/ jueves 5 de abril de 2018

Historia de una emprendedora en Hércules

Las mañanas de Asunción Martínez inician a las 03:00 horas, cuando deja su casa para ir al molino para tener materia prima para las tortillas que, diariamente ofrece en la capital queretana.

Es habitantes de Hércules por adopción, pues ya todos los vecinos la reconocen como suya, pues desde hace más de 14 años llegó a ofrecer sus tortillas hechas a mano y los nopales que cosecha de su huerta.

Ocupa el mismo espacio en el que, por años, se colocó su suegra, pero así no fue como empezó, pues fue su abuela quien por primera vez la invitó a cortar nopales y vender tortillas, aunque esto en el mercado de La Cruz.

Diariamente sale de su casa en Hacienda del Lobo, El Marqués, pues no puede ser competitiva en un lugar dónde “toda la gente” vende lo mismo.

“A la edad de ocho años empecé a vender con mi abuelita, Paz Ochoa se llamaba mi agüelita (sic). Empecé a vender con ella, ya falleció ella, entonces empecé a vender con mi mamá, ya me casé… no tengo hijos. Mi señor se llama Juan Reséndiz, ya tengo ahorita con él ¿cuántos serán? 37 años, porque me casé en el 79. Él me ayuda a traer las cosas a cortar los nopales, a acarrear la leña para hacer las tortillas”.

Si bien las tortillas tiene que hacerlas a oscura la mañana, los nopales debe cortarlos un día antes, pues si lo hace en la madrugada “se amargan”. Sólo cuando le faltan nopales en su casa debe cortarlos en el cerro, narra al tiempo que se detiene para quitarse una de las muchas espinas que se le encajan en las manos, pero afirma que ya no las siente, con tantos años de hacer lo mismo.

Al tiempo que narra saluda a los paseantes o atiende a otros, uno le reclama que cómo ya se le acabaron los sopes si acaba de llegar y “la estaba vigilando”, otro le pide su paquete de tortillas y otro regresa para decirle que siempre sí quiere una bolsa de gorditas de maíz quebrado, esa que hace con su molcajete.

“Cuando ya me casé duró un tiempecillo que no venía a trabajar… Mi suegra ya falleció, se llamaba Asunción Ochoa… yo vivía con ella y con mi suegro y ella, como siempre venía a vender me dice “Vamos, acompáñame a vender, pa´ que me ayudes, y entonces ya me empecé a venir con ella a este lugar; después falleció ella y ya me quedé yo aquí”.

Antes de decidirse a vender de manera regular también optó por realizar aseo en una casa, pero cada que “se fastidiaba” regresaba a vender y viceversa.

Los primeros años que empezó a vender, un hombre le decía que iba de parte de la delegación y todos los días le cobraba de 10 a 20 pesos, dependiendo de la cantidad de tortillas que llegara, ella nunca le pidió una identificación, tan sólo le daba el dinero y, con el tiempo, dejó de pasar a solicitarle la cuota.

“Como ahora sí ya estoy grande, ya no me quieren en los trabajos”, narra sin dejar de quitar las espinas a los nopales con un pequeño cúter que “Si están grandecillos como este los dos a seis por 10 (pesos)… son ocho si están grandecitos; si están chiquitos les doy unos 15 o unos 10, depende el tamaño… Las totillas doy 14 por 10 y las gorditas cinco por 10 y los sopes siete por 10”.

Su hermana María la ayuda a elaborar las tortillas cuando la ve muy agobiada; también recibe apoyo de su sobrina Gloria, esposa de uno de sus sobrinos.

Narra que por su edad también hay días en los que no puede acudir a vender, momento en el que la suplen sus hermanas Ester y Susana, pues de los seis hijos cuatro se dedicaron a hacer tortillas y uno se dedicó a la compra y venta de animales


Las mañanas de Asunción Martínez inician a las 03:00 horas, cuando deja su casa para ir al molino para tener materia prima para las tortillas que, diariamente ofrece en la capital queretana.

Es habitantes de Hércules por adopción, pues ya todos los vecinos la reconocen como suya, pues desde hace más de 14 años llegó a ofrecer sus tortillas hechas a mano y los nopales que cosecha de su huerta.

Ocupa el mismo espacio en el que, por años, se colocó su suegra, pero así no fue como empezó, pues fue su abuela quien por primera vez la invitó a cortar nopales y vender tortillas, aunque esto en el mercado de La Cruz.

Diariamente sale de su casa en Hacienda del Lobo, El Marqués, pues no puede ser competitiva en un lugar dónde “toda la gente” vende lo mismo.

“A la edad de ocho años empecé a vender con mi abuelita, Paz Ochoa se llamaba mi agüelita (sic). Empecé a vender con ella, ya falleció ella, entonces empecé a vender con mi mamá, ya me casé… no tengo hijos. Mi señor se llama Juan Reséndiz, ya tengo ahorita con él ¿cuántos serán? 37 años, porque me casé en el 79. Él me ayuda a traer las cosas a cortar los nopales, a acarrear la leña para hacer las tortillas”.

Si bien las tortillas tiene que hacerlas a oscura la mañana, los nopales debe cortarlos un día antes, pues si lo hace en la madrugada “se amargan”. Sólo cuando le faltan nopales en su casa debe cortarlos en el cerro, narra al tiempo que se detiene para quitarse una de las muchas espinas que se le encajan en las manos, pero afirma que ya no las siente, con tantos años de hacer lo mismo.

Al tiempo que narra saluda a los paseantes o atiende a otros, uno le reclama que cómo ya se le acabaron los sopes si acaba de llegar y “la estaba vigilando”, otro le pide su paquete de tortillas y otro regresa para decirle que siempre sí quiere una bolsa de gorditas de maíz quebrado, esa que hace con su molcajete.

“Cuando ya me casé duró un tiempecillo que no venía a trabajar… Mi suegra ya falleció, se llamaba Asunción Ochoa… yo vivía con ella y con mi suegro y ella, como siempre venía a vender me dice “Vamos, acompáñame a vender, pa´ que me ayudes, y entonces ya me empecé a venir con ella a este lugar; después falleció ella y ya me quedé yo aquí”.

Antes de decidirse a vender de manera regular también optó por realizar aseo en una casa, pero cada que “se fastidiaba” regresaba a vender y viceversa.

Los primeros años que empezó a vender, un hombre le decía que iba de parte de la delegación y todos los días le cobraba de 10 a 20 pesos, dependiendo de la cantidad de tortillas que llegara, ella nunca le pidió una identificación, tan sólo le daba el dinero y, con el tiempo, dejó de pasar a solicitarle la cuota.

“Como ahora sí ya estoy grande, ya no me quieren en los trabajos”, narra sin dejar de quitar las espinas a los nopales con un pequeño cúter que “Si están grandecillos como este los dos a seis por 10 (pesos)… son ocho si están grandecitos; si están chiquitos les doy unos 15 o unos 10, depende el tamaño… Las totillas doy 14 por 10 y las gorditas cinco por 10 y los sopes siete por 10”.

Su hermana María la ayuda a elaborar las tortillas cuando la ve muy agobiada; también recibe apoyo de su sobrina Gloria, esposa de uno de sus sobrinos.

Narra que por su edad también hay días en los que no puede acudir a vender, momento en el que la suplen sus hermanas Ester y Susana, pues de los seis hijos cuatro se dedicaron a hacer tortillas y uno se dedicó a la compra y venta de animales


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