/ sábado 14 de julio de 2018

Futbol y dionisos

Dicen los que le buscan prehistoria e historia al futbol, que en tiempos antiguos los guerreros pateaban una cabeza cercenada, de donde vendría el tamaño de la pelota con la que se juegan los mil y un campeonatos que hay en el mundo, algunos de los cuales atosigan, francamente, en la televisión. El hecho de patear una cabeza humana, según mi lego entender, no está cerca de la venganza sino de la orgía, de la que también están cerca los fanáticos y los hooligans.

Los fanáticos guardan en una caja la razón y se entregan a la pasión. Se disfrazan, se maquillan y, como los jugadores cuando meten un gol, aúllan. Para las orgías de la antigüedad también se dejaba la razón en casa, se vestían de una manera extra cotidiana, usaban máscaras y se entregaban al caos, que es la forma primera del mundo. Entregados a la fiesta del caos rendían homenaje a la organización del universo.

Algo del caos festivo queda en los carnavales, aunque ahora los vemos teñidos de intereses financieros, tinte con el que también se manchan el futbol y todos los deportes. En la Edad Media las fiestas del caos se llamaban Fiestas de Locos porque el mundo se ponía al revés y, al margen de la organización social, se volvía a inaugurar la convivencia. En el futbol, el caos que protagonizan los hooligans es una verdadera fiesta de locos.

En la cancha los jugadores se uniforman y se obligan a respetar las reglas bajo la severa mirada del árbitro. Las reglas alejan al juego de lo puramente lúdico y lo colocan en el terreno de la organización deportiva. En las tribunas no hay reglas y por eso se aúlla y se grita sin ninguna clase de cordura, asunto que se extiende a las calles y plazas en donde los hooligans beben cerveza y pelean. La sangre, las heridas y la borrachera supongo que deben equilibrar en el imaginario las reglamentaciones que organizan los partidos.

Algo de Fiesta Florida debe haber en estos hechos pero ignoro si los que escriben sobre la materia han dicho algo al respecto. En realidad no he leído a Eduardo Galeano, a Juan Villoro y a otros intelectuales que se suman a los aficionados al futbol, simplemente observo y trato de explicarme como es que ejecutivos serios (hooligans ingleses, por ejemplo) se transforman en fanáticos cuando de ciertos campeonatos se trata.

La palabra “fanático” debería resultar peyorativa para los aficionados, pero éstos aceptan con un timbre de orgullo el hecho de convertirse en seres irracionales, que es la condición ineludible del fanatismo, tan pernicioso en las religiones y en la política. Pero en el futbol los fanáticos están de fiesta, entendiendo el término como se lo entendía en la antigüedad.

La irracionalidad orgiástica y festiva se encuentra bien documentada en el origen del teatro griego. A partir de ella se desarrolló el teatro occidental aunque, con el correr del tiempo, la actividad dramática se racionalizó, a pesar de que es cosa de locos reír o llorar con aventuras ficticias, aventuras en las que creemos sin ruborizarnos porque, mientras estamos en el teatro, suspendemos la organización racional y nos entregamos al caos de las pasiones.

En Querétaro, me parece, solamente Leche de Trismegisto está cerca de la irracionalidad orgiástica, los demás respetamos las reglas sociales y limitamos la fiesta a una locura acotada por la “sana convivencia”. En tal virtud no superamos los límites, superación que es uno de los anhelos del arte. Algo de esto dejaron ver aquellos europeos que alguna vez, representando un Quijote de la Mancha, se bañaron en vino y maceraron con el olor los árboles y las paredes de la plaza Mariano de las Casas, en donde se presentaron, y también maceraron la ropa de los espectadores que regresaron a sus hogares con el olor de la orgía.

Estos párrafos los escribo con cierta envidia porque en el futbol y en el teatro hay confrontación de unos contra otros; en el futbol son once contra once, en el teatro el número es indefinido pero alcanza para la confrontación sin la cual no hay conflicto, que es la materia prima del teatro. Lo único que le falta al teatro es la pasión orgiástica de los fanáticos.

