/ lunes 5 de septiembre de 2022

Cosas pequeñas | Zoológicos: espejismos de conservación


Esta semana tuve la oportunidad de visitar un par de zoológicos y no pude evitar reflexionar sobre el título que desde hace unos años ostentan los mismos “Centros de conservación”.

Si volteamos a ver ejemplos puntuales, es fácil aplaudir su labor; es, por ejemplo, gracias a la laborar de varios zoológicos (de la mano de científicos, gobierno y sociedad civil) que el lobo mexicano Canis lupus baileyi, cuyas poblaciones fueron llevadas al límite de la extinción en los años 70 y que los esfuerzos binacionales nos llevan a que a día de hoy se hayan liberado más de 30 ejemplares en Chihuahua y que desde 2012 se registraran nacimientos en vida libre. Es este sin duda un proyecto ejemplar, pero hay que ser analíticos a la hora de ver los resultados.

El lobo mexicano tiene una distribución restringida, es decir se distribuye en una

pequeña zona del Sur de Estados Unidos y el Norte de México, por lo cual su reintroducción a la vida libre, aunque no deja de ser complicada, resulta menos problemática que una especie con una distribución más amplia o global.

Es ahí donde empiezan los cuestionamientos, ya que en gran medida las especies que albergan los zoológicos son especies de otros países, que, aunque en algunos casos como el Oso Panda Gigante Ailuropoda melanoleuca se han agarrado de la bandera de la conservación, los resultados son claros; en México, aunque se registraron nacimientos exitosos de estas especie, ninguno fue reintroducido en su hábitat natural y hoy día se tiene un ejemplar solitario que tiene contados sus días y que visto desde

una visión muy objetiva, solo sirve, así como sus anteriores compañeros para el divertimento de una ciudad que poco entiende de la problemática real de esta especie.

Muchos dirán, esos casos de éxito justifican el que sigamos teniendo estos espacios, pero ver la calidad de vida que tenían un par de Guacamayas Rojas Ara macao cyanoptera cuyo status de conservación es altamente vulnerable me hizo pensar en que la conservación se puede volver de cierta manera elitista; es decir, alguien decide qué especies debemos o no apostar a su conservación.

Esta última reflexión me hace decantarme por dudar de las verdaderas intenciones de ser centros de conservación, ya que esfuerzos en México sí se hacen en gran

medida por salvar esta hermosa especie, pero ninguno de la mano de los grandes zoológicos.

Mis dudas también las ato a que otra bandera a la que se han atado estos lugares, es a la de la educación ambiental, pero basta ver que muchos de los animales incluso carecen de alguna señalética y los visitantes no cesan en preguntarse, ¿este animal que será?

No soy de los que satanizan a los zoológicos, pero sí creo que tienen muchas áreas de oportunidad para convertirse en esos lugares que pregonan ser, por lo pronto seguiré visitando lugares donde aunque sea para ayudar una sola especie, se puede respirar compromiso y muchas ganas de arrancar de las garras de la extinción a numerosas especies en México y en el mundo.


Esta semana tuve la oportunidad de visitar un par de zoológicos y no pude evitar reflexionar sobre el título que desde hace unos años ostentan los mismos “Centros de conservación”.

Si volteamos a ver ejemplos puntuales, es fácil aplaudir su labor; es, por ejemplo, gracias a la laborar de varios zoológicos (de la mano de científicos, gobierno y sociedad civil) que el lobo mexicano Canis lupus baileyi, cuyas poblaciones fueron llevadas al límite de la extinción en los años 70 y que los esfuerzos binacionales nos llevan a que a día de hoy se hayan liberado más de 30 ejemplares en Chihuahua y que desde 2012 se registraran nacimientos en vida libre. Es este sin duda un proyecto ejemplar, pero hay que ser analíticos a la hora de ver los resultados.

El lobo mexicano tiene una distribución restringida, es decir se distribuye en una

pequeña zona del Sur de Estados Unidos y el Norte de México, por lo cual su reintroducción a la vida libre, aunque no deja de ser complicada, resulta menos problemática que una especie con una distribución más amplia o global.

Es ahí donde empiezan los cuestionamientos, ya que en gran medida las especies que albergan los zoológicos son especies de otros países, que, aunque en algunos casos como el Oso Panda Gigante Ailuropoda melanoleuca se han agarrado de la bandera de la conservación, los resultados son claros; en México, aunque se registraron nacimientos exitosos de estas especie, ninguno fue reintroducido en su hábitat natural y hoy día se tiene un ejemplar solitario que tiene contados sus días y que visto desde

una visión muy objetiva, solo sirve, así como sus anteriores compañeros para el divertimento de una ciudad que poco entiende de la problemática real de esta especie.

Muchos dirán, esos casos de éxito justifican el que sigamos teniendo estos espacios, pero ver la calidad de vida que tenían un par de Guacamayas Rojas Ara macao cyanoptera cuyo status de conservación es altamente vulnerable me hizo pensar en que la conservación se puede volver de cierta manera elitista; es decir, alguien decide qué especies debemos o no apostar a su conservación.

Esta última reflexión me hace decantarme por dudar de las verdaderas intenciones de ser centros de conservación, ya que esfuerzos en México sí se hacen en gran

medida por salvar esta hermosa especie, pero ninguno de la mano de los grandes zoológicos.

Mis dudas también las ato a que otra bandera a la que se han atado estos lugares, es a la de la educación ambiental, pero basta ver que muchos de los animales incluso carecen de alguna señalética y los visitantes no cesan en preguntarse, ¿este animal que será?

No soy de los que satanizan a los zoológicos, pero sí creo que tienen muchas áreas de oportunidad para convertirse en esos lugares que pregonan ser, por lo pronto seguiré visitando lugares donde aunque sea para ayudar una sola especie, se puede respirar compromiso y muchas ganas de arrancar de las garras de la extinción a numerosas especies en México y en el mundo.

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