/ jueves 15 de junio de 2023

Los “haceres” en la Danza de Moros y Cristianos del valle de San Juan del Río

Diario de campo


En el valle de San Juan del Río uno de los quehaceres colectivos con mayor profundidad histórica es, sin duda, la Danza de Moros y Cristianos. En varias comunidades de la región, año con año, dicha danza se lleva a cabo en el marco de las celebraciones a sus santos tutelares. Esta tradición dancística se ha sostenido con esquemas de organización autogestiva –es decir, desde y para los ejecutantes– que tiene como base una serie de trabajos colaborativos entre amplias redes de parentesco y vecinales.

La Danza de Moros y Cristianos es una danza teatralizada, en la que se cuenta una historia alternando evoluciones coreográficas con diálogos. En ella se narra un enfrentamiento bélico entre dichos grupos, suscitado por su antagonismo religioso. Básicamente, el tema central de esta representación dancística es el proyecto evangelizador español que buscaba imponer la fe católica a los moros. Dicha pugna está situada en el momento histórico denominado la Conquista de México, es decir, en las batallas ocurridas entre 1519 y 1521 que tuvieron como desenlace el sometimiento de los mexicas por parte de los españoles. Esta danza se cuenta una versión regional –del valle sanjuanense– de dicho acontecimiento, donde “los moros” se identifican como parte del “bando mexicano” o el “bando indígena” y “los cristianos” representan al “bando español”.

Las razones que llevan a las personas de estas localidades a participar en la danza son diversas, pero entre el amplio mosaico de motivaciones y circunstancias específicas se distinguen dos incentivos muy significativos. El más evidente, se asocia con la devoción al santo festejado. Este quehacer se lleva a cabo para honrar al santo patrón, agradecerle los favores dados y pedirle mayores benevolencias. La danza posibilita relaciones de intercambio entre las personas de la comunidad y los santos.

El segundo tiene que ver con el estrecho nexo que hay entre la danza y la historia. La danza está presente en las narrativas sobre el origen de las localidades, aparece en las memorias de la región y, como sucede en otras latitudes, la reproducción de este tipo de prácticas establece una continuidad histórica entre los antecesores, o con “abuelitos”, y las personas que ahora habitan el barrio. Así que es común escuchar que es una “tradición” que no se debe perder, porque es “algo muy viejo” que fue heredado por los antepasados.

Podemos profundizar en varios temas relacionados con la danza, por ejemplo, en sus orígenes, en su estructura organizativa, en sus evoluciones coreográficas, en su parafernalia, en las ofrendas que realizan, etcétera. En esta ocasión, quisiera enfocarme en los lenguajes de trabajo que configuran el quehacer dancístico en dicha zona.

Vincular danza con trabajo, en un primer momento, puede causar cierta extrañeza. Esto sucede porque el entendimiento común sobre el término trabajo se encuentra anclado a las relaciones impuestas al modelo capitalista de producción, en donde impera una concepción funcional del cuerpo, en que el uso del tiempo, la creatividad, las capacidades motrices del sujeto se encuentran subordinados a una lógica de producción asalariada. Por su parte, la danza está vinculada al desarrollo de las potencialidades del cuerpo, al gozo, al disfrute y al despliegue de energía que expresa sensaciones y seduce.

La danza configura territorios y dinamiza arraigos y relatos históricos. Foto: Cortesía | Julio César Borja

Sin embargo, en varias localidades sanjuanenses –y del sur queretano– la danza se piensa como un trabajo colectivo que se hace para el santo que se festeja. Es importante destacar que en estas localidades el concepto danza no solo hace referencia a la representación dancístico-teatral, sino que incorpora otras labores rituales que llevan a cabo los danzantes y las personas que forman parte de sus redes de apoyo. Así que asistir a los ensayos, formar parte de las procesiones, preparar el desayuno y la comida o confeccionar algunas ofrendas, por mencionar algunas tareas, también es “participar de la danza”, en tanto que la danza/danzar se compone de todo. Es decir, la experiencia kinésica que conjuga una estética fisiológica y una figurativa –con la que se narra dicho mito de origen– se encuentra al centro del ritual, pero también la comensalidad, el intercambio, el confeccionar ofrendas, etcétera, forman parte de una serie de labores constituyen el sentido del término danza/danzar.

