El edificio que hoy alberga a la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), guarda la historia de sus casi 400 años en sus muros, techos, pisos y puertas; si hablara, contaría los relatos de vida desde los seminaristas que lo habitaron hasta las generaciones que hoy se siguen educando en el recinto.
Desde hace tres años, por convicción de la entonces directora de la Facultad de Filosofía, Margarita Espinosa Blas, se han emprendido obras de rescate y conservación del inmueble en el que hoy se forman profesionistas en el área de humanidades.
El encargado de las labores de conservación y restauración del edificio que vio nacer al Alma Máter queretana es el arquitecto especialista Edgar Ramírez, quien identificó que la principal problemática del edificio era la humedad.
“Para empezar, no se tienen levantamientos arquitectónicos del edificio ni del estado actual para iniciar un proyecto de restauración”, de acuerdo con Ramírez, a la fecha ya se ha completado lo necesario para entender la estructura del Patio Barroco, uno de los más emblemáticos de la ciudad de Querétaro.
El hecho de que no hubiera ningún levantamiento arquitectónico previo significaba que no se conociera con exactitud la función de cada parte del edificio y hacía más complicado atender los deteriores: “la principal situación para poder continuar con un trabajo es la documentación, si nosotros no la tenemos, no tenemos ninguna información”.
Durante los procedimientos de restauración, los muros gruesos han revelado de a poco los decorados que cada época le ha dado, pues a través de lo que el restaurador denomina como “ventanas históricas o calas estatigráficas”, ha sido posible mirar desde los colores hasta los nombres y dibujos que sus habitantes grabaron en ellos.
“Hemos encontrado pinturas originales, pinturas sobrepuestas porque son de temporalidades diferentes, esto es normal en todas las culturas, porque se decora con una ideología (…) pero todo va cambiando”, señaló el arquitecto Edgar Ramírez.
El trabajo de restauración que actualmente llevan a cabo en el emblemático inmueble es de largo aliento y en él participan especialistas de múltiples disciplinas que, posteriormente, tendrán que determinar qué decorados se preservarán, en orden de importancia.
De acuerdo con la compilación que coordinó la investigadora Maribel Miró Flaquer, la fundación del edifico data de 1625, cuando abrió sus puertas el Colegio de San Ignacio. Al principio, la construcción fue modesta y sencilla, pero con el tiempo se fueron ampliando tanto sus muros como su importancia.
“Fue hacia finales de ese siglo, cuando buena parte de sus gruesos muros virreinales se intervinieron para dar paso al Colegio Civil del estado”, recuerda también la rectora Teresa García Gasca en la introducción del libro “De calicanto y cantera: la vocación educativa de un inmueble”.
El Colegio Civil funcionó hasta 1950 cuando fue clausurada y un año después comenzaría la historia de la UAQ, ahí, en el edificio ubicado entre las calles 16 de septiembre e Ignacio Manuel Altamirano que la vio nacer en 1951.
Actualmente, además de las carreras de la Facultad de Filosofía, en el inmueble se ubican algunas coordinaciones y oficinas administrativas de la universidad.
Además, luego de que se instalara la preparatoria cuando se construyeron más salones, a fines del siglo pasado, hoy la preparatoria semiescolarizada se puede estudiar en el histórico sitio.
La historia es un ente vivo que se respira en el inmueble y, sobre todo, que se sigue construyendo, pues en los últimos años se han agregado nuevas estructuras que conviven con los centenarios pisos, puertas, muros y pinturas, como la Librería del Fondo de Cultura Económica y el restaurante El Metate.
