/ viernes 22 de diciembre de 2023

Plaza de toros Santa María: cumpleaños 60, en silencio

La obra de Nicolás González Jáuregui se volvió un emblema de la ciudad y pilar de la tauromaquia; hoy es su aniversario


Sólo un hombre como él, capaz de trasladar una capilla gótica entera, piedra por piedra, desde Europa, vía Nueva York, para reconstruirla en el jardín de su casa en la Ciudad de México, o con la valentía de presentarse ante su médico, siendo aún muy joven, para solicitarle que le amputara un brazo sin fuerza y movimiento, era capaz de una hazaña de tal tamaño: construir una plaza de toros de poco más de diez mil lugares en poco menos de un año.

En diciembre de 1962 la afición taurina queretana se vio sin plaza para poder llevar a cabo su tradicional corrida de Navidad, pues la Colón, que había sido el escenario de innumerables corridas a lo largo de más de sesenta años, en las orillas de la Alameda Hidalgo, había sido derruida. Don Nicolás González Jáuregui, de familia queretana de abolengo, abogado exitoso y ganadero de bravo, además de coordinador de las fiestas decembrinas organizó una corrida sui géneris a un costado de la parroquia de Santiago, improvisando un ruedo con maderas y carretas, en el que los queretanos volvieron a gozar de su tradición taurina por excelencia. Fue ahí donde la afición, encabezada por Manuel Cisnel, dejó ver una manta en la que pedía a don Nicolás la construcción de una plaza de toros acorde a una ciudad como ésta.

Casi justo doce meses después, el 22 de diciembre de 1963, hacían el primer paseíllo Miguel Mateo, “Miguelín”, Alfredo Leal y Antonio del Olivar, sobre la arena de una hermosa plaza de toros, construida en la salida a Celaya y a unos pasos del hotel El Jacal, a la que bautizaría su propietario, el propio don Nicolás, como “Santa María”. A esa tarde, en la que se lidiaron reses de su propia ganadería, se sumarían otras dos: el 24 de diciembre, y desde luego, la tradicional de Navidad, el 25. Iniciaba así la nueva aventura de un hombre acostumbrado a los retos.

Desde entonces, teniendo la batuta de la plaza por él construida, y años después su hijo, Nicolás González Rivas, pasaron por el ruedo de la Santa María las máximas figuras del toreo a nivel mundial, desde Paco Camino, que confeccionó ahí una de las faenas más importantes de la historia, y Manolo Martínez, que forjó toda una época y cuyas tardes de triunfo fueron muchas y muy importantes, hasta Jorge Gutiérrez, el torero que más ha participado en la tradicional corrida de Navidad, u Octavio García, “El Payo”, que vivió en la plaza queretana, gracias a su cercanía familiar con los empresarios, su primer acercamiento a la fiesta taurina. Por ahí mostraron su arte Pedro Gutiérrez Moya, José Mari Manzanares padre, “El Zotoluco”, “El Cordobés”, Curro Rivera, Mariano Ramos, Eloy Cavazos, Enrique Ponce, “El Juli”, “Morante de la Puebla” o Miguel Espinosa, “Armillita Chico”, que la escogió para tomar su alternativa. Incluso pasaron por la Santa María, Alfonso Ramírez, “El Calesero”, durante el epílogo de su brillante carrera, Paco Ojeda, que se presentó una sola tarde, o el mismísimo Curro Romero, que vino de padrino de un doctorado.

