/ jueves 1 de diciembre de 2022

La educación artística: Como si fuera una niña, jugando con otras niñas

Tinta para un Atabal


Hace tres años tuve la oportunidad de tener mi primera experiencia dentro de la docencia artística. El trabajo con las infancias me ha dado una satisfacción profesional que jamás hubiera imaginado.

En los planes y programas de estudio especifican el objetivo principal de la materia de Artes donde lo más importante es desarrollar una competencia primordial en el niño o niña: el lenguaje. Se debe buscar en el infante la posibilidad de comunicar o intentar transmitir una idea, una emoción, un pensamiento, un sueño, un recuerdo de otra manera. La magia sucede en las aulas cuando una pregunta detonadora despierta la lluvia de ideas que tienen formas, colores, movimientos, sonidos, expresiones y voces.

Al principio sentía mucho miedo por empezar a trabajar una parte tan esencial y poco valorada por las escuelas, porque la clase de Artes regularmente se relaciona solo con las artes visuales y si no se sabe dibujar, pintar o hacer manualidades, no se es artista, no se es un maestro de artes. La clase de Artes no son manualidades. Ha sido complicado también defender el teatro, el arte escénico como parte de la familia de las artes. Esto, por supuesto, hizo que en mí surgiera, primero, una profunda inseguridad de lo que podía lograr con los proyectos artísticos de mis alumnos y, segundo, un reto que partía de la observación y la escucha de lo que ellos querían hacer. Ya no se trataba de mi necesidad por defender mi arte sino de la necesidad profunda de los estudiantes por expresarse.

Los principios pedagógicos impulsados por Rousseau en los que la labor educativa era fundamental para conseguir que el ser humano, bueno por naturaleza, no acabase degradado por su entorno social, fueron los cimientos de una pedagogía idealista.

Fröbel (1782-1852, pedagogo alemán, creador de la educación preescolar y del concepto jardín de infantes) entendió el dibujo y la actividad artística como una descripción del interior del individuo, de modo que lo que debía hacer el niño era representar su interioridad mediante colores y formas (Barragán, 1997, p.193).

María Acaso, profesora e investigadora española, en su libro La educación artística no son manualidades, permitía conocer cómo, desde el posmodernismo, las necesidades educativas artísticas se iban modificando; el lenguaje visual, devorado por el hiperdesarrollo, el photoshop y los estereotipos, la publicidad y el comercio, de la mano del Internet, nos da la sensación de sentirnos realizados; la pedagogía tóxica hace que llenemos a nuestros pequeños de información sin la práctica y sin hacerlos a ellos el centro del aprendizaje. Todo lo anterior me hacía reflexionar sobre las metodologías que cuidadosamente debía elegir para solventar las necesidades de mis alumnos.

Fue entonces que descubrí a todos los actores, músicos, dibujantes, pintores, bailarines que había entre mis alumnos.

Los niños y niñas son sencillamente honestos, sobre todo los más pequeños. Actúan por impulsos, con indicaciones sencillas y directas. Eso es lo que hace sus creaciones tan interesantes. Si les pido hacer un león, hay algunos que lo harán de inmediato, otros que serán más tímidos y no querrán hacerlo la primera vez, pero después, observando a sus compañeros, entrarán al juego imitando, algo que también nos encanta hacer a las actrices y actores: la mímesis. Según Aristóteles, la mímesis se refiere a la imitación de la naturaleza sumada con el conocimiento previo de un arte. Esta mímesis, en el salón de clases, nos da la oportunidad de observar cómo perciben los alumnos ciertos saberes, animales, colores, objetos, espacios, situaciones, personas y cómo reproducen esta realidad en movimientos, corporalidades y sonidos.

Luego viene el descubrimiento cuando les toca crear, desde el teatro, el dibujo, la pintura, la danza o la música. Lo más importante es el proceso, ver cómo disfrutan de un baile divertido, de un juego con ritmo musical, de las improvisaciones y juegos teatrales, de los dibujos de recuerdos, deseos o sueños, de combinar colores para descubrir cuáles salen, de caminar como un ganso con nariz de puerquito o de cantar como una jirafa en la ópera. Las risas acompañadas de carcajadas al ver a su maestra con un objeto raro en la cabeza, vestida como un pollo, haciendo una voz extraña o manejando un títere.

Ser facilitadora de artes, siendo también actriz de teatro, me ha permitido entrenar la observación a partir de la generosa creatividad, imaginación e intuición que todos los infantes poseen. Los observo para entenderlos, para escucharlos y también para aprender de ellos, de su forma tan particular de hacer que todo se vea fácil, de tener soluciones sencillas para grandes adversidades y de jugar en una ficción que todos los participantes crean y sostengan… como en el teatro. En una ocasión, un maestro me dijo que ser verosímil en el teatro era jugar, era como si fuera una niña jugando con otras niñas a mi juego favorito. Es verdad.



