/ jueves 8 de diciembre de 2022

Ecos de la vida cotidiana, voces de la ciudad

Cartografía del tiempo y la memoria

Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas sientes que te van pisando los pasos. Oyes […] voces ya muy desgastadas por el uso. Todo eso escuchas. Pienso que llegará el día en que esos sonidos se apaguen.

Juan Rulfo.

Abordaje: Las voces del pueblo en el pregón callejero: ¡canto y plegaria! Ese “hablar en voz alta” que se escuchaban por las calles de Querétaro ha tenido cambios y transformaciones a través de los años, algunas se perdieron por los avatares del tiempo y las transformaciones de las sociedades; otras persisten en las inercias de la posmodernidad a las que se le han agregado nuevas mercadotecnias. La manera de intercambiar productos, de ejercer el arte del trueque, la tranza y el comercio han cambiado y evolucionado por fenómenos diversos. En la breve descripción atenderemos las pláticas de los abuelos, la propia experiencia y nos apoyaremos de las viejas crónicas, para evocar las estampas de la verbena vocinglera.

La plaza y su algarabía. Durante muchos años el espacio urbano que ocupan la plaza de arriba y la plaza de abajo (Plaza de Armas y Jardín Zenea) fue el eje del comercio así, como el lugar simbólico del poder y la autoridad civil y religiosa en la ciudad de Querétaro. En las calles adyacentes se encontraban diversos establecimientos comerciales y los mercados públicos. Para los vecinos representaba el lugar del encuentro y la sociabilización. Los jueves y los sábados (y días festivos) se organizaba el comercio en las plazas, donde se ofertaban infinidad de productos. Para tener una idea de estos espacios hay que recurrir a Guillermo Prieto, quien nos dejó una estampa del movimiento y la algarabía que se presentaba en el centro de nuestra ciudad al mediar el siglo decimonono. “La plaza de abajo y sus avenidas se inundan de gente conforme crece el día, los mil vendedores se dividen en hileras simétricas sus asientos, dando cierta homogeneidad a las mercancías; improvísense puestos que protegen con sus sombras a los comerciantes. Elevándose los toldos con sarapes, frazadas y lienzos de todos colores que a lo lejos forman caprichosísimos matices, acude el gentío, crece la algazara, y cada puesto, cada familia, cada persona, parece agitada por una actividad febril: se mide maíz, se varean géneros, se experimentan las cometas y tambores de los chicos, se oye a lo lejos la relación de un ciego, el rebuznar· de los pollinos, y todo cubierto, mezclado y como desencadenado y lanzado en dispersión por los repiques de las campanas, el tronar de las cámaras, el pífano y el tamboril del músico indígena.”

Pregones callejeros. De extremo a extremo de la ciudad, desde el barrio de la Cruz hasta la Calzada de Belén y Santa Ana; desde la Otra Banda hasta la Alameda, se escuchaban los ecos y sonidos de los vendedores ambulantes. Los productos y los pregones eran diferentes en la mañana. tarde y noche, debido a la singularidad de las mercaderías. En las primeras cuatro décadas del siglo XX por aquellas calles sinuosas y empedradas se podía escuchar por las mañanas: a las atoleras en tríos o dúos llamando la atención de los parroquianos. “¡Atole blanco! ¡tengo de tequesquite o de cáscara! ¡Acá champurrado!”. Los rancheros con sus entregas de leche, queso, jocoque, nata y crema; ¡la voz aguda del “icarbonsióóóó! alpiste para los pájaros”. Los vendedores de leche de chiva o de burra, con los animales provedores del blanco líquido en la diestra, mientras que con la siniestra empuñaban el jarro a tres centavos. En los alrededores de los mercados y en las bifurcaciones de las calles deambulaban aquellos comerciantes que ofrecían los “¡huevos de cocona!”. El jarro de aguamiel o pulque “¡a cinco o seis centavos!”. En los zaguanes se filtraba la voz tiple “¡compran leña de encinooo!” Y como reclamo: “¡Jabón de Rosas!”. Se percibían cantos con acento: “¡Requesón y melado bueno! ¡Turrón!”. El barítono dejando sus notas vibrando: “¡Tierra negra con hoja ¡Pá las macetassssssl!”