De las épocas de Manolo Martínez y Paco Camino habla, precisamente, el Ing. Manuel Valdelamar, quien tiempo después de ellas se convertiría en juez de plaza por once años. “Manolo Martínez y los carteles que entonces se confeccionaron hicieron de aquel tiempo algo sublime y esa época

Valdelamar atesora muchos recuerdos de su participación como máxima autoridad en la plaza que está cumpliendo hoy 60 años de existencia, pero resalta algunos: el indulto a “Dentista”, de la ganadería de “La Misión”, lidiado por Eulalio López, El Zotoluco”, el único perdón de vida concedido por él; la despedida de José Mari Manzanares padre, quien cortó un rabo; y la controvertida presentación como matador de toros de Julián López, “El Juli”, cuando tuvo que rechazar dos toros y fue amenazado por el ganadero Luis Álvarez, al grado de tener que contar con dos policías que, tras la conclusión del festejo, le preguntaron a dónde lo llevarían. “Pues llévenme al cine”, les contestó el ingeniero, y ahí lo depositaron: en el vecino Cinépolis, donde gozó de una película en tanto los ánimos se calmaban y las amenazas se alejaban. También recuerda Valdelamar a aquel güerito que se le acercó tras una corrida para preguntarle si él era el juez y pedirle que lo llevara al destazadero; un güerito que acabó convirtiéndose en figura del toreo: Octavio García, “El Payo”.

“La plaza Santa María fue para mí muy significativa siempre”, asegura, por su parte, el matador de toros en retiro Jorge Gutiérrez, el diestro que ha sido anunciado durante más años seguidos en la tradicional corrida de Navidad. “Fue en esta plaza donde tuve mi despedida más significativa, más sentimental, con un triunfo rotundo. Fue en ella donde me sentí más a gusto toreando; ahí tuve importantísimos triunfos, indultos, en fin… Una plaza a la que recuerdo con mucho cariño y donde tengo mucho agradecimiento a su afición, que me parece muy entendida”.

La única ocasión que, tras su retiro, se ha presentado Gutiérrez para torear vestido de corto fue precisamente durante un festival en la Santa María, donde cortó dos orejas. “A nivel nacional ha sido considerada siempre de primera categoría”, asegura también el diestro de Tula; “en su historia ha dado carteles importantísimos, que en su momento no se daban ni en la misma Plaza México. Es como un monumento al toreo, porque por ahí han pasado las figuras más importantes. Es un honor para mí haber toreado en esta plaza tan especial”.

Por su parte, el periodista y cronista taurino Heriberto Murrieta se expresa así de la Santa María: “Ha sido uno de los grandes bastiones de la tauromaquia mexicana de las últimas décadas; es una plaza muy bella, muy cómoda, y del tamaño que deben ser las plazas de toros. Su cercanía con la capital ha hecho que en tiempos pasados mucha gente de la Ciudad de México viajara a Querétaro para presenciar corridas. Yo especialmente recuerdo haber ido con mi padre y con su amigo Jorge Quintero a ver aquellas grandes corridas del año 77. Me tocó estar el día de “Navideño”, de Garfias, la gran faena de Paco Camino; me tocó ver aquellas grandes confrontaciones con Manolo Martínez, y creo que Querétaro en esos tiempos se convirtió en una plaza fundamental e importantísima. Espero que no se demuela, que se mantenga en pie y que forme parte de esta actualidad que incluye la próxima reapertura de la Plaza México”.

Para el escritor y periodista taurino Juan Antonio de Labra, la Santa María “tiene un significado especial para la historia de la tauromaquia reciente, ya que su ruedo ha sido escenario de momentos estelares, que han trascendido en el tiempo. Uno de ellos es la faena capital del maestro Paco Camino al toro “Navideño” de Javier Garfias en 1977, de la que el propio torero de Camas ha afirmado que fue la mejor obra artística que realizó a lo largo de su brillante carrera. Siendo Paco Camino una de las figuras referenciales de la historia, este hecho, en sí mismo, reviste una importancia mayúscula, así como el privilegio de que haya ocurrido, precisamente, en la Santa María de Querétaro”, sigue diciendo De Labra, “una plaza emblemática que este invierno permanecerá triste y silenciosa, en el sesenta aniversario de su inauguración”.