En la danza hay quehaceres que inducen a un estado de alborozo, incluso carnavalesco, en donde los cuerpos en movimiento, con su despliegue de energía y fuerza, con su parafernalia y gestualidad, transmiten cierto goce; también hay momentos en que las tareas se realizan con sobriedad o que requieren asumir estados de vigilia. Un rasgo en común entre estas actividades es el hecho de que regularmente son descritas como un trabajo a causa del esfuerzo y la responsabilidad que conlleva realizarlas, pero también porque se generan bienes para el disfrute y para el intercambio, lo que nos lleva a pensar que hay una conceptualización particularidad del término trabajo en el campo dancístico ritual.

En mis investigaciones sobre el tema, propongo utilizar el término haceres para nombrar estos trabajos que se generan dentro del ritual, en las cuales se pondera la disposición de hacer en el marco de esquemas de reciprocidad, es decir, el sentido central de estas tareas se sitúa en la capacidad y disposición de llevar a cabo las tareas que conforman la danza. A este respecto, la disposición de hacer se entiende, principalmente, a partir de dos términos: compromiso y gusto. Estos últimos, pueden pensarse como “categorías nativas” porque aluden a una serie de referentes, regionalmente compartidos, que explican ciertas relaciones y sus sentidos que se generan en estos ámbitos. En este sentido, el compromiso y el gusto configuran una serie de principios organizadores.

Compromiso es la categoría más utilizada en las localidades de estudio para explicar el cómo y el por qué se danza. Con esta palabra se hace referencia a una tarea específica, en función de la posición que se tenga dentro de la cuadrilla. Es común escuchar que se tienen “compromiso de danzante” el “compromiso de ir a los ensayos” o cuando se deja de participar en la danza se comenta que se “salió del compromiso”. De igual forma, también apunta a un fuerte sentido de responsabilidad ligado al cumplimiento de las tareas que se asumieron cuando se aceptó formar parte de la cuadrilla. Este tipo de deber se tiene con los otros miembros de la cuadrilla, con la comunidad, con los antepasados que heredaron “la tradición” y, principalmente, con el santo a quién se le danza.

Los haceres se encuentran atravesados por un horizonte colectivo de acción donde la reciprocidad es un componente central. Se puede “cumplir con el compromiso” si se da algo de sí –en correspondencia al trabajo que hacen los otros– que permita que la cuadrilla se sostenga y que se continúen con las labores rituales, esto es, con cooperaciones monetarias o en especie, y con la participación directa en los quehaceres de la danza.

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En este tenor, surge otra categoría esencial en este tipo de trabajos: el gusto. Esta categoría hacer referencia, principalmente dos cosas. La primera, está relacionada al carácter voluntario de estos haceres, es decir, se enfatiza que no se participa en la danza por algún tipo de coerción, sino que se está “por gusto” y también se suele decir que la “danza es un gusto”. El segundo punto está relacionado con una actitud que se asume y que, a la vez, se genera cuando se participa en la danza, vinculada al disfrute y al bienestar; es común que se señale que las tareas, por más agotadoras que sean, deben hacerse con gusto, o bien, que el cumplir con una labor causa gusto. En pocas palabras, en este tipo de trabajos las disposiciones y sensaciones del cuerpo son sustanciales para la producción y la eficacia de los haceres.

Como pude apreciarse, en la región, la Danza de Moros es una práctica con sentidos profundos que recrean conceptualizaciones locales, dinamizan arraigos, configuran territorios y dinamizan relatos históricos. En próximas colaboraciones, les compartiré más reflexiones –que se derivan de mi labor como etnógrafo– sobre los sentidos del danzar y de otras actividades rituales de la región.



