/ jueves 13 de julio de 2023

La pluma y la espada: Manuel Altamirano

Cartografía del tiempo y la memoria


Tercera entrega, de los periodistas, poetas y escritores en el Sitio de Querétaro de 1867. En esta ocasión la semblanza de un escritor, abogado, coronel y docente Manuel Altamirano es el nexo entre la generación del liberalismo ilustrado, cuyas figuras representativas eran por Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio y la generación de los jóvenes escritores como Justo Sierra, Ángel de Campo, Manuel M. Flores, Juan de Dios Peza y Manuel Acuña. Altamirano se había instruido en el Instituto literario de Toluca, gracias a una beca de Ignacio Ramírez. Más tarde estudia leyes en el Colegio de San Juan de Letrán. Las circunstancias políticas y sociales en que se desenvuelve la nación le impulsan a tomar parte en la Revolución de Ayutla, en congruencia con sus ideales. Combatió contra la invasión francesa y el imperio de Maximiliano de Habsburgo.

En su hoja de servicios aparece la toma de Cuernavaca y Tlalpa; es promovido a coronel el 12 de octubre de 1865. “En 1866, a la cabeza de una brigada de caballería del Sur, ganó la acción de Tierra Blanca, contra el coronel Ortiz de la Peña, quien fue completamente derrotado, y dejó en poder de Altamirano un convoy de guerra y trescientos prisioneros. Tres días después, batió al coronel imperialista Carranza, quedando muerto en la acción el jefe Villagrán en los Hornos.” Altamirano fue el primero que ocupó el Valle de México a la cabeza de 500 jinetes, tomando posesión de la plaza de Tlalpan a cuatro leguas de la capital del Imperio. De allí marchó a Querétaro en marzo de 1867, cuando ocupaba ya esta plaza Maximiliano con su ejército. A las órdenes de los generales republicanos Riva Palacio y Jiménez, tomó parte en varios combates donde obtuvo honoríficas recomendaciones del general Escobedo; entre ellas acción del Cimatario efectuada el 27 de abril de 1867, en donde en compañía del coronel Doria con una columna de caballería rechazaron a otra imperialista, compuesta de Húsares, Regimiento de la emperatriz y Policía a caballo. “El día 1o. de mayo, y bajo las órdenes del bravo general suriano Jiménez, tomó parte en el heroico combate de Callejas, el más brillante del sitio de Querétaro, y fue recomendado en la orden general del ejército, como un héroe.”

En el cerco de Querétaro – 1867. Altamirano formaba parte de la División del Sur que comandaba el general Vicente Jiménez y que operaba con el general Vicente Riva Palacio, durante el Sitio de 1867. Los puntos que defendían era la garita de México y la línea que se prolongaba hasta la hacienda de Callejas; el segundo en las laderas del Cimatario.

Un encuentro en Carretas. El general Corona llegó al campo de Riva Palacio la noche del 26 de abril, con el fin de cambiar impresiones. Después de informarse continuó una charla alegre y amena hasta la madrugada. Por lo cual Corona se quedó a dormir en la hacienda de Carretas, en esa sobremesa se encontraba también Altamirano. Las ráfagas y el estruendo de la artillería se escuchaban por rumbo de la garita. Un poco después advirtieron que en el Cimatario se desarrollaban una cruenta batalla. Los dos generales y el coronel montaron con rapidez sus caballos para dirigir las acciones en sus respectivos puntos.

Combate en la garita de México y Callejas. El cañoneo de las baterías de la Cruz que se respondía por la de la garita; el punto estaba defendido por las tropas del sur, a las órdenes del general Vicente Jiménez. Altamirano escribe: “Al montar el caballo en la hacienda de Carretas, llena entonces de soldados, vi al general Corona que hacía lo mismo y partía seguido de su escolta de veinticinco jinetes vestidos de cuero. Como llevábamos el mismo rumbo, me uní a él y así recorrimos la pequeña distancia que hay de Carretas a la garita. Al llegar allí y cuando me separaba del general, dirigiéndole un simple saludo para entrar al patio de la garita, me dijo rápidamente: `Diga usted al general Jiménez que se sostenga y que pronto será auxiliado´. Era seguro que el general Corona se dirigía al Cimatario no tanto para vigilar esa línea que no suponía atacada, sino para enviar a Jiménez los refuerzos que eran necesarios. Yo entré en la garita y me puse a las órdenes del general Jiménez, que valiente y sereno, como lo ha sido siempre, estaba con la espada en la mano animando a sus tropas al pie de los parapetos, y rodeado de los oficiales de su estado mayor.”