Al mediodía: la frutera con sus jícamas "de aaaagua" y su voz de soprano añadiendo: “¡piñón calaaandrío! ¡Mercarán tunas!”. El vendedor de tierra dentro con una tabla sobre la cabeza gritando: “¡cecina regüenaaaaal”. Mujeres de Santa María, de Carrillo o de San Pablo, de puerta en puerta, vendiendo tortillas, gorditas enchiladas, calabazas, nopales y recaudos: “Pá el caldo de gallina. ¡Mecateeees! ¿quiere mecateeees?”. En la tarde-noche, el heladero con sus cajones de madera; el nevero con sus cilindros de hoja de lata con el mantecado aderezado con trocitos de biznaga, pasas y nueces; sumergidos en una cuba con hielo y sal en grano. Entre estos comerciantes extinguidos estaba el que vendía las frutas de horno y bizcochería; los gelatineros que exhibían y transportaban sus coloridos y temblorosos productos en cajitas de vidrio y lámina. Los vendedores de pilones de azúcar con canela y de pinole, portaban sus tablas rebozadas adornos multicolores de papel de china. El "tamalero poeta" que improvisaba versos oportunos e ingeniosos dedicados al comprador o a los transeúntes. "No te peines a la moda /que le ves muy copetona”. Los vendedores de empanadas, bizcochos y panecillos de hojaldre, también cantaban sus cancioncillas, algunas veces con un toque de picardía: “Métete de la ventana porque te dirán rogona: / recógete ya en tu cama / que ya viene la llorona”. También hay que recordar “A DON PORFIRIO el gritón, / Que muy noche salía andar/ Gritando si descansar, / JICAMAS NUEZ Y PIÑON. / En la cabeza llevaba / PALANGANA bien repleta; / Calzón de manta usaba; / Un Gabán se lo embrocaba. / Su grito muy bien se oía En distintas direcciones; / Y cuando NOVIOS veía. / Gracioso siempre decía: / "LA NIÑA QUIERE PIÑONES" [Casti, M. 1947].

Personajes urbanos. Personajes populares lo fueron el señor de las gorditas de cuajada que dio origen a una leyenda, los viejos recordaban todavía al personaje legendario que recorría las calles empedradas con su pregón; sobre todo en los días lluviosos, desaparecía de pronto y su grito se escuchaba a lo lejos… por supuesto el vendedor de los “gallitos” que ofrecía su azucarada mercancía con voz plañidera y portaba un grueso carrizo, donde estaban encajadas las varitas. Los merengueros que eran populares entre los estudiantes por los “bolados” ¡águila o sol! “El señor de las cien luces” que vendía por las callejuelas los cerillos de a centavo. Los buhoneros y varilleros cargados de una variedad de objetos; espejos, coloridas botellitas de esencias, pomadas, bisutería, anillo y pulseras de pacotilla. Los pajareros que se detenían de esquina en esquina, gritaban los nombres de las aves canoras ¡Traigo clarines, cenzontles, calandrias, gorriones, canarios, pericos australianos y cotorras huastecas! Cuando se alejaban dejaban tras de sí un eco de grajeos, cantos y chillidos.

Los vendedores de billetes de lotería; “¡Peeeeguele al gordoooo!” Con el consabido, “¡este es el bueno!, ahora si le pega; este es su día de suerte, si no compra, no gana. Es el último cachito, el huerfanito. ¡Mire que número: termina en seis y nueve!”. Intercambio monetario por sueños surgidos de presagios, “latidos”, toda una ciencia popular que construía sus propias cábalas y sistemas de numerología. La esperanza dejada en manos de San Juditas, San Martín Caballero, “danos salud, ¡danos dinero”! O de plano en Santa Rita de Casia –abogada de las causas imposibles-. Otros personajes fueron los afiladores con su característico silbato y voz en cuello; ¡El afilador! Desbastando tijeras, cuchillos, machetes, de manera mágica producía estrellas al pasar el metal por el esmeril o la lima; ante la mirada atónita de los chicuelos. Los soldadores con su cautín y otros artefactos ennegrecidos y el grito ¡aaaaalgo que soldar! Por supuesto el barbero con una silla de tijera al hombro y en la espalda los avíos para el corte de pelo; en otros tiempos remotos hacía sangrías con sanguijuelas y por un tlaco, sacaba una muela. El pregón con el que se anunciaba la mercancía de los comercios establecidos –sobre todo para las fiestas decembrinas y de Pascua-. La venta de los gritones que ofrecían los semanarios y después de los dos primeros diarios que hubo en la ciudad. El anuncio del circo: “¡Ven Vamos! ¡Al circo Atayde Hermanos!”.

En la próxima entrega, culminaremos con esta andanza de gritos, susurros y pregones.