Hace tres años tuve la oportunidad de tener mi primera experiencia dentro de la docencia artística. El trabajo con las infancias me ha dado una satisfacción profesional que jamás hubiera imaginado.

En los planes y programas de estudio especifican el objetivo principal de la materia de Artes donde lo más importante es desarrollar una competencia primordial en el niño o niña: el lenguaje. Se debe buscar en el infante la posibilidad de comunicar o intentar transmitir una idea, una emoción, un pensamiento, un sueño, un recuerdo de otra manera. La magia sucede en las aulas cuando una pregunta detonadora despierta la lluvia de ideas que tienen formas, colores, movimientos, sonidos, expresiones y voces.

Al principio sentía mucho miedo por empezar a trabajar una parte tan esencial y poco valorada por las escuelas, porque la clase de Artes regularmente se relaciona solo con las artes visuales y si no se sabe dibujar, pintar o hacer manualidades, no se es artista, no se es un maestro de artes. La clase de Artes no son manualidades. Ha sido complicado también defender el teatro, el arte escénico como parte de la familia de las artes. Esto, por supuesto, hizo que en mí surgiera, primero, una profunda inseguridad de lo que podía lograr con los proyectos artísticos de mis alumnos y, segundo, un reto que partía de la observación y la escucha de lo que ellos querían hacer. Ya no se trataba de mi necesidad por defender mi arte sino de la necesidad profunda de los estudiantes por expresarse.

Los principios pedagógicos impulsados por Rousseau en los que la labor educativa era fundamental para conseguir que el ser humano, bueno por naturaleza, no acabase degradado por su entorno social, fueron los cimientos de una pedagogía idealista.

Fröbel (1782-1852, pedagogo alemán, creador de la educación preescolar y del concepto jardín de infantes) entendió el dibujo y la actividad artística como una descripción del interior del individuo, de modo que lo que debía hacer el niño era representar su interioridad mediante colores y formas (Barragán, 1997, p.193).

María Acaso, profesora e investigadora española, en su libro La educación artística no son manualidades, permitía conocer cómo, desde el posmodernismo, las necesidades educativas artísticas se iban modificando; el lenguaje visual, devorado por el hiperdesarrollo, el photoshop y los estereotipos, la publicidad y el comercio, de la mano del Internet, nos da la sensación de sentirnos realizados; la pedagogía tóxica hace que llenemos a nuestros pequeños de información sin la práctica y sin hacerlos a ellos el centro del aprendizaje. Todo lo anterior me hacía reflexionar sobre las metodologías que cuidadosamente debía elegir para solventar las necesidades de mis alumnos.

Fue entonces que descubrí a todos los actores, músicos, dibujantes, pintores, bailarines que había entre mis alumnos.

Los niños y niñas son sencillamente honestos, sobre todo los más pequeños. Actúan por impulsos, con indicaciones sencillas y directas. Eso es lo que hace sus creaciones tan interesantes. Si les pido hacer un león, hay algunos que lo harán de inmediato, otros que serán más tímidos y no querrán hacerlo la primera vez, pero después, observando a sus compañeros, entrarán al juego imitando, algo que también nos encanta hacer a las actrices y actores: la mímesis. Según Aristóteles, la mímesis se refiere a la imitación de la naturaleza sumada con el conocimiento previo de un arte. Esta mímesis, en el salón de clases, nos da la oportunidad de observar cómo perciben los alumnos ciertos saberes, animales, colores, objetos, espacios, situaciones, personas y cómo reproducen esta realidad en movimientos, corporalidades y sonidos.

Luego viene el descubrimiento cuando les toca crear, desde el teatro, el dibujo, la pintura, la danza o la música. Lo más importante es el proceso, ver cómo disfrutan de un baile divertido, de un juego con ritmo musical, de las improvisaciones y juegos teatrales, de los dibujos de recuerdos, deseos o sueños, de combinar colores para descubrir cuáles salen, de caminar como un ganso con nariz de puerquito o de cantar como una jirafa en la ópera. Las risas acompañadas de carcajadas al ver a su maestra con un objeto raro en la cabeza, vestida como un pollo, haciendo una voz extraña o manejando un títere.

Ser facilitadora de artes, siendo también actriz de teatro, me ha permitido entrenar la observación a partir de la generosa creatividad, imaginación e intuición que todos los infantes poseen. Los observo para entenderlos, para escucharlos y también para aprender de ellos, de su forma tan particular de hacer que todo se vea fácil, de tener soluciones sencillas para grandes adversidades y de jugar en una ficción que todos los participantes crean y sostengan… como en el teatro. En una ocasión, un maestro me dijo que ser verosímil en el teatro era jugar, era como si fuera una niña jugando con otras niñas a mi juego favorito. Es verdad.


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