/ viernes 8 de octubre de 2021

Aggiornamento

En un librillo poco más grande que una agenda de bolsillo, de la colección Fondo 2000 del Fondo de Cultura Económica, con un precio-remate de $5.00 (la etiqueta de Gandhi pasaba de $10 a $9), conocí “Mi vida con la ola”. Jamás he olvidado el vibrante y calenturiento cuento de Octavio Paz. Después del petulante y pretencioso “Laberinto de la soledad”, no me cabía en el coco texto tan ágil e imaginativo, bordeando la verosimilitud fantástica y excitante. Grata sorpresa encontrarlo al hojear “Libertad bajo palabra”, el título 4 de la colección Lecturas Mexicanas, de la editorial citada, en el apartado Arenas Movedizas del cuarto capítulo “¿Águila o sol?”, pues el mini-libro ha permanecido prestado ya no recuerdo ni a quién. Lo he leído a diferentes velocidades y en diversas ocasiones. ¿Y ahora qué va a hacer Javier Velázquez con la Ola?, me pregunté cuando el maestro de teatro anunció el estreno de su representación en el Centro Arte Bernardo Quintana Arrioja de la UAQ. Ahí estuve machacado contra la reja por una multitud agolpada para entrar al recinto vecino a la Facultad de Filosofía. La memorización entregada en un monólogo fue el único mérito que atiné a retener. El músico Ernesto Martínez, no sé si derivado de su micro-ritmia, estrenó un instrumento de su invención.

Quedé escarmentado para subsecuentes representaciones hasta que presentó este trabajo en el Teatro de la Ciudad con el título de “Erótica marina”. No obstante éste, no recuerdo por qué asistí en abril de 2014. Esa cajota siempre me ha parecido aberrante para las artes escénicas queretanas: ¿qué productor tiene los recursos y consecuentemente la capacidad para ocupar esa inmensidad? (Compañía Unidos Tango lo ha hecho por lo menos una vez y con meritorio acierto; otros grupos artísticos con mal disfrazado ingenio han empequeñecido tanto espacio a fuerza de ausencia de luz, ramitas y humo.) El maestro Javier ya había inventado “El hombre-libro”, ¿cómo iba a ocupar –llenar imposible– aquella enormidad? Pues lo hizo y de una manera impactante, pero sin pirotecnia ni desplantes estrafalarios. Las dos palabras del título quedaron muy acertadamente atendidas y justificadas con una sutil ambientación marina-portuaria –el grave ulular de una chimenea de navío de gran calado, aleteo de aves, graznidos agudos de gaviotas– y una hermosísima carnalidad femenina. Solo faltó una atmósfera iodada. La belleza femenina no le pedía nada a Eros. No me imagino cómo atracó este montaje en el Patio Barroco de la Facultad de Filosofía (UAQ), seguramente con verdadera agua. Escuché que tuvo multitudinaria recepción y acogida. Después conocí un abreviadísimo montaje en un espacio que no rebasaba los diez metros cuadrados y arrancaba en el patio de un lugar llamado Rústica, en la calle de Altamirano, entre V. Carranza y 5 de mayo, fue el primer espectáculo teatral que vi a finales de enero de 2016. Un ingenioso haz sugería una ambientación portuaria. Poco faltaba para que en cualquier momento Velázquez o Jéssica Íñiguez le atizara a un espectador un patín o un manín o se quedaran a media maroma o giro.

El sábado 25 de septiembre, en el centro cultural El Árbol, conocí el quizá sexto remontaje de “Erótica marina, o las huellas del picahielos”, sin ninguna reminiscencia del mar, salvo dos lindos caracoles que remiten más a llamado azteca al soplarlo. El hombre-libro más asemejó un papelero o más exactamente un pepenador remendado con unos desgastados pegotes de cinta canela en lugar de las “originales” páginas de libros que poblaron su amplia gabardina desgarbadamente portada, quizá para sugerir bohemia y no descuido. Con tanto minimalismo o reducción de recursos escénicos es más fácil apuntar lo anterior y preguntarse la razón de los estuches de guitarra en lugar de morrales o costales marineros para sacar, respectivamente, un picahielos, un libro del que nunca echan mano y una botella nunca aprovechada como tal. ¿Objetos indicativos de la bohemia? ¿Lo sería más la guitarra que el estuche? ¿La botella? si fingieran beber a pico; ¿el libro? si fingieran la lectura, mejor en alta voz o igualmente comentando su contenido, que sería mediante parlamentos memorizados. Hay un punto donde la desatención se sale de la bohemia, o ésta y su representación no resisten tanta dejadez personal.

