La presente propuesta es un análisis de cómo lo simbólico tejido desde diversos enfoques puede profundizar en la mirada y los procesos creativos. En este caso, lo simbólico concebido desde un enfoque antropológico que transfiere su propuesta a un enfoque escénico.
En un constante diálogo entre ambas disciplinas se construye el análisis, las observaciones y la creación de un nuevo teatro ocupado por la proyección de la cultura como un insumo básico de coexistencia social, artística y humana.
No es la primera vez que comparto esta propuesta de construir ficciones desde el teatro pasando por un trabajo antropológico y etnográfico, y esto se deba quizá a la euforia que me causa haber encontrado este perfecto match entre ambas disciplinas, lo cual me ha permitido profundizar en mis procesos creativos.
Para construir esta propuesta de un nuevo teatro antropológico, el texto se estructura con base en el análisis y teoría de las identidades juveniles; el cuerpo como una proyección de las prácticas identitarias y como una posibilidad escénica/antropológica y el espacio habitado como un potenciador que permite abstraer de la realidad a la ficción. ¿No son acaso el espacio y el cuerpo elementos esenciales en el teatro?
Los protagonistas en esta puesta en escena de las juventudes pertenecen a lo que el sistema gramsciano ha llamado subalterno, son personajes que viven su cotidiano en las sombras, sus rostros son el mismo rostro para la mayoría de las personas que apenas y los voltean a ver. La ropa, el color de su piel, su trabajo, el espacio donde viven y duermen, su estilo de vida y sus prácticas cotidianas los alejan de cualquier grupo hegemónico, y no solo hegemónico, también de otros subalternos, otros que no son ellos, que no son estos jóvenes, pero es ahí, en ese punto de diferencia, donde construyen sus identidades y también sus fronteras que les posibilitan ser un grupo alejado del resto del mundo pero con una configuración cultural tan compleja como la de cualquier otro grupo social.
Existe una práctica entre ellos tan simple y compleja por su carga simbólica: el prepararse para dormir: Los jóvenes van llegando en parejas o en grupo, casi nunca solos y esto es algo común entre ellos, pues los hace menos vulnerables ante un entorno a veces ríspido.
Se instalan en el lugar que han escogido para descansar, para dormir y para comenzar otra parte del día, la noche, donde se extiende el tiempo. Aunque algunos duermen, la mayoría convive con sus amigos y sus parejas, comen, se comparten la comida, no falta aquel que prende su bocina conectada a una USB con música de rap, hip hop, rock y reguetón, como la preferida de todas y todos. Entonces es cuando cantan, bailan, improvisan un rap, inhalan, siempre inhalan, ríen y dejan que la noche vaya pasando hasta convertirse otra vez en día.
Para dormir, cada uno tiene asignado un lugar, siempre el mismo, y aunque no tienen un líder o una figura de autoridad que los vaya guiando, como podría hacerlo una pandilla, saben organizarse y respetan las reglas que crean, aunque a veces los conflictos rebasan esta dinámica. Algunos consiguen cartones para recostarse sobre ellos, otros llegan con cobijas y edredones que comparten, muchas veces construyen camas grandes para cuatro o cinco, las parejas duermen aparte. Llega el clímax de la noche, donde las voces no se distinguen individualmente, donde la convivencia está en su máxima expresión y después, poco después, el silencio que la droga invade en sus cabezas y sus cuerpos.
En esta práctica, se logra conocer parte esencial de su identidad y de sus dilemas culturales, de sus dramas sociales, es quizá el único momento del día en donde la mayoría está reunida y se develan elementos potentes que los construyen económica, social y culturalmente.
¿Cómo se hace presente el teatro ante esta realidad? Si quisiéramos construir una dramaturgia a partir de estas observaciones descritas, el creador (dramaturgo, director, intérprete) tendría que elegir qué elementos de esta realidad convendría poner en escena para provocar en el espectador una chispa que detone en una reflexión, un diálogo o una emoción a favor de los protagonistas y con esto me refiero a provocar un lugar en la psique del espectador a partir de lo que se ve en escena. A través del espacio que habitan los jóvenes se puede construir un análisis escénico de lo público y lo privado, ya que estos chicos se apropian de espacios que en su origen no están pensados para ser ocupados como ellos los ocupan en su vida cotidiana como el interior de un drenaje o el estacionamiento de un establecimiento que usan para dormir, comer, trabajar, convivir o descansar. La imagen de un drenaje en escena puede resultar potente para la trama, para los personajes y para el conflicto construido dentro de un agujero negro por el cual corre el agua y muchos deshechos urbanos es donde una historia íntima, personal y muy cotidiana puede darse. Esta posibilidad simbólica, partiendo del espacio, puede abrir la puerta a reflexiones sobre las desigualdades sociales, la injusticia o la indiferencia, hacia la existencia de grupos vulnerables. “Las desigualdades y, más específicamente, la distribución diferenciada de la población sobre el espacio según sus características socioeconómicas, ha sido un rasgo común a lo largo de todo el proceso de urbanización” (Saraví, 2016:139). Esto nos da la posibilidad de visibilizar en escena cómo los grupos hegemónicos construyen y disponen la ciudad para potenciar desigualdades y perpetuar su poder. Si el creador registra en un diario de campo lo que observa y propone cómo lo aplica a la antropología, pero además lo abstrae con un lenguaje escénico, un lenguaje que permite permear la mirada y la sensibilidad del espectador, entonces el proceso creativo y el producto escénico profundizan sus posibilidades.
El cuerpo que habita el espacio
Para comprender la estética corporal de los personajes de quienes se habla es preciso analizar y mirar de cerca su contexto, el espacio en donde ocurren sus vidas, sus interacciones y sus dramas sociales, entendidos los dramas como “unidades de proceso inarmónico o disarmónico que surgen en situaciones de conflicto” (TURNER, 1974: 49). Analizar su vida cotidiana dará pistas de cómo estos jóvenes se apropian de su realidad y la materializan en sus cuerpos (vestuario, máscaras y lenguaje corporal).
El cuerpo como un espejo de su realidad. Como un primer acercamiento, parece que estos artefactos se sintetizan en el cuerpo de los jóvenes, como una matriz que carga elementos identitarios y de significación desde su color de piel, pasando por la ropa y sus accesorios hasta llegar a la forma de expresividad corporal. ¿De qué manera está presente lo simbólico y cómo puede abstraerse en la ficción escénica? Existen diversas propuestas teatrales que analizan la psique del personaje proyectado en su cuerpo, es decir, cómo camina, qué dice, qué palabras usa para expresar lo que es y siente. Este análisis se da de manera simultánea con la antropología ya que ambas disciplinas aplican lo simbólico cultural y emocional respectivamente que recae en el cuerpo.
El teatro se encarga de lo simbólico, la antropología analiza lo simbólico, ambas desde sus particulares enfoques e intereses enriquecen las interpretaciones de la realidad, profundizan las miradas para los procesos creativos, ambas permiten construir abstracciones para visibilizar en escena dilemas sociales y culturales que se inserten en la psique de los espectadores para tejer un diálogo entre el teatro y ellos. Esto que afirmo no es más que una propuesta de cómo vivo el teatro, de lo que me interesa construir, crear e investigar a través de él y de su estrecha relación con la antropología, porque ambas disciplinas se alimentan, se apoyan y permiten procesos creativos profundos y funcionales desde un interés social y cultural.