El ejército del sur rechazó por varias ocasiones a las fuerzas del general Castillo y del cañoneo intenso que llovía sobre la garita proveniente de la Cruz. “En los demás puestos importantes de nuestra línea de la garita a la hacienda de Callejas se hallaban defendiendo nuestras fortificaciones y rechazado el asalto el coronel Vicente Villada con un batallón de Michoacán, el coronel Franco, con cosa de doscientos hombres de Guanajuato, y el coronel Carrillo con un batallón de División de México.”

Altamirano junto con los generales Vélez, Jiménez y Chavarría, “salpicados de sesos de trozos de carne y de sangre”; junto con sus tropas aguantaban los embates que provenían desde un llano cubierto de órganos; toques de carga, imprecaciones, la metralla que barría como serpiente rojiza; “Fueron diez minutos de fuego a quemarropa y de carnicería, en el que no se escuchaba sino el ruido confuso de una granizada de tiros, el toque de las cornetas y tambores, el chasquido de las bayonetas, las blasfemias de los soldados y el grito ronco de los jefes”.

¡Diana! Hasta que los imperialistas se retiraron en dispersión, desechos a la Cruz y San Francisquito, dejando “la calle alfombrada de cadáveres.” “El general Jiménez mandó tocar diana en toda la línea y nuestras pobres músicas del sur celebraron la victoria tocando el himno nacional, mientras que se recogían los cuerpos de los valientes…” Altamirano se dirige a las colinas del Cimatario para enterarse de la situación, lo acompañan doscientos jinetes del coronel Figueroa. De inmediato es atacado con granadas que lanzan los imperialistas que habían hecho retroceder y huir a los republicanos en ese punto. El general Jiménez diría más tarde: “Me tocó en suerte, ¿por qué no decirlo?, reconquistar la posición y derrotar las tropas de la salida enemiga, mandadas personalmente por Maximiliano, Miramón, Mejía y Méndez; y esto con un solo puñado de valientes de la República, a cuyo frente se encontraron (me es muy grato consignarlo) los hoy generales don Pedro Yépez y don José Montesinos. En los momentos más reñidos del combate, cuando una tromba de balas silbaba sobre nuestras cabezas, el bravo e incomparable, el sublime Altamirano, pie a tierra, cubierto de polvo y de sangre, ¡me acordaré toda la vida!, se me presentó armado de un rifle y me dijo: –Hermano, a tus órdenes quiero cumplir con el deber de mexicano y morir por mi Patria. Permíteme que vaya a ocupar un lugar entre tus tiradores de vanguardia”.

Indio sureño y archiduque austriaco. “Cuando visité al pobre Maximiliano en su prisión de la Cruz en Querétaro el día 16 de mayo de ese mismo año, [1867] estaba él enfermo de disentería. Yo también. `Tome usted esa agua´ –me dijo–, y nunca sufrirá del estómago.

Yo seguí el consejo, no conocía el uso del agua de Seltz, había estado en las montañas durante cuatro años y en ese tiempo, con la invasión, se introdujo en México el uso de este líquido digestivo.”

Maestro, periodista, escritor y cónsul. Tomada la plaza de Querétaro y después la de México, Altamirano se retira del ejército, alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar, pero lo inspiraba más bien el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”. Una vez restaurada la República, declaró: “mi misión con la espada ha terminado” y se consagró enteramente a las letras. Aquel indígena nacido en Tixtla al parecer un 13 de noviembre de 1834, que en los tiempos de Santa Anna daba clases de francés y servía como bibliotecario y que en 1852 publicó su primer periódico, Los Papachos, por el cual fue expulsado del Instituto. Aquel joven menudo de piel oscura y alborotada cabellera que viajaba en un grupo de cómicos de la legua por pueblos y ciudades de Morelos.