Dicen los que le buscan prehistoria e historia al futbol, que en tiempos antiguos los guerreros pateaban una cabeza cercenada, de donde vendría el tamaño de la pelota con la que se juegan los mil y un campeonatos que hay en el mundo, algunos de los cuales atosigan, francamente, en la televisión. El hecho de patear una cabeza humana, según mi lego entender, no está cerca de la venganza sino de la orgía, de la que también están cerca los fanáticos y los hooligans.

Los fanáticos guardan en una caja la razón y se entregan a la pasión. Se disfrazan, se maquillan y, como los jugadores cuando meten un gol, aúllan. Para las orgías de la antigüedad también se dejaba la razón en casa, se vestían de una manera extra cotidiana, usaban máscaras y se entregaban al caos, que es la forma primera del mundo. Entregados a la fiesta del caos rendían homenaje a la organización del universo.

Algo del caos festivo queda en los carnavales, aunque ahora los vemos teñidos de intereses financieros, tinte con el que también se manchan el futbol y todos los deportes. En la Edad Media las fiestas del caos se llamaban Fiestas de Locos porque el mundo se ponía al revés y, al margen de la organización social, se volvía a inaugurar la convivencia. En el futbol, el caos que protagonizan los hooligans es una verdadera fiesta de locos.

En la cancha los jugadores se uniforman y se obligan a respetar las reglas bajo la severa mirada del árbitro. Las reglas alejan al juego de lo puramente lúdico y lo colocan en el terreno de la organización deportiva. En las tribunas no hay reglas y por eso se aúlla y se grita sin ninguna clase de cordura, asunto que se extiende a las calles y plazas en donde los hooligans beben cerveza y pelean. La sangre, las heridas y la borrachera supongo que deben equilibrar en el imaginario las reglamentaciones que organizan los partidos.

Algo de Fiesta Florida debe haber en estos hechos pero ignoro si los que escriben sobre la materia han dicho algo al respecto. En realidad no he leído a Eduardo Galeano, a Juan Villoro y a otros intelectuales que se suman a los aficionados al futbol, simplemente observo y trato de explicarme como es que ejecutivos serios (hooligans ingleses, por ejemplo) se transforman en fanáticos cuando de ciertos campeonatos se trata.

La palabra “fanático” debería resultar peyorativa para los aficionados, pero éstos aceptan con un timbre de orgullo el hecho de convertirse en seres irracionales, que es la condición ineludible del fanatismo, tan pernicioso en las religiones y en la política. Pero en el futbol los fanáticos están de fiesta, entendiendo el término como se lo entendía en la antigüedad.

La irracionalidad orgiástica y festiva se encuentra bien documentada en el origen del teatro griego. A partir de ella se desarrolló el teatro occidental aunque, con el correr del tiempo, la actividad dramática se racionalizó, a pesar de que es cosa de locos reír o llorar con aventuras ficticias, aventuras en las que creemos sin ruborizarnos porque, mientras estamos en el teatro, suspendemos la organización racional y nos entregamos al caos de las pasiones.

En Querétaro, me parece, solamente Leche de Trismegisto está cerca de la irracionalidad orgiástica, los demás respetamos las reglas sociales y limitamos la fiesta a una locura acotada por la “sana convivencia”. En tal virtud no superamos los límites, superación que es uno de los anhelos del arte. Algo de esto dejaron ver aquellos europeos que alguna vez, representando un Quijote de la Mancha, se bañaron en vino y maceraron con el olor los árboles y las paredes de la plaza Mariano de las Casas, en donde se presentaron, y también maceraron la ropa de los espectadores que regresaron a sus hogares con el olor de la orgía.

Estos párrafos los escribo con cierta envidia porque en el futbol y en el teatro hay confrontación de unos contra otros; en el futbol son once contra once, en el teatro el número es indefinido pero alcanza para la confrontación sin la cual no hay conflicto, que es la materia prima del teatro. Lo único que le falta al teatro es la pasión orgiástica de los fanáticos.

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