Desde Anbanica - Teocalhueyacan.

Diciembre de MMXXII.

Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas sientes que te van pisando los pasos. Oyes […] voces ya muy desgastadas por el uso. Todo eso escuchas. Pienso que llegará el día en que esos sonidos se apaguen.

Juan Rulfo.

Abordaje: Las voces del pueblo en el pregón callejero: ¡canto y plegaria! Ese “hablar en voz alta” que se escuchaban por las calles de Querétaro ha tenido cambios y transformaciones a través de los años, algunas se perdieron por los avatares del tiempo y las transformaciones de las sociedades; otras persisten en las inercias de la posmodernidad a las que se le han agregado nuevas mercadotecnias. La manera de intercambiar productos, de ejercer el arte del trueque, la tranza y el comercio han cambiado y evolucionado por fenómenos diversos. En la breve descripción atenderemos las pláticas de los abuelos, la propia experiencia y nos apoyaremos de las viejas crónicas, para evocar las estampas de la verbena vocinglera.

La plaza y su algarabía. Durante muchos años el espacio urbano que ocupan la plaza de arriba y la plaza de abajo (Plaza de Armas y Jardín Zenea) fue el eje del comercio así, como el lugar simbólico del poder y la autoridad civil y religiosa en la ciudad de Querétaro. En las calles adyacentes se encontraban diversos establecimientos comerciales y los mercados públicos. Para los vecinos representaba el lugar del encuentro y la sociabilización. Los jueves y los sábados (y días festivos) se organizaba el comercio en las plazas, donde se ofertaban infinidad de productos. Para tener una idea de estos espacios hay que recurrir a Guillermo Prieto, quien nos dejó una estampa del movimiento y la algarabía que se presentaba en el centro de nuestra ciudad al mediar el siglo decimonono. “La plaza de abajo y sus avenidas se inundan de gente conforme crece el día, los mil vendedores se dividen en hileras simétricas sus asientos, dando cierta homogeneidad a las mercancías; improvísense puestos que protegen con sus sombras a los comerciantes. Elevándose los toldos con sarapes, frazadas y lienzos de todos colores que a lo lejos forman caprichosísimos matices, acude el gentío, crece la algazara, y cada puesto, cada familia, cada persona, parece agitada por una actividad febril: se mide maíz, se varean géneros, se experimentan las cometas y tambores de los chicos, se oye a lo lejos la relación de un ciego, el rebuznar· de los pollinos, y todo cubierto, mezclado y como desencadenado y lanzado en dispersión por los repiques de las campanas, el tronar de las cámaras, el pífano y el tamboril del músico indígena.”

Pregones callejeros. De extremo a extremo de la ciudad, desde el barrio de la Cruz hasta la Calzada de Belén y Santa Ana; desde la Otra Banda hasta la Alameda, se escuchaban los ecos y sonidos de los vendedores ambulantes. Los productos y los pregones eran diferentes en la mañana. tarde y noche, debido a la singularidad de las mercaderías. En las primeras cuatro décadas del siglo XX por aquellas calles sinuosas y empedradas se podía escuchar por las mañanas: a las atoleras en tríos o dúos llamando la atención de los parroquianos. “¡Atole blanco! ¡tengo de tequesquite o de cáscara! ¡Acá champurrado!”. Los rancheros con sus entregas de leche, queso, jocoque, nata y crema; ¡la voz aguda del “icarbonsióóóó! alpiste para los pájaros”. Los vendedores de leche de chiva o de burra, con los animales provedores del blanco líquido en la diestra, mientras que con la siniestra empuñaban el jarro a tres centavos. En los alrededores de los mercados y en las bifurcaciones de las calles deambulaban aquellos comerciantes que ofrecían los “¡huevos de cocona!”. El jarro de aguamiel o pulque “¡a cinco o seis centavos!”. En los zaguanes se filtraba la voz tiple “¡compran leña de encinooo!” Y como reclamo: “¡Jabón de Rosas!”. Se percibían cantos con acento: “¡Requesón y melado bueno! ¡Turrón!”. El barítono dejando sus notas vibrando: “¡Tierra negra con hoja ¡Pá las macetassssssl!”