Foto: Miguel Cruz | Diario de Querétaro


Al entrar por la puerta de los corrales de la queretana plaza, la puerta por donde suelen entrar y salir los toreros, aparece la figura, hoy apoyada en un bastón o una andadera, de don Francisco Flores García, “Panchito”, como le llaman sus cercanos; lleva ahí, custodiando la construcción y sus entretelares más de 35 años, y hoy se apoya en su hijo Francisco Flores Ramos, a quienes todos conocen como “Puntilla”, que ahí ha crecido, entre toros y toreros, en las cotidianas tareas del inmueble.

“Es una chulada de plaza”, dice al referirse a la que también es su casa, mientras que muestra su aprecio por las tres generaciones de empresarios que le han tocado por patrones, y recuerda hechos concreto que lo marcaron: el regalo de dos orejas y rabo que le entregó Jorge Gutiérrez, las ocasiones en las que “El Zotoluco” aparecía por ahí para entrenar, el momento en la que un toro saltó la barrera junto a él, afortunadamente sin consecuencias, y la tarde en la que “El Payo”, a quien conoce desde niño, le brindó la muerte de un toro y luego lo sacó a dar la vuelta al ruedo.

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Frente al destazadero, a unos pasos de la puerta de picadores y sobre el muro que colinda con los toriles, una serie de placas de diversos formatos y estilos narran, de alguna manera, la historia de una plaza protagónica del toreo en México. Ahí se descubren reconocimientos a Manolo Martínez, Jorge Gutiérrez, “El Zotoluco”, Mariano Ramos… También el metal para la posteridad rinde homenaje al Dr. Francisco Alcocer Pozo, médico de plaza por tantos años, y a don Daniel Orduña, que desde la sencillez de su trabajo en el ruedo aportó a la grandeza del inmueble. Pareciera como si ahí, mientras ulula el viento proveniente del ruedo, pasearan con él los espíritus de Matías, el guardaplaza, de Maurilio Bravo, el estricto juez de callejón por tantos años, o las notas de alguna ópera de las que escuchaba en sus noches de soledad Nicolás González Rivas.

No hace falta una placa para recordar sin remedio, en cualquiera de los rincones de este inmueble de seis décadas, los muchos pasajes de una aventura iniciada por un hombre que nunca tuvo miedo a emprenderla.

Foto: Miguel Cruz | Diario de Querétaro


Sólo un hombre como él, capaz de trasladar una capilla gótica entera, piedra por piedra, desde Europa, vía Nueva York, para reconstruirla en el jardín de su casa en la Ciudad de México, o con la valentía de presentarse ante su médico, siendo aún muy joven, para solicitarle que le amputara un brazo sin fuerza y movimiento, era capaz de una hazaña de tal tamaño: construir una plaza de toros de poco más de diez mil lugares en poco menos de un año.

En diciembre de 1962 la afición taurina queretana se vio sin plaza para poder llevar a cabo su tradicional corrida de Navidad, pues la Colón, que había sido el escenario de innumerables corridas a lo largo de más de sesenta años, en las orillas de la Alameda Hidalgo, había sido derruida. Don Nicolás González Jáuregui, de familia queretana de abolengo, abogado exitoso y ganadero de bravo, además de coordinador de las fiestas decembrinas organizó una corrida sui géneris a un costado de la parroquia de Santiago, improvisando un ruedo con maderas y carretas, en el que los queretanos volvieron a gozar de su tradición taurina por excelencia. Fue ahí donde la afición, encabezada por Manuel Cisnel, dejó ver una manta en la que pedía a don Nicolás la construcción de una plaza de toros acorde a una ciudad como ésta.

Casi justo doce meses después, el 22 de diciembre de 1963, hacían el primer paseíllo Miguel Mateo, “Miguelín”, Alfredo Leal y Antonio del Olivar, sobre la arena de una hermosa plaza de toros, construida en la salida a Celaya y a unos pasos del hotel El Jacal, a la que bautizaría su propietario, el propio don Nicolás, como “Santa María”. A esa tarde, en la que se lidiaron reses de su propia ganadería, se sumarían otras dos: el 24 de diciembre, y desde luego, la tradicional de Navidad, el 25. Iniciaba así la nueva aventura de un hombre acostumbrado a los retos.

