/ miércoles 12 de septiembre de 2018

El concurso de ortografía II

Aquí no hay palabras definitivas, no hay buenos ni malos, lo que hay es una búsqueda de algo que ni siquiera quisiera llamar “verdad”, porque ¿qué es la verdad?, si acaso le llamaré circunstancia, contexto, razones, y ni siquiera con esas palabras alcanzo a merodear en la complejidad que tienen los actos humanos, porque qué significaba la actitud de mi papá, ¿que no me quería?, eso es imposible y me lo había demostrado con hechos durante décadas, ¿que me despreciaba? no me hubiera dado todo lo que me hado material e inmaterial en todos estos años; entonces, ¿qué significa su conducta de aquellos años? Creo que tan sólo se trata de la reproducción inconsciente de patrones aprendidos en otras circunstancias también dolorosas en su infancia. Y qué sé, si desconozco todo, absolutamente todo de su infancia, lo mío sólo son hipótesis. Él nunca me contó nada de sí mismo. Nuestras pláticas giraban alrededor de otros temas. Cuando yo tenía 16 años hablábamos de política y me confrontaba por mis ideas de izquierda. Él era un convencido priísta como todos los señores de aquellos años de principios de los años 70’s.

No puedo ni quiero acusarlo de nada, no quiero enjuiciar a una persona. Quiero entender, encender las luces en el vacío, asomarme a esa cueva de las tinieblas de la incomunicación, deseo tocar la puerta de los corazones endurecidos, lo que quiero es que ya no se repita la historia, pero ¿cómo puedo garantizarlo? Ya lo dice el dicho: en la casa del jabonero el que no cae resbala, quizá estoy buscando no resbalar o que el resbalón sea menos fuerte. Aquí no hay condenados ni perdonados, ni buenos ni malos, aquí hay seres complejos, con diversos matices en la gama de los grises.

El recuento de algunos hechos es lo único que puedo poner sobre el tapete, son mis cartas y el mazo está incompleto, no las traigo todas, porque eso no puede ser. Hay todo un mundo detrás de cada acto de las personas. A lo único que puedo referirme es a los hechos, y cuando evalúe esos actos, siempre será desde una perspectiva acotada por mis propias circunstancias, Claro, sentimientos válidos y dignos de tomarse en cuenta, pero siempre incompletos. Por ejemplo, en el tema de los abrazos. ¿Por qué mi padre nunca me abrazaba más allá de los de rigor de navidad y de año nuevo?, no lo sé, quizá no estaba acostumbrado, quizá tampoco lo hicieron con él. ¿Significaba eso que no me quería?, no lo creo, porque el amor se demuestra de muchas formas. ¿Me hicieron falta? bueno, en aquel momento no lo pensé o no quise darme cuenta, pero al paso del tiempo me queda claro que me hubiera gustado recibir unos buenos abrazos. ¿Lo amo menos por ello? para nada, aunque quizá podría amarlo mucho más. Porqué nunca hablamos de esto, será que nadie puede hablar de estos temas, ¿porqué está tapiada nuestra boca y por ende nuestro corazón? ¿Es generacional? ¿Es histórico? ¿Sucedía sólo en mi casa? creo que aún me da envidia cuando veo en otras personas, en otras familias, cuánto se quieren. Soy envidioso, ¿será producto de una historia concreta o está en el corazón humano?

El caso es que aquel día, cuando fueron a visitarme a la casa la orientadora y la prefecta de la secundaria porque había ganado el concurso de ortografía, mi padre ni siquiera se movió de la silla, las trabajadoras se retiraron. Mi padre, con su hermosa voz, su clásica amabilidad y don de gentes, las despidió cortésmente. Cuando cruzaron el dintel y la puerta se cerró detrás de ellas, mi padre no hizo ni un solo comentario. No hubo una felicitación ni abrazo ni palabras. El tema de él con mi mamá tomó por los caminos trillados de lo cotidiano. La comida, el dinero, los gastos o la mosca que vuela. Para mí, que había ganado el concurso de ortografía y que ahora iba rumbo al concurso sectorial, no había una palabra. Sentí un baño de aire helado sobre mi cuerpo. También guardé silencio. ¿Qué puede decir un chavo de 13 años que no está acostumbrado a hablar con su padre? Nada. Mi silencio y mi soledad también fueron sepulcrales en aquel instante. Un sabor amargo quedó en mi garganta, quizá un mar de preguntas atoradas en forma tal que ninguna era clara, menos para un adolescente. Ya antes había ganado otros concursos en otras áreas y jamás tampoco había habido celebración ni comentario especial. Quizá un “ajá” por ahí perdido entre mis recuerdos.

