reflexiones y propuesto otras posibilidades de construcción social, pero considero que el teatro, el cine o la literatura están protegidas por el lenguaje de la ficción, de la estética. Si un periodista denuncia la violencia u opresión ejercida por algún miembro del Estado, por ejemplo, será perseguido, amenazado o asesinado; si un escritor crea una obra sobre un político corrupto o asesino se llevará la admiración de sus lectores. Con ello no quiero afirmar de manera inflexible que los artistas no han estado en peligro por proyectar sus discursos a través de sus ficciones; Luis Buñuel fue hostigado por Jorge Negrete para que su filme Los Olvidados no fuera proyectado ya que exponía la miseria y la pobreza en el gobierno de Miguel Alemán y exhibía la mentira de la modernidad, concepto usado por los gobiernos como sinónimo de progreso, para esconder sus mecanismos de poder y esclavitud; el equipo creativo de Rojo Amanecer fue amenazado después de proyectar el filme ya que exponía, desde una historia real, el asesinato cometido por el gobierno de Díaz Ordaz; incluso el valiente poeta español Federico García Lorca fue fusilado por sus letras y por su orientación sexual, que aunque esta no se vinculaba directamente con sus creaciones sí era un personaje incómodo y peligroso por ir en contra de lo que las formas hegemónicas permitían.

Sí, los artistas también se vulneran con sus creaciones, pero esa protección que logran de manera implícita a través de la ficción es una gran posibilidad para gritar las injusticias de los grupos poderosos, para reflexionar sobre lo que hemos aprendido de ellos a través de la historia que nos ofrecen, de las religiones que nos imponen y de las miradas con las que nos obligan a ver el mundo y que nos hacen odiar a todo aquello que creemos diferente a nosotros. La ficción, el teatro, es una posibilidad de conocer otras formas de ver el mundo que nos rodea, de relacionarnos con los otros, de conocer otras realidades que quizá en nuestra vida cotidiana no sea posible pero que a través de un libro, de una película o de una obra podamos destruir el duro muro que tenemos en nuestra conciencia para conectar con otras vidas y dar marcha atrás a esos mecanismos de poder que por siglos nos han controlado, nos han violentado y oprimido porque su único fin es obtener una ganancia económica o política a través de su control.

Cartel de 'Los olvidados' de Luis Buñuel, 1950. Foto: Cortesía | Atabal Teatro


Ya lo sabemos porque mucho se ha hablado de ello, nuestras miradas están construidas por una sola, la de las hegemonías. Todo aquello que observamos de nuestros entornos, lo que pensamos y sentimos o interpretamos en gran medida está invadida por creencias que nos han heredado los grupos de poder, una herencia que genera clasismo, racismo, homofobia, transfobia, misoginia y todo aquello que fomenta el odio o repudio hacia lo diferente, lo que no es “normal”, lo que no está establecido, lo incómodo porque no pertenece a lo que la hegemonía pueda controlar: las diversidades.

Repito, ya lo sabemos porque ahora se ha visibilizado esta opresión que nos empuja a odiarnos en los espacios colectivos, pero también en los individuales y me atrevo a afirmar que gran parte de esta conciencia ha sido gracias a la ficción. Por ejemplo, la literatura de ciencia ficción nos habló de la existencia de un grupo de poder que nos vigila y nos controla, Orwell lo hizo muy bien en 1984, Bradbury nos puso a la luz de nuestros ojos lo peligroso que resulta para el poder conocer otras realidades a través de las letras, de los libros. Otra vez se expuso el control de las masas por un reducido pero poderoso grupo de poder.

En 1999 el cine de este mismo género ficcional revolucionó con una propuesta poderosa por su denuncia social y política, la primera cinta de la saga Matrix, que nos expone una realidad virtual construida por bits y computadoras donde la sociedad vive una mentira generada por un grupo que los mantiene dormidos y controlados para enriquecer su poder. ¿No es esto una total realidad? ¿no ha sido la ficción más valiente por delatora de los mecanismos de poder? Dato curioso de este filme son sus creadoras, las hermanas Lana y Lilly Wachowski, poderosas directoras y guionistas que pertenecen a la comunidad transgénero, una expresión identitaria que hoy en día ha puesto en jaque a las sociedades modernas invadidas por las miradas capitalistas, conservadoras y homofóbicas, las mismas miradas opresoras y violentas que exponen de manera hábil estas creadoras en su primera cinta de esta gran saga.