Desde entonces, teniendo la batuta de la plaza por él construida, y años después su hijo, Nicolás González Rivas, pasaron por el ruedo de la Santa María las máximas figuras del toreo a nivel mundial, desde Paco Camino, que confeccionó ahí una de las faenas más importantes de la historia, y Manolo Martínez, que forjó toda una época y cuyas tardes de triunfo fueron muchas y muy importantes, hasta Jorge Gutiérrez, el torero que más ha participado en la tradicional corrida de Navidad, u Octavio García, “El Payo”, que vivió en la plaza queretana, gracias a su cercanía familiar con los empresarios, su primer acercamiento a la fiesta taurina. Por ahí mostraron su arte Pedro Gutiérrez Moya, José Mari Manzanares padre, “El Zotoluco”, “El Cordobés”, Curro Rivera, Mariano Ramos, Eloy Cavazos, Enrique Ponce, “El Juli”, “Morante de la Puebla” o Miguel Espinosa, “Armillita Chico”, que la escogió para tomar su alternativa. Incluso pasaron por la Santa María, Alfonso Ramírez, “El Calesero”, durante el epílogo de su brillante carrera, Paco Ojeda, que se presentó una sola tarde, o el mismísimo Curro Romero, que vino de padrino de un doctorado.

De las épocas de Manolo Martínez y Paco Camino habla, precisamente, el Ing. Manuel Valdelamar, quien tiempo después de ellas se convertiría en juez de plaza por once años. “Manolo Martínez y los carteles que entonces se confeccionaron hicieron de aquel tiempo algo sublime y esa época

Valdelamar atesora muchos recuerdos de su participación como máxima autoridad en la plaza que está cumpliendo hoy 60 años de existencia, pero resalta algunos: el indulto a “Dentista”, de la ganadería de “La Misión”, lidiado por Eulalio López, El Zotoluco”, el único perdón de vida concedido por él; la despedida de José Mari Manzanares padre, quien cortó un rabo; y la controvertida presentación como matador de toros de Julián López, “El Juli”, cuando tuvo que rechazar dos toros y fue amenazado por el ganadero Luis Álvarez, al grado de tener que contar con dos policías que, tras la conclusión del festejo, le preguntaron a dónde lo llevarían. “Pues llévenme al cine”, les contestó el ingeniero, y ahí lo depositaron: en el vecino Cinépolis, donde gozó de una película en tanto los ánimos se calmaban y las amenazas se alejaban. También recuerda Valdelamar a aquel güerito que se le acercó tras una corrida para preguntarle si él era el juez y pedirle que lo llevara al destazadero; un güerito que acabó convirtiéndose en figura del toreo: Octavio García, “El Payo”.

“La plaza Santa María fue para mí muy significativa siempre”, asegura, por su parte, el matador de toros en retiro Jorge Gutiérrez, el diestro que ha sido anunciado durante más años seguidos en la tradicional corrida de Navidad. “Fue en esta plaza donde tuve mi despedida más significativa, más sentimental, con un triunfo rotundo. Fue en ella donde me sentí más a gusto toreando; ahí tuve importantísimos triunfos, indultos, en fin… Una plaza a la que recuerdo con mucho cariño y donde tengo mucho agradecimiento a su afición, que me parece muy entendida”.

La única ocasión que, tras su retiro, se ha presentado Gutiérrez para torear vestido de corto fue precisamente durante un festival en la Santa María, donde cortó dos orejas. “A nivel nacional ha sido considerada siempre de primera categoría”, asegura también el diestro de Tula; “en su historia ha dado carteles importantísimos, que en su momento no se daban ni en la misma Plaza México. Es como un monumento al toreo, porque por ahí han pasado las figuras más importantes. Es un honor para mí haber toreado en esta plaza tan especial”.