Al mediodía: la frutera con sus jícamas "de aaaagua" y su voz de soprano añadiendo: “¡piñón calaaandrío! ¡Mercarán tunas!”. El vendedor de tierra dentro con una tabla sobre la cabeza gritando: “¡cecina regüenaaaaal”. Mujeres de Santa María, de Carrillo o de San Pablo, de puerta en puerta, vendiendo tortillas, gorditas enchiladas, calabazas, nopales y recaudos: “Pá el caldo de gallina. ¡Mecateeees! ¿quiere mecateeees?”. En la tarde-noche, el heladero con sus cajones de madera; el nevero con sus cilindros de hoja de lata con el mantecado aderezado con trocitos de biznaga, pasas y nueces; sumergidos en una cuba con hielo y sal en grano. Entre estos comerciantes extinguidos estaba el que vendía las frutas de horno y bizcochería; los gelatineros que exhibían y transportaban sus coloridos y temblorosos productos en cajitas de vidrio y lámina. Los vendedores de pilones de azúcar con canela y de pinole, portaban sus tablas rebozadas adornos multicolores de papel de china. El "tamalero poeta" que improvisaba versos oportunos e ingeniosos dedicados al comprador o a los transeúntes. "No te peines a la moda /que le ves muy copetona”. Los vendedores de empanadas, bizcochos y panecillos de hojaldre, también cantaban sus cancioncillas, algunas veces con un toque de picardía: “Métete de la ventana porque te dirán rogona: / recógete ya en tu cama / que ya viene la llorona”. También hay que recordar “A DON PORFIRIO el gritón, / Que muy noche salía andar/ Gritando si descansar, / JICAMAS NUEZ Y PIÑON. / En la cabeza llevaba / PALANGANA bien repleta; / Calzón de manta usaba; / Un Gabán se lo embrocaba. / Su grito muy bien se oía En distintas direcciones; / Y cuando NOVIOS veía. / Gracioso siempre decía: / "LA NIÑA QUIERE PIÑONES" [Casti, M. 1947].

Personajes urbanos. Personajes populares lo fueron el señor de las gorditas de cuajada que dio origen a una leyenda, los viejos recordaban todavía al personaje legendario que recorría las calles empedradas con su pregón; sobre todo en los días lluviosos, desaparecía de pronto y su grito se escuchaba a lo lejos… por supuesto el vendedor de los “gallitos” que ofrecía su azucarada mercancía con voz plañidera y portaba un grueso carrizo, donde estaban encajadas las varitas. Los merengueros que eran populares entre los estudiantes por los “bolados” ¡águila o sol! “El señor de las cien luces” que vendía por las callejuelas los cerillos de a centavo. Los buhoneros y varilleros cargados de una variedad de objetos; espejos, coloridas botellitas de esencias, pomadas, bisutería, anillo y pulseras de pacotilla. Los pajareros que se detenían de esquina en esquina, gritaban los nombres de las aves canoras ¡Traigo clarines, cenzontles, calandrias, gorriones, canarios, pericos australianos y cotorras huastecas! Cuando se alejaban dejaban tras de sí un eco de grajeos, cantos y chillidos.

Los vendedores de billetes de lotería; “¡Peeeeguele al gordoooo!” Con el consabido, “¡este es el bueno!, ahora si le pega; este es su día de suerte, si no compra, no gana. Es el último cachito, el huerfanito. ¡Mire que número: termina en seis y nueve!”. Intercambio monetario por sueños surgidos de presagios, “latidos”, toda una ciencia popular que construía sus propias cábalas y sistemas de numerología. La esperanza dejada en manos de San Juditas, San Martín Caballero, “danos salud, ¡danos dinero”! O de plano en Santa Rita de Casia –abogada de las causas imposibles-. Otros personajes fueron los afiladores con su característico silbato y voz en cuello; ¡El afilador! Desbastando tijeras, cuchillos, machetes, de manera mágica producía estrellas al pasar el metal por el esmeril o la lima; ante la mirada atónita de los chicuelos. Los soldadores con su cautín y otros artefactos ennegrecidos y el grito ¡aaaaalgo que soldar! Por supuesto el barbero con una silla de tijera al hombro y en la espalda los avíos para el corte de pelo; en otros tiempos remotos hacía sangrías con sanguijuelas y por un tlaco, sacaba una muela. El pregón con el que se anunciaba la mercancía de los comercios establecidos –sobre todo para las fiestas decembrinas y de Pascua-. La venta de los gritones que ofrecían los semanarios y después de los dos primeros diarios que hubo en la ciudad. El anuncio del circo: “¡Ven Vamos! ¡Al circo Atayde Hermanos!”.

En la próxima entrega, culminaremos con esta andanza de gritos, susurros y pregones.



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