En el valle de San Juan del Río uno de los quehaceres colectivos con mayor profundidad histórica es, sin duda, la Danza de Moros y Cristianos. En varias comunidades de la región, año con año, dicha danza se lleva a cabo en el marco de las celebraciones a sus santos tutelares. Esta tradición dancística se ha sostenido con esquemas de organización autogestiva –es decir, desde y para los ejecutantes– que tiene como base una serie de trabajos colaborativos entre amplias redes de parentesco y vecinales.

La Danza de Moros y Cristianos es una danza teatralizada, en la que se cuenta una historia alternando evoluciones coreográficas con diálogos. En ella se narra un enfrentamiento bélico entre dichos grupos, suscitado por su antagonismo religioso. Básicamente, el tema central de esta representación dancística es el proyecto evangelizador español que buscaba imponer la fe católica a los moros. Dicha pugna está situada en el momento histórico denominado la Conquista de México, es decir, en las batallas ocurridas entre 1519 y 1521 que tuvieron como desenlace el sometimiento de los mexicas por parte de los españoles. Esta danza se cuenta una versión regional –del valle sanjuanense– de dicho acontecimiento, donde “los moros” se identifican como parte del “bando mexicano” o el “bando indígena” y “los cristianos” representan al “bando español”.

Las razones que llevan a las personas de estas localidades a participar en la danza son diversas, pero entre el amplio mosaico de motivaciones y circunstancias específicas se distinguen dos incentivos muy significativos. El más evidente, se asocia con la devoción al santo festejado. Este quehacer se lleva a cabo para honrar al santo patrón, agradecerle los favores dados y pedirle mayores benevolencias. La danza posibilita relaciones de intercambio entre las personas de la comunidad y los santos.

El segundo tiene que ver con el estrecho nexo que hay entre la danza y la historia. La danza está presente en las narrativas sobre el origen de las localidades, aparece en las memorias de la región y, como sucede en otras latitudes, la reproducción de este tipo de prácticas establece una continuidad histórica entre los antecesores, o con “abuelitos”, y las personas que ahora habitan el barrio. Así que es común escuchar que es una “tradición” que no se debe perder, porque es “algo muy viejo” que fue heredado por los antepasados.

Podemos profundizar en varios temas relacionados con la danza, por ejemplo, en sus orígenes, en su estructura organizativa, en sus evoluciones coreográficas, en su parafernalia, en las ofrendas que realizan, etcétera. En esta ocasión, quisiera enfocarme en los lenguajes de trabajo que configuran el quehacer dancístico en dicha zona.

Vincular danza con trabajo, en un primer momento, puede causar cierta extrañeza. Esto sucede porque el entendimiento común sobre el término trabajo se encuentra anclado a las relaciones impuestas al modelo capitalista de producción, en donde impera una concepción funcional del cuerpo, en que el uso del tiempo, la creatividad, las capacidades motrices del sujeto se encuentran subordinados a una lógica de producción asalariada. Por su parte, la danza está vinculada al desarrollo de las potencialidades del cuerpo, al gozo, al disfrute y al despliegue de energía que expresa sensaciones y seduce.

La danza configura territorios y dinamiza arraigos y relatos históricos. Foto: Cortesía | Julio César Borja

Sin embargo, en varias localidades sanjuanenses –y del sur queretano– la danza se piensa como un trabajo colectivo que se hace para el santo que se festeja. Es importante destacar que en estas localidades el concepto danza no solo hace referencia a la representación dancístico-teatral, sino que incorpora otras labores rituales que llevan a cabo los danzantes y las personas que forman parte de sus redes de apoyo. Así que asistir a los ensayos, formar parte de las procesiones, preparar el desayuno y la comida o confeccionar algunas ofrendas, por mencionar algunas tareas, también es “participar de la danza”, en tanto que la danza/danzar se compone de todo. Es decir, la experiencia kinésica que conjuga una estética fisiológica y una figurativa –con la que se narra dicho mito de origen– se encuentra al centro del ritual, pero también la comensalidad, el intercambio, el confeccionar ofrendas, etcétera, forman parte de una serie de labores constituyen el sentido del término danza/danzar.