Por su parte, el periodista y cronista taurino Heriberto Murrieta se expresa así de la Santa María: “Ha sido uno de los grandes bastiones de la tauromaquia mexicana de las últimas décadas; es una plaza muy bella, muy cómoda, y del tamaño que deben ser las plazas de toros. Su cercanía con la capital ha hecho que en tiempos pasados mucha gente de la Ciudad de México viajara a Querétaro para presenciar corridas. Yo especialmente recuerdo haber ido con mi padre y con su amigo Jorge Quintero a ver aquellas grandes corridas del año 77. Me tocó estar el día de “Navideño”, de Garfias, la gran faena de Paco Camino; me tocó ver aquellas grandes confrontaciones con Manolo Martínez, y creo que Querétaro en esos tiempos se convirtió en una plaza fundamental e importantísima. Espero que no se demuela, que se mantenga en pie y que forme parte de esta actualidad que incluye la próxima reapertura de la Plaza México”.

Para el escritor y periodista taurino Juan Antonio de Labra, la Santa María “tiene un significado especial para la historia de la tauromaquia reciente, ya que su ruedo ha sido escenario de momentos estelares, que han trascendido en el tiempo. Uno de ellos es la faena capital del maestro Paco Camino al toro “Navideño” de Javier Garfias en 1977, de la que el propio torero de Camas ha afirmado que fue la mejor obra artística que realizó a lo largo de su brillante carrera. Siendo Paco Camino una de las figuras referenciales de la historia, este hecho, en sí mismo, reviste una importancia mayúscula, así como el privilegio de que haya ocurrido, precisamente, en la Santa María de Querétaro”, sigue diciendo De Labra, “una plaza emblemática que este invierno permanecerá triste y silenciosa, en el sesenta aniversario de su inauguración”.

Foto: Miguel Cruz | Diario de Querétaro


Al entrar por la puerta de los corrales de la queretana plaza, la puerta por donde suelen entrar y salir los toreros, aparece la figura, hoy apoyada en un bastón o una andadera, de don Francisco Flores García, “Panchito”, como le llaman sus cercanos; lleva ahí, custodiando la construcción y sus entretelares más de 35 años, y hoy se apoya en su hijo Francisco Flores Ramos, a quienes todos conocen como “Puntilla”, que ahí ha crecido, entre toros y toreros, en las cotidianas tareas del inmueble.

“Es una chulada de plaza”, dice al referirse a la que también es su casa, mientras que muestra su aprecio por las tres generaciones de empresarios que le han tocado por patrones, y recuerda hechos concreto que lo marcaron: el regalo de dos orejas y rabo que le entregó Jorge Gutiérrez, las ocasiones en las que “El Zotoluco” aparecía por ahí para entrenar, el momento en la que un toro saltó la barrera junto a él, afortunadamente sin consecuencias, y la tarde en la que “El Payo”, a quien conoce desde niño, le brindó la muerte de un toro y luego lo sacó a dar la vuelta al ruedo.

➡️ Si quieres recibir las noticias en tu Whatsapp, envía la palabra ALTA

Frente al destazadero, a unos pasos de la puerta de picadores y sobre el muro que colinda con los toriles, una serie de placas de diversos formatos y estilos narran, de alguna manera, la historia de una plaza protagónica del toreo en México. Ahí se descubren reconocimientos a Manolo Martínez, Jorge Gutiérrez, “El Zotoluco”, Mariano Ramos… También el metal para la posteridad rinde homenaje al Dr. Francisco Alcocer Pozo, médico de plaza por tantos años, y a don Daniel Orduña, que desde la sencillez de su trabajo en el ruedo aportó a la grandeza del inmueble. Pareciera como si ahí, mientras ulula el viento proveniente del ruedo, pasearan con él los espíritus de Matías, el guardaplaza, de Maurilio Bravo, el estricto juez de callejón por tantos años, o las notas de alguna ópera de las que escuchaba en sus noches de soledad Nicolás González Rivas.

No hace falta una placa para recordar sin remedio, en cualquiera de los rincones de este inmueble de seis décadas, los muchos pasajes de una aventura iniciada por un hombre que nunca tuvo miedo a emprenderla.

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