/ jueves 24 de agosto de 2023

Apuntes sobre el pulque

Cartografía del tiempo y la memoria


En los albores del virreinato los primeros evangelizadores trataron de ser los promotores de una nueva visión evangélica de la religión cristiana. Teniendo como fundamento la visión paulina del “control y la renuncia” de la sensualidad humana (comida, bebida y sexo) así como los preceptos de Erasmo de Rotterdam y de Constantino Ponce de la Fuente; influyeron en la búsqueda de un nuevo discurso sobre la bebida, rituales y prácticas de los nativos. Se estableció un modelo de evangelización a gran escala y a largo plazo. Inicialmente con el proyecto de una educación superior a los indígenas descendientes de los grandes señores en el Colegio de Santa Cruz. Otros recursos fueron los catecismos de Zumárraga (impresos en México entre 1543-1548) finalmente esta utopía se enfrentó a la realidad; los catecismos fueron sustituidos por los confesionarios, el proyecto de los flamencos fue abandonado, la búsqueda de “antiguallas” de Bernardino de Sahagún terminó siendo reprimido y empaquetado.

De la ritualidad al exceso. Es común encontrarse referencias de las prohibiciones de la Corona en los siglos XVI y XVII que se referían al brebaje a partir de pulque y hierbas, sino también el pulque blanco; realmente la venta de este último fue tolerada y se producía, trasportaba, consumía y vendía en libertad. Las autoridades eclesiales denunciaban la embriaguez en todas sus manifestaciones, reprobando de la misma manera las formas rituales y sagradas de libar, “que favorecían el éxtasis y la posesión”. Luis de Velasco “El Joven”, dictó unas Ordenanzas sobre el pulque en 1608, en las cuales se especifica que todo lo relacionado con esta bebida debería estar en manos de los nativos. En 1648, en la ciudad de México fue creada la Comisión de Juez de Pulque que se encargó al Corregidor de la ciudad. Para 1650 existían 212 pulquerías en la Ciudad de México.

El visitador José de Gálvez, informaba el último día del año de 1771 lo siguiente:

“Tampoco hay jueces suficientes en la sala del crimen y juzgados ordinarios para celar los innumerables abusos de las pulquerías, que son el verdadero centro y origen de los delitos y pecados públicos”.

El siglo XVIII hubo en la Nueva España, un significativo cambio en las costumbres, un relajamiento asegura J. Pedro Viqueira. (¿Relajados o reprimidos? 1995). Los censos indican que el consumo de pulque se incrementó, las pulquerías se trasformaron en centros populares de integración social a contracorriente de la élite y del gobierno virreinal. Por otro lado, la política de las autoridades tuvo significativos cambios en relación con el pulque.

Establecimientos, “vayan entrando…”. En el siglo XVIII las pulquerías eran un puesto al aire libre, regularmente ubicados en plazoletas, su techo de tejamanil dispuesto a dos aguas, el local se componía de barriles y tinas, cubiertas con grandes tablones, eran atendidas por mujeres, quienes servía con un cajete o jícara el pulque, se preparaban con carne, melón, cáscaras de naranja o de limón. Los negocios abrían temprano y de acuerdo con la reglamentación, deberían cerrar a las 18:00 horas. Y en los días festivos no se podía expedir el producto antes de las 13:00 horas. Desde luego que en la práctica no se apegaba a esta disposición. Se compraban tres cuartillos (1.5 litros) de pulque fino con ½ real y de ordinario cinco cuartillos (2.5 litros) los impuestos al final del siglo elevaron los precios.

“Cosas de los demonios”. El pulque se preparaba con peyote, práctica que estaba prohibida al igual que los puestos ambulantes, que de todas maneras proliferaban, de las bodegas y ventas se llevaban alimentos para las pulquerías. Tan pronto como llegaban los músicos con sus arpas, vihuelas y violines, daba inicio un baile público, donde se entonaban cancioncillas picarescas a los sones de la chacona y de la zarabanda, “Vamos, vida, a Tampico,/ antes que lo entienda el mico / que alguien mira la Chacona / que he de quedar hecho mona”. Otra, era, La zarabanda está presa / con de lo mucho me pesa / que merece ser condesa / y también emperadora”. Finalmente, “que te pongas bien, que te pongas mal / el chuchumbé te he de soplar”. (Ramos. La Danza en México… 1990). Los que velaban por la moral jugaban a esas cancioncillas como “cosa del demonio”, por ser “bailes deshonestos”. Conforme se ingería el blanco néctar, el ambiente se tornaba pesado y salían a relucir cuchillos, machetes, leznas, tijeras, leznas, puñales, armas blancas que evidenciaban las profesiones y actividades de los clientes.