En la danza hay quehaceres que inducen a un estado de alborozo, incluso carnavalesco, en donde los cuerpos en movimiento, con su despliegue de energía y fuerza, con su parafernalia y gestualidad, transmiten cierto goce; también hay momentos en que las tareas se realizan con sobriedad o que requieren asumir estados de vigilia. Un rasgo en común entre estas actividades es el hecho de que regularmente son descritas como un trabajo a causa del esfuerzo y la responsabilidad que conlleva realizarlas, pero también porque se generan bienes para el disfrute y para el intercambio, lo que nos lleva a pensar que hay una conceptualización particularidad del término trabajo en el campo dancístico ritual.

En mis investigaciones sobre el tema, propongo utilizar el término haceres para nombrar estos trabajos que se generan dentro del ritual, en las cuales se pondera la disposición de hacer en el marco de esquemas de reciprocidad, es decir, el sentido central de estas tareas se sitúa en la capacidad y disposición de llevar a cabo las tareas que conforman la danza. A este respecto, la disposición de hacer se entiende, principalmente, a partir de dos términos: compromiso y gusto. Estos últimos, pueden pensarse como “categorías nativas” porque aluden a una serie de referentes, regionalmente compartidos, que explican ciertas relaciones y sus sentidos que se generan en estos ámbitos. En este sentido, el compromiso y el gusto configuran una serie de principios organizadores.

Compromiso es la categoría más utilizada en las localidades de estudio para explicar el cómo y el por qué se danza. Con esta palabra se hace referencia a una tarea específica, en función de la posición que se tenga dentro de la cuadrilla. Es común escuchar que se tienen “compromiso de danzante” el “compromiso de ir a los ensayos” o cuando se deja de participar en la danza se comenta que se “salió del compromiso”. De igual forma, también apunta a un fuerte sentido de responsabilidad ligado al cumplimiento de las tareas que se asumieron cuando se aceptó formar parte de la cuadrilla. Este tipo de deber se tiene con los otros miembros de la cuadrilla, con la comunidad, con los antepasados que heredaron “la tradición” y, principalmente, con el santo a quién se le danza.

Los haceres se encuentran atravesados por un horizonte colectivo de acción donde la reciprocidad es un componente central. Se puede “cumplir con el compromiso” si se da algo de sí –en correspondencia al trabajo que hacen los otros– que permita que la cuadrilla se sostenga y que se continúen con las labores rituales, esto es, con cooperaciones monetarias o en especie, y con la participación directa en los quehaceres de la danza.

➡️ Si quieres recibir las noticias en tu Whatsapp, envía la palabra ALTA

En este tenor, surge otra categoría esencial en este tipo de trabajos: el gusto. Esta categoría hacer referencia, principalmente dos cosas. La primera, está relacionada al carácter voluntario de estos haceres, es decir, se enfatiza que no se participa en la danza por algún tipo de coerción, sino que se está “por gusto” y también se suele decir que la “danza es un gusto”. El segundo punto está relacionado con una actitud que se asume y que, a la vez, se genera cuando se participa en la danza, vinculada al disfrute y al bienestar; es común que se señale que las tareas, por más agotadoras que sean, deben hacerse con gusto, o bien, que el cumplir con una labor causa gusto. En pocas palabras, en este tipo de trabajos las disposiciones y sensaciones del cuerpo son sustanciales para la producción y la eficacia de los haceres.

Como pude apreciarse, en la región, la Danza de Moros es una práctica con sentidos profundos que recrean conceptualizaciones locales, dinamizan arraigos, configuran territorios y dinamizan relatos históricos. En próximas colaboraciones, les compartiré más reflexiones –que se derivan de mi labor como etnógrafo– sobre los sentidos del danzar y de otras actividades rituales de la región.


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