Fue nombrado en las elecciones generales, ministro fiscal de la Suprema Corte de Justicia y procurador General de la Nación. Altamirano fue maestro en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Comercio, en la de Jurisprudencia y en la Nacional de Maestros en donde impartió clases de Derecho Administrativo, de Historia General y de México, de Historia de la Filosofía. Como servidor público, Altamirano fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia, oficial Mayor de la Secretaría de Fomento, diputado, cónsul en España y representante de México en diversos eventos de carácter internacional. Fue secretario y vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Como periodista, funda junto con don Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, el periódico El Correo de México. Funda los periódicos El Federalista (1871) y La Tribuna (1875), establece la primera Asociación Mutualista de Escritores, siendo él mismo presidente y Francisco Sosa el secretario, publicó La República (1880) periódico consagrado a defender los intereses de las clases trabajadoras. Altamirano reúne a escritores, tanto liberales como conservadores, para crear la revista literaria El Renacimiento, con el objetivo de dar nuevo impulso a las letras nacionales y organiza una serie de “Veladas Literarias” en su domicilio. Como escritor, sus poemas, particularmente los correspondientes a su juventud, se relacionan con los temas amorosos y patrióticos, identificándose con el romanticismo. En cuanto a la narrativa, Altamirano dejó entre sus obras más conocidas: Clemencia, considerada como la primera novela moderna de México; Navidad en las montañas y El Zarco.

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Nació un día 13 y murió en otro 13. Altamirano falleció el lunes 13 de febrero de 1893 en San Remo, Italia hallándose en Europa por comisión de Porfirio Díaz en el Consulado de México en Barcelona y después en el de Francia. Sus cenizas fueron colocadas en una urna metálica; Joaquín Casasús, yerno de Altamirano. Las llevó a París, Nueva York, Veracruz y, finalmente, a la Ciudad de México, donde fueron depositadas en la capilla de José María Iglesias, y luego en la que hizo levantar Catalina Altamirano, en el Panteón de la Piedad; en 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, se condujeron con honores a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón de Dolores, de la capital mexicana.


Desde Anbanica - Teocalhueyacan. Julio de MMXXIII.


Tercera entrega, de los periodistas, poetas y escritores en el Sitio de Querétaro de 1867. En esta ocasión la semblanza de un escritor, abogado, coronel y docente Manuel Altamirano es el nexo entre la generación del liberalismo ilustrado, cuyas figuras representativas eran por Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio y la generación de los jóvenes escritores como Justo Sierra, Ángel de Campo, Manuel M. Flores, Juan de Dios Peza y Manuel Acuña. Altamirano se había instruido en el Instituto literario de Toluca, gracias a una beca de Ignacio Ramírez. Más tarde estudia leyes en el Colegio de San Juan de Letrán. Las circunstancias políticas y sociales en que se desenvuelve la nación le impulsan a tomar parte en la Revolución de Ayutla, en congruencia con sus ideales. Combatió contra la invasión francesa y el imperio de Maximiliano de Habsburgo.

En su hoja de servicios aparece la toma de Cuernavaca y Tlalpa; es promovido a coronel el 12 de octubre de 1865. “En 1866, a la cabeza de una brigada de caballería del Sur, ganó la acción de Tierra Blanca, contra el coronel Ortiz de la Peña, quien fue completamente derrotado, y dejó en poder de Altamirano un convoy de guerra y trescientos prisioneros. Tres días después, batió al coronel imperialista Carranza, quedando muerto en la acción el jefe Villagrán en los Hornos.” Altamirano fue el primero que ocupó el Valle de México a la cabeza de 500 jinetes, tomando posesión de la plaza de Tlalpan a cuatro leguas de la capital del Imperio. De allí marchó a Querétaro en marzo de 1867, cuando ocupaba ya esta plaza Maximiliano con su ejército. A las órdenes de los generales republicanos Riva Palacio y Jiménez, tomó parte en varios combates donde obtuvo honoríficas recomendaciones del general Escobedo; entre ellas acción del Cimatario efectuada el 27 de abril de 1867, en donde en compañía del coronel Doria con una columna de caballería rechazaron a otra imperialista, compuesta de Húsares, Regimiento de la emperatriz y Policía a caballo. “El día 1o. de mayo, y bajo las órdenes del bravo general suriano Jiménez, tomó parte en el heroico combate de Callejas, el más brillante del sitio de Querétaro, y fue recomendado en la orden general del ejército, como un héroe.”