Los pleitos y riñas regularmente terminaban en la Cárcel del Crimen, por las muertes que sucedían. Al decir de las autoridades, el consumo de pulque y demás bebidas prohibidas daba ocasión para que se realizaran “pecados sexuales”, como el adulterio y el incesto. Esta idea estaba muy arraigada en la mentalidad represora de los hispanos, Viqueira recoge un dato donde el “clérigo Doctor Pedraza, afirmó que había visto al diablo en una pulquería”, ¿qué andaba haciendo tan santo señor en un “centro de vicio” para darse cuenta de la satánica visión?

Marginalidad, y alboroto. Durante la Colonia las pulquerías no solo eran consideradas como centros donde había desordenes, se fomentaba el vicio y el pecado al decir de las autoridades virreinales, sino que lo más peligroso era la reunión de gente con decepciones, rabias contenidas, impotencia contra la autoridad, esa marginalidad daba cabida a solidaridades no manifiestas, pero sí latentes, lo que pudiera dar pie a subversiones o rebeliones.

Evidentemente un conflicto de intereses se presentaba, el moral y el económico, pues el pulque generaba ingresos considerables a las Reales Arcas, y al Diezmo Clerical, por lo que inhibir la venta y por consiguiente el consumo era atentatorio contra sus intereses, solo quedaba por reprimir “los desórdenes y excesos” que se suscitaban en los establecimientos donde se expendía el pulque. El Corregidor Don Francisco Sáinz, el 14 de julio de 1664 mandó tirar el pulque en la Ciudad de México. Un año después por mandato Real, a partir de ese momento los impuestos generados por el pulque se enviarían a España.

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El 8 de junio de 1692, el pueblo hambriento se amotinó y destruyó parte del Palacio Virreinal, Sigüenza y Góngora hace la cónica de este suceso manifestando que “al calor de la bebida es donde se empezaron a envalentonar los indios y castas, para acabar amotinándose”. (Alboroto y motín… 1992).

Lo anterior trajo consigo que el año siguiente se prohibiera la venta y el consumo del pulque en la Ciudad de México, no obstante que el Rey derogó esta disposición el Virrey no la acató sino hasta 1697, los razonamientos reales eran de que el Protomedicato tenia a la bebida como de “intrínseca bondad”, siempre y cuando no estuviera mezclada, y por supuesto el económico toda vez que los impuestos estaban siendo aplicados para la “manutención de la Armada de Barlovento”.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Agosto de MMXXIII.



En los albores del virreinato los primeros evangelizadores trataron de ser los promotores de una nueva visión evangélica de la religión cristiana. Teniendo como fundamento la visión paulina del “control y la renuncia” de la sensualidad humana (comida, bebida y sexo) así como los preceptos de Erasmo de Rotterdam y de Constantino Ponce de la Fuente; influyeron en la búsqueda de un nuevo discurso sobre la bebida, rituales y prácticas de los nativos. Se estableció un modelo de evangelización a gran escala y a largo plazo. Inicialmente con el proyecto de una educación superior a los indígenas descendientes de los grandes señores en el Colegio de Santa Cruz. Otros recursos fueron los catecismos de Zumárraga (impresos en México entre 1543-1548) finalmente esta utopía se enfrentó a la realidad; los catecismos fueron sustituidos por los confesionarios, el proyecto de los flamencos fue abandonado, la búsqueda de “antiguallas” de Bernardino de Sahagún terminó siendo reprimido y empaquetado.

De la ritualidad al exceso. Es común encontrarse referencias de las prohibiciones de la Corona en los siglos XVI y XVII que se referían al brebaje a partir de pulque y hierbas, sino también el pulque blanco; realmente la venta de este último fue tolerada y se producía, trasportaba, consumía y vendía en libertad. Las autoridades eclesiales denunciaban la embriaguez en todas sus manifestaciones, reprobando de la misma manera las formas rituales y sagradas de libar, “que favorecían el éxtasis y la posesión”. Luis de Velasco “El Joven”, dictó unas Ordenanzas sobre el pulque en 1608, en las cuales se especifica que todo lo relacionado con esta bebida debería estar en manos de los nativos. En 1648, en la ciudad de México fue creada la Comisión de Juez de Pulque que se encargó al Corregidor de la ciudad. Para 1650 existían 212 pulquerías en la Ciudad de México.

El visitador José de Gálvez, informaba el último día del año de 1771 lo siguiente:

“Tampoco hay jueces suficientes en la sala del crimen y juzgados ordinarios para celar los innumerables abusos de las pulquerías, que son el verdadero centro y origen de los delitos y pecados públicos”.