Cuando menos conscientemente, no tengo reproches, ni dolor, no…mmm... más bien sí. Quiero encontrar si eso dañó en algo mi vida, si me mutiló de alguna manera. Quiero saberlo para estar sano y seguir mi camino, quiero saber para quitármelo de encima, para que aquellos hechos no me estorben en mi desarrollo presente, para que no sean un lastre en mi vida, para romper la cadena, para no dañar a los míos. Porque, qué tal si me están impidiendo realizar mis anhelos personales, qué tal si han incidido en mi seguridad personal y quizá por eso me han generado problemas con la autoridad. Y sin hacerle al psicólogo de bolsillo sí me interesa superar ese conflicto. He leído temas emparentados y sé que se puede generar mucho daño con la falta de apoyo, estoy en mi derecho de buscar sanación, aunque algunos se burlen o me quieran encasillar en libros de autoayuda. No me importa, algunos de estos libros me han ayudado, sin poses pseudo intelectuales me han brindado alguna herramienta para avanzar en mi camino de comprensión de todas estas circunstancias, y, sobre todo, he encontrado claves para superar esos problemas y poder llevar a término tantas cosas que he dejado colgadas en la vida. Vayan a saber si tiene que ver con aquello que viví, creo que sí. Lo he venido descubriendo al paso de los años. He ido develando el tema, porque creo que ni siquiera me daba cuenta de cuál podría ser el origen de lo que me ha pasado, a qué podría atribuírselo.

Una ligera pero pertinaz lluvia está cayendo allá afuera. Ahora que recuerdo, en mi infancia y adolescencia siempre hubo mucha lluvia y mucho gris. También mucho sol, pero recuerdo más lo gris. Mi papá nunca me pegó, pero tampoco nunca me abrazó ni me besó o no lo recuerdo. Nunca me gritó, pero tampoco me habló con ternura. ¿Quedaría yo como huevo tibio? ¿ni crudo ni cocido? Será que por eso a veces no puedo expresar mis sentimientos o me exculpo con todo aquello para seguir siendo un huevo tibio. Aunque los huevos tibios, sí están en su punto, con un toquecito de limón y un poquito de sal, son muy sabrosos, ni muy crudos ni muy cocidos. Esa debe ser la cuestión…quizá si me agrego limón y sal…en forma de búsqueda interior…

A lo mejor me estoy ocultando algo y lo que he pedido a gritos, y ahora reprocho enmascaradamente, es un abrazo, un beso, unas palabras de aliento de mi padre. Y digo de él porque con mi madre no tuve problemas en ese aspecto, al contrario, mi mamá siempre nos alentó, para ella éramos los mejores y siempre nos daba ánimo para todo, nos abrazó, nos besó, nos amó mucho. ¿Acaso no puede compensar esto todo lo demás? Parece que no, cada cariño es importante y específico, la otra parte hace falta, es como aquello del ying y el yang. No se puede estar nada más con uno de los polos, no hay de otra. Como en esas casas en que la mamá es madre y padre a la vez, de cualquier forma los que viven de esa manera terminan buscando la figura masculina, paterna, que les hace falta, y entonces un vecino, un tío, un profesor, una amigo de la pandilla, vendrá a sustituirlo.

Los abrazos son poderosos, es hermoso que te abracen. Las palabras de aliento tienen poder. Algunas filosofías afirman que no hay que ceder ni ante el halago ni ante el insulto, pero cuando se es niño y adolescente, hay que construir un ego muy fuerte, ya después veremos lo que hacemos con él, si lo destruimos o lo transformamos, lo evolucionamos, pero por lo pronto hay que poseerlo. Y ese ego poderoso se alimenta del cariño de la familia más cercana, padres y hermanos, tíos, primos. Si no reconozco esto, entonces no me daré cuenta porque he estado metido en varios problemas: incapacidad para relacionarme sanamente con los demás, alcoholismo, adicciones, bipolaridad, incapacidad para llevar a término lo que comienzo, egolatría exacerbada aunque maquillada, autoritarismo, incapacidad para sostener una relación sana de pareja, violencia física y psicológica hacia los demás, incapacidad para comunicarme, para expresar los sentimientos, envidia, ira y no sé cuántos infiernos más cuyo origen está en esa falta de afecto, de cariño, de besos , de abrazos, de palabras. Como aquel célebre experimento de los changuitos alimentados por simias verdaderas y simias de peluche, y otros tantos experimentos que hay por el estilo en donde la conclusión es siempre la misma: hace falta el amor, el cariño, las palabras de aliento, la compañía. Es fundamental para la familia, los hijos, tocarse, sentirse, mirarse a los ojos, olerse, saber cuando menos algunas cosas íntimas uno del otro. Eso es parte central del hecho de ser padres e hijos, de ser seres humanos.