En el cerco de Querétaro – 1867. Altamirano formaba parte de la División del Sur que comandaba el general Vicente Jiménez y que operaba con el general Vicente Riva Palacio, durante el Sitio de 1867. Los puntos que defendían era la garita de México y la línea que se prolongaba hasta la hacienda de Callejas; el segundo en las laderas del Cimatario.

Un encuentro en Carretas. El general Corona llegó al campo de Riva Palacio la noche del 26 de abril, con el fin de cambiar impresiones. Después de informarse continuó una charla alegre y amena hasta la madrugada. Por lo cual Corona se quedó a dormir en la hacienda de Carretas, en esa sobremesa se encontraba también Altamirano. Las ráfagas y el estruendo de la artillería se escuchaban por rumbo de la garita. Un poco después advirtieron que en el Cimatario se desarrollaban una cruenta batalla. Los dos generales y el coronel montaron con rapidez sus caballos para dirigir las acciones en sus respectivos puntos.

Combate en la garita de México y Callejas. El cañoneo de las baterías de la Cruz que se respondía por la de la garita; el punto estaba defendido por las tropas del sur, a las órdenes del general Vicente Jiménez. Altamirano escribe: “Al montar el caballo en la hacienda de Carretas, llena entonces de soldados, vi al general Corona que hacía lo mismo y partía seguido de su escolta de veinticinco jinetes vestidos de cuero. Como llevábamos el mismo rumbo, me uní a él y así recorrimos la pequeña distancia que hay de Carretas a la garita. Al llegar allí y cuando me separaba del general, dirigiéndole un simple saludo para entrar al patio de la garita, me dijo rápidamente: `Diga usted al general Jiménez que se sostenga y que pronto será auxiliado´. Era seguro que el general Corona se dirigía al Cimatario no tanto para vigilar esa línea que no suponía atacada, sino para enviar a Jiménez los refuerzos que eran necesarios. Yo entré en la garita y me puse a las órdenes del general Jiménez, que valiente y sereno, como lo ha sido siempre, estaba con la espada en la mano animando a sus tropas al pie de los parapetos, y rodeado de los oficiales de su estado mayor.”

El ejército del sur rechazó por varias ocasiones a las fuerzas del general Castillo y del cañoneo intenso que llovía sobre la garita proveniente de la Cruz. “En los demás puestos importantes de nuestra línea de la garita a la hacienda de Callejas se hallaban defendiendo nuestras fortificaciones y rechazado el asalto el coronel Vicente Villada con un batallón de Michoacán, el coronel Franco, con cosa de doscientos hombres de Guanajuato, y el coronel Carrillo con un batallón de División de México.”

Altamirano junto con los generales Vélez, Jiménez y Chavarría, “salpicados de sesos de trozos de carne y de sangre”; junto con sus tropas aguantaban los embates que provenían desde un llano cubierto de órganos; toques de carga, imprecaciones, la metralla que barría como serpiente rojiza; “Fueron diez minutos de fuego a quemarropa y de carnicería, en el que no se escuchaba sino el ruido confuso de una granizada de tiros, el toque de las cornetas y tambores, el chasquido de las bayonetas, las blasfemias de los soldados y el grito ronco de los jefes”.

¡Diana! Hasta que los imperialistas se retiraron en dispersión, desechos a la Cruz y San Francisquito, dejando “la calle alfombrada de cadáveres.” “El general Jiménez mandó tocar diana en toda la línea y nuestras pobres músicas del sur celebraron la victoria tocando el himno nacional, mientras que se recogían los cuerpos de los valientes…” Altamirano se dirige a las colinas del Cimatario para enterarse de la situación, lo acompañan doscientos jinetes del coronel Figueroa. De inmediato es atacado con granadas que lanzan los imperialistas que habían hecho retroceder y huir a los republicanos en ese punto. El general Jiménez diría más tarde: “Me tocó en suerte, ¿por qué no decirlo?, reconquistar la posición y derrotar las tropas de la salida enemiga, mandadas personalmente por Maximiliano, Miramón, Mejía y Méndez; y esto con un solo puñado de valientes de la República, a cuyo frente se encontraron (me es muy grato consignarlo) los hoy generales don Pedro Yépez y don José Montesinos. En los momentos más reñidos del combate, cuando una tromba de balas silbaba sobre nuestras cabezas, el bravo e incomparable, el sublime Altamirano, pie a tierra, cubierto de polvo y de sangre, ¡me acordaré toda la vida!, se me presentó armado de un rifle y me dijo: –Hermano, a tus órdenes quiero cumplir con el deber de mexicano y morir por mi Patria. Permíteme que vaya a ocupar un lugar entre tus tiradores de vanguardia”.

