/ viernes 26 de abril de 2019

Los Constituyentes, documental histórico con sensibilidad artística

o, tanto que conversar y me chingué la rodilla…

El pasado martes 26 de marzo, en el cineteatro Rosalío Solano, entre un fractal atemporal y un espejo ricamente iluminado, los habitantes de Santiago de Querétaro pudieron volver a verse a sí mismos y al otro.

Edgar Pulido, productor y eje nodal en esta apuesta cultural, trajo de nueva cuenta Los Constituyentes, largometraje filmado en esta ciudad, cuatro años atrás y enriquecido con un espectáculo teatral y multimedia, y entrevistas por demás ilustrativas, resultando un laborioso e informado, pero ágil documental.

Antes de entrar a la forma quiero comentar como ve este servidor la parte técnica que, de haberle conocido mientras redondeaba la tesis de mi Maestría en Antropología, acerca de cotidianeidades y etnohistoria, le hubiera tomado como referente, pues desde la primera vez que lo vi, he notado que el equipo encargado de la investigación ha hecho lo suyo para lograr que los eventos, palabras y relaciones cotidianas de hace un siglo, fueran abordados como tiempo narrado para que cada una de sus escenas devinieran una particularidad específica; ya con ese corpus documental se conformaron un esqueleto, al que se le puso carnita, con el auxilio de la literatura, del teatro, de la tecnología audiovisual, de las acotaciones histórico/políticas de Ignacio Marván y de los historiadores Luis Barrón y del gran conocedor Álvaro Matute y, por supuesto, del difícil arte de la gestión, donde la producción hubo de tocar puertas, no siempre abiertas a tan ambiciosos proyectos.

Ya humanizado este corpus, se presentó a sí mismo y se puso a dialogar con quienes hemos tenido la oportunidad de conocerle:

- Mucho gusto, nos dijo, soy Los Constituyentes.

- Mucho gusto, le estábamos esperando –Contestamos, de la manera más sobria posible, intentando no vernos muy emocionados, no fuera a ser que adivinara que en verdad llevábamos años, décadas, sin ver una propuesta tan completa, si se me permite decirlo.

- Vengo de hace un siglo y les propongo reflejarse en mí y yo en ustedes –Nos dice, mientras se toca el bombín…

- Al fin que las calles siguen siendo las mismas –Terciará una voz en off, que se antoja es el diputado Bohorques–, de silencio conventual, tan estrechas, donde caben más de una persona y menos de dos…

- Ha cambiado una que otra, la población, como podrán ver, ha hecho explosión y de aquel silencio conventual… sabemos que existió porque usted lo dice, señor diputado –Acotamos, no sin un dejo de añoranza.

Y todas las sensaciones se aúnan a la añoranza aquella: Las sorpresa de ver a todo color a quienes nos tienen acostumbrados a ver en sepia; la emoción de ver que los excelentes fragmentos de películas no tienen el movimiento caricaturesco de antaño (gracias Estudios Churubusco y querida UNAM, que trabajaron los archivos fílmicos para enriquecer visualmente su decir); la satisfacción de habitar la ciudad que hace un siglo fue por tercera vez la capital del país, vivirla como es y verla como era; el vértigo o enojo, cuando los actores –excelente reparto queretano, heredero ya de una afianzada tradición teatral–, el audio y las imágenes nos llevan al borde de la butaca, segundos antes de una Ley Fuga o con la noticia del choque de trenes en San Juan de Río, pasando por aquel fragmento de erotismo con La Gatita blanca; el sentido de solidaridad con Hermila Galindo, Carmen Serdán y doña Virginia Salinas, esposa de Carranza, cada una, aparte de su logro histriónico, con el mensaje en sus discursos, llevándonos a redimensionar los roles de género: Hermila, exigiendo el reconocimiento a la igualdad, tanto en el sufragio como del deseo sexual, Carmen, lista para retornar a su tierra, a seguir curando compañeros heridos en batalla y doña Virginia, abnegada esposa, que no espera mucho, pues conoce el sino femenino de la época y no cree poder verlo truncado.

- Ah, mire usted, señor antropólogo –me dice Los constituyentes (no sé bien que tan irónico sea el tonito, pero me imaginé a mi buen amigo Leonardo Kosta, envuelto en don Venustiano Carranza)–, yo quisiera que le echara una ojeada al total de esta propuesta y me diga, honestamente qué le parece.

- Será un gusto externarle mi opinión, aunque una mirada transdisciplinaria bien podría abarcar mucho más…

- Me ha leído la mente, señor antropólogo, porque expondremos el largometraje en el Cineteatro Rosalío Solano, el pasado martes 26 de marzo y al terminar la proyección, tendremos un conversatorio con especialistas en su área, al que quisiera invitarle…

- Con gusto ahí estaré –le diré–, sin darme cuenta del cambio en los tiempos verbales de este onírico diálogo, sin saber aún que en aquella misma fecha y a esa hora me encontraría a punto de una cirugía y no podría llegar.

Ah, tanto que conversar y me chingué la rodilla…

No pude en aquella ocasión intercambiar perspectivas sobre ese bien cuidado corpus documental, ni sobre sus excelentes actuaciones, tampoco sobre los puntuales comentarios ahí vertidos por los tres especialistas en el tema, no pude hablar acerca de lo claro que exponen la lucha ideológica que ahí se gestó, ni del referente que comienza a ser para estudiosos de cotidianidades de la época.

