Desde siempre, en todas las sociedades civilizadas era aspiración colectiva la de contar con una institución que pudiera formar a sus ciudadanos en los grados superiores, una vez transcurridos los estudios necesarios para llegar a ella.
Así, las Universidades e institutos de educación fueron vistos no como algo superfluo, sino como una necesidad. Gracias a ese afán hoy existen nuestra Universidad Nacional y el Instituto Politécnico; Harvard, Stanford y el MIT en los Estados Unidos y la Universidad de Toronto en Canadá, solo por citar algunos ejemplos. El propósito central era y es el de prepararnos para aprender y poner todos los conocimientos adquiridos a favor de un país, para impulsarlo y fortalecerlo. Dotar al sector público y privado de los talentos necesarios para conducir una nación. Abogados, doctores, economistas, ingenieros y muchos otros profesionistas cuyo trabajo da cimientos al camino del progreso.
Desde siempre, nos inculcaron el estudio como la mejor vía para cumplir las obligaciones del ciudadano. Desde entonces, sólo un necio aconsejaría abandonar los estudios o canjearlos por la proporcional dosis de ignorancia.
Sucede que a mayor conocimiento mayor insumisión. Y eso resulta dañino para quien ha decidido que todos, menos sus cercanos, vivamos el día a día con bruma mental.
Supone que la ignorancia y el atraso serán causa de felicidad al olvidarnos de educar a nuestros hijos y de proveer lo necesario como la casa, el vestido y el sustento. No le bastaron sus arbitrarias leyes como la de austeridad republicana que estorba la libertad de trabajo, tenia que ir más allá, sobre todo por el hecho de que hubo millones de votos en estas elecciones que no fueron depositados en las urnas a favor de ese culto llamado Morena. Eso bastó para fustigar las aspiraciones de la clase media, efectivamente preocupada por cumplir sus compromisos y sus obligaciones legales. Siempre será más fácil el expediente del abandono que el del actuar con responsabilidad.
Pero ya sabemos que lo suyo es exaltar la conducta de quienes le aplauden y encontrar la homilía necesaria para exculpar a sus cercanos, así se trate de tragedias como la ausencia de medicamentos para niños con cáncer o la del reciente desplome de la Línea 12 del metro. Sin responsables se festeja la ignorancia.
Se promueve la pobreza como superior entendimiento, sabiduría según lo señaló desde el púlpito presidencial, porque así se acepta que las desgracias suceden. Así, sin más.
Pero el ciudadano que tanto le molesta, el insumiso, le seguirá recordando sus deficiencias, le seguirá señalando sus muchos defectos y le recordará, siempre que pueda, que la presidencia le ha quedado grande. Ni mayor seguridad, ni menor pobreza, ni menos corrupción. Mismas condiciones, distintos los actores.
Por eso su enojo, por eso su arbitrario discurso, porque el ciudadano insumiso seguirá aspirando a prepararse, le inculcará a sus hijos los valores y la responsabilidad necesaria y les dirá que no acepten un destino fabricado desde la ideología retardataria. Ese ciudadano tendrá siempre presente su compromiso, detestará el conformismo esparcido por el predicador y no dudará en expresarlo en las urnas, hasta que se vaya.