Se echa de menos un narraturgia que se ocupe del transcurrir, sin más, de los poemas de Efraín Huerta, Julio Cortázar, Jaime Sabines, Efraín Bartolomé precediendo el cuento onírico del Nobel mexicano, máxime cuando “Mi vida con la ola” inspira y justifica la obra creada por Javier Velázquez Jiménez. Huelga destacar que por los textos-poemas seleccionados para la dramaturgia de “Erótica marina”, la eroticidad descansa en la presencia femenina, con Génesis Frías la apreciamos dotada de elegancia, prestancia, finura, delicadeza y belleza, pero en cuanto interpretación aporta una gestualidad que aviva con diferentes niveles a la ola, y sobriedad incomodada cuando la encarnación de feminidad no corresponde a la ola. Aún en brevísimos parlamentos se advierte acertada entonación y modulación. El contraste en los tonos femeninos no descansa simplemente en el blanco y el negro, sino también en el cambio de temperamentos. Variaciones de caracterización y entonación que poco se aprecian en la interpretación masculina. (Eterna gratitud a “Erótica marina” por enterarme de “Toco tu boca”.)

Aun provocando la exposición cual diana al picahielos, pido la consideración estas expresiones amorosas y ardientes del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal y el eterno bardo William Shakespeare, a saber: “Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba / y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: / porque yo podré amar a otras como te amaba a ti / pero a ti no te amarán como te amaba yo. // Hot blood begets / hot thoughts, / and hot thoughts / beget hot deeds, / and hot deeds is love”.

En un librillo poco más grande que una agenda de bolsillo, de la colección Fondo 2000 del Fondo de Cultura Económica, con un precio-remate de $5.00 (la etiqueta de Gandhi pasaba de $10 a $9), conocí “Mi vida con la ola”. Jamás he olvidado el vibrante y calenturiento cuento de Octavio Paz. Después del petulante y pretencioso “Laberinto de la soledad”, no me cabía en el coco texto tan ágil e imaginativo, bordeando la verosimilitud fantástica y excitante. Grata sorpresa encontrarlo al hojear “Libertad bajo palabra”, el título 4 de la colección Lecturas Mexicanas, de la editorial citada, en el apartado Arenas Movedizas del cuarto capítulo “¿Águila o sol?”, pues el mini-libro ha permanecido prestado ya no recuerdo ni a quién. Lo he leído a diferentes velocidades y en diversas ocasiones. ¿Y ahora qué va a hacer Javier Velázquez con la Ola?, me pregunté cuando el maestro de teatro anunció el estreno de su representación en el Centro Arte Bernardo Quintana Arrioja de la UAQ. Ahí estuve machacado contra la reja por una multitud agolpada para entrar al recinto vecino a la Facultad de Filosofía. La memorización entregada en un monólogo fue el único mérito que atiné a retener. El músico Ernesto Martínez, no sé si derivado de su micro-ritmia, estrenó un instrumento de su invención.

