/ sábado 8 de septiembre de 2018

La Muestra Estatal de Teatro

Como su nombre lo indica, en una muestra estatal se “muestran” los trabajos teatrales que al tiempo del evento se encuentran vigentes o están en la cartelera del estado correspondiente.

Cada una de las obras tiene por lo menos dos aspectos generales que intentaremos considerar en este Domingo Siete. Uno tiene que ver con la obra misma, con su realización y calidad. Puede haberlas ingenuas, mediocres y excelentes, pero como estas características son un tanto subjetivas las actrices y los actores no las sienten debido, sobre todo, a las ocupaciones propias de su oficio, aunque también por el “amor propio” que suele obnubilar el juicio; es por eso que hace falta un director e incluso, como sucede en las muestras, jueces que las califiquen en beneficio del público, palabra que ya nombra el segundo aspecto que estamos considerando.

Por angas o por mangas, para cierto sector del teatro queretano el público resulta escaso. Al público pretextos nunca le faltan para no atender las invitaciones: que las dificultades para estacionar un coche, que la falta de numerario para adquirir un boleto, que la falta de tiempo, que el cansancio cotidiano o el concepto limitado de lo que significa “diversión”. En este último caso, quienes procuran ser amables con la diversión son los que se dedican al teatro comercial, en consecuencia, siempre tienen público.

Cuando se toma el concepto de diversión como la posibilidad de ofrecer otras versiones del tema que se trata la cosa cambia. Por ejemplo, cuando las actrices y los actores deciden raspar tantito las costras de la violencia algunas personas del público fruncen el ceño: “Yo me quiero divertir –dicen-no complicarme la vida”, y de alguna manera tienen razón porque la otra versión del tema puede comprometer.

En el caso de la violencia (que es el ejemplo propuesto), ¿a quién le va a interesar? A las víctimas y sus allegados, por supuesto, que por lo general suelen ser personas en quienes las expectativas culturales son escasas o pertenecen a estratos sociales con recursos económicos limitados; en esas circunstancias, distraer tiempo y dinero para asistir a una función de teatro resultaría simplemente descabellado.

Entra entonces (o debería entrar) al quite el sector oficial que se ocupa de las tareas culturales, tareas que en materia presupuestal siempre son castigadas y, si no, el sector carga con su propio peso burocrático que aletarga el cumplimiento de los programas que se ha propuesto. Es ahí cuando las actrices y los actores se echan al hombro el fardo de la responsabilidad para enfrentarse a otro aspecto: la sociedad está desorganizada.

En esto venía pensando durante el vuelo de regreso, después de haber participado como juez en la Muestra Estatal del Estado de Quintana Roo, en donde con los otros jueces hablamos de estos asuntos. Allá signamos de buena fe un fallo, y creo que los jueces que vinieron a Querétaro a la muestra estatal también lo harían así, de tal manera que las dos obras seleccionadas (“Id Descalzos” e “Hikari”), estoy seguro, nos representarán con suficiente calidad.

Vi las Obras pero las comentaré en otra entrega; no por falta de tiempo sino porque siento miedo al volar y me propongo a mí mismo una tarea sin complicaciones para bajarle intensidad al pavor.


Como su nombre lo indica, en una muestra estatal se “muestran” los trabajos teatrales que al tiempo del evento se encuentran vigentes o están en la cartelera del estado correspondiente.

Cada una de las obras tiene por lo menos dos aspectos generales que intentaremos considerar en este Domingo Siete. Uno tiene que ver con la obra misma, con su realización y calidad. Puede haberlas ingenuas, mediocres y excelentes, pero como estas características son un tanto subjetivas las actrices y los actores no las sienten debido, sobre todo, a las ocupaciones propias de su oficio, aunque también por el “amor propio” que suele obnubilar el juicio; es por eso que hace falta un director e incluso, como sucede en las muestras, jueces que las califiquen en beneficio del público, palabra que ya nombra el segundo aspecto que estamos considerando.

Por angas o por mangas, para cierto sector del teatro queretano el público resulta escaso. Al público pretextos nunca le faltan para no atender las invitaciones: que las dificultades para estacionar un coche, que la falta de numerario para adquirir un boleto, que la falta de tiempo, que el cansancio cotidiano o el concepto limitado de lo que significa “diversión”. En este último caso, quienes procuran ser amables con la diversión son los que se dedican al teatro comercial, en consecuencia, siempre tienen público.

Cuando se toma el concepto de diversión como la posibilidad de ofrecer otras versiones del tema que se trata la cosa cambia. Por ejemplo, cuando las actrices y los actores deciden raspar tantito las costras de la violencia algunas personas del público fruncen el ceño: “Yo me quiero divertir –dicen-no complicarme la vida”, y de alguna manera tienen razón porque la otra versión del tema puede comprometer.

En el caso de la violencia (que es el ejemplo propuesto), ¿a quién le va a interesar? A las víctimas y sus allegados, por supuesto, que por lo general suelen ser personas en quienes las expectativas culturales son escasas o pertenecen a estratos sociales con recursos económicos limitados; en esas circunstancias, distraer tiempo y dinero para asistir a una función de teatro resultaría simplemente descabellado.

Entra entonces (o debería entrar) al quite el sector oficial que se ocupa de las tareas culturales, tareas que en materia presupuestal siempre son castigadas y, si no, el sector carga con su propio peso burocrático que aletarga el cumplimiento de los programas que se ha propuesto. Es ahí cuando las actrices y los actores se echan al hombro el fardo de la responsabilidad para enfrentarse a otro aspecto: la sociedad está desorganizada.

En esto venía pensando durante el vuelo de regreso, después de haber participado como juez en la Muestra Estatal del Estado de Quintana Roo, en donde con los otros jueces hablamos de estos asuntos. Allá signamos de buena fe un fallo, y creo que los jueces que vinieron a Querétaro a la muestra estatal también lo harían así, de tal manera que las dos obras seleccionadas (“Id Descalzos” e “Hikari”), estoy seguro, nos representarán con suficiente calidad.

Vi las Obras pero las comentaré en otra entrega; no por falta de tiempo sino porque siento miedo al volar y me propongo a mí mismo una tarea sin complicaciones para bajarle intensidad al pavor.


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