https://escritosdeaft.blogspot.com

Aquí no hay palabras definitivas, no hay buenos ni malos, lo que hay es una búsqueda de algo que ni siquiera quisiera llamar “verdad”, porque ¿qué es la verdad?, si acaso le llamaré circunstancia, contexto, razones, y ni siquiera con esas palabras alcanzo a merodear en la complejidad que tienen los actos humanos, porque qué significaba la actitud de mi papá, ¿que no me quería?, eso es imposible y me lo había demostrado con hechos durante décadas, ¿que me despreciaba? no me hubiera dado todo lo que me hado material e inmaterial en todos estos años; entonces, ¿qué significa su conducta de aquellos años? Creo que tan sólo se trata de la reproducción inconsciente de patrones aprendidos en otras circunstancias también dolorosas en su infancia. Y qué sé, si desconozco todo, absolutamente todo de su infancia, lo mío sólo son hipótesis. Él nunca me contó nada de sí mismo. Nuestras pláticas giraban alrededor de otros temas. Cuando yo tenía 16 años hablábamos de política y me confrontaba por mis ideas de izquierda. Él era un convencido priísta como todos los señores de aquellos años de principios de los años 70’s.

No puedo ni quiero acusarlo de nada, no quiero enjuiciar a una persona. Quiero entender, encender las luces en el vacío, asomarme a esa cueva de las tinieblas de la incomunicación, deseo tocar la puerta de los corazones endurecidos, lo que quiero es que ya no se repita la historia, pero ¿cómo puedo garantizarlo? Ya lo dice el dicho: en la casa del jabonero el que no cae resbala, quizá estoy buscando no resbalar o que el resbalón sea menos fuerte. Aquí no hay condenados ni perdonados, ni buenos ni malos, aquí hay seres complejos, con diversos matices en la gama de los grises.

El recuento de algunos hechos es lo único que puedo poner sobre el tapete, son mis cartas y el mazo está incompleto, no las traigo todas, porque eso no puede ser. Hay todo un mundo detrás de cada acto de las personas. A lo único que puedo referirme es a los hechos, y cuando evalúe esos actos, siempre será desde una perspectiva acotada por mis propias circunstancias, Claro, sentimientos válidos y dignos de tomarse en cuenta, pero siempre incompletos. Por ejemplo, en el tema de los abrazos. ¿Por qué mi padre nunca me abrazaba más allá de los de rigor de navidad y de año nuevo?, no lo sé, quizá no estaba acostumbrado, quizá tampoco lo hicieron con él. ¿Significaba eso que no me quería?, no lo creo, porque el amor se demuestra de muchas formas. ¿Me hicieron falta? bueno, en aquel momento no lo pensé o no quise darme cuenta, pero al paso del tiempo me queda claro que me hubiera gustado recibir unos buenos abrazos. ¿Lo amo menos por ello? para nada, aunque quizá podría amarlo mucho más. Porqué nunca hablamos de esto, será que nadie puede hablar de estos temas, ¿porqué está tapiada nuestra boca y por ende nuestro corazón? ¿Es generacional? ¿Es histórico? ¿Sucedía sólo en mi casa? creo que aún me da envidia cuando veo en otras personas, en otras familias, cuánto se quieren. Soy envidioso, ¿será producto de una historia concreta o está en el corazón humano?

El caso es que aquel día, cuando fueron a visitarme a la casa la orientadora y la prefecta de la secundaria porque había ganado el concurso de ortografía, mi padre ni siquiera se movió de la silla, las trabajadoras se retiraron. Mi padre, con su hermosa voz, su clásica amabilidad y don de gentes, las despidió cortésmente. Cuando cruzaron el dintel y la puerta se cerró detrás de ellas, mi padre no hizo ni un solo comentario. No hubo una felicitación ni abrazo ni palabras. El tema de él con mi mamá tomó por los caminos trillados de lo cotidiano. La comida, el dinero, los gastos o la mosca que vuela. Para mí, que había ganado el concurso de ortografía y que ahora iba rumbo al concurso sectorial, no había una palabra. Sentí un baño de aire helado sobre mi cuerpo. También guardé silencio. ¿Qué puede decir un chavo de 13 años que no está acostumbrado a hablar con su padre? Nada. Mi silencio y mi soledad también fueron sepulcrales en aquel instante. Un sabor amargo quedó en mi garganta, quizá un mar de preguntas atoradas en forma tal que ninguna era clara, menos para un adolescente. Ya antes había ganado otros concursos en otras áreas y jamás tampoco había habido celebración ni comentario especial. Quizá un “ajá” por ahí perdido entre mis recuerdos.