Los Constituyentes de regreso en Querétaro para beneplácito de quienes vivimos la ciudad...

El pasado martes 26 de marzo, en el cineteatro Rosalío Solano, entre un fractal atemporal y un espejo ricamente iluminado, los habitantes de Santiago de Querétaro pudieron volver a verse a sí mismos y al otro.

Edgar Pulido, productor y eje nodal en esta apuesta cultural, trajo de nueva cuenta Los Constituyentes, largometraje filmado en esta ciudad, cuatro años atrás y enriquecido con un espectáculo teatral y multimedia, y entrevistas por demás ilustrativas, resultando un laborioso e informado, pero ágil documental.

Antes de entrar a la forma quiero comentar como ve este servidor la parte técnica que, de haberle conocido mientras redondeaba la tesis de mi Maestría en Antropología, acerca de cotidianeidades y etnohistoria, le hubiera tomado como referente, pues desde la primera vez que lo vi, he notado que el equipo encargado de la investigación ha hecho lo suyo para lograr que los eventos, palabras y relaciones cotidianas de hace un siglo, fueran abordados como tiempo narrado para que cada una de sus escenas devinieran una particularidad específica; ya con ese corpus documental se conformaron un esqueleto, al que se le puso carnita, con el auxilio de la literatura, del teatro, de la tecnología audiovisual, de las acotaciones histórico/políticas de Ignacio Marván y de los historiadores Luis Barrón y del gran conocedor Álvaro Matute y, por supuesto, del difícil arte de la gestión, donde la producción hubo de tocar puertas, no siempre abiertas a tan ambiciosos proyectos.

Ya humanizado este corpus, se presentó a sí mismo y se puso a dialogar con quienes hemos tenido la oportunidad de conocerle:

- Mucho gusto, nos dijo, soy Los Constituyentes.

- Mucho gusto, le estábamos esperando –Contestamos, de la manera más sobria posible, intentando no vernos muy emocionados, no fuera a ser que adivinara que en verdad llevábamos años, décadas, sin ver una propuesta tan completa, si se me permite decirlo.

- Vengo de hace un siglo y les propongo reflejarse en mí y yo en ustedes –Nos dice, mientras se toca el bombín…

- Al fin que las calles siguen siendo las mismas –Terciará una voz en off, que se antoja es el diputado Bohorques–, de silencio conventual, tan estrechas, donde caben más de una persona y menos de dos…

- Ha cambiado una que otra, la población, como podrán ver, ha hecho explosión y de aquel silencio conventual… sabemos que existió porque usted lo dice, señor diputado –Acotamos, no sin un dejo de añoranza.

Y todas las sensaciones se aúnan a la añoranza aquella: Las sorpresa de ver a todo color a quienes nos tienen acostumbrados a ver en sepia; la emoción de ver que los excelentes fragmentos de películas no tienen el movimiento caricaturesco de antaño (gracias Estudios Churubusco y querida UNAM, que trabajaron los archivos fílmicos para enriquecer visualmente su decir); la satisfacción de habitar la ciudad que hace un siglo fue por tercera vez la capital del país, vivirla como es y verla como era; el vértigo o enojo, cuando los actores –excelente reparto queretano, heredero ya de una afianzada tradición teatral–, el audio y las imágenes nos llevan al borde de la butaca, segundos antes de una Ley Fuga o con la noticia del choque de trenes en San Juan de Río, pasando por aquel fragmento de erotismo con La Gatita blanca; el sentido de solidaridad con Hermila Galindo, Carmen Serdán y doña Virginia Salinas, esposa de Carranza, cada una, aparte de su logro histriónico, con el mensaje en sus discursos, llevándonos a redimensionar los roles de género: Hermila, exigiendo el reconocimiento a la igualdad, tanto en el sufragio como del deseo sexual, Carmen, lista para retornar a su tierra, a seguir curando compañeros heridos en batalla y doña Virginia, abnegada esposa, que no espera mucho, pues conoce el sino femenino de la época y no cree poder verlo truncado.

- Ah, mire usted, señor antropólogo –me dice Los constituyentes (no sé bien que tan irónico sea el tonito, pero me imaginé a mi buen amigo Leonardo Kosta, envuelto en don Venustiano Carranza)–, yo quisiera que le echara una ojeada al total de esta propuesta y me diga, honestamente qué le parece.

- Será un gusto externarle mi opinión, aunque una mirada transdisciplinaria bien podría abarcar mucho más…

- Me ha leído la mente, señor antropólogo, porque expondremos el largometraje en el Cineteatro Rosalío Solano, el pasado martes 26 de marzo y al terminar la proyección, tendremos un conversatorio con especialistas en su área, al que quisiera invitarle…

- Con gusto ahí estaré –le diré–, sin darme cuenta del cambio en los tiempos verbales de este onírico diálogo, sin saber aún que en aquella misma fecha y a esa hora me encontraría a punto de una cirugía y no podría llegar.

Ah, tanto que conversar y me chingué la rodilla…

No pude en aquella ocasión intercambiar perspectivas sobre ese bien cuidado corpus documental, ni sobre sus excelentes actuaciones, tampoco sobre los puntuales comentarios ahí vertidos por los tres especialistas en el tema, no pude hablar acerca de lo claro que exponen la lucha ideológica que ahí se gestó, ni del referente que comienza a ser para estudiosos de cotidianidades de la época.

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