Indio sureño y archiduque austriaco. “Cuando visité al pobre Maximiliano en su prisión de la Cruz en Querétaro el día 16 de mayo de ese mismo año, [1867] estaba él enfermo de disentería. Yo también. `Tome usted esa agua´ –me dijo–, y nunca sufrirá del estómago.

Yo seguí el consejo, no conocía el uso del agua de Seltz, había estado en las montañas durante cuatro años y en ese tiempo, con la invasión, se introdujo en México el uso de este líquido digestivo.”

Maestro, periodista, escritor y cónsul. Tomada la plaza de Querétaro y después la de México, Altamirano se retira del ejército, alguna vez declaró que le agradaba la carrera militar, pero lo inspiraba más bien el ideal renacentista del “hombre de armas y letras”. Una vez restaurada la República, declaró: “mi misión con la espada ha terminado” y se consagró enteramente a las letras. Aquel indígena nacido en Tixtla al parecer un 13 de noviembre de 1834, que en los tiempos de Santa Anna daba clases de francés y servía como bibliotecario y que en 1852 publicó su primer periódico, Los Papachos, por el cual fue expulsado del Instituto. Aquel joven menudo de piel oscura y alborotada cabellera que viajaba en un grupo de cómicos de la legua por pueblos y ciudades de Morelos.

Fue nombrado en las elecciones generales, ministro fiscal de la Suprema Corte de Justicia y procurador General de la Nación. Altamirano fue maestro en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Comercio, en la de Jurisprudencia y en la Nacional de Maestros en donde impartió clases de Derecho Administrativo, de Historia General y de México, de Historia de la Filosofía. Como servidor público, Altamirano fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia, oficial Mayor de la Secretaría de Fomento, diputado, cónsul en España y representante de México en diversos eventos de carácter internacional. Fue secretario y vicepresidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Como periodista, funda junto con don Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto, el periódico El Correo de México. Funda los periódicos El Federalista (1871) y La Tribuna (1875), establece la primera Asociación Mutualista de Escritores, siendo él mismo presidente y Francisco Sosa el secretario, publicó La República (1880) periódico consagrado a defender los intereses de las clases trabajadoras. Altamirano reúne a escritores, tanto liberales como conservadores, para crear la revista literaria El Renacimiento, con el objetivo de dar nuevo impulso a las letras nacionales y organiza una serie de “Veladas Literarias” en su domicilio. Como escritor, sus poemas, particularmente los correspondientes a su juventud, se relacionan con los temas amorosos y patrióticos, identificándose con el romanticismo. En cuanto a la narrativa, Altamirano dejó entre sus obras más conocidas: Clemencia, considerada como la primera novela moderna de México; Navidad en las montañas y El Zarco.

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Nació un día 13 y murió en otro 13. Altamirano falleció el lunes 13 de febrero de 1893 en San Remo, Italia hallándose en Europa por comisión de Porfirio Díaz en el Consulado de México en Barcelona y después en el de Francia. Sus cenizas fueron colocadas en una urna metálica; Joaquín Casasús, yerno de Altamirano. Las llevó a París, Nueva York, Veracruz y, finalmente, a la Ciudad de México, donde fueron depositadas en la capilla de José María Iglesias, y luego en la que hizo levantar Catalina Altamirano, en el Panteón de la Piedad; en 1934, al cumplirse el centenario de su nacimiento, se condujeron con honores a la Rotonda de los Hombres Ilustres, en el Panteón de Dolores, de la capital mexicana.


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