Cuando menos conscientemente, no tengo reproches, ni dolor, no…mmm... más bien sí. Quiero encontrar si eso dañó en algo mi vida, si me mutiló de alguna manera. Quiero saberlo para estar sano y seguir mi camino, quiero saber para quitármelo de encima, para que aquellos hechos no me estorben en mi desarrollo presente, para que no sean un lastre en mi vida, para romper la cadena, para no dañar a los míos. Porque, qué tal si me están impidiendo realizar mis anhelos personales, qué tal si han incidido en mi seguridad personal y quizá por eso me han generado problemas con la autoridad. Y sin hacerle al psicólogo de bolsillo sí me interesa superar ese conflicto. He leído temas emparentados y sé que se puede generar mucho daño con la falta de apoyo, estoy en mi derecho de buscar sanación, aunque algunos se burlen o me quieran encasillar en libros de autoayuda. No me importa, algunos de estos libros me han ayudado, sin poses pseudo intelectuales me han brindado alguna herramienta para avanzar en mi camino de comprensión de todas estas circunstancias, y, sobre todo, he encontrado claves para superar esos problemas y poder llevar a término tantas cosas que he dejado colgadas en la vida. Vayan a saber si tiene que ver con aquello que viví, creo que sí. Lo he venido descubriendo al paso de los años. He ido develando el tema, porque creo que ni siquiera me daba cuenta de cuál podría ser el origen de lo que me ha pasado, a qué podría atribuírselo.

Una ligera pero pertinaz lluvia está cayendo allá afuera. Ahora que recuerdo, en mi infancia y adolescencia siempre hubo mucha lluvia y mucho gris. También mucho sol, pero recuerdo más lo gris. Mi papá nunca me pegó, pero tampoco nunca me abrazó ni me besó o no lo recuerdo. Nunca me gritó, pero tampoco me habló con ternura. ¿Quedaría yo como huevo tibio? ¿ni crudo ni cocido? Será que por eso a veces no puedo expresar mis sentimientos o me exculpo con todo aquello para seguir siendo un huevo tibio. Aunque los huevos tibios, sí están en su punto, con un toquecito de limón y un poquito de sal, son muy sabrosos, ni muy crudos ni muy cocidos. Esa debe ser la cuestión…quizá si me agrego limón y sal…en forma de búsqueda interior…

A lo mejor me estoy ocultando algo y lo que he pedido a gritos, y ahora reprocho enmascaradamente, es un abrazo, un beso, unas palabras de aliento de mi padre. Y digo de él porque con mi madre no tuve problemas en ese aspecto, al contrario, mi mamá siempre nos alentó, para ella éramos los mejores y siempre nos daba ánimo para todo, nos abrazó, nos besó, nos amó mucho. ¿Acaso no puede compensar esto todo lo demás? Parece que no, cada cariño es importante y específico, la otra parte hace falta, es como aquello del ying y el yang. No se puede estar nada más con uno de los polos, no hay de otra. Como en esas casas en que la mamá es madre y padre a la vez, de cualquier forma los que viven de esa manera terminan buscando la figura masculina, paterna, que les hace falta, y entonces un vecino, un tío, un profesor, una amigo de la pandilla, vendrá a sustituirlo.

Los abrazos son poderosos, es hermoso que te abracen. Las palabras de aliento tienen poder. Algunas filosofías afirman que no hay que ceder ni ante el halago ni ante el insulto, pero cuando se es niño y adolescente, hay que construir un ego muy fuerte, ya después veremos lo que hacemos con él, si lo destruimos o lo transformamos, lo evolucionamos, pero por lo pronto hay que poseerlo. Y ese ego poderoso se alimenta del cariño de la familia más cercana, padres y hermanos, tíos, primos. Si no reconozco esto, entonces no me daré cuenta porque he estado metido en varios problemas: incapacidad para relacionarme sanamente con los demás, alcoholismo, adicciones, bipolaridad, incapacidad para llevar a término lo que comienzo, egolatría exacerbada aunque maquillada, autoritarismo, incapacidad para sostener una relación sana de pareja, violencia física y psicológica hacia los demás, incapacidad para comunicarme, para expresar los sentimientos, envidia, ira y no sé cuántos infiernos más cuyo origen está en esa falta de afecto, de cariño, de besos , de abrazos, de palabras. Como aquel célebre experimento de los changuitos alimentados por simias verdaderas y simias de peluche, y otros tantos experimentos que hay por el estilo en donde la conclusión es siempre la misma: hace falta el amor, el cariño, las palabras de aliento, la compañía. Es fundamental para la familia, los hijos, tocarse, sentirse, mirarse a los ojos, olerse, saber cuando menos algunas cosas íntimas uno del otro. Eso es parte central del hecho de ser padres e hijos, de ser seres humanos.

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