Quedé escarmentado para subsecuentes representaciones hasta que presentó este trabajo en el Teatro de la Ciudad con el título de “Erótica marina”. No obstante éste, no recuerdo por qué asistí en abril de 2014. Esa cajota siempre me ha parecido aberrante para las artes escénicas queretanas: ¿qué productor tiene los recursos y consecuentemente la capacidad para ocupar esa inmensidad? (Compañía Unidos Tango lo ha hecho por lo menos una vez y con meritorio acierto; otros grupos artísticos con mal disfrazado ingenio han empequeñecido tanto espacio a fuerza de ausencia de luz, ramitas y humo.) El maestro Javier ya había inventado “El hombre-libro”, ¿cómo iba a ocupar –llenar imposible– aquella enormidad? Pues lo hizo y de una manera impactante, pero sin pirotecnia ni desplantes estrafalarios. Las dos palabras del título quedaron muy acertadamente atendidas y justificadas con una sutil ambientación marina-portuaria –el grave ulular de una chimenea de navío de gran calado, aleteo de aves, graznidos agudos de gaviotas– y una hermosísima carnalidad femenina. Solo faltó una atmósfera iodada. La belleza femenina no le pedía nada a Eros. No me imagino cómo atracó este montaje en el Patio Barroco de la Facultad de Filosofía (UAQ), seguramente con verdadera agua. Escuché que tuvo multitudinaria recepción y acogida. Después conocí un abreviadísimo montaje en un espacio que no rebasaba los diez metros cuadrados y arrancaba en el patio de un lugar llamado Rústica, en la calle de Altamirano, entre V. Carranza y 5 de mayo, fue el primer espectáculo teatral que vi a finales de enero de 2016. Un ingenioso haz sugería una ambientación portuaria. Poco faltaba para que en cualquier momento Velázquez o Jéssica Íñiguez le atizara a un espectador un patín o un manín o se quedaran a media maroma o giro.

El sábado 25 de septiembre, en el centro cultural El Árbol, conocí el quizá sexto remontaje de “Erótica marina, o las huellas del picahielos”, sin ninguna reminiscencia del mar, salvo dos lindos caracoles que remiten más a llamado azteca al soplarlo. El hombre-libro más asemejó un papelero o más exactamente un pepenador remendado con unos desgastados pegotes de cinta canela en lugar de las “originales” páginas de libros que poblaron su amplia gabardina desgarbadamente portada, quizá para sugerir bohemia y no descuido. Con tanto minimalismo o reducción de recursos escénicos es más fácil apuntar lo anterior y preguntarse la razón de los estuches de guitarra en lugar de morrales o costales marineros para sacar, respectivamente, un picahielos, un libro del que nunca echan mano y una botella nunca aprovechada como tal. ¿Objetos indicativos de la bohemia? ¿Lo sería más la guitarra que el estuche? ¿La botella? si fingieran beber a pico; ¿el libro? si fingieran la lectura, mejor en alta voz o igualmente comentando su contenido, que sería mediante parlamentos memorizados. Hay un punto donde la desatención se sale de la bohemia, o ésta y su representación no resisten tanta dejadez personal.

Se echa de menos un narraturgia que se ocupe del transcurrir, sin más, de los poemas de Efraín Huerta, Julio Cortázar, Jaime Sabines, Efraín Bartolomé precediendo el cuento onírico del Nobel mexicano, máxime cuando “Mi vida con la ola” inspira y justifica la obra creada por Javier Velázquez Jiménez. Huelga destacar que por los textos-poemas seleccionados para la dramaturgia de “Erótica marina”, la eroticidad descansa en la presencia femenina, con Génesis Frías la apreciamos dotada de elegancia, prestancia, finura, delicadeza y belleza, pero en cuanto interpretación aporta una gestualidad que aviva con diferentes niveles a la ola, y sobriedad incomodada cuando la encarnación de feminidad no corresponde a la ola. Aún en brevísimos parlamentos se advierte acertada entonación y modulación. El contraste en los tonos femeninos no descansa simplemente en el blanco y el negro, sino también en el cambio de temperamentos. Variaciones de caracterización y entonación que poco se aprecian en la interpretación masculina. (Eterna gratitud a “Erótica marina” por enterarme de “Toco tu boca”.)

Aun provocando la exposición cual diana al picahielos, pido la consideración estas expresiones amorosas y ardientes del sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal y el eterno bardo William Shakespeare, a saber: “Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba / y tú porque yo era el que te amaba más. / Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: / porque yo podré amar a otras como te amaba a ti / pero a ti no te amarán como te amaba yo. // Hot blood begets / hot thoughts, / and hot thoughts / beget hot deeds, / and hot deeds is love”.

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