El siglo XVIII hubo en la Nueva España, un significativo cambio en las costumbres, un relajamiento asegura J. Pedro Viqueira. (¿Relajados o reprimidos? 1995). Los censos indican que el consumo de pulque se incrementó, las pulquerías se trasformaron en centros populares de integración social a contracorriente de la élite y del gobierno virreinal. Por otro lado, la política de las autoridades tuvo significativos cambios en relación con el pulque.

Establecimientos, “vayan entrando…”. En el siglo XVIII las pulquerías eran un puesto al aire libre, regularmente ubicados en plazoletas, su techo de tejamanil dispuesto a dos aguas, el local se componía de barriles y tinas, cubiertas con grandes tablones, eran atendidas por mujeres, quienes servía con un cajete o jícara el pulque, se preparaban con carne, melón, cáscaras de naranja o de limón. Los negocios abrían temprano y de acuerdo con la reglamentación, deberían cerrar a las 18:00 horas. Y en los días festivos no se podía expedir el producto antes de las 13:00 horas. Desde luego que en la práctica no se apegaba a esta disposición. Se compraban tres cuartillos (1.5 litros) de pulque fino con ½ real y de ordinario cinco cuartillos (2.5 litros) los impuestos al final del siglo elevaron los precios.

“Cosas de los demonios”. El pulque se preparaba con peyote, práctica que estaba prohibida al igual que los puestos ambulantes, que de todas maneras proliferaban, de las bodegas y ventas se llevaban alimentos para las pulquerías. Tan pronto como llegaban los músicos con sus arpas, vihuelas y violines, daba inicio un baile público, donde se entonaban cancioncillas picarescas a los sones de la chacona y de la zarabanda, “Vamos, vida, a Tampico,/ antes que lo entienda el mico / que alguien mira la Chacona / que he de quedar hecho mona”. Otra, era, La zarabanda está presa / con de lo mucho me pesa / que merece ser condesa / y también emperadora”. Finalmente, “que te pongas bien, que te pongas mal / el chuchumbé te he de soplar”. (Ramos. La Danza en México… 1990). Los que velaban por la moral jugaban a esas cancioncillas como “cosa del demonio”, por ser “bailes deshonestos”. Conforme se ingería el blanco néctar, el ambiente se tornaba pesado y salían a relucir cuchillos, machetes, leznas, tijeras, leznas, puñales, armas blancas que evidenciaban las profesiones y actividades de los clientes.

Los pleitos y riñas regularmente terminaban en la Cárcel del Crimen, por las muertes que sucedían. Al decir de las autoridades, el consumo de pulque y demás bebidas prohibidas daba ocasión para que se realizaran “pecados sexuales”, como el adulterio y el incesto. Esta idea estaba muy arraigada en la mentalidad represora de los hispanos, Viqueira recoge un dato donde el “clérigo Doctor Pedraza, afirmó que había visto al diablo en una pulquería”, ¿qué andaba haciendo tan santo señor en un “centro de vicio” para darse cuenta de la satánica visión?

Marginalidad, y alboroto. Durante la Colonia las pulquerías no solo eran consideradas como centros donde había desordenes, se fomentaba el vicio y el pecado al decir de las autoridades virreinales, sino que lo más peligroso era la reunión de gente con decepciones, rabias contenidas, impotencia contra la autoridad, esa marginalidad daba cabida a solidaridades no manifiestas, pero sí latentes, lo que pudiera dar pie a subversiones o rebeliones.

Evidentemente un conflicto de intereses se presentaba, el moral y el económico, pues el pulque generaba ingresos considerables a las Reales Arcas, y al Diezmo Clerical, por lo que inhibir la venta y por consiguiente el consumo era atentatorio contra sus intereses, solo quedaba por reprimir “los desórdenes y excesos” que se suscitaban en los establecimientos donde se expendía el pulque. El Corregidor Don Francisco Sáinz, el 14 de julio de 1664 mandó tirar el pulque en la Ciudad de México. Un año después por mandato Real, a partir de ese momento los impuestos generados por el pulque se enviarían a España.

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El 8 de junio de 1692, el pueblo hambriento se amotinó y destruyó parte del Palacio Virreinal, Sigüenza y Góngora hace la cónica de este suceso manifestando que “al calor de la bebida es donde se empezaron a envalentonar los indios y castas, para acabar amotinándose”. (Alboroto y motín… 1992).

Lo anterior trajo consigo que el año siguiente se prohibiera la venta y el consumo del pulque en la Ciudad de México, no obstante que el Rey derogó esta disposición el Virrey no la acató sino hasta 1697, los razonamientos reales eran de que el Protomedicato tenia a la bebida como de “intrínseca bondad”, siempre y cuando no estuviera mezclada, y por supuesto el económico toda vez que los impuestos estaban siendo aplicados para la “manutención de la Armada de Barlovento”.

Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Agosto de MMXXIII.


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