/ viernes 7 de febrero de 2020

El Baúl

Los vaivenes del amor


Después de los primeros minutos, la luz de la habitación se prendió y una oleada de nervios empezó a aprisionar el corazón mientras los músicos seguían cantando y el aire frío de la madrugada mecía ligeramente las ramas de los árboles. Unos de los músicos hizo un guiño y los otros dos asintieron con la cabeza. Unos segundos después se abrió la puerta de la casa...

El trío de músicos gozaba de prestigio entre los enamorados y los trasnochados que, con el corazón en pedazos iban por ellos al bar Ángel intentando que en un abrir y cerrar de ojos las canciones tumbaran de golpe los quebrantos que habían orillado el rompimiento eventual, o que conquistaran, de una vez y para siempre, el corazón de la amada.

-¿Es para un onomástico o cumpleaños? –dijo uno de los músicos mientras los demás afinaban sus guitarras.

Enterados de qué era lo que sustentaba la contratación, aconsejaron cantar primero tal melodía, y tararearon la letra, luego una canción más romántica, e, hicieron lo mismo, y después, la que garantizaba, según ellos, la conquista o la reconciliación. Fue escogida una de las canciones tarareadas: Tú ya sabes cómo.

-Con esta, mi amigo, salen porque salen –dijo uno de los músicos.

-Y unos hasta se han casado –dijo uno más.

-¿Cómo lo saben?

-Porque, ya casados, nos vuelven a contratar –terció otro como para asegurar que esa canción era no sólo la mejor sino la más romántica y eficaz.

La ciudad estaba ya durmiendo, apagadas las luces de las casas, las calles desiertas. El destino estaba en uno de los entonces nuevos fraccionamientos. Y, mientras el tránsito, una pequeña taquicardia preludió las emociones propias de estas aventuras hermosas, hasta que reventó la emoción más grande, cuando el auto estaba ya enfrente de la casa.

Antes de bajar del automóvil, los músicos chequearon otra vez que sus instrumentos musicales estuvieran bien afinados. Y para que todo saliera tan perfecto como se suponía iba a suceder, juntos repasaron la lista de las canciones escogidas. Uno de ellos hizo una mueca, asegurando que el listado ya lo tenía bien fijo en la memoria.

Quiero que esta noche, vistas en mi lecho, tú ya sabes cómo

Quiero que tus brazos, me hagan mil pedazos, tú ya sabes cómo

Quiero que me beses, tan ardientemente

Prendieron la luz de la habitación, los músicos sonrieron, unos segundos después se abrió la puerta de la calle.

-¿Quién trae la serenata? –dijo uno de los hermanos.

-Yo.

De regreso, ninguno de los músicos atinó a explicar por qué ella no había salido.

Los vaivenes del amor


Después de los primeros minutos, la luz de la habitación se prendió y una oleada de nervios empezó a aprisionar el corazón mientras los músicos seguían cantando y el aire frío de la madrugada mecía ligeramente las ramas de los árboles. Unos de los músicos hizo un guiño y los otros dos asintieron con la cabeza. Unos segundos después se abrió la puerta de la casa...

El trío de músicos gozaba de prestigio entre los enamorados y los trasnochados que, con el corazón en pedazos iban por ellos al bar Ángel intentando que en un abrir y cerrar de ojos las canciones tumbaran de golpe los quebrantos que habían orillado el rompimiento eventual, o que conquistaran, de una vez y para siempre, el corazón de la amada.

-¿Es para un onomástico o cumpleaños? –dijo uno de los músicos mientras los demás afinaban sus guitarras.

Enterados de qué era lo que sustentaba la contratación, aconsejaron cantar primero tal melodía, y tararearon la letra, luego una canción más romántica, e, hicieron lo mismo, y después, la que garantizaba, según ellos, la conquista o la reconciliación. Fue escogida una de las canciones tarareadas: Tú ya sabes cómo.

-Con esta, mi amigo, salen porque salen –dijo uno de los músicos.

-Y unos hasta se han casado –dijo uno más.

-¿Cómo lo saben?

-Porque, ya casados, nos vuelven a contratar –terció otro como para asegurar que esa canción era no sólo la mejor sino la más romántica y eficaz.

La ciudad estaba ya durmiendo, apagadas las luces de las casas, las calles desiertas. El destino estaba en uno de los entonces nuevos fraccionamientos. Y, mientras el tránsito, una pequeña taquicardia preludió las emociones propias de estas aventuras hermosas, hasta que reventó la emoción más grande, cuando el auto estaba ya enfrente de la casa.

Antes de bajar del automóvil, los músicos chequearon otra vez que sus instrumentos musicales estuvieran bien afinados. Y para que todo saliera tan perfecto como se suponía iba a suceder, juntos repasaron la lista de las canciones escogidas. Uno de ellos hizo una mueca, asegurando que el listado ya lo tenía bien fijo en la memoria.

Quiero que esta noche, vistas en mi lecho, tú ya sabes cómo

Quiero que tus brazos, me hagan mil pedazos, tú ya sabes cómo

Quiero que me beses, tan ardientemente

Prendieron la luz de la habitación, los músicos sonrieron, unos segundos después se abrió la puerta de la calle.

-¿Quién trae la serenata? –dijo uno de los hermanos.

-Yo.

De regreso, ninguno de los músicos atinó a explicar por qué ella no había salido.

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