La literatura y el cine lo han hecho maravillosamente y el teatro no se ha quedado atrás. Si para las dos primeras disciplinas artísticas la ciencia ficción ha sido el artífice de sus discursos que visibilizan el control de las hegemonías, el teatro también ha generado sus propios recursos estéticos para dialogar sobre ello. Hablar de teatro de ciencia ficción a profundidad implicaría una investigación que se aleja de las intenciones de este ensayo, ya que lo que pretendo tejer en este texto es la importancia de conocer el mundo que nos rodea a través de otras miradas lejanas a las que nos han impuestos las hegemonías, porque esas miradas opresoras nos han demostrado que son violentas y peligrosas pues fomentan el odio y la segregación.

Escena de la película 'Rojo amanecer' dirigida por Jorge Fons en 1989. Foto: Cortesía | Atabal Teatro

Si al principio del texto tomé de referencia las intenciones políticas y sociales de la ciencia ficción en la literatura y el cine fue con el objetivo de hablar sobre las intenciones de la ficción que nos ofrece miradas diversas y alejadas de las aprendidas por los grupos de poder que nos controlan social, económica, política y culturalmente. Ver el mundo a través de otras experiencias de vida, de otros discursos que se alimentan de diversas realidades y que su interés es muy opuesto al de los discursos hegemónicos ya que apuestan por una colectividad atravesada por la empatía, la solidaridad, el respeto y la dignidad, ¿acaso la ficción no ha logrado entrar en las grietas que dejan los discursos más violentos? ¿acaso no lo ha hecho con toda la intención de evidenciar lo peligroso de esas miradas y de proponer otras posibilidades? El teatro, como el cine y la literatura, se ha comprometido con este proyecto a través de los siglos de existencia .

Recuerdo una obra dirigida al público infantil llamada Cosas pequeñas y extraordinarias de la compañía Proyecto Perla, escrita y dirigida por Daniela Arroio y Micaela Gramajo, una puesta en escena que habla sobre la violencia y la inseguridad en México a través de la mirada de Emma, una niña de ocho años que se ve obligada a huir del país con su mamá y su papá para vivir en uno muy lejano a su cultura y sus costumbres. A través de un lenguaje dirigido a niñas y niños la trama expone una situación que infiere para el público en general un riesgo, ya que expone de manera abierta la violencia que nos respira día a día en nuestros espacios privados y colectivos, ¿no es esta una manera muy valiente de hablar sobre algo que resultaría peligroso en otros espacios?

No solo el arte se ha dispuesto a visibilizar lo más peligroso de las hegemonías, las ciencias sociales y las humanidades han indagado sobre ello, lo han expuesto y han generado reflexiones y propuesto otras posibilidades de construcción social, pero considero que el teatro, el cine o la literatura están protegidas por el lenguaje de la ficción, de la estética. Si un periodista denuncia la violencia u opresión ejercida por algún miembro del Estado, por ejemplo, será perseguido, amenazado o asesinado; si un escritor crea una obra sobre un político corrupto o asesino se llevará la admiración de sus lectores. Con ello no quiero afirmar de manera inflexible que los artistas no han estado en peligro por proyectar sus discursos a través de sus ficciones; Luis Buñuel fue hostigado por Jorge Negrete para que su filme Los Olvidados no fuera proyectado ya que exponía la miseria y la pobreza en el gobierno de Miguel Alemán y exhibía la mentira de la modernidad, concepto usado por los gobiernos como sinónimo de progreso, para esconder sus mecanismos de poder y esclavitud; el equipo creativo de Rojo Amanecer fue amenazado después de proyectar el filme ya que exponía, desde una historia real, el asesinato cometido por el gobierno de Díaz Ordaz; incluso el valiente poeta español Federico García Lorca fue fusilado por sus letras y por su orientación sexual, que aunque esta no se vinculaba directamente con sus creaciones sí era un personaje incómodo y peligroso por ir en contra de lo que las formas hegemónicas permitían.

Sí, los artistas también se vulneran con sus creaciones, pero esa protección que logran de manera implícita a través de la ficción es una gran posibilidad para gritar las injusticias de los grupos poderosos, para reflexionar sobre lo que hemos aprendido de ellos a través de la historia que nos ofrecen, de las religiones que nos imponen y de las miradas con las que nos obligan a ver el mundo y que nos hacen odiar a todo aquello que creemos diferente a nosotros. La ficción, el teatro, es una posibilidad de conocer otras formas de ver el mundo que nos rodea, de relacionarnos con los otros, de conocer otras realidades que quizá en nuestra vida cotidiana no sea posible pero que a través de un libro, de una película o de una obra podamos destruir el duro muro que tenemos en nuestra conciencia para conectar con otras vidas y dar marcha atrás a esos mecanismos de poder que por siglos nos han controlado, nos han violentado y oprimido porque su único fin es obtener una ganancia económica o política a través de su control.

Cartel de 'Los olvidados' de Luis Buñuel, 1950. Foto: Cortesía | Atabal Teatro

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